¿Creer o no en las encuestas?: mediciones tradicionales y sondeos en redes sociales
Expertos explican los elementos que hay que tener en cuenta para hacer una mejor lectura de los resultados de una encuesta y advierten sobre los sesgos de los sondeos realizados por medios y políticos en Twitter y Facebook.
Leonardo Botero y Germán Gómez Polo
El 2 de octubre de 2016 hubo sorpresa. Aunque por una diferencia mínima en términos electorales, de un poco más de 50.000 votos, en una votación total de 12’808.858, el No ganó, contra todos los pronósticos, en el plebiscito que buscaba la aprobación popular del Acuerdo de Paz alcanzado por el Gobierno y las Farc. Sin embargo, el resultado fue una réplica de lo que había sucedido poco atrás con el Brexit en el Reino Unido y las elecciones presidenciales en Estados Unidos, cuando las encuestas anunciaban otra cosa. Ahora, en tiempos electorales como el que vive el país hoy, es innegable que estas mediciones juegan un papel importante, no sólo porque motivan decisiones desde las campañas presidenciales, sino porque pueden influir en el voto de los ciudadanos.
El Observatorio de Redes Sociales de la Universidad Sergio Arboleda señala que “históricamente se les solía atribuir un valor de verdad, que recientes decisiones electorales y políticas en el mundo desmintieron (…) muchas veces, cuando las encuestas proclaman una ‘pérdida inminente’, hacen que los menos favorecidos enfilen baterías para minimizar el daño, incluso, el logro de una victoria inesperada”.
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Pero ese valor de verdad del que habla la universidad también tiene su origen en la idea de que la función de las encuestas es predecir los resultados electorales. Una idea que Oswaldo Acevedo, director de la firma encuestadora YanHaas Poll, desmiente de manera categórica: lo que hacen este tipo de mediciones es exponer cómo es la dinámica electoral y qué cambios tiene con el tiempo.
“Las cosas siguen cambiando hasta el día de las elecciones y eso no lo se ven en la encuesta, se registra la realidad del momento en que se hizo”, dice Acevedo. Así pues, su credibilidad, más que depender de un resultado acertado, se apoya en los datos que usa para definir el universo encuestado. Lo cierto es que esa es una verdad no muy popular, pues se cree que las encuestas no buscan reflejar una dinámica, sino influir en los resultados.
“Los sociólogos Lazarsfeld, Berelson y Gaudet se sumaron a las investigaciones sobre las campañas electorales que se realizaron en 1940 en Estados Unidos, llegando a la conclusión de que estas eran un proceso para garantizar votos, más que para reflejar la intención de voto. Las encuestas electorales pueden ser usadas como una estrategia que busca ser atractiva para que se vote por un candidato determinado”, señala el Observatorio.
Para Juan Fernando Giraldo, gerente de estrategia y cofundador de la agencia de medición y evaluación de comunicaciones Búho, en las encuestas también hay un factor económico que las afecta sobremanera. “El reto que tienen las encuestadoras es hacer un instrumento de medición lo suficientemente riguroso con los recursos disponibles. En el plebiscito, por ejemplo, hubo un subreportaje de la opinión que manifestaban ciudadanos que, muy posiblemente, se hubieran identificado con mayores recursos”, dice Giraldo. Más dinero se traduce en mayor cantidad de encuesta y metodologías más confiables, como preguntas de control y entrevistas cara a cara.
También advierte, como lo dice Acevedo, que hay que tener en cuenta que las encuestas que se publican un día no son la predicción del futuro sino la fotografía de las emociones y opiniones de los encuestados en el momento en que se realizó la medición. Además, dice, los marcos muestrales se hacen generalmente sobre las principales ciudades, a personas que cuentan con teléfonos, mayores de edad y que tienen la intención de votar. “Esas diferencias hacen que la opinión en la ruralidad, por ejemplo, no se vea”, comenta.
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En ese sentido, Giraldo considera que los medios de comunicación deben tener un rol más responsable al momento de titular y de poner en contexto los datos, teniendo en cuenta las limitaciones de este tipo de mediciones. Sin embargo, estos ejercicios son tan atractivos que se han volcado al campo digital y de redes sociales, en el que políticos y medios utilizan las herramientas dispuestas por Facebook y Twitter para realizar sus propios sondeos de opinión, un concepto que difiere de la encuesta y que tiene sus propias particularidades.
“No existe norma en nuestra legislación que regule la realización de estas mediciones en redes sociales, aunque es claro que sus resultados pueden divulgarse”, señala Felipe Sánchez Iregui, del Observatorio de Redes Sociales de la Sergio Arboleda. Sin embargo, las disparidades que puede haber entre una encuesta hecha por una firma reconocida y las opiniones en redes sociales lo llevan a preguntarse si las primeras deben “ayudarse con las tendencias de lo que se dice en las redes y recalibrar sus resultados comparativamente”. Explica que este experimento ya ha sido probado en tres investigaciones realizadas por Andrea Ceron, Luigi Curini y Stefano Iacus, cuyas conclusiones quedaron consignadas en el libro Politics and Big Data: Nowcasting and Forecasting Elections with Social Media.
“Vincularon los análisis estadísticos, propios de las encuestas, con las tendencias en Twitter en materia electoral durante las pasadas elecciones en Estados Unidos, llegando a la conclusión de que las encuestadoras tienen que servirse de las redes para no llegar a descalabros como los del Brexit”, señala Sánchez Iregui.
De acuerdo con Giraldo, este tipo de sondeos en redes tienen sesgos enormes, porque en ellos participan seguidores de quienes los realizan. Básicamente, sirven para poner a hablar a las personas sobre determinados temas y confirmar esos sesgos que ya se tienen identificados y funcionan de la misma manera que lo hacen los titulares efectistas, que, por ejemplo, anuncian que un candidato se “dispara” en las encuestas cuando realmente está dentro del margen de error. Acevedo concuerda con Giraldo al señalar que son votaciones cuyos resultados están mediados por su audiencia y su propio alcance. O, como lo expone el observatorio del centro académico, “son hechos a través de redes, mueven más la pasión de las personas, el estado de ánimo con el que contestan en un momento dado”.
En todo caso, queda claro que ante la avalancha de mediciones que se pueden dar a través de los medios digitales, y de las limitaciones logísticas que pueden tener las firmas encuestadoras al momento de realizar el trabajo de campo, los resultados deben ser ubicados en contextos, en la explicación de las fichas técnicas y en el análisis sesudo desde la labor periodística, para que los ciudadanos puedan contar con información más completa y decidir su voto, si es el caso, luego de una encuesta.
¿Cómo tener control sobre el voto vergonzante?
Una de las limitaciones que pueden tener las encuestas radica en que, primero, no miden las maquinarias electorales de los candidatos ni tienen dominio sobre el denominado voto vergonzante, en que el ciudadano no se refleja libremente por las condiciones del entorno, por miedo al repudio o simplemente por prudencia.
Según explica Juan Fernando Giraldo, cofundador de la agencia Búho, los investigadores usan técnicas cualitativas que permiten conocer las opiniones de las personas que representan ese voto vergonzante e identificar elementos que no arrojan las encuestas. Se trata de grupos focales o entrevistas a profundidad que ayudan a entender los datos duros de una encuesta y orientan a los candidatos.
“Con una encuesta puedo saber que tengo 30 % de desfavorabilidad, pero con una herramienta cualitativa puedo saber que esa cifra se debe a que le di un coscorrón a un señor en la calle. Conocer el porqué es importante cuando se construye una campaña”, señala Giraldo.
El 2 de octubre de 2016 hubo sorpresa. Aunque por una diferencia mínima en términos electorales, de un poco más de 50.000 votos, en una votación total de 12’808.858, el No ganó, contra todos los pronósticos, en el plebiscito que buscaba la aprobación popular del Acuerdo de Paz alcanzado por el Gobierno y las Farc. Sin embargo, el resultado fue una réplica de lo que había sucedido poco atrás con el Brexit en el Reino Unido y las elecciones presidenciales en Estados Unidos, cuando las encuestas anunciaban otra cosa. Ahora, en tiempos electorales como el que vive el país hoy, es innegable que estas mediciones juegan un papel importante, no sólo porque motivan decisiones desde las campañas presidenciales, sino porque pueden influir en el voto de los ciudadanos.
El Observatorio de Redes Sociales de la Universidad Sergio Arboleda señala que “históricamente se les solía atribuir un valor de verdad, que recientes decisiones electorales y políticas en el mundo desmintieron (…) muchas veces, cuando las encuestas proclaman una ‘pérdida inminente’, hacen que los menos favorecidos enfilen baterías para minimizar el daño, incluso, el logro de una victoria inesperada”.
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Pero ese valor de verdad del que habla la universidad también tiene su origen en la idea de que la función de las encuestas es predecir los resultados electorales. Una idea que Oswaldo Acevedo, director de la firma encuestadora YanHaas Poll, desmiente de manera categórica: lo que hacen este tipo de mediciones es exponer cómo es la dinámica electoral y qué cambios tiene con el tiempo.
“Las cosas siguen cambiando hasta el día de las elecciones y eso no lo se ven en la encuesta, se registra la realidad del momento en que se hizo”, dice Acevedo. Así pues, su credibilidad, más que depender de un resultado acertado, se apoya en los datos que usa para definir el universo encuestado. Lo cierto es que esa es una verdad no muy popular, pues se cree que las encuestas no buscan reflejar una dinámica, sino influir en los resultados.
“Los sociólogos Lazarsfeld, Berelson y Gaudet se sumaron a las investigaciones sobre las campañas electorales que se realizaron en 1940 en Estados Unidos, llegando a la conclusión de que estas eran un proceso para garantizar votos, más que para reflejar la intención de voto. Las encuestas electorales pueden ser usadas como una estrategia que busca ser atractiva para que se vote por un candidato determinado”, señala el Observatorio.
Para Juan Fernando Giraldo, gerente de estrategia y cofundador de la agencia de medición y evaluación de comunicaciones Búho, en las encuestas también hay un factor económico que las afecta sobremanera. “El reto que tienen las encuestadoras es hacer un instrumento de medición lo suficientemente riguroso con los recursos disponibles. En el plebiscito, por ejemplo, hubo un subreportaje de la opinión que manifestaban ciudadanos que, muy posiblemente, se hubieran identificado con mayores recursos”, dice Giraldo. Más dinero se traduce en mayor cantidad de encuesta y metodologías más confiables, como preguntas de control y entrevistas cara a cara.
También advierte, como lo dice Acevedo, que hay que tener en cuenta que las encuestas que se publican un día no son la predicción del futuro sino la fotografía de las emociones y opiniones de los encuestados en el momento en que se realizó la medición. Además, dice, los marcos muestrales se hacen generalmente sobre las principales ciudades, a personas que cuentan con teléfonos, mayores de edad y que tienen la intención de votar. “Esas diferencias hacen que la opinión en la ruralidad, por ejemplo, no se vea”, comenta.
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En ese sentido, Giraldo considera que los medios de comunicación deben tener un rol más responsable al momento de titular y de poner en contexto los datos, teniendo en cuenta las limitaciones de este tipo de mediciones. Sin embargo, estos ejercicios son tan atractivos que se han volcado al campo digital y de redes sociales, en el que políticos y medios utilizan las herramientas dispuestas por Facebook y Twitter para realizar sus propios sondeos de opinión, un concepto que difiere de la encuesta y que tiene sus propias particularidades.
“No existe norma en nuestra legislación que regule la realización de estas mediciones en redes sociales, aunque es claro que sus resultados pueden divulgarse”, señala Felipe Sánchez Iregui, del Observatorio de Redes Sociales de la Sergio Arboleda. Sin embargo, las disparidades que puede haber entre una encuesta hecha por una firma reconocida y las opiniones en redes sociales lo llevan a preguntarse si las primeras deben “ayudarse con las tendencias de lo que se dice en las redes y recalibrar sus resultados comparativamente”. Explica que este experimento ya ha sido probado en tres investigaciones realizadas por Andrea Ceron, Luigi Curini y Stefano Iacus, cuyas conclusiones quedaron consignadas en el libro Politics and Big Data: Nowcasting and Forecasting Elections with Social Media.
“Vincularon los análisis estadísticos, propios de las encuestas, con las tendencias en Twitter en materia electoral durante las pasadas elecciones en Estados Unidos, llegando a la conclusión de que las encuestadoras tienen que servirse de las redes para no llegar a descalabros como los del Brexit”, señala Sánchez Iregui.
De acuerdo con Giraldo, este tipo de sondeos en redes tienen sesgos enormes, porque en ellos participan seguidores de quienes los realizan. Básicamente, sirven para poner a hablar a las personas sobre determinados temas y confirmar esos sesgos que ya se tienen identificados y funcionan de la misma manera que lo hacen los titulares efectistas, que, por ejemplo, anuncian que un candidato se “dispara” en las encuestas cuando realmente está dentro del margen de error. Acevedo concuerda con Giraldo al señalar que son votaciones cuyos resultados están mediados por su audiencia y su propio alcance. O, como lo expone el observatorio del centro académico, “son hechos a través de redes, mueven más la pasión de las personas, el estado de ánimo con el que contestan en un momento dado”.
En todo caso, queda claro que ante la avalancha de mediciones que se pueden dar a través de los medios digitales, y de las limitaciones logísticas que pueden tener las firmas encuestadoras al momento de realizar el trabajo de campo, los resultados deben ser ubicados en contextos, en la explicación de las fichas técnicas y en el análisis sesudo desde la labor periodística, para que los ciudadanos puedan contar con información más completa y decidir su voto, si es el caso, luego de una encuesta.
¿Cómo tener control sobre el voto vergonzante?
Una de las limitaciones que pueden tener las encuestas radica en que, primero, no miden las maquinarias electorales de los candidatos ni tienen dominio sobre el denominado voto vergonzante, en que el ciudadano no se refleja libremente por las condiciones del entorno, por miedo al repudio o simplemente por prudencia.
Según explica Juan Fernando Giraldo, cofundador de la agencia Búho, los investigadores usan técnicas cualitativas que permiten conocer las opiniones de las personas que representan ese voto vergonzante e identificar elementos que no arrojan las encuestas. Se trata de grupos focales o entrevistas a profundidad que ayudan a entender los datos duros de una encuesta y orientan a los candidatos.
“Con una encuesta puedo saber que tengo 30 % de desfavorabilidad, pero con una herramienta cualitativa puedo saber que esa cifra se debe a que le di un coscorrón a un señor en la calle. Conocer el porqué es importante cuando se construye una campaña”, señala Giraldo.