Publicidad

Alejandro Gaviria: “El presidente está dividiendo el país y planteando odio”

Charla con el exministro de Educación de Gustavo Petro por su nuevo libro filosófico político “El desdén de los dioses. Presagios de un mundo apocalíptico”.

Nelson Fredy  Padilla
21 de julio de 2024 - 02:00 p. m.
"Hay un paso muy pequeño entre las palabras de odio y la violencia, y eso es lo que me preocupa de cara a las elecciones de 2026”, advierte Alejandro Gaviria, que está por decidir si será candidato presidencial o candidato al Senado.
"Hay un paso muy pequeño entre las palabras de odio y la violencia, y eso es lo que me preocupa de cara a las elecciones de 2026”, advierte Alejandro Gaviria, que está por decidir si será candidato presidencial o candidato al Senado.
Foto: Richard León

Entrevisté al exministro Alejandro Gaviria, ingeniero, economista, exrector, excandidato, escritor, no para hablar de las reformas a la salud y la educación, sino para charlar de salud mental y educación social a partir de su más reciente libro El desdén de los dioses. Presagios de un mundo apocalíptico, del sello editorial Debate.

En este libro explora varias fronteras morales del ser humano como el odio. ¿Por qué es importante reflexionar sobre el odio en este país?

En este país y en el mundo. Siempre he tenido una idea que no solamente está desarrollada en este libro, sino en obras anteriores, de que estamos en una época de locura. La combinación del cambio tecnológico, la inminencia de la crisis climática, los nacionalismos que arrecian, el populismo tomándose los sistemas democráticos en buena parte del mundo... Estamos viviendo una transición y no sabemos muy bien hacia dónde vamos como humanidad. El libro trasciende las fronteras de Colombia y tiene ese hilo conductor. Son relatos breves, yo los llamo ensayos ficcionalizados. Algunos son historias, otros tienen un componente más reflexivo. No lo escribí desde la indignación, ni con un afán justiciero, sino con cierto sentido de lo trágico.

Parece lógico pensar trágicamente en la sociedad colombiana, donde todos los días uno se levanta y en las nuevas tribunas públicas, que son las redes sociales, se destila odio. ¿Pensó en eso mientras escribía?

Este ejercicio fue para mí un refugio. En los anteriores partía de una especie de índice y ya lleno de anotaciones. Aquí hice una especie de abstracción. Me llegaba una idea, una historia que yo quería utilizar para plantear sobre esta locura. Pero me abstraía de esa realidad y pasaba horas sin mirar, por ejemplo, las redes sociales, que es el mayor escenario del odio. En este libro, a pesar de que el odio está por ahí, es una presencia ominosa. También hay amor, redención y una especie de defensa de eso que uno podría llamar, un poco de manera grandilocuente, el humanismo.

Difícil sustraerse de la realidad política mientras el presidente Gustavo Petro le hace señalamientos en la red X cada semana y usted lo entutela por haberlo acusado de la desviación de $1,5 billones de la educación.

Es difícil, por eso vamos a impugnar la tutela ante el Consejo de Estado y luego queremos que la Corte Constitucional la revise.

Y todo esto ocurre mientras el Gobierno habla de buscar un acuerdo nacional. Su libro especula sobre el poder político y explora hasta el poder de la palabra. ¿Cómo poner al servicio de un diálogo nacional palabras despojadas de odio?

Yo no entiendo esa contradicción, esa paradoja; todos los días sale el nuevo ministro del Interior a hablar de un acuerdo nacional con un tono conciliador y el presidente por la tarde, el mismo día o simultáneamente, está básicamente dividiendo el país y planteando palabras de odio. Esta semana yo estaba en República Dominicana, dando una conferencia sobre el tema de salud. Ellos van 15 años atrás y no anticipan todo lo que se les viene encima. Y cuando vuelvo lo que veo es una declaración del presidente Petro sobre mí y es difícil no involucrarse.

¿Aparte de convocar un diálogo sincero, habría que debatir a partir de un lenguaje tolerante, empezando por el jefe de Estado, al que usted le respondió esta semana criticándolo por su “afán de odio”?

Cuando uno es funcionario, cuando uno tiene un poder en el Estado, se da cuenta de que hay dos tipos de poder: uno es el regulatorio, que es escribir un decreto, tramitar una ley. Pero el más importante, en mi opinión, siempre fue la palabra y que a uno le presten la atención, concitar la atención de todo el país. Y ese poder es muy grande para el presidente. Si las palabras son de odio, si lo que se transmite todos los días es una caricatura de la sociedad dividida artificialmente, cómo puede hablarse de acuerdo nacional. Entonces, estoy de acuerdo: tiene que haber un lenguaje coherente. Se ha planteado una especie de realidad paralela en que lo institucional, que representa aparentemente el ministro del Interior, habla de acuerdo nacional, pero el jefe de Estado insiste en las palabras de odio. Así es muy difícil. No sé cómo zanjar esa contradicción.

En el libro revisa escenarios apocalípticos para las naciones, por lo que aterrizo el tema futurista para preguntarle por qué ha manifestado en redes sociales preocupación sobre lo que pueda suceder en 2026, cuando Petro deje el poder. Como protagonista de la política, ¿qué va a hacer usted con estos niveles de agresividad?

Yo aspiro, por lo menos este año, a seguir participando activamente en los debates. Haré un ejercicio que es contrario al del libro, que es más reflexivo, publicando minicolumnas en redes sociales de 30 o 40 segundos, planteando temas para mantener cierta viabilidad política. Hay un cuento en el libro que se llama “Las matemáticas y la violencia”, sobre un estudiante que se va radicalizando, que tiene una especie de ecuación en su cabeza que define la realidad (yo la llamo capitalismo igual muerte), y da un paso, cruza una frontera, y la frontera es el uso de la violencia como forma de cambio social. Menciono esto porque siempre he creído que hay un paso muy pequeño entre las palabras de odio y la violencia, y eso es lo que me preocupa de cara al 2026. Que esas palabras de odio sean un germen para la violencia política. Y hablar de violencia política en Colombia no es hablar de ciencia ficción, es llamar la atención sobre lo que hemos vivido por muchos años. Mire lo que está pasando en Estados Unidos: la violencia política mezclándose con una época de locura.

En otros capítulos comparte dilemas morales sobre la responsabilidad de la sociedad en estos temas. ¿Es utópico seguir hablando de paz total en un clima así? ¿Este país sí puede caminar en el futuro hacia la tranquilidad?

Si uno lo mira panorámicamente, me parece muy difícil. Cuando uno ve la lógica de estas organizaciones criminales, que en el fondo es económica y financiera, uno podría decir ¿por qué no va a pasar lo mismo otra vez? O sea, que la paz total sea una negociación con los cabecillas de las organizaciones que se retiren y vayan a gozar sus fortunas construidas con las economías ilegales y otros vengan y otros vengan y otros vengan, y esto nunca termine. Una historia de nunca acabar. Localmente en Buenaventura, o lo que está pasando en algunos municipios de Nariño, se puede llegar a acuerdos, pero serán siempre frágiles, siempre precarios, y tienen que pensarse con la lógica territorial. Una paz total, entendida esa totalidad como con todos los grupos y de manera definitiva, sí me parece utópica.

¿Entonces cómo haría usted para plantear ese diálogo y que resultara eficaz y no alimentara esa guerra cíclica que vivimos?

Tiene que haber por parte de el Estado, primero una amenaza creíble; decir yo tengo buena voluntad, yo soy el Estado, yo lo represento.

¿Un poder realmente disuasivo?

Sí, claro. Si yo me siento a la mesa, yo tengo que tener la capacidad de levantarme también y el Estado está para eso. El origen primario del Estado es para proteger la vida de los ciudadanos. Y, segundo, tiene que haber una perspectiva de mediano plazo de decir: cómo vamos a construir oportunidades económicas con enfoque territorial. No se puede pensar globalmente porque la realidad de Tibú es muy distinta a la de Arauca, es muy distinta a la de Putumayo y muy distinta a la de Nariño. La del Cauca es distinta a la del sur de Bolívar y distinta a la del Magdalena Medio.

Percibí que siguió meditando conceptos como el fracaso, abordado en su libro anterior, “La explosión controlada”, sus memorias de esos frustrantes siete meses como ministro de Educación del gobierno Petro. Ese “mea culpa” parece transitar a este libro. A pesar de todo lo que ha intentado como candidato presidencial y ministro, ¿siente que el fracaso político está ahí, latente?

La reflexión del tema ahora es indirecta. Sobre las dificultades de la política en La explosión controlada, la idea del fracaso de la política electoral la abordo de manera directa. Este libro lo vi más como una manera de no hablar tanto de política, de alejarme de ese mundo. Más que el fracaso, tiene una visión de este mundo trágica, cierta resignación melancólica, cierta aceptación de que los problemas de la humanidad son difíciles.

¿Se apoyó en la filosofía, la metafísica, el arte, incluso la ciencia ficción, como una estrategia de escape a una realidad política que tal vez lo tiene saturado?

Sí, así lo veo. Fue un remanso para mí, un refugio; por eso hice también narraciones autobiográficas de recuerdos que se vienen por ahí. Antes había sido quizás un poco más pudoroso de no publicarlos y esta vez me aventuré un poco.

El tono de soledad existencial es intenso, tanto que contempla la pérdida de la fe. En cierto modo, ¿le ha perdido la fe a este país?

No, yo no he perdido la fe. Siempre me ha gustado practicar cierto optimismo. Este libro aborda lo apocalíptico, pero de una manera que es un poco paródica. Es un poco decir mire, esos escenarios pueden ser exagerados, hasta ridículos. Los llevo hasta la caricatura para parodiarlos. Hay una crítica al catastrofismo ambientalista que quiere acabar con el ser humano.

¿Por qué desde el título plantea esa teoría de que los dioses nos han abandonado?

Es una idea de división que cita Jorge Luis Borges, sobre que los dioses se aburrieron.

Luego de todo ese proceso que vivió, por ejemplo enfrentando el cáncer y superándolo, ¿no cambió su punto de vista espiritual afín al ateísmo?

Yo creo que me hizo un poco más espiritual. Lo sentí con un libro del poeta Ernesto Cardenal, que se llama Canto cósmico. Me volví un poco más afín a eso, a la conciencia cósmica, al existencialismo que tenía desde chiquito y mi papá se burlaba un poco de él. No lo llamaría religiosidad, pero sí espiritualidad. Y está presente en este libro.

¿En qué lo cambió ese diálogo con la muerte?

Me hizo más consciente y lo abordo en el cuento que se llama “Los inmortales”, que es sobre la muerte y es un homenaje a Tatiana Andia, una gran amiga que tiene un cáncer terminal. Eso me llevó a una conversación que yo había tenido con un tío acerca de una frase de Antonio Machado que decía “detén el paso, detén el paso”. Esa es la sensibilidad que despertó mi contacto con la muerte, cuando a uno le dicen tiene cáncer y tiene una probabilidad muy alta de morirse. Algo cambia. Empecé a ver la belleza como una especie de augurio, de presagio de la muerte. Somos máquinas deleznables, nos estamos desbaratando y la vida es una lucha perdida de antemano contra la entropía. En el relato una científica trata de crear una pastillita que aumente la esperanza de vida de una persona de 70 años de manera sustancial.

Y hay otros relatos sobre la tecnología, sus ventajas y sus peligros.

Sí. Hay uno sobre inteligencia artificial y otros sobre formas un poco extrañas de inmortalidad.

A partir de uno de esos, le pregunto, ¿qué chip quisiera que le implantaran en el cerebro?

Sabe cuál. Yo he tenido una frustración en la vida que es no saber más idiomas. Hace poquito estuve en Berlín y pensaba qué bueno saber alemán, entrar a una librería y tener el contacto con esa lengua y hacerla propia. También me encantaría poder leer en ruso.

¿No quisiera sacarse el chip de la política y dejarse implantado solo el de escritor?

Es una buena pregunta. La política tiene un sentido y relevancia. Me ha permitido vivir más intensamente en ciertos momentos, aprender ciertas cosas de la realidad. Y si sigo aquí, un poco arrastrando los pies, es porque quizá no quiero sacármelo del todo.

¿Seguirá perseverando en el tema político?

Pues a mi manera. Sin sacrificarlo todo, sin perder cierta autenticidad, porque el mundo de la política puede llevarlo a uno a una traición constante a sí mismo.

¿Será candidato presidencial para las elecciones de 2026?

Por ahora lo que tengo como objetivo es seguir opinando. No solamente la vía presidencial es la que estoy considerando. Por ejemplo, a mí me parece que encabezar una lista al Senado podría ser una posibilidad también. Ahí estoy. Tengo lo que falta de 2024 —porque la campaña todavía no empieza— para hacer esa reflexión y tomar una decisión definitiva.

Pero en un país tan violento como este, seguir en ese plan implica riesgos. Y se lo planteo porque usted había descansado de los escoltas y otra vez lo veo con seguridad permanente. ¿Lo amenazaron?

Tengo un esquema de la UNP que recibí en en la parte más álgida de la discusión de la reforma a la salud, luego de unos mensajes de WhatsApp en los que me decían: “Usted y su esposa váyanse del país o aténganse a las consecuencias”. En Colombia hay cosas que uno no se puede tomar a la ligera y una de esas es las amenazas.

Para no quedarnos en la visión apocalíptica, hago la salvedad de que en libro también se da espacio para revisar el amor, por ejemplo el que le tuvo a su padre. ¿Si lo tuviera al frente hoy le diría sin miedo que lo ama?

En el libro mi relación con mi padre salió más a flote. En uno de los cuentos yo digo que a veces conversamos más fácilmente con los muertos, y el amor a mi padre está desde el primer relato de un viaje que hicimos a conocer las estatuas de San Agustín y hay un niño reflexivo sentado en la parte de atrás de un pequeño carro de otros tiempos, pendiente de lo que dice el papá.

¿Así pudo romper ese silencio que acompañó esa relación en vida? ¿Qué le diría?

Le mostraría este cuento, le diría que tuvimos conversaciones que nunca tuvimos. Por ejemplo, mi papá, Juan Felipe Gaviria, fue alcalde de Medellín cuando el fenómeno de Pablo Escobar estaba surgiendo, en 1983. Yo nunca le dije hablemos sobre esa época, sobre lo que estaba haciendo. Habría ido más a visitarlo a Medellín. Nos saludamos de beso hasta el último día de su vida. Murió en 2019. Cuando yo fui después a saludar a mi mamá, que fue la primera visita que hice después de la muerte de mi papá, me recogió un señor que había trabajado con él en la Universidad EAFIT, había sido su conductor, y me dijo: ‘Usted no sabe todo lo que lo admiraba su papá”. Ese amor estaba hecho de silencios, como tantos amores.

¿La sociedad colombiana encontrará las palabras para superar los silencios que tanto nos dividen?

Es difícil, pero a veces el silencio también es importante. Hay silencios más enfáticos que las palabras.

Nelson Fredy  Padilla

Por Nelson Fredy Padilla

Periodista desde 1989, magíster en escrituras creativas, autor de cinco libros, catedrático de periodismo y literatura desde 1995, y profesor de la maestría de escrituras creativas de la Universidad Nacional, del Instituto de Prensa de la SIP y de la Escuela Global de Dejusticia.@NelsonFredyPadinpadilla@elespectador.com

Temas recomendados:

 

Dion Casio(66071)22 de julio de 2024 - 06:45 p. m.
Por lo que veo este sujeto es un ex... ex... ex esto y lo otro. SIMPLEMENTE COMO CUALQUIER VECINO RESPIRA POR LA HERIDA POR NO HABER PODIDO SER PRESIDENTE, UNO MÁS DEL CORTE DE PASTRANA, URIBE O DUQUE.
GERMAN(zchkr)22 de julio de 2024 - 03:22 p. m.
QUE MAN TAN REPELENTE, FASTIDIOSO, DA ASCO ESCUCHARLO. OTRO VIUDO DE PODER Y MERMELADA CON PATALETAS DE AHOGADO.
DONALDO(67774)22 de julio de 2024 - 01:10 p. m.
Al final de su gobierno, Petro cosechará mucho amor entre la muchedumbre (pobres) maltratada y envilecida por otros gobiernos. Esa muchedumbre no es 'inclusiva' en la cabeza de los intelectuales de élites.
ERWIN(18151)22 de julio de 2024 - 12:19 p. m.
alejandrito.mal sujeto ..e inepto ...mala leche .
Helena(66766)22 de julio de 2024 - 04:25 a. m.
Yo también creí que era buena opción alguna vez, pero con su actuar demostró que es tibio. Recuerdo la crema de Medellín cuando se postuló para presidente, de manera baja y rastrera le sacaron trapos al sol, hoy esos mismos lo adulan y se creyó de mejor linaje…. Y en esas se perdió! Bla bla bla
Ver más comentarios
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar