Si ha habido en el país un dirigente político con la capacidad de moverse de un espectro político a otro, ese es Angelino Garzón. Miembro de la Asamblea Nacional Constituyente que redactó la nueva Carta Política de Colombia en 1991, fue en un comienzo líder sindical, integrante del Partido Comunista, de la Alianza Democrática M-19 e incluso vicepresidente de la Unión Patriótica (UP), la colectividad surgida de los intentos de paz del gobierno de Belisario Betancur con las Farc.
Nacido en Buga (Valle del Cauca), el 29 de octubre de 1946, graduado en comunicación social de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, con especialización en Derecho Administrativo de la Universidad de Salamanca (España), Garzón fue secretario general de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), ministro de Trabajo en la administración de Andrés Pastrana, gobernador del Valle, embajador de Colombia ante las Naciones Unidas en Ginebra en el gobierno de Álvaro Uribe, vicepresidente de la República con Juan Manuel Santos y, actualmente, embajador en Costa Rica del presidente Iván Duque.
Sus amigos y contradictores lo definen como un católico ferviente, pragmático más que ideológico, paciente, defensor de la paz y constante con su discurso del “diálogo social”. De hecho, en 1995, fue uno de los miembros de una comisión de paz que exploró acercamientos con la guerrilla, que encabezaba el entonces arzobispo de Bogotá, Pedro Rubiano, en la que también estuvieron Ana Mercedes Gómez, Alfredo Vásquez Carrizosa, Augusto Ramírez Ocampo, Álvaro Leyva y Otto Morales Benítez, y que luego pasó a llamarse De Conciliación Nacional. Muchos, eso sí, no le perdonan el haber terminado apoyando posturas consideradas “neoliberales” y le acusan de negar la realidad nacional en materia de violencia y abusos contra la clase trabajadora del país.
Pero más allá de los debates por su trasegar en el país político, por haber saltado del sindicalismo de izquierda a la orilla del oficialismo del Estado, de ser calificado de “traidor” por algunos de sus antiguos compañeros de luchas laborales, de la tragedia familiar por la muerte de su hija Jenny, de los líos judiciales derivados de cuando fue gobernador o de sus problemas de salud que lo tuvieron al borde de la muerte, cuando en 2012, siendo vicepresidente, estuvo en coma durante varios días por un accidente cerebrovascular, Angelino Garzón fue una de las piezas claves en la Constituyente, precisamente en el desarrollo de los temas laborales.
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“Hicimos posible lo imposible. La Constituyente de 1991 fue una reunión muy diversa, de diferentes partidos y matices políticos, había empresarios y gente que veníamos del sindicalismo, y a veces en las mesas no nos podíamos entender. Pero al final nos entendimos. Ellos, por ejemplo, entendieron que no se podía concebir una democracia sin el derecho a la huelga y nosotros entendimos que no se podía concebir una democracia sin empresarios”, recordaba Garzón hace cinco años, en un evento conmemorativo de la nueva Constitución.
En la Asamblea, Garzón promovió los derechos laborales, logrando que quedaran consignados en la Carta Política los derechos fundamentales de asociación sindical, a la negociación colectiva y a la huelga, tres de los pilares por los cuales había batallado como dirigente en la CUT. Igualmente, fue clave en las negociaciones de otros puntos cruciales, como por ejemplo, el artículo 22, que definió la paz como un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. “La Constitución del 91 fue un gran pacto de paz, de reconciliación y de democracia para Colombia”, dijo.
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Un documento histórico que reposa en los archivos del Banco de la República da cuenta de la manera como Angelino Garzón hablaba en la Constituyente: “La Colombia que queremos es de paz, democracia y justicia social. Por ese sueño, miles de colombianos, de diferentes militancias políticas y sociales, han sido asesinados. Entre esos muertos están centenares de sindicalistas, la mayoría de ellos afiliados a la Central Unitaria de Trabajadores. No los olvidaremos. Con ellos tenemos un compromiso moral: el de trabajar para que en Colombia se acabe tanta violencia, para que el pensar no sea un delito (…) para que todos juntos contribuyamos a que se invierta en la paz y no en la guerra, para que los recursos de nuestra patria y los esfuerzos de todos los colombianos hagan que los derechos a la salud, la educación, la vivienda, la recreación, el deporte, la cultura y la vida dejen de ser un sueño, una utopía, y se conviertan en una realidad para todos los ciudadanos, sin ningún tipo de discriminación, y para que con el esfuerzo de todos hagamos una nueva constitución, no para nosotros y menos para nuestros partidos políticos, sino para el ciudadano común y corriente, y de manera especial, para los niños y los jóvenes. En fin, una constitución para el siglo XXI. Una constitución para la vida y la esperanza”.