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'Vagabunda Bogotá' con Johny, el leproso

Esteban Carlos Mejía
18 de noviembre de 2011 - 11:00 p. m.

En la premiación del x concurso Nacional de Novela y Cuento de la Cámara de Comercio de Medellín me tomo un vino con mi amiga Isabel Barragán. Su voluptuosidad es inquietante, como siempre. "Mejor nos hacemos donde nadie te vea", dice con sutileza. Por fortuna, hay buen público, aunque esta noche juega Nacional.

La novela ganadora es de un jovencísimo escritor bogotano, Luis Carlos Barragán. “¿Es pariente tuyo?”, le pregunto. Encoge los hombros y se pone a criticar. “Para mi gusto, Vagabunda Bogotá es la primera novela posmoderna de Colombia”. Abro la boca. “Es una aproximación apocalíptica a una ciudad apocalíptica”. “¿De qué se trata?”. “¡De qué no se trata! Es una escanografía delirante e irreflexiva: erotismo, contravenciones a casi todas las morales, surrealismo, ciencia ficción, mordacidad. Transcurre en Bogotá y en la estación Urano, una base terrícola en los confines del sistema solar”. Isabel me da una palmadita en el mentón y me cierra la boca. “Ah, y también en una estación espacial llamada Subachoque, cerca de Plutón y Caronte. Es un universo regido por la física poscuántica, con sus leyes atrabiliarias, en la que hay humanos voladores, electrodomésticos que hablan, piensan y follan (¡la Óster!), y una enfermedad del olvido, peor que la peste de Macondo”.

Me muestra lo que dijo el jurado (Wendy Guerra, Margarita Valencia Vargas, Alberto Salcedo Ramos y Antonio García Ángel): “La voz inconfundible de Barragán es una buena noticia dentro de la escena literaria colombiana por su arrojo y su desenfado”. “Suscribo esa opinión”, dice, contenta. “¿Ustedes son primos o qué?”. No me hace caso. “Vagabunda Bogotá no es una novela apropiada para lectores convencionales”. “¿Qué?”, digo. “Un monseñor como Alejandro Ordóñez, por ejemplo, no vacilaría en echarla a la hoguera. Y me temo que también quemaría la obra ganadora en cuento.”

De cómo Johny el leproso se anticipó a la muerte es una colección de diez espléndidos relatos, en la mejor tradición cuentística de Manizales. “Su autor es Gustavo López Ramírez”, dice Isabel, “un anestesiólogo que no te duerme con los gajes de su oficio sino que te despierta con el humor, la gracia y la finura (el refinamiento) de sus cuentos”. Hojeo el libro. “¿Cuál es tu preferido?”. “Complicada la vaina”, dice, mientras apura el vino. “Todos son buenísimos. Destaco dos, antológicos. Uno, ‘Los huesos de la Paloma’, audaz recreación literaria de la toma del Palacio de Justicia en 1985, un texto impecable y conmovedor. Y dos, el que le da título al libro, en donde nace una estrella, el inspector Benigno Soacha, capaz de meterle vitaminas él solito a la literatura policíaca colombiana, tan ninguneada ella”. “¿Qué dijo el jurado?”. “Resaltó ‘el dominio del oficio’, los ‘registros diversos’ y la capacidad de crear ‘atmósferas que escapan a los estereotipos’ mientras ‘sorprenden al lector’. Es un retrato amoroso pero implacable de Manizales y sus cuitas”.

Sopeso los libros. “O sea que valió la pena no ir al estadio”, digo, por joder la vida. “Este es mucho pirobo”, me codea. La pobre es hincha del Medallo.

Rabito de paja: “En Colombia llamarse liberal no es una definición; es una falta de definición”. Gerardo Molina, 1974.

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