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Supongamos que el Estado Islámico es sólo un sueño de una noche en la larga existencia de Oriente Medio y, gracias a la acción militar de Estados Unidos, la región despierta de esa pesadilla.
Supongamos, sólo supongamos, que los bombardeos de los Estados Unidos funcionan y que el Estado Islámico pierde impulso y retrocede hasta desaparecer, como se decía de los talibanes en Afganistán en 2001.
Supongamos que las fuerzas kurdas y las milicias chiíes en Irak, así como los rebeldes de Siria, toman control de las zonas del Estado Islámico. Supongamos que los miedos de Irán, Turquía y Estados Unidos desaparecen en la medida en que las milicias del autoproclamado Califato son derrotadas militarmente.
Hoy todos se unen bajo una misma causa. Pero ¿qué pasaría pasado mañana si el Estado Islámico desaparece mañana? Sin duda, las tensiones en Irak seguirán porque el gobierno no logrará integrar a las minorías suníes y porque las tensiones entre el norte kurdo y la capital árabe serán más hondas, en la medida en que el gobierno de Bagdad fue incapaz de proteger Mosul y en que los kurdos hoy en día son más independientes.
Los kurdos (de todas las facciones) y Turquía volverán a mirarse como enemigos que son, en un conflicto que amenaza con la paz, pero que se mantiene en una tregua tan frágil como fracasadas treguas del pasado.
Siria, partida en varios pedazos, sin Estado Islámico, seguirá en una guerra con prácticas genocidas por parte del régimen y con aumento de criminalización del lado rebelde, mientras el número de muertos (ya en 191.000) continuará creciendo. El gobierno sirio insistirá en que el resto de opositores son también terroristas y los combatirá sin piedad, mientras la comunidad internacional mirará para otro lado porque más vale dictador conocido que rebelde por conocer.
Irán y los Estados Unidos dejarán de coincidir en su rechazo al Estado Islámico y volverán a sus tensiones por el desarrollo de energía nuclear iraní, sazonado con la machacona idea israelí de que sólo usando la fuerza se pueden resolver las diferencias con Irán.
Y Arabia Saudita, sustento de salafistas y movimientos islámicos, volverá a su campaña de apoyo a grupos armados que terminarán por dar origen a otra milicia que a su vez se nutrirá de suníes discriminados, minorías excluidas, dictadores impunes, llamados a la guerra y un largo etcétera.
Resumiendo, el Estado Islámico tiene dos cosas “positivas”: une a los enemigos y permite aplazar la agenda de los problemas estructurales de la región, incluyendo la forma en que Oriente Medio fue creado a finales de la Primera Guerra Mundial. Con Estado Islámico, la agenda regional se congela y, como en el poema de Kavafis, los bárbaros del Califato son una especie de solución. Por eso a la preocupación actual hay que agregar una pregunta: y después del Califato, ¿qué?