Cerebro o corazón: ¿cómo votan los colombianos?
El sufragio es una acción que supera lo racional. Una mirada a los factores emocionales que podrían inclinar la balanza a favor de Duque o Petro.
Paulina Tejada y Germán Gómez Polo / @PauliTejadaT - @TresEnMil
El gran ganador en las elecciones de Estados Unidos en 2016 fue el miedo. Factores como la ansiedad, la ira y el rencor motivaron las decisiones que los ciudadanos americanos tomaron aquel 8 de noviembre. Miedo a que ganara Trump, miedo a la llegada de inmigrantes, miedo al terrorismo, miedo a la continuación de la clase política tradicional, miedo a que el próximo presidente acabara con las libertades de las minorías, miedo a Corea del Norte, miedo al vecino que habla otro idioma. Miedo.
Esta emoción colectiva no discriminó intereses ni ideologías. Y los entonces candidatos, Donald Trump —hoy presidente— y Hillary Clinton, se aprovecharon de ella para convertirla en su aliada e infalible estrategia. Así, más allá de propuestas o detalles de programas de gobierno, en Estados Unidos retumbó durante la contienda electoral el “infierno” que le esperaría a la nación de ganar uno u otro candidato.
¿Suena familiar? El escenario en Colombia, guardando las proporciones, no es muy lejano. En la disputa por la Presidencia entre Iván Duque, aspirante por el Centro Democrático, y Gustavo Petro, candidato de la Colombia Humana, las impresiones negativas, especialmente las que tienen que ver con el rechazo, son determinantes para los colombianos a la hora de definir por quién no votar. Y, por lo tanto, por quién sí. De hecho, aunque se creería que esta elección es racional, lo cierto es que una pequeña estructura del cerebro, llamada la amígdala, cumple un papel fundamental.
Le puede interesar: Mitos y realidades de Iván Duque y Gustavo Petro
Esta región del sistema límbico se encarga de regular los recuerdos, las conductas agresivas y las respuestas de satisfacción o amenaza del ser humano. Y, según varios estudios, su actividad se dispara cuando el cerebro se enfrenta a una decisión electoral. Hernando Santamaría, neuropsiquiatra e investigador de la Universidad Pontificia Javeriana en temas de cognición, neurociencia y sociedad, asegura que, incluso, la amígdala se comporta diferente en votantes de derecha e izquierda.
“Quienes sienten un malestar o amenaza emocional cuando los roles no son claros, hay protesta social y no existen organizaciones jerárquicas definidas, suelen simpatizar con la ideología de derecha. En los seguidores de la izquierda, por el contrario, esta área del cerebro es mucho más sensible ante las situaciones de injusticia, inequidad social y exclusión”, explica.
Además, el médico psiquiatra ha estudiado este fenómeno durante años y su conclusión es que, dado a que es un tema movilizado más por estructuras emocionales, el acto de cambiar de opinión puede llegar a producir una dificultad física: “El cerebro experimenta de manera dolorosa modificar una decisión después de tomada. Ese proceso resulta tortuoso para nuestro aparato mental”.
Siendo este el panorama, sumándole la tensión de la contienda electoral y el bombardeo de información que la rodea —veraz y falsa—, para un votante es más fácil refugiarse en quienes comparten su misma sensación de amenaza, antes que acceder a confrontarse con los argumentos de quien piense distinto. No es casualidad que parte del debate público se reduzca a reafirmar unos con otros sus miedos compartidos. Cosa que, por supuesto, es aprovechada por los aspirantes a la Casa de Nariño, quienes, como dice Santamaría, “tal vez sin conocer el comportamiento neuronal de sus seguidores, sino por simple intuición” acuden a atacar, estigmatizar y construir imaginarios alrededor de su opositor para que el voto a su favor se convierta en una forma de castigo y salvación.
Los estudios sobre las motivaciones del voto también han explorado los campos de la personalidad y características como el egocentrismo y el altruismo. En un artículo de Christopher Munsey, de la American Psychological Association (APA), se resalta un estudio del doctor Richard Jankowski, presidente del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Estatal de Nueva York, en el que respalda el papel del altruismo a la hora de sufragar. “Hay pruebas muy sólidas de que las personas que votan tienden a ser altamente altruistas, y las personas que no votan tienden a mostrarse mucho más egoístas”, señala Jankowski.
Más información: Segunda vuelta presidencial para ‘dummies’: preguntas y respuestas
En esa misma línea, otras investigaciones destacan el juego de dos factores que pueden ser determinantes del voto, sea cual sea el candidato que reciba el respaldo en las urnas. En primer lugar, un fenómeno denominado como la “ilusión del votante”, que hace creer al elector que su comportamiento motivará a otros similares a apoyar al mismo candidato. En segundo lugar está la creencia de que el voto individual será determinante en el resultado, que se refuerza a través del ejercicio casi que inconsciente de pronosticar los escenarios en caso de no votar.
Los resultados de un estudio desarrollado alrededor de esta idea, publicado por los doctores Melissa Acevedo y Joachim Krueger, de la Westchester Community College y Brown University, respectivamente, revelaron que, por ejemplo, quienes votaron por el candidato ganador mostraron poca tristeza y gran satisfacción, mientras que quienes votaron y perdieron o quienes se abstuvieron, pero su candidato ganó, reflejaron mayor expectativa de remordimiento, menor satisfacción y menor confianza para votar en una nueva ocasión. Ambos investigadores explican que estos mecanismos psicológicos pueden dar indicios acerca del comportamiento de las personas cuando apoyan a alguien que no marca mucho en las encuestas o del aumento de la participación electoral cuando las mediciones de intención de voto muestran poca ventaja entre los aspirantes.
Desde otra perspectiva, estudios que se han realizado en Latinoamérica, incluso en Colombia, señalan que hay factores físicos que también pueden motivar el sufragio, como lo es el concepto de la simetría facial. ¿La gente vota por carita? Un reciente estudio de la firma Neuromind, publicado por El Espectador, expuso a 180 jóvenes a imágenes de los candidatos presidenciales, antes de la primera vuelta, mientras que eran analizados con tecnologías de eye tracker y lectores faciales para determinar si presentaban sentimientos de felicidad, tristeza, rabia, sorpresa, miedo, disgusto o desprecio. Una de las conclusiones fue que la imagen de Fajardo generaba mayor felicidad, mientras que la de Humberto de la Calle, tristeza.
Por supuesto, la ciencia da luces sobre las motivaciones que tienen las personas para ejercer su derecho al voto, sin embargo, no se pueden desconocer otros factores determinantes como las mismas propuestas de las campañas, el entorno social y las características demográficas, e incluso factores como la compra, el constreñimiento al elector o situaciones específicas de violencia, sobre todo en las regiones que tienen mayor influencia de grupos armados ilegales.
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Esta emoción colectiva no discriminó intereses ni ideologías. Y los entonces candidatos, Donald Trump —hoy presidente— y Hillary Clinton, se aprovecharon de ella para convertirla en su aliada e infalible estrategia. Así, más allá de propuestas o detalles de programas de gobierno, en Estados Unidos retumbó durante la contienda electoral el “infierno” que le esperaría a la nación de ganar uno u otro candidato.
¿Suena familiar? El escenario en Colombia, guardando las proporciones, no es muy lejano. En la disputa por la Presidencia entre Iván Duque, aspirante por el Centro Democrático, y Gustavo Petro, candidato de la Colombia Humana, las impresiones negativas, especialmente las que tienen que ver con el rechazo, son determinantes para los colombianos a la hora de definir por quién no votar. Y, por lo tanto, por quién sí. De hecho, aunque se creería que esta elección es racional, lo cierto es que una pequeña estructura del cerebro, llamada la amígdala, cumple un papel fundamental.
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“Quienes sienten un malestar o amenaza emocional cuando los roles no son claros, hay protesta social y no existen organizaciones jerárquicas definidas, suelen simpatizar con la ideología de derecha. En los seguidores de la izquierda, por el contrario, esta área del cerebro es mucho más sensible ante las situaciones de injusticia, inequidad social y exclusión”, explica.
Además, el médico psiquiatra ha estudiado este fenómeno durante años y su conclusión es que, dado a que es un tema movilizado más por estructuras emocionales, el acto de cambiar de opinión puede llegar a producir una dificultad física: “El cerebro experimenta de manera dolorosa modificar una decisión después de tomada. Ese proceso resulta tortuoso para nuestro aparato mental”.
Siendo este el panorama, sumándole la tensión de la contienda electoral y el bombardeo de información que la rodea —veraz y falsa—, para un votante es más fácil refugiarse en quienes comparten su misma sensación de amenaza, antes que acceder a confrontarse con los argumentos de quien piense distinto. No es casualidad que parte del debate público se reduzca a reafirmar unos con otros sus miedos compartidos. Cosa que, por supuesto, es aprovechada por los aspirantes a la Casa de Nariño, quienes, como dice Santamaría, “tal vez sin conocer el comportamiento neuronal de sus seguidores, sino por simple intuición” acuden a atacar, estigmatizar y construir imaginarios alrededor de su opositor para que el voto a su favor se convierta en una forma de castigo y salvación.
Los estudios sobre las motivaciones del voto también han explorado los campos de la personalidad y características como el egocentrismo y el altruismo. En un artículo de Christopher Munsey, de la American Psychological Association (APA), se resalta un estudio del doctor Richard Jankowski, presidente del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Estatal de Nueva York, en el que respalda el papel del altruismo a la hora de sufragar. “Hay pruebas muy sólidas de que las personas que votan tienden a ser altamente altruistas, y las personas que no votan tienden a mostrarse mucho más egoístas”, señala Jankowski.
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Los resultados de un estudio desarrollado alrededor de esta idea, publicado por los doctores Melissa Acevedo y Joachim Krueger, de la Westchester Community College y Brown University, respectivamente, revelaron que, por ejemplo, quienes votaron por el candidato ganador mostraron poca tristeza y gran satisfacción, mientras que quienes votaron y perdieron o quienes se abstuvieron, pero su candidato ganó, reflejaron mayor expectativa de remordimiento, menor satisfacción y menor confianza para votar en una nueva ocasión. Ambos investigadores explican que estos mecanismos psicológicos pueden dar indicios acerca del comportamiento de las personas cuando apoyan a alguien que no marca mucho en las encuestas o del aumento de la participación electoral cuando las mediciones de intención de voto muestran poca ventaja entre los aspirantes.
Desde otra perspectiva, estudios que se han realizado en Latinoamérica, incluso en Colombia, señalan que hay factores físicos que también pueden motivar el sufragio, como lo es el concepto de la simetría facial. ¿La gente vota por carita? Un reciente estudio de la firma Neuromind, publicado por El Espectador, expuso a 180 jóvenes a imágenes de los candidatos presidenciales, antes de la primera vuelta, mientras que eran analizados con tecnologías de eye tracker y lectores faciales para determinar si presentaban sentimientos de felicidad, tristeza, rabia, sorpresa, miedo, disgusto o desprecio. Una de las conclusiones fue que la imagen de Fajardo generaba mayor felicidad, mientras que la de Humberto de la Calle, tristeza.
Por supuesto, la ciencia da luces sobre las motivaciones que tienen las personas para ejercer su derecho al voto, sin embargo, no se pueden desconocer otros factores determinantes como las mismas propuestas de las campañas, el entorno social y las características demográficas, e incluso factores como la compra, el constreñimiento al elector o situaciones específicas de violencia, sobre todo en las regiones que tienen mayor influencia de grupos armados ilegales.
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