5 de febrero de 1991: el comienzo de un nuevo país con la Constituyente
A las 11:00 de la mañana fue la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente. La solemnidad de la jornada quedó empañada por choques políticos que llegaron a poner dudas sobre el proceso constitucional.
“El primer día del resto de nuestros días”. Este fue el título de uno de los artículos con los que El Espectador cubrió la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente, el 5 de febrero de 1991. Aunque las dudas eran varias y fueron consignadas por este diario, el titular fue premonitorio frente al impacto que tuvo dicho órgano para el futuro del país. El ambiente marcado por la violencia del narcotráfico, el paramilitarismo y las guerrillas, así como las fallidas reformas anteriores, hacían pensar que lo que se haría no tendría impactos, si acaso una ligera reforma al texto de la Carta Magna de 1886. Sin embargo, de allí salió una nueva Constitución, que trajo cambios de fondo y ha estado vigente hasta nuestros días. Eso sí, con algunos remiendos.
Lea también: La marca de las mujeres en la Constitución del 91
Este viernes, hace 30 años, el país estaba expectante a lo que iba a ocurrir en el Salón Boyacá del Congreso, donde la instalación de la Asamblea Constituyente estaba fijada para las 10:00 de la mañana. La ceremonia les puso fin a varios meses de controversias, de objeciones y de disputas sobre cómo iba a actuar este ente. Con tan solo ver los diarios del momento se observaba que el principio de 1991 estuvo marcado por las minuciosas discusiones sobre los temas que se iban a tratar, su funcionamiento y la forma en que las guerrillas del Epl, el Prt y Quintín Lame iban a entrar a la Constituyente, tras la dejación de las armas -la desmovilización del M-19 y la posibilidad de ser parte de la Asamblea los impulsó a reinsertarse-.
Además de estos cuestionamientos, también estaba sobre la mesa el producto que saldría del cuerpo colegiado. No era claro hasta dónde se llegaría. Mientras que algunos sectores seguían insistiendo en que solo se debían hacer algunos cambios a la Constitución de 1886, incluyendo varios de los temas de la fallida reforma del gobierno de Virgilio Barco, otros apostaban a un cambio de base, que diera paso a una nueva Carta Magna. Sobre este punto, incluso se llegó a pronunciar el futuro presidente Ernesto Samper, en ese entonces ministro de Desarrollo Económico: “Lo que los colombianos quieren no es otra reforma constitucional, sino una nueva Constitución. Una Constitución que los interprete, que les permita su máximo anhelo: volver a vivir en paz”.
Estas cuestiones fueron quedando a un lado al acercarse la fecha de la instalación. La agenda fue dominada por dos temas: el manual de funcionamiento de la Asamblea y los responsables de presidirla. Frente al primer asunto hubo dudas sobre la división por comisiones -unos pedían que fueran cinco y otros llegaban hasta ocho-, la cantidad de debates por tema y hasta el lugar de las sesiones. Por otro lado hubo un fuerte pulso por la presidencia. Mientras que los liberales la reclamaban para sí, por haber sacado la mayor cantidad de delegados, los miembros de las listas de la Alianza Democrática M-19 y del Movimiento de Salvación Nacional, liderado por Álvaro Gómez, pedían que fuera por turnos y que se les incluyera en la rotación.
Todo este tipo de diferencias hicieron que hubiera escepticismo frente a la Asamblea y su misión. La falta de definiciones y acuerdos llevó a pensar que el órgano constituyente estaba contaminado con la misma politiquería que imperaba en el Congreso. Varios sectores pedían al país que “no se hiciera ilusiones” e incluso este diario, un día antes de la instalación, llegó a titular que “Sin grandeza, arranca la Constituyente”. Y se agregó: “Cuando se esperaba que el proceso de reforma constitucional despegara con toda majestuosidad y grandeza, se observa que aún persisten el desacuerdo y las discusiones bizantinas en torno a quién o quiénes presidirán la Asamblea Constituyente que se instalará mañana”. Por otro lado, también se llamó la atención sobre los millonarios gastos para el pago de sus miembros y para adecuar el lugar de las sesiones.
Con una hora de retraso, la instalación de la Asamblea Constituyente de 1991 comenzó el 5 de febrero a las 11:00 de la mañana. Los constituyentes Aída Avella y Carlos Daniel Abello, como presidentes interinos, se encargaron de llamar a lista y dar un discurso inaugural, que, en el caso de la dirigente de la UP, se centró en una “invocación a la paz, a la concordia y al cese al fuego”. Luego, los asambleístas juraron sobre la Constitución de 1886 y dieron un golpe de autoridad al declarar la Constituyente “autónoma, soberana, libre e independiente”. Minutos después fue el turno del presidente César Gaviria, con un discurso de 23 páginas en el que expresó el proyecto de reforma que tenía pensado el Gobierno e hizo una invitación para el sometimiento de los armados.
En esa mañana bogotana, el Salón Boyacá del Congreso estuvo apretujado con más de 500 personas: 69 constituyentes, varios expresidentes, el presidente y su esposa, periodistas y otros asistentes. A pesar de la solemnidad del momento, tras la instalación oficial se volvió a los choques políticos por la organización de la Asamblea y su presidencia. Tal fue la disputa, que el líder caucano Lorenzo Muelas, asambleísta por las poblaciones indígenas, llamó la atención a sus compañeros “a través de un lenguaje popular”: “Nos espera algo muy grande para los 30 millones de colombianos. Defendamos los derechos de cada uno. Aprendan de los indígenas, que tomamos soluciones con base en consenso y no en hegemonías. Tenemos una gran responsabilidad con la política nacional”.
Al final de la jornada el regaño de Muelas quedó registrado como una anécdota más y solo se pudieron sacar adelante cuatro artículos del reglamento. Esta primera sesión prendió las alarmas sobre la presencia de “algunos vicios del Congreso: discusiones manzanillistas, hegemónicas, bizantinas e insulsas”. El panorama no cambió mucho en las siguientes sesiones y tomó casi dos semanas en definir la estructura del cuerpo colegiado. Al final se acordó que fueran cinco comisiones y que la presidencia fuera entre Horacio Serpa (liberal), Antonio Navarro Wolf (ADM-19) y Álvaro Gómez (Salvación Nacional). Para colmo de males, el primer mes se fue en las exposiciones de cada constituyente sobre sus ideas para la nueva Constitución.
Como estaba fijo que la Asamblea iría sí o sí hasta el 4 de julio de 1991, los siguientes cuatro meses fueron de trabajo a marchas forzadas para sacar a contrarreloj la nueva Constitución. No obstante, al final, el resultado cambió al país. La razón fue, en gran parte, que la Constituyente entendió su responsabilidad y sirvió de espacio inédito: por primera vez múltiples sectores participaron en la redacción de una Constitución, no solo el bando vencedor; por primera vez las mujeres participaron de la redacción de la Carta Magna y sus derechos fueron incluidos; también los indígenas y afros tuvieron representantes y se incluyeron en el texto constitucional; por primera vez expresiones religiosas ajenas al catolicismo tuvieron voz y fueron reconocidas; por primera vez el país unido se decidió por la paz y un futuro diferente a la violencia.
“El primer día del resto de nuestros días”. Este fue el título de uno de los artículos con los que El Espectador cubrió la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente, el 5 de febrero de 1991. Aunque las dudas eran varias y fueron consignadas por este diario, el titular fue premonitorio frente al impacto que tuvo dicho órgano para el futuro del país. El ambiente marcado por la violencia del narcotráfico, el paramilitarismo y las guerrillas, así como las fallidas reformas anteriores, hacían pensar que lo que se haría no tendría impactos, si acaso una ligera reforma al texto de la Carta Magna de 1886. Sin embargo, de allí salió una nueva Constitución, que trajo cambios de fondo y ha estado vigente hasta nuestros días. Eso sí, con algunos remiendos.
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Este viernes, hace 30 años, el país estaba expectante a lo que iba a ocurrir en el Salón Boyacá del Congreso, donde la instalación de la Asamblea Constituyente estaba fijada para las 10:00 de la mañana. La ceremonia les puso fin a varios meses de controversias, de objeciones y de disputas sobre cómo iba a actuar este ente. Con tan solo ver los diarios del momento se observaba que el principio de 1991 estuvo marcado por las minuciosas discusiones sobre los temas que se iban a tratar, su funcionamiento y la forma en que las guerrillas del Epl, el Prt y Quintín Lame iban a entrar a la Constituyente, tras la dejación de las armas -la desmovilización del M-19 y la posibilidad de ser parte de la Asamblea los impulsó a reinsertarse-.
Además de estos cuestionamientos, también estaba sobre la mesa el producto que saldría del cuerpo colegiado. No era claro hasta dónde se llegaría. Mientras que algunos sectores seguían insistiendo en que solo se debían hacer algunos cambios a la Constitución de 1886, incluyendo varios de los temas de la fallida reforma del gobierno de Virgilio Barco, otros apostaban a un cambio de base, que diera paso a una nueva Carta Magna. Sobre este punto, incluso se llegó a pronunciar el futuro presidente Ernesto Samper, en ese entonces ministro de Desarrollo Económico: “Lo que los colombianos quieren no es otra reforma constitucional, sino una nueva Constitución. Una Constitución que los interprete, que les permita su máximo anhelo: volver a vivir en paz”.
Estas cuestiones fueron quedando a un lado al acercarse la fecha de la instalación. La agenda fue dominada por dos temas: el manual de funcionamiento de la Asamblea y los responsables de presidirla. Frente al primer asunto hubo dudas sobre la división por comisiones -unos pedían que fueran cinco y otros llegaban hasta ocho-, la cantidad de debates por tema y hasta el lugar de las sesiones. Por otro lado hubo un fuerte pulso por la presidencia. Mientras que los liberales la reclamaban para sí, por haber sacado la mayor cantidad de delegados, los miembros de las listas de la Alianza Democrática M-19 y del Movimiento de Salvación Nacional, liderado por Álvaro Gómez, pedían que fuera por turnos y que se les incluyera en la rotación.
Todo este tipo de diferencias hicieron que hubiera escepticismo frente a la Asamblea y su misión. La falta de definiciones y acuerdos llevó a pensar que el órgano constituyente estaba contaminado con la misma politiquería que imperaba en el Congreso. Varios sectores pedían al país que “no se hiciera ilusiones” e incluso este diario, un día antes de la instalación, llegó a titular que “Sin grandeza, arranca la Constituyente”. Y se agregó: “Cuando se esperaba que el proceso de reforma constitucional despegara con toda majestuosidad y grandeza, se observa que aún persisten el desacuerdo y las discusiones bizantinas en torno a quién o quiénes presidirán la Asamblea Constituyente que se instalará mañana”. Por otro lado, también se llamó la atención sobre los millonarios gastos para el pago de sus miembros y para adecuar el lugar de las sesiones.
Con una hora de retraso, la instalación de la Asamblea Constituyente de 1991 comenzó el 5 de febrero a las 11:00 de la mañana. Los constituyentes Aída Avella y Carlos Daniel Abello, como presidentes interinos, se encargaron de llamar a lista y dar un discurso inaugural, que, en el caso de la dirigente de la UP, se centró en una “invocación a la paz, a la concordia y al cese al fuego”. Luego, los asambleístas juraron sobre la Constitución de 1886 y dieron un golpe de autoridad al declarar la Constituyente “autónoma, soberana, libre e independiente”. Minutos después fue el turno del presidente César Gaviria, con un discurso de 23 páginas en el que expresó el proyecto de reforma que tenía pensado el Gobierno e hizo una invitación para el sometimiento de los armados.
En esa mañana bogotana, el Salón Boyacá del Congreso estuvo apretujado con más de 500 personas: 69 constituyentes, varios expresidentes, el presidente y su esposa, periodistas y otros asistentes. A pesar de la solemnidad del momento, tras la instalación oficial se volvió a los choques políticos por la organización de la Asamblea y su presidencia. Tal fue la disputa, que el líder caucano Lorenzo Muelas, asambleísta por las poblaciones indígenas, llamó la atención a sus compañeros “a través de un lenguaje popular”: “Nos espera algo muy grande para los 30 millones de colombianos. Defendamos los derechos de cada uno. Aprendan de los indígenas, que tomamos soluciones con base en consenso y no en hegemonías. Tenemos una gran responsabilidad con la política nacional”.
Al final de la jornada el regaño de Muelas quedó registrado como una anécdota más y solo se pudieron sacar adelante cuatro artículos del reglamento. Esta primera sesión prendió las alarmas sobre la presencia de “algunos vicios del Congreso: discusiones manzanillistas, hegemónicas, bizantinas e insulsas”. El panorama no cambió mucho en las siguientes sesiones y tomó casi dos semanas en definir la estructura del cuerpo colegiado. Al final se acordó que fueran cinco comisiones y que la presidencia fuera entre Horacio Serpa (liberal), Antonio Navarro Wolf (ADM-19) y Álvaro Gómez (Salvación Nacional). Para colmo de males, el primer mes se fue en las exposiciones de cada constituyente sobre sus ideas para la nueva Constitución.
Como estaba fijo que la Asamblea iría sí o sí hasta el 4 de julio de 1991, los siguientes cuatro meses fueron de trabajo a marchas forzadas para sacar a contrarreloj la nueva Constitución. No obstante, al final, el resultado cambió al país. La razón fue, en gran parte, que la Constituyente entendió su responsabilidad y sirvió de espacio inédito: por primera vez múltiples sectores participaron en la redacción de una Constitución, no solo el bando vencedor; por primera vez las mujeres participaron de la redacción de la Carta Magna y sus derechos fueron incluidos; también los indígenas y afros tuvieron representantes y se incluyeron en el texto constitucional; por primera vez expresiones religiosas ajenas al catolicismo tuvieron voz y fueron reconocidas; por primera vez el país unido se decidió por la paz y un futuro diferente a la violencia.