2019, bicentenario de la Independencia: el épico año de 1819
Hace dos siglos, Venezuela y la Nueva Granada se unieron para lograr una victoria histórica: la independencia de España. Un sueño llamado la Gran Colombia, cuya memoria debe prevalecer sobre quienes prefieren seguir agitando equivocados clarines de guerra.
-Redacción Política
Hace 200 años, en las primeras horas de 1819, mientras navegaba por el río Orinoco rumbo al cuartel de José Antonio Páez, el jefe supremo Simón Bolívar escribió al Consejo de Gobierno, que había constituido en Angostura, que avanzaba hacia una reunión de comandantes en San Juan de Payara. Llegó el 16 de enero y ese mismo día, ante su ejército, resumió el objetivo: “Llaneros, vosotros seréis independientes, aunque se oponga el mundo todo”. Fue el comienzo de un año histórico que ahora retorna a las primeras planas convertido en memoria.
Al tiempo que Bolívar recibía con beneplácito el efusivo apoyo de combatientes británicos, desde los llanos del Casanare, el general Francisco de Paula Santander afianzaba un ejército de vanguardia, que en diciembre de 1818 había constituido un gobierno provisional con plenitud de poder político y militar, en Pore. El día 23, el Libertador emprendió su regreso a Angostura, hoy llamada Ciudad Bolívar, y en los intervalos del viaje, dictando desde su hamaca, comenzó a configurar el memorable discurso que precisó la ruta para crear la nación.
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El que pronunció el 15 de febrero ante los 26 delegados del Congreso de Angostura que llegaron desde Caracas, Cumaná, Barinas, Guyana, Margarita y Casanare, para aceptar que la divisa común era la unidad y que las bases del gobierno republicano que forjaban eran “la soberanía del pueblo, la división de poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud y la abolición de la monarquía”. Una empresa que necesitaba de la valentía y el sacrificio de muchos hombres y mujeres que, desde el 2 de abril, empezaron a escribir esa historia de libertad.
Aquella tarde, a orillas del río Arauca, en las Queseras del Medio, la caballería española fue aplastada por 153 jinetes armados de lanzas, comandados por el León de Apure, José Antonio Páez. En el cuartel de Potreritos, Bolívar reconoció a los vencedores, pero les hizo ver que apenas era el preludio. “Preparaos al combate y contad con la victoria que lleváis en la punta de vuestras lanzas y bayonetas”. Desde el Casanare, llegaban noticias de que el ejército de Santander lograba impedir el intento de invasión del coronel realista José María Barreiro.
Al tiempo que Barreiro ordenaba la contramarcha a Tunja, o que en represalia el virrey Juan Sámano se ensañaba en Santa Fe de Bogotá con los patriotas, en Mantecal, sobre las márgenes del caño Caicara, Bolívar cambió los planes. Ya no habría marcha hacia Barinas sino hacia la Nueva Granada. El 24 de mayo, en una derruida choza situada en la aldea La Setenta, sentado sobre una calavera de res, Bolívar expuso a su estado mayor, encabezado por Carlos Soublette, José Antonio Anzoátegui y Pedro Briceño Méndez, su plan de invasión cruzando la cordillera de los Andes.
Y empezó la campaña libertadora. El 26 de mayo, 2.186 hombres armados de bayonetas y fusiles partieron hacia Guasdualito, acompañados por “las juanas”, centenares de mujeres que oficiaban como enfermeras o acompañantes de sus hombres. En doble jornada, el 4 de junio atravesaron el río Arauca y entraron al Casanare. Una semana después, Bolívar y Santander se encontraron en Tame. En medio del inclemente invierno se fusionaron los ejércitos y el contingente de llaneros, acostumbrados a domar caballos salvajes, se enfrentaban ahora a la naturaleza.
Por el camino de Pore y Paya, a finales de junio empezó el heroico ascenso al páramo de Pisba. Después de una travesía sobre espesos pantanos, el desafío fueron los riscos, el frío extremo, los desfiladeros, y nada más que musgo y liquen para alimentar a los caballos y bueyes. Algunos llaneros desertaron, otros murieron. A alturas superiores a los 4.000 metros, en un camino repleto de cruces anónimas y calaveras de hombres y animales que pagaron tributo al reto de atravesar la cordillera, el viento helado y el hambre cobraron muchas vidas.
Como lo narra el periodista y escritor Héctor Muñoz Bustamante en su obra Diario de la Independencia, “el camino quedó regado de cadáveres”. Todas las bestias de carga se perdieron, lo mismo que parte de la munición. Pero el 3 de julio, en el trayecto entre Pisba y Pueblo Viejo, la compañera de un soldado entró en dolores de parto y se produjo el milagro. Acostada en la incipiente yerba, dio a luz a un niño que fue envuelto en camisas rotas. Tres días después, el “ejército de pordioseros”, como lo llamaba Barreiro, llegó a Socha.
Asistidos por el cura y el alcalde del pueblo, además de alimento y descanso, el ejército libertador recibió 18 cargas de ropa. Bolívar estableció un hospital de paso y una armería para reorganizar el avance. No muy lejos, en Tasco, arribaron las tropas del español Barreiro y, tras hacer prisioneros, ejecutaron a 38 patriotas. Espalda contra espalda y desnudos fueron atados por parejas. Hasta Juana Escobar, una mujer que protestó por la acción, fue incluida en la masacre. A lanzazos fueron asesinados. Sus cuerpos quedaron tirados en un corral.
En adelante, en Gámeza, Sativa, Betéitiva, Cerinza o Bonza, todo fue arrojo, táctica militar y apoyo popular. El 25 de julio se comenzó a sellar la Independencia. En un valle de seis kilómetros situado al oriente de Paipa, conocido como el Pantano de Vargas, se libró una de las batallas decisivas. “¡Ni Dios me quita la victoria!”, alcanzó a decir Barreiro confiado en su ofensiva. Cuando Bolívar creyó perdido el combate, bajo una lluvia torrencial, el coronel Juan José Rondón y sus lanceros cambiaron la historia.
Minutos después, cuando Bolívar vio que los llaneros de Rondón hacían estragos, ordenó al corneta tocar la señal de “a la carga”, y gritó a sus comandantes: “¡Este es el instante de triunfar o morir!”. Desde todos los flancos, en torno al cerro El Cangrejo, el ejército libertador demolió a su enemigo. Entonces Barreiro, con la noche encima, ordenó la retirada. A pesar de la victoria, el saldo de muertos y heridos obligó a un receso para reorganizar los escuadrones. Los patriotas regresaron a Bonza y Barreiro se atrincheró con los suyos en Paipa.
El 5 de agosto, tras combates aislados en la región circunvecina, por el solitario camino de Toca, Bolívar volvió a sorprender a Barreiro y entró triunfante a Tunja. Fue un golpe letal para los realistas, que vieron cortadas sus líneas de comunicación, mientras el ejército libertador ganó más de 600 fusiles, además de provisiones y medicinas. Lo demás es historia conocida. El sábado 7 de agosto, cuando Barreiro buscaba moverse hacia Bogotá para encontrar apoyo del virrey Sámano, el ejército patriota le cortó el paso en el Puente de Boyacá.
Los hombres de Barreiro quedaron atrapados en una tenaza militar dispuesta por Bolívar desde lo alto de una colina y esa misma noche cayó prisionero el oficial español. Después de 75 días de una campaña digna de ser incluida en el sitial de las grandes gestas heroicas de todos los tiempos, el Libertador entró triunfante a Bogotá el martes 10 de agosto. Ya el virrey Sámano y su séquito habían huido hacia la costa Atlántica. Después de una eucaristía de acción de gracias y del envío de tropas a diversas regiones para asegurar la victoria, empezó la tarea de organizar la república.
Como Bolívar decidió viajar a Venezuela para continuar su lucha independentista, en calidad de vicepresidente asumió Francisco de Paula Santander. Los funcionarios realistas fueron sustituidos por patriotas y el 11 de octubre, el comandante de la tercera división del rey, coronel José María Barreiro, fue fusilado junto a 37 de sus oficiales. El general venezolano José Antonio Anzoátegui, mano derecha de Bolívar, quien debía asumir la misión de comandar el Ejército del Norte, falleció súbitamente en Pamplona (Norte de Santander) el 15 de noviembre.
Un mes después, el 17 de diciembre de 1819, en Angostura quedó aprobada la Ley Fundamental de la naciente república. Desde ese día, como quedó escrito en el texto aprobado por dignatarios de ambos territorios, Venezuela y la Nueva Granada quedaron reunidas “bajo el título glorioso de República de Colombia”. Con una extensión de 115.000 leguas cuadradas, la antigua Capitanía General de Venezuela y el Virreinato de la Nueva Granada se aliaron para persistir en su lucha común y cerraron un año que quedó enmarcado en la historia.
Lo que pasó después, y cómo el sueño de la Gran Colombia se deshizo entre rivalidades y caudillismos, tras una década de aciertos y excesos, hace parte de otro momento para recordar. Las obras humanas son falibles y la epopeya de Bolívar y Santander también lo fue. Pero lo que corresponde ahora, en este año bicentenario, es exaltar cómo la alianza de dos pueblos hizo posible una nación. Buena lección para quienes erráticamente en estos tiempos quieren hacer sonar clarines de guerra entre dos países cuya historia es también la de dos hermanos siameses.
Hace 200 años, en las primeras horas de 1819, mientras navegaba por el río Orinoco rumbo al cuartel de José Antonio Páez, el jefe supremo Simón Bolívar escribió al Consejo de Gobierno, que había constituido en Angostura, que avanzaba hacia una reunión de comandantes en San Juan de Payara. Llegó el 16 de enero y ese mismo día, ante su ejército, resumió el objetivo: “Llaneros, vosotros seréis independientes, aunque se oponga el mundo todo”. Fue el comienzo de un año histórico que ahora retorna a las primeras planas convertido en memoria.
Al tiempo que Bolívar recibía con beneplácito el efusivo apoyo de combatientes británicos, desde los llanos del Casanare, el general Francisco de Paula Santander afianzaba un ejército de vanguardia, que en diciembre de 1818 había constituido un gobierno provisional con plenitud de poder político y militar, en Pore. El día 23, el Libertador emprendió su regreso a Angostura, hoy llamada Ciudad Bolívar, y en los intervalos del viaje, dictando desde su hamaca, comenzó a configurar el memorable discurso que precisó la ruta para crear la nación.
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El que pronunció el 15 de febrero ante los 26 delegados del Congreso de Angostura que llegaron desde Caracas, Cumaná, Barinas, Guyana, Margarita y Casanare, para aceptar que la divisa común era la unidad y que las bases del gobierno republicano que forjaban eran “la soberanía del pueblo, la división de poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud y la abolición de la monarquía”. Una empresa que necesitaba de la valentía y el sacrificio de muchos hombres y mujeres que, desde el 2 de abril, empezaron a escribir esa historia de libertad.
Aquella tarde, a orillas del río Arauca, en las Queseras del Medio, la caballería española fue aplastada por 153 jinetes armados de lanzas, comandados por el León de Apure, José Antonio Páez. En el cuartel de Potreritos, Bolívar reconoció a los vencedores, pero les hizo ver que apenas era el preludio. “Preparaos al combate y contad con la victoria que lleváis en la punta de vuestras lanzas y bayonetas”. Desde el Casanare, llegaban noticias de que el ejército de Santander lograba impedir el intento de invasión del coronel realista José María Barreiro.
Al tiempo que Barreiro ordenaba la contramarcha a Tunja, o que en represalia el virrey Juan Sámano se ensañaba en Santa Fe de Bogotá con los patriotas, en Mantecal, sobre las márgenes del caño Caicara, Bolívar cambió los planes. Ya no habría marcha hacia Barinas sino hacia la Nueva Granada. El 24 de mayo, en una derruida choza situada en la aldea La Setenta, sentado sobre una calavera de res, Bolívar expuso a su estado mayor, encabezado por Carlos Soublette, José Antonio Anzoátegui y Pedro Briceño Méndez, su plan de invasión cruzando la cordillera de los Andes.
Y empezó la campaña libertadora. El 26 de mayo, 2.186 hombres armados de bayonetas y fusiles partieron hacia Guasdualito, acompañados por “las juanas”, centenares de mujeres que oficiaban como enfermeras o acompañantes de sus hombres. En doble jornada, el 4 de junio atravesaron el río Arauca y entraron al Casanare. Una semana después, Bolívar y Santander se encontraron en Tame. En medio del inclemente invierno se fusionaron los ejércitos y el contingente de llaneros, acostumbrados a domar caballos salvajes, se enfrentaban ahora a la naturaleza.
Por el camino de Pore y Paya, a finales de junio empezó el heroico ascenso al páramo de Pisba. Después de una travesía sobre espesos pantanos, el desafío fueron los riscos, el frío extremo, los desfiladeros, y nada más que musgo y liquen para alimentar a los caballos y bueyes. Algunos llaneros desertaron, otros murieron. A alturas superiores a los 4.000 metros, en un camino repleto de cruces anónimas y calaveras de hombres y animales que pagaron tributo al reto de atravesar la cordillera, el viento helado y el hambre cobraron muchas vidas.
Como lo narra el periodista y escritor Héctor Muñoz Bustamante en su obra Diario de la Independencia, “el camino quedó regado de cadáveres”. Todas las bestias de carga se perdieron, lo mismo que parte de la munición. Pero el 3 de julio, en el trayecto entre Pisba y Pueblo Viejo, la compañera de un soldado entró en dolores de parto y se produjo el milagro. Acostada en la incipiente yerba, dio a luz a un niño que fue envuelto en camisas rotas. Tres días después, el “ejército de pordioseros”, como lo llamaba Barreiro, llegó a Socha.
Asistidos por el cura y el alcalde del pueblo, además de alimento y descanso, el ejército libertador recibió 18 cargas de ropa. Bolívar estableció un hospital de paso y una armería para reorganizar el avance. No muy lejos, en Tasco, arribaron las tropas del español Barreiro y, tras hacer prisioneros, ejecutaron a 38 patriotas. Espalda contra espalda y desnudos fueron atados por parejas. Hasta Juana Escobar, una mujer que protestó por la acción, fue incluida en la masacre. A lanzazos fueron asesinados. Sus cuerpos quedaron tirados en un corral.
En adelante, en Gámeza, Sativa, Betéitiva, Cerinza o Bonza, todo fue arrojo, táctica militar y apoyo popular. El 25 de julio se comenzó a sellar la Independencia. En un valle de seis kilómetros situado al oriente de Paipa, conocido como el Pantano de Vargas, se libró una de las batallas decisivas. “¡Ni Dios me quita la victoria!”, alcanzó a decir Barreiro confiado en su ofensiva. Cuando Bolívar creyó perdido el combate, bajo una lluvia torrencial, el coronel Juan José Rondón y sus lanceros cambiaron la historia.
Minutos después, cuando Bolívar vio que los llaneros de Rondón hacían estragos, ordenó al corneta tocar la señal de “a la carga”, y gritó a sus comandantes: “¡Este es el instante de triunfar o morir!”. Desde todos los flancos, en torno al cerro El Cangrejo, el ejército libertador demolió a su enemigo. Entonces Barreiro, con la noche encima, ordenó la retirada. A pesar de la victoria, el saldo de muertos y heridos obligó a un receso para reorganizar los escuadrones. Los patriotas regresaron a Bonza y Barreiro se atrincheró con los suyos en Paipa.
El 5 de agosto, tras combates aislados en la región circunvecina, por el solitario camino de Toca, Bolívar volvió a sorprender a Barreiro y entró triunfante a Tunja. Fue un golpe letal para los realistas, que vieron cortadas sus líneas de comunicación, mientras el ejército libertador ganó más de 600 fusiles, además de provisiones y medicinas. Lo demás es historia conocida. El sábado 7 de agosto, cuando Barreiro buscaba moverse hacia Bogotá para encontrar apoyo del virrey Sámano, el ejército patriota le cortó el paso en el Puente de Boyacá.
Los hombres de Barreiro quedaron atrapados en una tenaza militar dispuesta por Bolívar desde lo alto de una colina y esa misma noche cayó prisionero el oficial español. Después de 75 días de una campaña digna de ser incluida en el sitial de las grandes gestas heroicas de todos los tiempos, el Libertador entró triunfante a Bogotá el martes 10 de agosto. Ya el virrey Sámano y su séquito habían huido hacia la costa Atlántica. Después de una eucaristía de acción de gracias y del envío de tropas a diversas regiones para asegurar la victoria, empezó la tarea de organizar la república.
Como Bolívar decidió viajar a Venezuela para continuar su lucha independentista, en calidad de vicepresidente asumió Francisco de Paula Santander. Los funcionarios realistas fueron sustituidos por patriotas y el 11 de octubre, el comandante de la tercera división del rey, coronel José María Barreiro, fue fusilado junto a 37 de sus oficiales. El general venezolano José Antonio Anzoátegui, mano derecha de Bolívar, quien debía asumir la misión de comandar el Ejército del Norte, falleció súbitamente en Pamplona (Norte de Santander) el 15 de noviembre.
Un mes después, el 17 de diciembre de 1819, en Angostura quedó aprobada la Ley Fundamental de la naciente república. Desde ese día, como quedó escrito en el texto aprobado por dignatarios de ambos territorios, Venezuela y la Nueva Granada quedaron reunidas “bajo el título glorioso de República de Colombia”. Con una extensión de 115.000 leguas cuadradas, la antigua Capitanía General de Venezuela y el Virreinato de la Nueva Granada se aliaron para persistir en su lucha común y cerraron un año que quedó enmarcado en la historia.
Lo que pasó después, y cómo el sueño de la Gran Colombia se deshizo entre rivalidades y caudillismos, tras una década de aciertos y excesos, hace parte de otro momento para recordar. Las obras humanas son falibles y la epopeya de Bolívar y Santander también lo fue. Pero lo que corresponde ahora, en este año bicentenario, es exaltar cómo la alianza de dos pueblos hizo posible una nación. Buena lección para quienes erráticamente en estos tiempos quieren hacer sonar clarines de guerra entre dos países cuya historia es también la de dos hermanos siameses.