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Desde que tomó posesión, los colombianos han estado preguntándose dónde está la canciller Claudia Blum. Si bien es cierto que ese cargo debe ser ocupado por una persona de bajo perfil, su actual titular ha pasado de la discreción al descaro.
La ministra de Relaciones Exteriores lleva más de un año al frente de esa cartera y, desde entonces, solo la hemos visto aparecer parada, en silencio, o leyendo un comunicado previamente preparado. Blum no le pasa al teléfono a periodistas, casi nunca da entrevistas a los medios y se ha lavado las manos en la labor de explicarle a la opinión pública los desastres estratégicos en la política exterior que ella dirige.
Sobra decir que el presidente hace el oso cada que coge un avión: presenta fotos falsas en la ONU; le da saludes de Uribe al rey de España; hace veintiunas con el balón; alaba a Blanca Nieves y los siete enanitos; le pide a Cuba que rompa los protocolos firmados con el Eln; más un largo etcétera de metidas de pata. Pero ese no es el punto: esas torpezas no paran sino en un buen meme o en un titular de prensa taquillero. El tema es que la política internacional, la de fondo, es uno de los grandes desaciertos de este gobierno.
Sus dos apuestas principales -reelegir a Trump y tumbar a Maduro- fracasaron estruendosamente. 16.400 horas han pasado desde que el presidente Duque afirmó en una tarima que “las horas del dictador en el poder están contadas”. Desde entonces, Maduro no solo está cada día más fuerte y Guaidó cada día más débil, sino que, además, los votantes norteamericanos decidieron sacar a Trump de la Casa Blanca. Así las cosas, en este nuevo contexto, vale la pena preguntarse si Claudia Blum es la persona indicada para liderar el cambio de 180 grados que requiere la política internacional colombiana.
Con Biden la cosa es a otro precio. Aunque el cuento de las relaciones bipartidistas entre los dos países suena muy bien, los cierto es que los demócratas no olvidan la incidencia de varios políticos colombianos en las elecciones gringas. Particularmente en estados claves como la Florida. Pero más allá de eso, está claro que la administración de Biden le va a exigir a Colombia resultados en temas que no le gustan mucho al uribismo, como la implementación de los acuerdos de paz.
Con el nuevo gobierno, en los Estados Unidos cambian las prioridades y la estrategia. Ahora los americanos buscarán promover una política de lucha contra las drogas que no necesariamente se enfoca en la fumigación con glifosato y, seguramente, Biden y su equipo van a re barajar las cartas de las relaciones con Cuba y Venezuela.
Entonces Colombia tiene dos opciones: 1) entender que la realidad cambió y dar un giro en la estrategia; o 2) persistir en el error y continuar transitando el mismo camino. El gobierno de Iván Duque se ha mostrado más propenso a hacer lo segundo. Pero la esperanza es lo último que se pierde.
El presidente tiene que darse cuenta de que su política internacional es un desastre y que, si quisiera, aún puede corregirla. Pero para eso necesitaría a una canciller que supiera en dónde está parada. Porque Claudia Blum, definitivamente, no sólo no sabe, sino parece que no existiera.