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Breve encuentro con el padre Javier Giraldo

Por el estereotipo que representa esperaba al héroe, al legendario jesuita que se ha enfrentado sin temor a Álvaro Uribe y a algunos generales del Ejército. Pero no; Giraldo es un hombre tímido, modesto, frágil.

Ubaldo Manuel Díaz.*
16 de abril de 2013 - 12:40 p. m.
El padre Javier Giraldo. / El Espectador
El padre Javier Giraldo. / El Espectador
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Cuando nos encontramos, venía saliendo de la boca de un pasillo. Caminó hacia mí, enfundado en una modesta chaqueta gris con sus puños ahogados dentro de sus bolsillos. Sacó una mano de la chaqueta, me tocó el hombro y me invitó a seguir, o mejor, a que lo siguiera. Con su espaldita de monje medieval atravesó el umbral de una puerta. Un hombre de piel cetrina le cedió el paso y lo saludó con una venía. Javier me invitó a tomar asiento, cruzó una de sus piernas y mostró sus zapaticos negros de niño aplicado, muy bien lustrados. Al fondo sobre una pared colgaba una pintura de San Ignacio de Loyola, fundador de la compañía de Jesús, a la que pertenece el papa Francisco -la misma que fue expulsada de Colombia por el gobierno de José Hilario López y que, según algunos detractores, fue una especie de servicio secreto del Vaticano-.

Javier Giraldo mira directamente a los ojos, sin ninguna pretensión de superioridad sino con un gesto de bondad e indulgencia. Cuando no sabe alguna respuesta, agacha la mirada, la fija en uno de sus zapaticos, hurga en su memoria como conectando algún detalle y espera a que su interlocutor hable. Luego de ese silencio sus palabras son contundentes. Sentencias de oráculo que tienen la fuerza de un huracán. Es un hombre de hablar pausado, nunca tiene afán.

Por un falso cliché a nosotros los teólogos se nos tilda de que analizamos la realidad a partir de un dato revelado. Pero este sacerdote siempre está preguntando, indagando el porqué de las cosas, principio y fin último de la filosofía. Posee ese don sobrenatural de la escucha, que a pocos mortales se les ha concedido. Cada palabra, cada frase es respaldada por una anécdota, algunas de ellas dolorosas, y otras veces risibles. Contó cuando el expresidente Álvaro Uribe lo demandó por injuria y calumnia luego de un incidente en la prestigiosa universidad jesuita Georgetown, en Washington.

El expresidente iba a dictar una cátedra en ese claustro y el padre Javier envío una carta a las directivas de la universidad sobre la conveniencia o no de que el invitado diera su conferencia. Al final fue demandado. Tenía que comparecer ante un tribunal de Bogotá pero no asistió porque, según él, en esos tribunales no sucede nada y cuando es requerido, generalmente presenta una especie de tesis de 40 páginas sobre la objeción de conciencia, amparado en un artículo de la Constitución Nacional. El expresidente sí asistió y esa misma noche por los micrófonos de los noticieros le envió un mensaje al padre Javier: “ese cura tira la piedra y esconde la mano”. En pocas palabras le mandó a decir :“sea varón”.

La mañana sigue cayendo y nuestra conversación es cada vez más fluida, una diminuta mujer se le acerca, le susurra al oído preguntando si puede atender a una emisora de Bogotá para dar su opinión sobre el fallecimiento de Víctor Carranza. Se queda en silencio. Ante la noticia, Javier adopta un gesto de reflexión, casi de oración, que solo es posible en los grandes hombres que a pesar de las diferencias manifiestan un profundo respeto por la condición humana y el dolor. Con un suave ademan le dice a la mujer que él no tiene nada que decir. Mi tiempo con el padre Javier se agota, lo llaman a una reunión con “x” entidad internacional.

Nos despedimos y solo atino a musitarle: “padre he venido porque le profeso una profunda admiración”. Con la modestia de siempre me alcanza a decir: “No padre, mi admiración es para usted por todo lo que hizo por los campesinos de Las Pavas”. Con esa frase se despidió. Lo vi alejarse por el mismo pasillo en forma de túnel por donde había aparecido.

*Sacerdote. Párroco de Achí, Bolívar. Ganador del concurso nacional de cuento y poesía de ciudad Floridablanca “con el texto las del otro lado” Otrora acompañante del caso - campesinos de las pavas-.

Por Ubaldo Manuel Díaz.*

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