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Es cada día mayor el número de columnistas que advierte sobre la situación esquizoide que vive Colombia, consistente en que a medida que se consolida la paz se recrudecen los ataques de ciertas fuerzas oscuras contra el Gobierno que la hizo posible. Ahora quieren convencernos de que “nos están engañando”, y la bomba del sábado pasado en el Centro Andino se inscribe dentro de ese propósito maligno.
Lo advierte Ricardo Silva cuando dice: “Hay colombianos que piensan que el desarme de las Farc es mala noticia”. O Juan Fernando Londoño, en el mismo tono: “Si las Farc negocian es una estrategia porque no van a firmar, si firman es porque no van a cumplir, si cumplen es porque nos están engañando”. O Héctor Abad: “Hay medio país al que le repugnan las buenas noticias”. Y Rudolf Hommes: “La aspiración de la derecha es que tiremos la posibilidad de vivir en paz por la borda y que reviva el terror”.
Esto indica que crece la audiencia de personas conscientes del daño que esas fuerzas oscuras inoculan en las conciencias (siembran miedo para vender seguridad); pero la preocupación no cesa, pues seguimos atados a la noria del eterno retorno: el año pasado tratamos de advertir lo mismo sobre la propaganda sucia que estaban vertiendo los promotores del NO por las redes sociales, pero de nada sirvió porque acabaron por imponer su voluntad mediante la perversa estrategia de engañar e indignar a la gente, como hubo de confesar en su torpeza el mismo gerente de la campaña, Juan Carlos Vélez. (Escuchar confesión).
Como si fueran drogadictos, los domina un marcado síndrome de abstinencia… de guerra. Necesitan hacerle creer al país que estamos sometidos —como dijo Uribe en Atenas— a una “inmensa maquinaria de desinformación del Gobierno”; siendo que, por el contrario, a eso están dedicados ellos (y ellas): a aceitar la inmensa maquinaria de desinformación que usaron durante los días del plebiscito, la cual ahora apuntan con sus ruidosas baterías hacia el objetivo supremo de sentar en el solio presidencial a uno de los suyos, de su propia calaña, “el que Uribe elija”.
Persiste el peligro de que nos empujen por el desbarrancadero de un nuevo conflicto, incluso con características afines a una guerra civil como la vivida en España el siglo pasado, cuando el apoyo de la Iglesia Católica le permitió al Generalísimo Francisco Franco gobernar con la legitimidad religiosa de la que carecía al comenzar su lucha fratricida. Hoy la situación en Colombia es otra, pues los católicos no tienen la poderosa influencia de antaño, pero se advierte igual la presencia de avanzadas que actúan como fuerzas de choque ideológico, compuestas por ejércitos de pastores cristianos y evangélicos reclutados —quizá hasta pagados— en torno a una causa de claro contenido fascista.
Para lograr el desmonte del odio y hacer renacer la semilla de la esperanza, se requiere acudir a las mismas armas de los sembradores de confusión. Meterle creatividad. Y el Gobierno Nacional debería ser el primero en reaccionar con urgentes medidas de choque, que hagan visible el mecanismo perverso que reposa detrás de tanta basura mediática.
Decía D’Alembert que “la guerra es el arte de destruir hombres, y la política es el arte de engañarlos”. En este contexto se requiere con urgencia una agresiva campaña de mercadeo político que muestre con precisión de relojero dónde está el engaño, en repuesta a la inmensa maquinaria de desinformación que maneja el uribismo, cuya fórmula le hace eco al estallido de la bomba en el Centro Andino: miedo a un futuro con las Farc incorporadas a la vida política, odio a Santos porque lo permite.
A esas fuerzas oscuras que con ‘minas quiebrapatas’ nos quieren dañar el caminado hacia un futuro mejor, se les debe demostrar que no pasarán. ¿Y cómo? Rompiendo el hechizo que ejercen sobre sus mansas ovejitas. Este amago de ‘libreto’ para una cuña de TV es solo una amable sugerencia, con toque surrealista si se quiere, pero alentado por un propósito pedagógico:
Se ve a un grupo de bañistas sumergidos en un riachuelo de aguas cristalinas, bañándose con deleite, mientras en la orilla unas personas agazapadas vierten una solución oscura, que comienza a enturbiar el remanso. Los envenenadores se esconden tras unos matorrales, y luego se ve venir a un grupo de personas alegres, cantando una canción de paz. Uno de ellos rasga una guitarra. Cuando pasan frente al lugar de donde emana la turbiedad, los que estaban escondidos comienzan a gritar: “¡Miren, miren! ¡Ahí están los que ensuciaron el agua donde todos nos bañamos!” Los que iban cantando quedan confundidos, pero les toca agarrar a correr porque los bañistas salen de ahí —indignados— a perseguir a quienes creían les habían dañado el baño. Luego hay primeros planos con los rostros de rabia y angustia de perseguidores y perseguidos, y por último aparecen los ‘malos’ del paseo frotándose las manos, y al enfocarlos de espaldas se aprecia que cada uno lleva camuflada un arma bajo el cinturón. La cuña remata con este mensaje: “No te dejes engañar por los amigos de la oscuridad”.
¿Y qué tal si fuera posible —solo pregunto— convocar a personas creativas y de buen humor como Matador, Tola y Maruja, Daniel Samper Ospina, Antonio Morales o Vladdo para que aporten historias o situaciones similares dentro de la misma tónica de romper el hechizo, de ayudarle a abrir los ojos a tanta persona confundida, alienada o equivocada de buena fe?
Pasaba por acá a dejar esta ocurrencia loca para ayudar a salvar el país del lobo feroz y sus recuas de pastorcitos mentirosos, y sigo mi camino.
DE REMATE: Colombia vivió ocho años bajo el hechizo, influjo o engaño de un gobernante que se rodeó de funcionarios corruptos, peligrosos criminales (Jorge Noguera, Salvador Arana, Álvaro el Gordo García, Flavio Buitrago, Mauricio Santoyo, Antonio López alias Job, etc.) y parientes enjuiciados o bajo sospecha de súbito enriquecimiento. Es hora de impedir que la historia se repita.
En Twitter: @Jorgomezpinilla
http://jorgegomezpinilla.blogspot.com.co