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Juan Fernando Cristo ya no ondea el trapo rojo. Desde que tomó distancia del Partido Liberal hace más de dos años, por el apoyo de la colectividad a Iván Duque, está concentrado en robustecer su movimiento En Marcha, de la mano de otros exdirigentes disidentes. Hoy, reivindicando su independencia, critica que César Gaviria convirtió el partido en el que él y su padre, Jorge Cristo Sahium, militaron en “una microempresa familiar”.
En esta entrega de Disidentes Políticos, el exministro habla de su trayectoria de la mano de Ernesto Samper (a quien considera inocente del 8.000), del impacto del crimen de su padre a manos del ELN, sus deseos de paz y la coalición de centro-izquierda con miras a 2022. Alega que no ve “un ambiente propicio” para la llegada de Gustavo Petro.
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Si bien su padre fue senador, usted comenzó a hacer política de la mano de Ernesto Samper. ¿Cómo fue ese proceso y esa vinculación con el liberalismo?
Estudié derecho en la Universidad de los Andes, una institución muy liberal y abierta. Obviamente, por la influencia familiar, tuve una especial cercanía con todo el ideario liberal. Recuerdo que de estudiante me volví experto en la Revolución en Marcha de López Pumarejo, que era mi ídolo en la juventud. Estando en los Andes, una vez Samper fue a dictar una conferencia sobre la crisis de la deuda externa en Latinoamérica y proponía una serie de ideas. Me llamó mucho la atención y me le acerqué. Él no sabía que yo era hijo de quien era hijo, y ahí me vinculé directamente a las juventudes de lo que en ese momento se llamaba el Poder Popular, que era un movimiento dentro del Partido Liberal. Tuve la oportunidad de trabajar con él primero en el Ministerio de Desarrollo y después en la Presidencia.
Pero nunca pensé en la política electoral. Me interesaba mucho el servicio público y los temas de desarrollo económico y social. Nunca en la cabeza tuve la vida electoral. Todo cambió con la muerte de mi padre, antes ni me imaginaba siendo senador, me parecía aburridísimo y difícil ese sacrificio de la campaña.
Fue consejero de comunicaciones de Samper, pero estalla el 8.000 y se va de embajador a Atenas. ¿Por qué dejar a su mentor político solo en semejante crisis?
Fue una experiencia muy dolorosa. En ese momento, al interior del partido y entre los sectores más progresistas y jóvenes, había un sueño de un cambio de modelo económico y social. Un sueño de un presidente progresista y liberal a fondo. Había un equipo muy bien formado para gobernar y producir una transformación social que dejamos en deuda. Pero Samper cometió una grave equivocación al escoger al grupo financiero de campaña, con Fernando Botero Zea y Santiago Medina a la cabeza. Se frustró un sueño, a pesar de los esfuerzos que hizo el gobierno y el presidente de seguir gobernando y ejecutando algunas de las políticas.
En ese momento nació mi hija, Daniela, y fue una decisión muy personal la de dedicarme a mi niña y alejarme de un clima que era francamente intolerable. Por ello viajé al exterior y regresé precisamente por el asesinato de mi padre.
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¿Influyó tanto el tema de su hija? ¿O era para no resultar salpicado políticamente?
Fue agotamiento y un poco de presión familiar también. En ese momento no pensaba que iba a tener la carrera política que después surgió. No tenía ese cálculo político y pensaba que ya podía dejar de ser útil en esa labor.
¿Cómo reaccionó Samper?
Al principio insistió en que me quedara, después comprendió las circunstancias.
¿Samper es inocente?
Fue muy grave la filtración de los dineros. Hubo ligereza y falta de controles. He creído siempre que Samper no organizó esa operación ni estuvo enterado de ella. Pero pasó y fue muy grave.
En el 97 asesinan a su padre, ¿cómo influyó eso en su vida personal y en su trasegar político?
Estaba en Atenas. Fue un momento muy duro. Mi padre era mi mejor amigo. Viví con él varios años en Bogotá cuando era estudiante. Teníamos una confianza enorme y unas inquietudes intelectuales muy similares. El golpe fue muy duro. Él me visitó en junio y uno nunca imagina que dos meses después fuera a suceder lo que sucedió: ese atentado absurdo del Eln. Eso cambió mi modo de ver la vida y mis planes. Nunca he sabido la verdad. Esa pregunta siempre la he querido resolver y, de hecho, he tenido la esperanza de saberlo, pese a las oportunidades que he estado con Pablo Beltrán. No he logrado tener esa verdad. Les he preguntado a los del Eln y han contestado bobadas. Que van a averiguar, que era una cosa de las regiones, que eran momentos difíciles, que algunos de los tipos que participaron están muertos, otros en Venezuela. En fin, nunca una versión concreta.
Todos los sectores que han estado en la guerra deben entender que sin verdad no habrá nunca una posibilidad de paz y de verdadera reconciliación en Colombia. A mí, después de la firma de paz con las Farc, el presidente Juan Manuel Santos me citó un día a su casa y me dijo: ‘Le voy a pedir algo que sé que es muy difícil para usted, pero agradecería mucho si me dice que sí. Y es que vaya a Quito (Ecuador) a la negociación con el Eln’. Le contesté que sí, que era un convencido de que había que hacer la paz y que no tenía ningún ánimo de venganza.
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Pensaba también, desde el punto de vista egoísta y personal, que me interesaba avanzar en la paz con el Eln, porque para mi familia es la última oportunidad de tener verdad. Porque la verdad judicial, después de 23 años, es ya casi imposible. Creo mucho en mi condición de víctima y por eso me la jugué a fondo por la Ley de Víctimas y el proceso de paz de Santos, sin que fuera yo santista. La única manera de conocer la verdad del conflicto en Colombia es a través de estos procesos de paz, por doloroso que sea. Ojalá, más temprano que tarde, haya un acuerdo con el ELN.
Si usted, que ha sido senador, ministro y participó en los diálogos con el Eln, no ha obtenido verdad, ¿qué pueden esperar otras víctimas?
No pierdo la esperanza, aunque he sido muy escéptico. Acepté ir a Quito porque creo que hay que seguir luchando por la paz, pero el Eln ha perdido muchas oportunidades de hacer la paz. Esa división interna no les ha permitido avanzar. El problema de fondo es que el Eln no ha tomado, de manera seria, definitiva y unificada, una decisión de dejar las armas y no han llegado a la convicción de que la lucha armada ya no es un camino.
Tras el crimen de su padre, usted recoge sus banderas y se lanza al Congreso. ¿Cómo fue ese proceso?
Muy triste al comienzo. Vuelvo al país después de la muerte de mi papá y yo seguía en mi línea, muy terca, de no aspirar. A pesar de lo que había sucedido, o tal vez por eso, no quería volver al país, ni quería aspirar al Senado. En Atenas nos tocó buscar vuelo a Colombia y teníamos la niña de 2 años, tuvimos que ir hasta Alemania y de ahí sí a Bogotá. Son días inolvidables. Llegué y fueron dos o tres días muy dolorosos, y al cuarto o quinto día había que afrontar la realidad: estábamos a seis meses de las elecciones.
Me reúno con toda la estructura política de mi papá y les digo que busquen otro candidato a las elecciones. Incluso les propuse el nombre de un exgobernador de Norte de Santander, quizá uno de los mejores amigos de mi papá: Eduardo Assaf Elcure. Él dice que no, que el candidato debo ser yo. Me devolví a Grecia aún sin la decisión tomada y un mes después, dadas las circunstancias y el entorno, termino aceptando la decisión. Hice una campaña relámpago en dos meses. Ha sido, sin duda, la más inolvidable, porque era una campaña muy emocional. Era llegar a las casas de los líderes en Cúcuta, me encontraba en las casas imágenes de mi papá, fotos de campaña, llegaba a pueblos y me decían 'acá su papá se sentaba en esta tienda a tomar cerveza'.
¿En qué momento sí le gustó? Porque se amañó cuatro períodos...
Haber podido estar en la oposición 12 años, tener independencia para decir cosas y poder participar en la construcción de proyectos claves me comenzó a gustar. Después les encontré el gusto a los pueblos y al cariño de la gente. Eso se va convirtiendo en una suerte de familia. En esta crisis del COVID se han muerto como cinco líderes del movimiento fundador de mi padre y me ha dado durísimo.
¿Y cómo terminó con Juan Manuel Santos, a quien le hizo oposición cuando él era ministro de Álvaro Uribe?
Nunca fui amigo de Santos, tampoco enemigo o adversario. De hecho, en la campaña de 2010 acompañé a Rafael Pardo, que era el candidato liberal, y en la segunda vuelta me resistí a apoyarlo. Yo voté por Antanas Mockus, porque pensaba que Santos iba a ser la continuidad de Uribe y a eso no le caminaba. En ese momento, Uribe nos había hundido la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras en la conciliación en Senado. Volví ese año al Senado, básicamente, para insistir con esa ley.
Cuando gana Santos y convoca a esa famosa unidad nacional, Rafael Pardo y yo le dijimos a él y a Germán Vargas, designado ya como ministro del Interior, que el partido entraba si el Gobierno respaldaba la Ley de Víctimas. Confieso que pensé que Santos me iba a decir que no, y la sorpresa fue que nos dijo que estaba totalmente de acuerdo. Nos unió básicamente la Ley de Víctimas y el Acuerdo de Paz. Después fui ministro del Interior.
Desde ese momento comencé a construir una relación con él por el tema de la paz, apoyando la agenda de gobierno cuando fui presidente del Senado. Luego tomé la decisión de no seguir en el Congreso y apostarle a la reelección de Santos.
Su última correría electoral fue la consulta liberal con Humberto de la Calle para definir el candidato de 2018. ¿Qué lo llevó a querer ser presidente?
Desde el Senado y con lo de la Ley de Víctimas se consolidó como una imagen nacional alrededor de esos temas de derechos humanos y víctimas. Comenzamos a trascender más allá del Partido Liberal. Dentro del partido comenzamos a tener una tendencia y un espacio muy importante, con respaldo de bancadas y las bases. En ese momento era muy importante jugarle a defender el Acuerdo de Paz y lo que se había hecho. Mucha gente liberal del país, e incluso no liberales, empezaron a expresarse y a decirme que me metiera en la pelea presidencial. Me pareció que podía hacerlo.
Nos lanzamos a esa campaña convencidos de que haríamos un proceso de consulta que fortalecería mucho al partido. Lamentablemente, surgieron obstáculos, nos equivocamos en la elección de César Gaviria como jefe del partido. Hoy me la cobran mucho, porque yo apoyé con entusiasmo y convicción esa jefatura. Se equivocaron Gaviria y de la Calle en anticipar la consulta a noviembre, en lugar de marzo. Ganó de la Calle por un margen muy estrecho y tomé la decisión de apoyarlo con toda la lealtad, lamentablemente el resto del partido no, lo dejó tirado.
¿Si usted hubiera ganado el escenario hubiese sido diferente?
Sin duda. No por De la Calle, por una sencilla razón: lo que era obvio y natural era que quien ganara la consulta tenía que asumir la jefatura del partido y de la Calle, por distintas razones, no quiso. Eso fue la sentencia a muerte del Partido Liberal. Si yo hubiera ganado, y ese era el temor de los amigos de Gaviria, hubiera asumido la jefatura y no se hubiera presentado todo ese desastre de la conducción de Gaviria en la conformación de las listas al Congreso, que fue un atropello a los sectores no gaviristas. Él volvió al partido una microempresa familiar.
Cuando renunció dijo que el partido “le entregó sus banderas y principios” a Duque. ¿Qué responsabilidad le cabe a Gaviria?
Un grupo de dirigentes liberales de todo el país dijimos que había una última oportunidad después de esta catástrofe: declararnos en oposición, según el Estatuto de Oposición. Hubiéramos sido la principal fuerza de oposición y no el Polo o los verdes. Pero resolvieron ser independientes, que realmente es algo muy "colombiano". Asumo la responsabilidad porque fui impulsor del estatuto. Ahí se hubiese podido convocar una gran convección liberal y ser oposición, como querían las bases.
Después de eso decidimos doblar la página y ahí surge el movimiento En Marcha, con un pensamiento liberal pero que va mucho más allá de ello, convocando a la ciudadanía independiente. Se abre el espacio, se discute de mejor manera y se quita uno de encima el lastre del partido, porque uno tiene que llevar a sus hombros mucha gente que uno no quisiera allí. El partido está hoy en una crisis profunda de todo tipo, que es parecida a la crisis que viven los partidos en el mundo entero: de credibilidad.
El partido va más allá de Gaviria, porque el partido se parlamentizó, no tiene ningún contacto con la realidad social y abandonó los sectores que debía defender. La crisis va más allá de Gaviria, pero sin él se hubiera podido tratar de ratificar el rumbo. Él profundizó la crisis y tiene una parte de responsabilidad grande en el declive final del partido.
¿Y qué piensa de que su hermano, quizá tomando sus banderas, esté hoy en el partido?
Está secuestrado y espero que prontamente se libere.
¿Cómo está En Marcha frente a la coalición de centro-izquierda? ¿será usted el ungido como precandidato otra vez?
Llevamos año y medio consolidando el movimiento En Marcha. Obviamente estos últimos 10 meses a punta de Zoom y ha sido una experiencia bastante interesante. Hoy la política es de coalición, no de aventuras personales ni obsesiones. Para mí una candidatura presidencial es una opción, no una obsesión, y queremos participar en la construcción de una gran convergencia transformadora del país. No podemos seguir en estos niveles de desigualdad social, ni volvernos a acostumbrarnos a la pérdida del valor de la vida como en estos tres años. Hay tenemos que juntarnos muchos, sin egoísmos, sin afanes de protagonismo y encontrando más coincidencias, que diferencias.
Estamos dialogando con Compromiso Ciudadano, Nuevo Liberalismo, Alianza Verde, movimiento Dignidad con Jorge Robledo o con Ángela María Robledo . Todavía no se ha definido, ni hay decisiones de fondo. Esperamos tenerlas en este semestre para plantearle al país una ruta de transformación, con un pacto ético y programático.
¿Hay cabida para Petro?
Hay diferencias y coincidencias con él. Hoy no veo un ambiente propicio y un escenario válido para que se puedan juntar todas las fuerzas de oposición. Pero hasta ahora está comenzando el año. Eso sí, no puede haber vetos. Hay que conversar. La política es dinámica.
¿Van a presentar listas para Congreso?
A finales del año pasado hicimos una reunión virtual con 250 dirigentes de 26 departamentos. Estamos en la etapa de identificar quiénes quieren ser candidatos al Congreso y quiénes a aspiraciones regionales. Íbamos a hacer una asamblea en marzo, pero pues persiste la pandemia y vamos a ver cómo lo planteamos.
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“Disidentes políticos”, una muestra de la crisis de los partidos
El Espectador lanza “Disidentes políticos”, una serie de entrevistas que se publicarán de forma semanal para dialogar con aquellas figuras que, tras permanecer años en un movimiento político, resolvieron dar un paso al costado y montar rancho aparte.
El fenómeno no es nuevo y, de hecho, se ha intensificado con el pasar de los años. Casos recientes como los de los senadores Roy Barreras, Rodrigo Lara, Armando Benedetti y Jorge Robledo evidencian la crisis que viven los partidos.
El boom de los grupos significativos de ciudadanos es otra de sus muestras. Si bien no son movimientos políticos con proyección a largo plazo, estas organizaciones, basadas en la recolección de firmas, se han ido consolidando. Apenas en las pasadas elecciones regionales, 1.253 candidatos apostaron por esta modalidad. En las presidenciales también se hicieron sentir y hay ejemplos como los de Gustavo Petro, Sergio Fajardo, Clara López y Germán Vargas Lleras.
¿Quién más merecería estar en este espacio de “Disidentes políticos”? Escríbanos a jgonzalez@elespectador.com