Análisis de Rodrigo Pardo: El primer año de Petro
Hoy se ha hecho muy frecuente, en casi todas partes, que los analistas de la política y la economía se esfuerzan por entender y explicar los malos registros de los gobernantes en las encuestas que miden su imagen, y las estadísticas que golpean a quienes están en el poder.
Rodrigo Pardo* Especial para El Espectador
En las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 1992, Bill Clinton venció a George W. Bush. Entonces se dijo que la victoria del candidato demócrata se debía a que entendió mejor que sus rivales el momento que atravesaba el país y los sentimientos mayoritarios de la gente.
Clinton mandó a hacer una pequeña tableta que puso encima de su escritorio y decía: “Es la economía, estúpido”, con la que buscaba recordarle al público que las encuestas de su campaña mostraban que la mayor preocupación de los electores estaba en el ámbito de la economía: caída en la producción, desempleo amenazante y falta de oportunidades. Los asuntos cercanos y personales, y no los internacionales, ni la paz, ni la guerra.
Y así ha sido siempre. En momentos en los que economía anda mal y están afectadas las expectativas —o las realidades— sobre la vida cotidiana, a quienes están en el poder les toca enfrentar el desgaste generado por las falencias de la gente. Con justicia o sin ella, a quienes están en el poder les pasan factura por los malos momentos de la actividad económica que, al fin y al cabo, están asociados con desempleo, a veces con inflación y pérdida de oportunidades.
Lea: Análisis de Rodrigo Pardo: ¿Una nueva Guerra Fría?
No hace falta forzar comparaciones de momentos distintos, pero críticos de la economía, pues cada uno de ellos tiene sus características y sus efectos —negativos, eso sí— sobre los ciudadanos. Y no sobra recordar estas reflexiones cuando la pandemia del coronavirus —o covid-19— ha golpeado tan duro y en todas partes. Un impacto semejante tiene implicaciones políticas que se sienten en todas las latitudes. No es el momento de los mandatarios populares y exitosos.
Hoy se ha hecho muy frecuente, en casi todas partes, que los analistas de la política y la economía se esfuerzan por entender y explicar los malos registros de los gobernantes en las encuestas que miden su imagen, y las estadísticas que golpean a quienes están en el poder. Si la próxima elección de Estados Unidos se concreta entre el actual mandatario, Joe Biden, y su antecesor, Donald Trump, y no hay cambios significativos en el estado de ánimo de la gente, será la competencia entre dos nombres con más amplio rechazo de los votantes.
¿Estamos en momentos en los que se está devolviendo el péndulo de la política hacia la derecha? También en Francia, el presidente y sus fuerzas han perdido simpatías y en marzo de este año cayó al punto más bajo de su período. En cada lugar, desde luego, hay condiciones propias que profundizan o alivian la situación sobre la imagen de los líderes y funcionarios del gobierno, pero, en general, son tiempos difíciles para quienes compiten por el favor popular y el apoyo de la gente. Las teorías van desde una revisión profunda de las costumbres políticas hasta el debilitamiento de la democracia.
¿Cómo se ve la Colombia de Gustavo Petro en un escenario así? Las cifras no le son favorables. La semana pasada se publicó la última encuesta de Invamer, realizada del 16 al 24 de junio. La imagen del mandatario aparece golpeada en forma significativa: la desfavorabilidad se incrementó hasta el 61 %, cuatro puntos más que en la última medición. La imagen favorable está en un 33 %, que es baja para un mandatario que aún no ha cumplido su primer año. El estudio retrata un momento que se caracteriza por las percepciones negativas de los ciudadanos.
Le puede interesar: Washington y Petro: ¿del mismo lado?
Petro, como presidente, ha pagado un precio en popularidad y confianza. La combinación del mal momento que atraviesan los ciudadanos (pandemia, situaciones de crisis, debilidad en las instituciones) y de errores cometidos por el alto gobierno (falta de claridad, explicaciones débiles sobre la gestión, un discurso confuso y cambiante sobre cuáles son las prioridades) conforman un cuadro difícil y riesgoso, sobre todo para un gobierno que aún permanece joven y no ha tenido tiempo para el desgaste.
Difícil, en fin, el panorama dibujado por la encuesta de Invamer publicada esta semana. Sobre todo porque se trata de una fotografía del primer año del nuevo gobierno, en la que el 70 % de los interrogados afirma que el país va por mal camino. ¿Qué se puede esperar para los próximos tres? ¿El famoso cambio está en marcha, pero no se ha entendido? O ¿cuál de los principales jugadores en la vida pública es el que mejor lo ha comprendido?
En las elecciones presidenciales de Estados Unidos de 1992, Bill Clinton venció a George W. Bush. Entonces se dijo que la victoria del candidato demócrata se debía a que entendió mejor que sus rivales el momento que atravesaba el país y los sentimientos mayoritarios de la gente.
Clinton mandó a hacer una pequeña tableta que puso encima de su escritorio y decía: “Es la economía, estúpido”, con la que buscaba recordarle al público que las encuestas de su campaña mostraban que la mayor preocupación de los electores estaba en el ámbito de la economía: caída en la producción, desempleo amenazante y falta de oportunidades. Los asuntos cercanos y personales, y no los internacionales, ni la paz, ni la guerra.
Y así ha sido siempre. En momentos en los que economía anda mal y están afectadas las expectativas —o las realidades— sobre la vida cotidiana, a quienes están en el poder les toca enfrentar el desgaste generado por las falencias de la gente. Con justicia o sin ella, a quienes están en el poder les pasan factura por los malos momentos de la actividad económica que, al fin y al cabo, están asociados con desempleo, a veces con inflación y pérdida de oportunidades.
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No hace falta forzar comparaciones de momentos distintos, pero críticos de la economía, pues cada uno de ellos tiene sus características y sus efectos —negativos, eso sí— sobre los ciudadanos. Y no sobra recordar estas reflexiones cuando la pandemia del coronavirus —o covid-19— ha golpeado tan duro y en todas partes. Un impacto semejante tiene implicaciones políticas que se sienten en todas las latitudes. No es el momento de los mandatarios populares y exitosos.
Hoy se ha hecho muy frecuente, en casi todas partes, que los analistas de la política y la economía se esfuerzan por entender y explicar los malos registros de los gobernantes en las encuestas que miden su imagen, y las estadísticas que golpean a quienes están en el poder. Si la próxima elección de Estados Unidos se concreta entre el actual mandatario, Joe Biden, y su antecesor, Donald Trump, y no hay cambios significativos en el estado de ánimo de la gente, será la competencia entre dos nombres con más amplio rechazo de los votantes.
¿Estamos en momentos en los que se está devolviendo el péndulo de la política hacia la derecha? También en Francia, el presidente y sus fuerzas han perdido simpatías y en marzo de este año cayó al punto más bajo de su período. En cada lugar, desde luego, hay condiciones propias que profundizan o alivian la situación sobre la imagen de los líderes y funcionarios del gobierno, pero, en general, son tiempos difíciles para quienes compiten por el favor popular y el apoyo de la gente. Las teorías van desde una revisión profunda de las costumbres políticas hasta el debilitamiento de la democracia.
¿Cómo se ve la Colombia de Gustavo Petro en un escenario así? Las cifras no le son favorables. La semana pasada se publicó la última encuesta de Invamer, realizada del 16 al 24 de junio. La imagen del mandatario aparece golpeada en forma significativa: la desfavorabilidad se incrementó hasta el 61 %, cuatro puntos más que en la última medición. La imagen favorable está en un 33 %, que es baja para un mandatario que aún no ha cumplido su primer año. El estudio retrata un momento que se caracteriza por las percepciones negativas de los ciudadanos.
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Difícil, en fin, el panorama dibujado por la encuesta de Invamer publicada esta semana. Sobre todo porque se trata de una fotografía del primer año del nuevo gobierno, en la que el 70 % de los interrogados afirma que el país va por mal camino. ¿Qué se puede esperar para los próximos tres? ¿El famoso cambio está en marcha, pero no se ha entendido? O ¿cuál de los principales jugadores en la vida pública es el que mejor lo ha comprendido?