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Las reformas tributarias son parte del diario vivir en Colombia. Sería difícil encontrar un gobierno que no pase por los tiempos tormentosos de llegar al Congreso con un proyecto subiendo los impuestos de alguna forma, para asegurar los recursos que requiere su plan de acción. Y suelen llevar consigo un desgaste notable para los mandatarios de turno. Por eso lució tan curioso que las primeras movidas de Gustavo Petro como presidente electo estuvieron dirigidas a hacer viable “su” reforma. Como si en lugar de consolidar la luna de miel considerara prioritario ponerle fin, y pronto.
Pero había razones para hacerlo. Las finanzas del Gobierno se han visto golpeadas -aquí y en muchos países- por el tsunami de la pandemia. Países con todo tipo de gobiernos están afectados por los efectos de la crisis internacional en la economía. La inflación -esa odiosa enfermedad de los pobres- ha golpeado por todas partes e incluso ha llegado a niveles desconocidos que no se habían visto hace mucho tiempo. El crecimiento cayó a cifras de receso casi en todas partes, y solo con la recuperación colectiva volvió a retomar ritmo, aunque todavía hay temores sobre una recesión en países de la importancia de Estados Unidos.
Esa recuperación, después de los recesos colectivos, ha retomado en parte los números de la crisis, pero no ha logrado aliviar sus duros efectos sobre la credibilidad. En general, los gobernantes de estos tiempos la han pasado mal. El crecimiento está reapareciendo con cifras récord, pero sin credibilidad. Las altas tasas de dinamismo económico -que sí están llegando- no dejan por ahora a nadie las satisfacciones que normalmente se esperaría de ellas. Ni las consecuencias políticas favorables para el statu quo, que llegan con las épocas de bonanza. La baja aprobación de la gestión de Iván Duque se agravó precisamente por esa razón, por los platos rotos de la crisis económica después de una caída larga y sostenida (sumada a la falta de un liderazgo con credibilidad para enderezar el rumbo).
El nuevo gobierno se verá abocado a encender los botones de arranque en un momento difícil para la economía. Poblaciones con cifras altas de crecimiento -del orden del 7,5 %- que, sin embargo, no han reparado el daño que hicieron los fenómenos negativos durante un lapso extenso y doloroso, y el daño que le hicieron a la credibilidad en los mercados, que ha sembrado miedo y, en consecuencia, excesiva prudencia entre los especialistas, los cuales, antes de volver a sus ritmos prepandemia, aparecen demasiado prudentes y temerosos a la hora de tomar decisiones que conviertan en realidad la recuperación de los puestos de trabajo y de la confianza inversionista.
Se entiende, en consecuencia, el anuncio del nombramiento de José Antonio Ocampo, no solo por su rapidez, sino por tratarse de alguien con credibilidad en todos los escenarios. Su prestigio personal será valioso en la primera hora de gobierno, cuando se anunciará la forma como buscará credibilidad para la tarea difícil de recuperar la normalidad, poner en marcha un plan ortodoxo y explicar su ideario en momentos críticos. Una tarea difícil para el dúo Petro-Ocampo, cuya primera misión, sin duda, será evitar una crisis de nerviosismo en los mercados. Toda una paradoja: en tiempos de nerviosismo generalizado, Petro recibe el mandato de generar estabilidad.
El anuncio sobre nuevos impuestos -o sobre aumentos de los ya existentes- es siempre un trago amargo para cualquier gobierno, y seguramente también lo será para el de Petro. Pero hay algunas características que minimizan el efecto negativo, al menos mientras se conocen el articulado y los detalles sobre cómo afectará a la gente común de diversos estratos y sectores: Petro ha insinuado que prefiere una receta que afecte a pocos que, por sus ingresos, aporten mucho. ¿Logrará construirlo y pasarlo en el Congreso?
De paso, la reforma de los impuestos se convirtió en el más reciente tema de desacuerdo y debate entre el gobierno que llega y la administración que se va. Después de las impactantes imágenes del encuentro entre Petro y el expresidente Álvaro Uribe, Duque afirmó en forma contundente que “no se necesita” la creación de nuevos tributos. Petro, sin duda, lo considera en cambio prioritario. ¿Será este el primer round -de muchos- entre el nuevo gobierno y el saliente?
Pues el debate no se limita a un esfuerzo de la administración entrante y sus ambiciones en materia de gasto vs. el gobierno saliente y su limitado interés en el gasto social. Es un asunto clave en la coyuntura actual que pone de presente las diferencias entre el mandatario saliente y su próximo sucesor. Y será el primer enfrentamiento en la nueva era. ¿El primero de muchos? ¿Hasta dónde llegan los esfuerzos del nuevo gobierno por restablecer una paz política? La paradoja es que Petro y su reforma fiscal, por más dolorosa que llegue a ser, tiene visos de legitimidad. Al fin y al cabo, proyecta una intención seria, así sea dolorosa, y como un acto de responsabilidad. Al menos en el corto plazo.