Los sacrificios dieron buenos resultados. Estuvimos cerca del abismo hace apenas unas semanas, con las unidades de cuidado intensivo (UCI) al borde del colapso en varias ciudades, los contagios descontrolados, las muertes disparadas y los empresarios temiendo que tendríamos que tomar medidas más estrictas de confinamiento. Sin embargo, la intervención contundente por parte de las autoridades evitó que la segunda ola se convirtiera en una larga meseta de casos elevados, capacidades copadas y más muertes. Ahora que empieza la “nueva, nueva normalidad”, con colegios reabiertos, vacunas en proceso de aplicación y ciudades con regulaciones más relajadas, es un buen momento para la esperanza. No obstante, cualquier actitud debe ir acompañada de la prudencia.
Los confinamientos son medidas extremas. Además de ser lesivas para las libertades individuales y dañinas para una economía que de por sí ya está en crisis, no funcionan en el largo aliento para combatir el COVID-19. Que nos hayan tenido que encerrar de nuevo demuestra, no en menor medida, el fracaso de las autoridades en tener mecanismos de testeo y rastreo de casos suficientes. Eso sigue siendo una falla, a pesar de las inversiones y de los discursos que apuntan a lo contrario. Estimando que Colombia no tendrá inmunidad ante el COVID-19 por un buen tiempo aún, quizá más de un año, esta tiene que ser la prioridad. Más aún si el plan, como debe ser, es permitir que se abran espacios de contacto entre las personas.
Hay mucho miedo. Lo entendemos. Tal vez donde más lo hemos visto es en el debate en torno a la reapertura de los colegios en un modelo de alternancia. Los padres están preocupados por sus hijos y la salud de sus familias; los maestros han reclamado (con justicia) que sin estar vacunados les estamos pidiendo que acepten riesgos innecesarios. Pero, gracias a que ya vamos a cumplir el primer aniversario con la pandemia, sabemos que incluso en esos espacios hay motivos para la tranquilidad.
Reabrir los colegios es una medida necesaria que, además, puede ayudar a fortalecer la confianza de las personas en que la “nueva, nueva normalidad” es un escenario viable de socialización. Hay muchos argumentos, pero nos centramos en los dos más importantes. El primero es que ya sabemos que los niños no son focos particulares de contagio de COVID-19 y, con las precauciones adecuadas, podemos tener colegios protegidos. El segundo es que la virtualidad está creando un abismo de desigualdad y generando serios problemas de salud mental en niños y adolescentes. Por eso necesitamos regresar a los espacios que el virus nos ha vedado.
Hay retos, por supuesto, pero tenemos herramientas para enfrentarlos. Y son sencillas, aunque necesitan disciplina: distanciamiento físico, tapabocas bien puestos, lavado de manos, aislamiento preventivo cuando hay sospecha de contagio y evitar aglomeraciones. Una sola palabra: prudencia, prudencia, prudencia. Y por parte de las autoridades: rastreo, coherencia y acompañamiento.
Ahora que aterrizan las vacunas, el esfuerzo de todos tiene que concentrarse en luchar contra los discursos que buscan aterrorizar a las personas. Colombia necesita recuperar su vida social y sus espacios compartidos. Para vencer la pandemia y lograr justo eso, hay que empezar a recobrar la esperanza ante el miedo.
¿Está en desacuerdo con este editorial? Envíe su antieditorial de 500 palabras a elespectadoropinion@gmail.com.
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Los sacrificios dieron buenos resultados. Estuvimos cerca del abismo hace apenas unas semanas, con las unidades de cuidado intensivo (UCI) al borde del colapso en varias ciudades, los contagios descontrolados, las muertes disparadas y los empresarios temiendo que tendríamos que tomar medidas más estrictas de confinamiento. Sin embargo, la intervención contundente por parte de las autoridades evitó que la segunda ola se convirtiera en una larga meseta de casos elevados, capacidades copadas y más muertes. Ahora que empieza la “nueva, nueva normalidad”, con colegios reabiertos, vacunas en proceso de aplicación y ciudades con regulaciones más relajadas, es un buen momento para la esperanza. No obstante, cualquier actitud debe ir acompañada de la prudencia.
Los confinamientos son medidas extremas. Además de ser lesivas para las libertades individuales y dañinas para una economía que de por sí ya está en crisis, no funcionan en el largo aliento para combatir el COVID-19. Que nos hayan tenido que encerrar de nuevo demuestra, no en menor medida, el fracaso de las autoridades en tener mecanismos de testeo y rastreo de casos suficientes. Eso sigue siendo una falla, a pesar de las inversiones y de los discursos que apuntan a lo contrario. Estimando que Colombia no tendrá inmunidad ante el COVID-19 por un buen tiempo aún, quizá más de un año, esta tiene que ser la prioridad. Más aún si el plan, como debe ser, es permitir que se abran espacios de contacto entre las personas.
Hay mucho miedo. Lo entendemos. Tal vez donde más lo hemos visto es en el debate en torno a la reapertura de los colegios en un modelo de alternancia. Los padres están preocupados por sus hijos y la salud de sus familias; los maestros han reclamado (con justicia) que sin estar vacunados les estamos pidiendo que acepten riesgos innecesarios. Pero, gracias a que ya vamos a cumplir el primer aniversario con la pandemia, sabemos que incluso en esos espacios hay motivos para la tranquilidad.
Reabrir los colegios es una medida necesaria que, además, puede ayudar a fortalecer la confianza de las personas en que la “nueva, nueva normalidad” es un escenario viable de socialización. Hay muchos argumentos, pero nos centramos en los dos más importantes. El primero es que ya sabemos que los niños no son focos particulares de contagio de COVID-19 y, con las precauciones adecuadas, podemos tener colegios protegidos. El segundo es que la virtualidad está creando un abismo de desigualdad y generando serios problemas de salud mental en niños y adolescentes. Por eso necesitamos regresar a los espacios que el virus nos ha vedado.
Hay retos, por supuesto, pero tenemos herramientas para enfrentarlos. Y son sencillas, aunque necesitan disciplina: distanciamiento físico, tapabocas bien puestos, lavado de manos, aislamiento preventivo cuando hay sospecha de contagio y evitar aglomeraciones. Una sola palabra: prudencia, prudencia, prudencia. Y por parte de las autoridades: rastreo, coherencia y acompañamiento.
Ahora que aterrizan las vacunas, el esfuerzo de todos tiene que concentrarse en luchar contra los discursos que buscan aterrorizar a las personas. Colombia necesita recuperar su vida social y sus espacios compartidos. Para vencer la pandemia y lograr justo eso, hay que empezar a recobrar la esperanza ante el miedo.
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