Análisis de Rodrigo Pardo: las Américas confusas
El panorama continental es inédito. Crisis económica, secuelas del coronavirus y confusión política. Todo un reto para Colombia y para todos.
Rodrigo Pardo * @RPardoGP / ESPECIAL PARA EL ESPECTADOR
El escenario de América Latina es particularmente cambiante y no es comparable con ningún otro del pasado. Basta mirar sus diferencias con el que existía cuando se llevó a cabo la primera Cumbre de las Américas, con Bill Clinton en la Casa Blanca, en 1994, en la ciudad de Miami. Asistieron todos los países de la región, menos Cuba, y las expectativas mayoritarias convergían en la búsqueda de una construcción pronta de mecanismos de cooperación en torno a los principios reinantes en materia de democracia y libre mercado. Conceptos como cooperación, unidad y paz eran mucho más frecuentes que ahora y el ambiente de optimismo reinaba, así como las opiniones comunes sobre los temas claves. (Recomendamos: Más análisis de Rodrigo Pardo, este sobre los discursos de balcón de Petro).
Las opiniones mayoritarias, en el espíritu del fin de la Guerra Fría, convergían en la fe en un incremento significativo de los niveles de cooperación para dejar atrás décadas de conflictos y diferencias. Se esperaba, en fin, que sería posible la construcción de un continente radicalmente distinto al que se observa hoy. Los consensos se han debilitado y ya no forman parte ni siquiera de la retórica formal de los mandatarios. Es decir, ni hay coincidencias claves, ni se buscan. Lo que existe es otro panorama sin esperanzas sobre la unidad en asuntos fundamentales. No hay consensos, ni buscarlos es hoy, como antes, una meta acogida por las mayorías y considerada factible.
El panorama interno es complejo y hostil. Y quedaron lejanos los escenarios de un hemisferio con mayorías alineadas con concepciones idealistas sobre cooperación en torno a la democracia, los derechos humanos, economías abiertas y mecanismos de paz. Estados Unidos ejercía un liderazgo no siempre bienvenido, pero casi frecuentemente efectivo, y a los actores externos se les sentía lejanos. Hoy, más bien, lo que se siente extraño es el concepto de la Doctrina Truman (1947): la búsqueda de unidad hemisférica y de fomento a la cooperación regional para aislar el comunismo -la obsesión de esa época, en plena Guerra Fría-, pero con la construcción simultánea de instrumentos de cooperación y de democracia. Hoy se percibe, más bien, una evidente competencia entre los grandes actores del mundo -China y Rusia- para incrementar su poder, influencia y presencia en el continente, y se han debilitado los consensos y los instrumentos de cooperación hemisféricos. Son, definitivamente, otros tiempos.
Estados Unidos ha perdido liderazgo. Los panoramas de las cumbres de las Américas que se han realizado en su suelo -en 1994 y 2022- no podían ser más distintos. Sobre todo por la falta de unidad en las posturas frente a asuntos claves, que crecen a la sombra de la presencia creciente de poderes extrarregionales. La función del expresidente y candidato Donald Trump ha servido, precisamente, como alimento de la división y pérdida de consensos. Y a la administración Biden le han faltado claridad y contundencia. La edad del presidente -80 años, la más alta de la historia de su país- y su baja popularidad -40 %- alimentan la preocupación por la falta de liderazgos emergentes y por la falta de claridad en el panorama electoral.
En América Latina tampoco es alentador el panorama, en especial por la falta de unidad. Los proyectos progresistas no tienen una comunicación fluida entre ellos. Es decir, los gobiernos de Colombia (Petro), Brasil (Lula da Silva), Chile (Gabriel Boric), Argentina (Alberto Fernández) y Honduras (Xiomara Castro) tienen diferencias notables con la “otra izquierda”: la de Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua y Miguel Díaz-Canel en Cuba. Hay mayorías progresistas, pero para nada una posición única. La comunicación y los escenarios de cooperación no son claros entre gobiernos correligionarios, pero de matices muy distintos. Para no hablar de los que están gobernados por alternativas de derecha.
Un panorama, en fin, difícil y complejo desde el punto de vista político que se refleja también en los planos externos. Si algo caracteriza el momento, es una mezcla de efectos impredecibles de falta de consensos (¿cuál es el asunto que más preocupa) y falta de liderazgo (¿ocupará Lula el lugar?). Y las secuelas de la pandemia se sienten, sobre todo en las perspectivas de las economías regionales. Porque si algo está claro, es que el continente no será recordado por su eficacia en lidiar con el coronavirus y con sus secuelas.
* Periodista y excanciller de Colombia.
El escenario de América Latina es particularmente cambiante y no es comparable con ningún otro del pasado. Basta mirar sus diferencias con el que existía cuando se llevó a cabo la primera Cumbre de las Américas, con Bill Clinton en la Casa Blanca, en 1994, en la ciudad de Miami. Asistieron todos los países de la región, menos Cuba, y las expectativas mayoritarias convergían en la búsqueda de una construcción pronta de mecanismos de cooperación en torno a los principios reinantes en materia de democracia y libre mercado. Conceptos como cooperación, unidad y paz eran mucho más frecuentes que ahora y el ambiente de optimismo reinaba, así como las opiniones comunes sobre los temas claves. (Recomendamos: Más análisis de Rodrigo Pardo, este sobre los discursos de balcón de Petro).
Las opiniones mayoritarias, en el espíritu del fin de la Guerra Fría, convergían en la fe en un incremento significativo de los niveles de cooperación para dejar atrás décadas de conflictos y diferencias. Se esperaba, en fin, que sería posible la construcción de un continente radicalmente distinto al que se observa hoy. Los consensos se han debilitado y ya no forman parte ni siquiera de la retórica formal de los mandatarios. Es decir, ni hay coincidencias claves, ni se buscan. Lo que existe es otro panorama sin esperanzas sobre la unidad en asuntos fundamentales. No hay consensos, ni buscarlos es hoy, como antes, una meta acogida por las mayorías y considerada factible.
El panorama interno es complejo y hostil. Y quedaron lejanos los escenarios de un hemisferio con mayorías alineadas con concepciones idealistas sobre cooperación en torno a la democracia, los derechos humanos, economías abiertas y mecanismos de paz. Estados Unidos ejercía un liderazgo no siempre bienvenido, pero casi frecuentemente efectivo, y a los actores externos se les sentía lejanos. Hoy, más bien, lo que se siente extraño es el concepto de la Doctrina Truman (1947): la búsqueda de unidad hemisférica y de fomento a la cooperación regional para aislar el comunismo -la obsesión de esa época, en plena Guerra Fría-, pero con la construcción simultánea de instrumentos de cooperación y de democracia. Hoy se percibe, más bien, una evidente competencia entre los grandes actores del mundo -China y Rusia- para incrementar su poder, influencia y presencia en el continente, y se han debilitado los consensos y los instrumentos de cooperación hemisféricos. Son, definitivamente, otros tiempos.
Estados Unidos ha perdido liderazgo. Los panoramas de las cumbres de las Américas que se han realizado en su suelo -en 1994 y 2022- no podían ser más distintos. Sobre todo por la falta de unidad en las posturas frente a asuntos claves, que crecen a la sombra de la presencia creciente de poderes extrarregionales. La función del expresidente y candidato Donald Trump ha servido, precisamente, como alimento de la división y pérdida de consensos. Y a la administración Biden le han faltado claridad y contundencia. La edad del presidente -80 años, la más alta de la historia de su país- y su baja popularidad -40 %- alimentan la preocupación por la falta de liderazgos emergentes y por la falta de claridad en el panorama electoral.
En América Latina tampoco es alentador el panorama, en especial por la falta de unidad. Los proyectos progresistas no tienen una comunicación fluida entre ellos. Es decir, los gobiernos de Colombia (Petro), Brasil (Lula da Silva), Chile (Gabriel Boric), Argentina (Alberto Fernández) y Honduras (Xiomara Castro) tienen diferencias notables con la “otra izquierda”: la de Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua y Miguel Díaz-Canel en Cuba. Hay mayorías progresistas, pero para nada una posición única. La comunicación y los escenarios de cooperación no son claros entre gobiernos correligionarios, pero de matices muy distintos. Para no hablar de los que están gobernados por alternativas de derecha.
Un panorama, en fin, difícil y complejo desde el punto de vista político que se refleja también en los planos externos. Si algo caracteriza el momento, es una mezcla de efectos impredecibles de falta de consensos (¿cuál es el asunto que más preocupa) y falta de liderazgo (¿ocupará Lula el lugar?). Y las secuelas de la pandemia se sienten, sobre todo en las perspectivas de las economías regionales. Porque si algo está claro, es que el continente no será recordado por su eficacia en lidiar con el coronavirus y con sus secuelas.
* Periodista y excanciller de Colombia.