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“No habla bien de la salud mental de los que toman esto como deporte, frente a las calamidades que estamos viviendo”. La frase la escribió el exnegociador de Paz Humberto de la Calle en su columna del pasado domingo en El Espectador, y es una crítica clara y ácida a la proliferación de candidaturas a la Presidencia de la República para 2022, que hoy, a menos de un año para las elecciones, se cuentan por decenas. Reflexiona De la Calle en ese mismo espacio sobre su propia aspiración, sobre el narcisismo que implica el acto de lanzarse como candidato y de la afectación que ha podido tener la palabra candidato en medio de ese mar de opciones. “Ahora la palabra se ha reventado, porque lo que vemos es una horda de personas que se lanzan a sí mismas sin pudor”.
Lea la columna de Humberto de la Calle: Candidatura.
Hay precandidatos desde todas las esferas. Algunos ya han decidido, desde sus partidos o coaliciones, cómo será la elección de un candidato único, otros aún disertan sobre el mejor mecanismo de elección interna. Por un lado, por ejemplo, la Coalición de la Esperanza, en donde figuran cinco nombres, manifestó su deseo de ir a una consulta abierta. También hay sectores que, si bien se han interesado en formas de escogencia de candidatos, tienen bastante cantado quién será el ganador, como en el caso de Gustavo Petro y su llamado Pacto Histórico. Igualmente, han surgido algunas candidaturas que ni siquiera han caído bien en sus propios partidos, como es el caso de María Fernanda Cabal, Carlos Felipe Mejía o Ernesto Macías, en el Centro Democrático.
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Lo cierto es que muchos se preguntan las razones de esa avalancha de candidaturas. La respuesta más corta es que esa ha sido una tendencia casi que histórica, sin embargo, también se ha comentado sobre la tesis, sobre todo en los círculos políticos y periodísticos, de que la llegada del presidente Iván Duque Márquez a la Casa de Nariño, en una campaña meteórica, con poca experiencia y sin mucha más trayectoria que la de ser un senador destacado del Centro Democrático, podría estar motivando los deseos electorales de más de un funcionario y congresista.
La analista política Ana María Aguirre asegura que este fenómeno corresponde, sobre todo, a la reconfiguración del Estado colombiano. “El régimen presidencialista en Colombia es sumamente fuerte y, en esa medida, las personas que tienen aspiraciones políticas sienten que la contienda electoral presidencial les da una exposición enorme que no tendrían en otros espacios. Incluso, en el caso en el que ellos saben que no tienen las oportunidades reales de ganar la Presidencia se someten a este proceso porque tienen aspiraciones electorales posteriores”, comenta la analista. Esa es una realidad de facto si se tiene en cuenta que es común que varios candidatos vayan hasta el final de la contienda para vender cara su adhesión a los candidatos punteros. Esa “venta” puede traducirse, por ejemplo, a garantizar su participación en los gobiernos.
En eso concuerda Angélica Bernal, profesora titular de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. “Hay candidatos que siguen adelante porque les interesa tener cierta visibilidad y pueden tener algún tipo de reconocimiento. Pero el número de candidatos tiende a bajar a medida que se van decantando las coaliciones”, señala. Sin embargo, ve el alto número de aspirantes como un buen síntoma de salud democrática. “Hay derecho a elegir y ser elegido. Eso da pie para que cualquier ciudadano se pueda candidatizar. Igual, nosotros no es que tengamos un histórico de presidentes con grandes trayectorias, porque han llegado al poder por apellidos o por nexos políticos”, comenta.
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Esa situación la lamenta Aguirre, quien arguye que si muchos de los candidatos que están hoy en la baraja estuvieran aspirando directamente al Congreso y no a la Presidencia, habría un fortalecimiento del Estado. “Es lamentable, porque si todas estas personas estuviesen intentando llegar a otras posiciones de poder, incluso a nivel local, el Estado sería más fuerte. Por ejemplo, si Francia Márquez no fuese candidata a la Presidencia sino al Senado, sería un elemento fundamental en el Legislativo, podría tener más oportunidades para llegar”, expresa.
Juan Fernando Giraldo, uno de los fundadores de la agencia de consultoría política Búho, explica la tendencia histórica de la “candidatitis”. “Si se mira hacia finales de 2017, previo a las elecciones de 2018, también había más de 30 candidatos presidenciales. Estaba hasta el presidente de Servientrega. No es una característica única de esta campaña, pero sí llama la atención que haya candidatos que sienten que de pronto ‘les suena la flauta’. Eso ocurre en tiempos de populismo autoritario, como lo que ha pasado en Perú o lo que pasó en Estados Unidos con Donald Trump”, comenta Giraldo, asegurando que lo que sí es evidente es la ausencia de liderazgo político tanto a nivel presidencial como a nivel político nacional, y una muestra de esto es la desconexión de los políticos con las demandas de la juventud.
En ese sentido, habla de la falta de credibilidad institucional, que no solo golpea al Congreso de la República, sino a los partidos políticos, en parte, motivados por los medios. “La Alianza Verde tiene cinco precandidatos formales compitiendo y por algunos de ellos ni se indaga en las encuestas, pero si sale un titular hablando sobre el hijo de un expresidente, empiezan las encuestas a preguntar por él. Hay una clara responsabilidad de los partidos, pero también de los medios que invisibilizan la oferta institucional”, añade.
Sobre la discusión, el estratega político Miguel Jaramillo asevera que hasta el momento se han identificado por lo menos 58 precandidatos que han hecho los anuncios a través de redes sociales, grupos de poder o sectores académicos. Para él, la baja reputación presidencial reflejada en las encuestas y la pérdida de hegemonía de la figura del Ejecutivo sí ha hecho que el cargo muestre “más accesibilidad para cualquier persona”. A favor de esa idea, dice, también juegan el debilitamiento de confianza que hay en las instituciones, los partidos políticos y el Congreso. “Hace cuatro años había muchos candidatos, pero no en las proporciones actuales. Hoy hay una diseminación de fuerzas políticas con grandes dicotomías y sobre discusiones éticas fuertes, como ricos y pobres, poderosos y vulnerables”.
En contraste, Giraldo asegura que esa tesis de la inexperiencia de Duque y su relación con el incremento de aspiraciones funciona muy bien como caricatura, pero no hay evidencias. “Esa tesis es divertida, pero cuando estaba Juan Manuel Santos, en teoría un tipo megapreparado, también había más de 30 candidatos. No hay evidencia que demuestre esa relación. Lo que sí hay, por el diseño institucional, es un incentivo para lanzarse, al funcionar como un trampolín para aspiraciones a Congreso o fortalecer coaliciones”, anota.
Lo que ilustra Giraldo ya se ha visto en ocasiones anteriores, y es la candidatura presidencial como calibrador de otras aspiraciones o como elemento configurador de proyectos políticos alrededor de líderes fuertes: “Vamos a oír de consultas. Hacer ruido es importante. Recuerde la consulta de Petro con Caicedo. Eso le permitió a Petro hacer un show enorme para mostrarse electoralmente”.
Aguirre tampoco es muy creyente de esa tesis de “si Duque pudo, yo también”. “Creo que todos los candidatos que en este momento están poniendo sus nombres para que se revisen y sean candidatos saben perfectamente que no están en las condiciones que estaba Iván Duque. No es que Iván Duque haya llegado y de la nada se volvió presidente. Él contaba con la plataforma política que construyó el Centro Democrático y Álvaro Uribe, no creo que esa sea la razón”, concluye.