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Una sola estupidez y tres preguntas
La explicación de lo que está pasando es muy sencilla: el presidente de Colombia es el único de América Latina —y es el único gobernante del mundo— a quién se le ocurrió subir los impuestos en medio de la crisis social más grande que ha vivido el planeta en un siglo —y la peor que ha tenido Colombia en su historia—.
A partir de ese autogol monumental, las preguntas que quedan son igualmente obvias:
- ¿Por qué Duque decidió proponer un alza en los impuestos?
- ¿Por qué la gente y los distintos actores o sectores reaccionaron como han reaccionado?, y
- ¿Cómo saldremos de esta turbulencia?
1. ¿Por qué subir los impuestos?
La explicación del ahora exministro Carrasquilla es que el déficit fiscal se había vuelto insostenible a raíz de la pandemia. Ese déficit inevitablemente implicaría que Colombia pierda su grado de inversión, es decir, que se produzca el ciclo conocido de mayor deuda externa, inflación, devaluación y fuga de capitales.
Es un temor perfectamente razonable, y es lo que pensaría un ministro de Hacienda en épocas normales.
Por eso, después de mucha dudas y demoras, el gobierno presentó su proyecto de “Solidaridad Sostenible” cuyos 163 artículos tocaban los bolsillos de muchos colombianos de estratos 2 a 4 y al mismo tiempo prorrogaban la vigencia de los subsidios sociales que se habían adoptado a raíz de la pandemia.
“Necesitamos plata para seguir ayudando a los más golpeados por esta horrible crisis”: esta fue la justificación del gobierno y por eso el nombre —”solidaridad sostenible”— del proyecto.
Dudoso y mentiroso
Antes de examinar las reacciones de la gente, conviene despejar dos cuestiones económicas que vienen muy al caso:
-La idea ortodoxa de que el déficit fiscal significa inflación y eventual crisis cambiaria no es compartida por otras escuelas económicas, en especial la keynesiana y la “teoría monetaria moderna”. Más todavía: a raíz de la pandemia, los gobiernos de todos los países han aumentado el gasto en grandes proporciones, y no es claro que hoy valgan los temores habituales de que el déficit (a) cause inflación (porque no hay quien compre o demande las cosas), y/o (b) haga huir los capitales (¿para dónde se irían?).
Dicho de modo más simple: este no es el momento de la ortodoxia económica, y ninguno de los países industrializados está siendo ortodoxo. Colombia en cambio ha sido víctima de tres cosas: Su tradición de buen deudor y seguidor del Fondo Monetario Internacional (FMI); la Constitución de 1991, que se hizo para prohibir que el Banco de la República financie el gasto público, y la ideología o rigidez del ministro Carrasquilla, su discípulo Duque, la Junta Directiva del Banco de la República y el equipo de gobierno en su conjunto.
Lo de subir los impuestos para atender la pandemia era una mentira del ahora exministro. La verdad era otra:
- El hueco fiscal no se debe a la pandemia sino a que Uribe y sus ministros (Carrasquilla incluido) habían casi duplicado el gasto público gracias a la bonanza petrolera. Pues la bonanza se acabó en 2014 y la Nación dejó de recibir casi el 30% de sus ingresos: este es el hueco.
- Y sin embargo la reforma tributaria de Duque/Carrasquilla del 2019 disminuyó los ingresos del Estado. Las exenciones para empresas aumentaron en 8,2 billones, y el propio Min-Hacienda calculó que la carga tributaria bajaría del 16,6% del PIB en 2019 a 15,7% en 2030.
- Nuestro Estado tacaño ha destinado apenas un 2,8% del PIB a la pandemia, mientras que Estados Unidos, por ejemplo, ha dedicado un 24,8% (datos del FMI).
- Casi la mitad de ese 2,8% no es gasto sino un seguro de crédito para la banca privada. Y del restante 1,5%, más de la mitad resultó del manotazo que Carrasquilla les dio a los Fondos Regionales en mitad de una pandemia (primer decreto de Emergencia Económica).
Puede leer: Reforma tributaria: ¿solidaridad con la gente o con el ministro de Hacienda?
2. Reaccionan los actores y sectores
La estupidez de Duque y la mentira del ministro produjeron las respuestas perfectamente previsibles de las fuerzas que en Colombia se llaman fuerzas vivas, a saber:
-Primero los políticos que, en vísperas de elecciones, tendrían que estar locos para subir los impuestos de la gente. El jefe Uribe regañó a Duque y añadió con razón que el Centro Democrático sería el primer perjudicado. Este partido y sus socios gobiernistas sugirieron “ajustes” que destruían el proyecto, la oposición aprovechó el papayazo, y el Congreso al unísono se negó a tramitarlo. La reforma tributaria nació muerta.
-Pero la gente ya estaba indignada por todos los males, frustraciones e injusticias reales más las percibidas que son la historia pasada y reciente de Colombia. Súmele a eso las muertes por COVID, el encierro, el desempleo, la pobreza, la desigualdad, la incertidumbre y la desesperanza de estos doce meses, para llevar la olla de presión al paroxismo. Y añada un presidente pirómano que se le ocurre poner más impuestos.
-En las calles ocurrió lo que tenía que ocurrir. Ríos de gente buena con camisetas, pancartas, música y gestores que organizan el desfile y previenen la violencia, mujeres y hombres que marchan porque están hasta el cogote, porque ven marchar a otros y porque quieren ejercer el más elemental de los derechos en una democracia. Protestan contra una situación intolerable, aunque sus exigencias concretas vayan desde la renta mínima hasta la defensa de los animales, desde la matrícula gratis hasta la reducción del tamaño del Congreso, desde la vacuna inmediata hasta la reapertura de los bares, desde permitir los mototaxis hasta la renuncia del presidente Duque (aunque no noten que Marta Lucía sería su reemplazo).
-Los sindicatos y el Comité del Paro que se había autonombrado en 2019 salieron a la calle y sacaron pecho por tumbar una reforma que había nacido muerta. Después tejieron con babas un pliego de peticiones cuyo costo los gremios por supuesto “calcularon” en 81 billones de pesos (unas cuatro reformas tributarias) y que consta de demandas tan sencillas como “6. No discriminación de género, diversidad sexual y étnica” (que de paso y, además, es lo que manda la Carta desde 1991).
-En las calles también ocurrieron las otras cosas que tenía que ocurrir. Muchachos entre 15 y 25 años llenos de rabia y de hormonas, los jóvenes sin dinero y sin futuro de todas las ciudades y los pueblos que lanzan piedras contra los policías. Los “vándalos” movidos por ideologías lunáticas que hay tantas, los hambrientos que se suman al saqueo, los comerciantes que se arman para defenderse, los que incendian buses, los pedazos de guerrilla que subsisten, más los GAO, los hampones de todos los pelambres y los que piensan que la revolución se hace incendiando estaciones o quemando policías.
-La policía antimotines en todas partes del mundo usa y usará la fuerza bruta, más todavía cuando la nuestra es una Policía militarizada y endurecida por medio siglo de “conflicto interno”, cuando todos los presidentes de Colombia se han puesto el uniforme en lugar de dirigir la Fuerza Pública, cuando Duque tiene además instintos de derecha, cuando Uribe lo aúpa, cuando los policías también están hasta el cogote tras un año de pandemia, cuando les tiran piedra o los patean o tratan de matarlos, cuando el fiscal, la procuradora y el defensor del pueblo son fichas de Duque, cuando el Congreso no ejerce su control político y las Cortes se alinean con el presidente. Dos docenas de muertos (según parece) algunos en condiciones de indefensión o alevosía que los hace del todo repugnantes: es la noticia mundial desde Colombia.
3. ¿A dónde parará esto?
Más que la teoría ignorante o paranoica de la “revolución molecular disipada” que ha puesto a circular el uribismo, el riesgo que en realidad corre Colombia es del escalamiento de la turbulencia o lo que llaman los analistas serios el “dilema de Schelling”: si el Estado reprime demasiado la gente se levanta, y si no la reprime lo desbordan las exigencias crecientes de la gente.
Esta espiral de muertes y protestas puede llevar la sociedad al caos o hasta el punto de que una fuerza organizada se adueñe del Palacio, los medios de comunicación y los demás centros de poder: esta es la gota de verdad que hay en la idiotez de la “revolución molecular disipada”. Le falta la verdad de que en Colombia hay una sola fuerza organizada y capaz de ocupar esos centros de poder: el Ejército. Y en el caso de Duque, antes que un golpe, tendríamos una militarización completa del país y una violencia de Estado duradera.
Ese escenario extremo ya parece alejarse porque las gentes buenas y las fuerzas vivas de Colombia han ido respondiendo…como era previsible que lo hicieran, a saber:
– Transeúntes, comerciantes y vecinos sufren con los trancones, bloqueos y desmanes, los que tienen algo que perder piden más policía, otros muchos se asustan y se quedan en casa, los jóvenes en su inmensa mayoría no quieren más violencia, las protestas se vuelven pacíficas y los que marchan acaban por cansarse. Este es el ciclo normal o típico de las movilizaciones callejeras en todas partes del mundo.
-Álvaro Uribe y Luis Carlos Sarmiento le explican a Duque que su estupidez lo ha convertido en el jefe de campaña de Petro y que además “se tiró” la economía. Duque retira la reforma que nació muerta, renuncia a Carrasquilla y nombra al ministro que venía trabajando con los gremios durante la pandemia, éste anuncia una reforma más barata y el susto de los ricos ha llegado hasta el punto de que la ANDI pide que “no toque a nadie más…cóbrenos a nosotros”.
-Duque ha cedido, pero no puede admitir que lo ha hecho porque alguien le explica el dilema de Schelling. Por eso no descarta “el estado de conmoción”, no censura los abusos de la Fuerza Pública, defiende a la Policía y sigue hablando de reforma tributaria; las ONG y la prensa mundial ven en esto más pruebas de que Duque es “fascista”, la ONU y la “comunidad internacional” manifiestan alarma, y el gobierno Biden regaña a un presidente cuyo equipo había ayudado a Trump en la campaña.
-Con todo eso volvemos a la táctica probada de Colombia a lo largo de un siglo: los diálogos entre las fuerzas vivas, que van ganando tiempo y eventualmente concluyen en algunas concesiones más una lista de acuerdos incumplibles o que el gobierno no pretende cumplir o que llegado el caso pasarán como papa caliente al gobierno que arranca en 2022.
No es todavía seguro que esa táctica vuelva a funcionar, pero esta vía tiene a su favor dos elementos:
-La gran debilidad de los movimientos sociales en Colombia y su aún más proverbial fragmentación. El “Comité del Paro” (es decir, FECODE, el MOIR y algunas ONG) son lo más parecido a una voz unificada que ya vimos esfumarse al llegar la Navidad del 2019, y en todo caso a Duque le explicaron que el truco está en hablar con muchísima gente porque de tantas reuniones y opiniones no salen sino babas (Uribe, zorro viejo, le aconsejó además “mesas locales y regionales de diálogo” para multiplicar por 1.300 la cantidad de babas). A lo primero llaman democracia y a lo segundo llaman descentralización: ¿quién puede resistirse?
-Mas en el fondo está el hecho de que en Colombia nadie representa a nadie. Los sindicatos hablan por un 4% de los trabajadores en las grandes empresas, las ONG hablan por sus respectivos activistas, los gremios dicen unas cosas mientras Luis Carlos y los antioqueños se aseguran de otras, el periodismo desapareció, las redes son ruido puro…e incluso los políticos de oposición hablan a título personal (es lo que dijo De la Calle en nombre de la Coalición de la Esperanza en el momento de dialogar con Duque).
Así que la marea parece estar bajando:
-Lo que aquí llaman “institucionalidad” cerró filas en torno al presidente. Las Cortes (violando la Constitución) firmaron un comunicado conjunto con el gobierno, los alcaldes (o la hoy controvertida Federación de Municipios) piden levantar el paro, los gremios por supuesto lo respaldan, los militares no se pueden pronunciar pero saben de qué lado está su jefe, y las iglesias por supuesto se sumaron al pedido de que cesen las marchas.
-Me falta el jefe presunto de la conspiración, que no es Maduro porque está muy ocupado, ni tampoco los Comunes porque el partido no existe. Gustavo Petro se disparó en las encuestas gracias al autogol del presidente, y el hechizo cercano del poder es tan intenso que decidió volverse responsable: por eso dijo que “al caer la tributaria se debió declarar victoria popular y frenar marchas” (aunque aun así no logró desprenderse de su mochila de revolucionario al precisar “Si lo quieren, en otros términos, que el Comité debió acumular fuerzas para lo que siga”).
Puede leer: La reciclada y fallida estrategia de seguridad de Duque
Las consecuencias
Dije ya que aún no se descarta el escenario del escalamiento o las protestas crecientes con represión creciente, una violencia anómica o dispersa de muertos en las calles y tropas en las calles que resulten o acaben en la militarización del país y en un gobierno aún más de derecha.
Pero las aguas ya parecen bajar y el escenario probable es menos malo. Tiene de bueno que la gente logrará algunas cosas, como decir la reforma a la salud que ya enredó o tal vez la matrícula gratis por este año, no alzas en la gasolina, unos pesos añadidos al subsidio de pandemia, un poco de justicia para los militares que abusaron, y el reguero de obras o mejoras en municipios o regiones o para grupos de presión más poderosos (camioneros, maestros…).
Pero este escenario previsible tiene de malo todo lo demás:
-Un gobierno maniatado durante el año largo que le falta y en medio de la triple crisis (sanitaria, económica y social); algo así o algo peor que Moreno en Ecuador después del paro indígena de 2019.
-Devaluación del peso y fuga de capitales por cuenta ahora de la inestabilidad política y de la prensa mundial que jamás ha entendido lo que pasa en Colombia.
-El gran hueco fiscal que dejaron Uribe y el final de la bonanza petrolera sigue ahí y agrandado por la recesión y la pandemia. En uno o en dos años tendremos que apretarnos o embarcarnos en el ciclo de inflación, recesión, apretón y estallido social.
-Las elecciones todavía más confusas, inciertas y polarizadas que las del 2018.
-Y el virus disfrutando de las aglomeraciones.
Es que poner a un bobo en la Presidencia tiene consecuencias.
* Director y editor general de Razón Pública.