Dos caminos alternos: Duque y Petro, la visión de un país de nuevas generaciones
Ya la lucha por la Presidencia no es entre liberales y conservadores, como en el pasado. Las fuerzas alternas se han abierto camino por el poder.
-Redacción Política
Por primera vez en Colombia desde que se crearon los partidos tradicionales, Liberal y Conservador, se disputan la Presidencia de la República dos candidatos cuyo derrotero político no está relacionado directamente con estas colectividades históricas. Iván Duque, por el Centro Democrático, y Gustavo Petro, por la Colombia Humana, llegan a la segunda vuelta en representación de dos alianzas en las que líderes de diversas tendencias, entre ellos sí liberales y conservadores, constituyen la visión de un país de nuevas generaciones comprometidas por apostarle a una nación en construcción de paz.
Cuando se bajó el telón del Frente Nacional quedaron en evidencia las mayorías del Partido Liberal en Colombia, que ganó con Alfonso López en 1974, Julio César Turbay en 1978, Virgilio Barco en 1986, César Gaviria en 1970 y Ernesto Samper en 1994. Esta sucesión de mandatarios liberales sólo fue interrumpida en 1982 con Belisario Betancur y en 1998 con Andrés Pastrana. Sin embargo, ambos dirigentes, aunque de origen conservador, llegaron al poder por movimientos suprapartidistas, incluso con apoyo de disidentes liberales.
En esa misma evolución política, los movimientos alternos a los partidos tradicionales fueron ganando espacio a marchas forzadas. Aunque la Alianza Nacional Popular (Anapo) reclamó por el fraude electoral de 1970, cuatro años después no alcanzó a 100.000 votos con Julio César Pernía. En 1982, la novedad fue el Nuevo Liberalismo de Luis Carlos Galán, surgido como una disidencia del Partido Liberal, pero no le alcanzó para llegar a la Presidencia. El candidato del Frente Democrático Firmes fue Gerardo Molina, con apenas 82.858 votos. Aún así, la victoria de Belisario Betancur les dio la entrada a nuevos actores políticos.
Por eso, en 1986, apareció la Unión Patriótica, surgida de los acuerdos de paz entre el gobierno Betancur y las Farc, con 328.752 votos. Aunque Barco ganó, el segundo en votos fue Álvaro Gómez con el Movimiento de Participación Nacional. Cuatro años después, Gómez perdió con Gaviria y el avance de la tercería política lo representó Antonio Navarro desde el Movimiento Compromiso Colombia, con 754.740 votos. En 1994, la votación de Navarro cayó a 219.241, pero con un agregado clave: la incorporación de algunos grupos guerrilleros como el M-19 y el Epl a la vida política nacional.
En 1998, en medio de la pelea entre Andrés Pastrana y Horacio Serpa, la tercera fuerza la encarnó Noemí Sanín con el movimiento Opción Vida, con casi tres millones de votos. Cuatro años después, en 2002, el panorama político sufrió una transformación radical. Ganó las elecciones Álvaro Uribe con el movimiento Primero Colombia, saliéndose de la línea de sucesión del Partido Liberal, que se alineó en la oposición junto al Frente Social y Político, que representó inicialmente Luis Eduardo Garzón. La reelección de Uribe en 2006 y su intento de tercer mandato en 2010 revolcó el mapa político.
En esa perspectiva, el bloque de poder quedó enmarcado en el llamado Partido de la Unidad Nacional o de la U, creado para la reelección de Uribe. Con esa plataforma, en 2010 fue electo Juan Manuel Santos, formado en las toldas liberales. Esta colectividad como tal apenas ocupó la sexta posición con Rafael Pardo. La quinta fue para Noemí Sanín con el conservatismo. A falta de protagonismo de los partidos tradicionales, Antanas Mockus con el Partido Verde, Germán Vargas con Cambio Radical y Gustavo Petro con el Polo Democrático demostraron la configuración de un nuevo país político.
Hace cuatro años, esa perspectiva fue más clara. La U le permitió la reelección a Santos, pero la pelea fue con Óscar Iván Zuluaga, del Centro Democrático, colectividad creada en 2013 para recobrar el ideario político de Uribe. El tercer lugar fue para Marta Lucía Ramírez con el conservatismo y luego se ubicaron Clara López, del Polo, y Enrique Peñalosa, con la Alianza Verde. En este período se fue decantando la disputa política con un ingrediente nuevo en la democracia colombiana: el proceso de paz con las Farc, que se terminó de sellar en noviembre de 2016.
Con esta perspectiva, el debate electoral de 2018 se fue polarizando poco a poco. Arrancó como favorito Germán Vargas, con la novedad de que no se inscribió por su partido, Cambio Radical, sino por firmas, en una clara postura de representar un gobierno de unidad nacional, al estilo Santos. Luego alcanzó a despertar un breve entusiasmo la candidatura liberal de Humberto de la Calle, avalado por su condición de negociador de paz. Sin embargo, arrancando 2018, Sergio Fajardo con la Coalición Colombia tomó la punta de las encuestas, en una clara reacción de las tercerías.
Entretanto, se dieron dos evoluciones políticas. El candidato de la Colombia Humana, Gustavo Petro, fue tomando fuerza, al tiempo que se definió el aspirante del bloque conformado por el uribismo y un sector del conservatismo: el exsenador del Centro Democrático Iván Duque. Con la caída libre del candidato liberal y el estancamiento de la opción Vargas Lleras, la pelea quedó transada entre Duque y Petro, que al final le ganó el paso a la segunda vuelta al exgobernador de Antioquia Sergio Fajardo, por un apretado margen de votos. Este domingo, desde orillas contrarias, Duque y Petro se pelean la Presidencia.
La suerte está echada para ambos y aunque las encuestas parecen favorecer a Duque, nada es claro. La primera incógnita es el voto en blanco. Aunque el pasado 27 de mayo, día de la primera vuelta, parecía una opción creciente, con el paso de los días se desdibujó desde la perspectiva de tomar posición por uno de los contendientes. Más aún, porque representan modelos de Estado diferentes, aunque con puntos de vista en común que también los acercan. Ambos quieren reformas judiciales o pactos por la gobernabilidad, pero discrepan frente a la forma de encarar la implementación de la paz.
Ya está claro que el planteamiento de Duque no es hacer trizas el Acuerdo de Paz, como lo acuñó el exministro Fernando Londoño, pero sí apunta a hacer modificaciones, sobre todo en la participación en política y la aplicación de la justicia. En la perspectiva de Petro, y quienes lo acompañan, el propósito es afianzar la paz sin cambios a lo pactado. Respecto al tema de Venezuela, también crucial, se advierten matices distintos. Del lado Duque, un rechazo público al gobierno de Nicolás Maduro. Desde la visión de Petro, una crítica general, pero sin mayor confrontación.
Con la claridad de que la paz y Venezuela son los temas claves del próximo cuatrienio, lo que se advierte en las últimas semanas desde las orillas Duque y Petro es un giro hacia el centro. Ni Duque se muestra como detractor del proceso de paz ni Petro cercano al gobierno de Maduro. Los que no les creen se van por el voto en blanco o no acudirán a las urnas, sumándose a los tradicionales abstencionistas. Entre los que quieren apostar a alguno de los contendientes, se ha visto de todo. Desde víctimas de la guerra que creen en el modelo Duque o reservistas y cristianos que prefieren a Petro.
En el fondo, los dos representan formas diferentes de encarar el país por su procedencia política y su recorrido en la democracia, pero sujetos también a inamovibles de estos tiempos: una lucha frontal contra la corrupción y el narcotráfico, un manejo responsable de la economía, reformas necesarias en temas como la salud o la educación, modificaciones políticas de conformidad con la evolución de la paz, garantías ciudadanas en temas como discriminación, equidad de género o libertades públicas y, en general, la agenda cotidiana de los colombianos y los apremios propios de la desigualdad social.
A pesar de los costos que deja la política, sobre todo después de ocho años de gobierno, la administración Santos deja un legado que la historia se encargará de evaluar. Una paz firmada con las Farc y en desarrollo con el Eln, notables avances en materia de infraestructura, un manejo responsable de la economía con logros como la presencia de Colombia en la Ocde, una imagen fortalecida en materia internacional y conquistas importantes para la preservación de derechos individuales, entre otros aspectos. Escenarios por complementar o mejorar, en una nueva perspectiva ambientalista para el siglo XXI.
Lo demás es lo que representa cada candidato para los colombianos. Iván Duque, con 42 años, como integrante de las nuevas generaciones; hijo del exgobernador de Antioquia, exministro y exregistrador Iván Duque Escobar que siempre abanderó al Partido Liberal; abogado, exasesor del Banco Interamericano de Desarrollo y exsenador de la República por el Centro Democrático. Pero más allá de sus ejecutorias, sus ideas o su entorno familiar y social, el hombre que defiende el ideario del expresidente Álvaro Uribe, razón que también explica sus adherentes y sus detractores.
En la otra esquina Gustavo Petro, quien desde muy joven incursionó en la política, fue guerrillero del M-19, firmó la paz en 1990 y se hizo congresista, brevemente pasó por la diplomacia, pero retornó al Congreso para convertirse en uno de los principales contradictores en los dos mandatos del presidente Álvaro Uribe y denunciante en escándalos como la parapolítica o el carrusel en la contratación en Bogotá. En 2010, buscó por primera vez la Presidencia, y un año después fue alcalde de la capital. Desde entonces busca llegar a la primera magistratura del Estado.
Dos opciones distintas, dos caminos alternos a los que el país habitualmente se vio instado a elegir. Ya no será la lucha entre rojos y azules que enarbolaban las banderas de liberales y conservadores, tampoco entre representantes de dinastías políticas ni habituales herederos del poder constituido. Son colombianos con sólida preparación académica e intelectual, con probado liderazgo, aunque de generaciones distintas y con buenas intenciones de acertar para el país. Pero uno solo de ellos será el gobernante y en las urnas serán los electores quienes decidan quién debe hacerlo.
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Cuando se bajó el telón del Frente Nacional quedaron en evidencia las mayorías del Partido Liberal en Colombia, que ganó con Alfonso López en 1974, Julio César Turbay en 1978, Virgilio Barco en 1986, César Gaviria en 1970 y Ernesto Samper en 1994. Esta sucesión de mandatarios liberales sólo fue interrumpida en 1982 con Belisario Betancur y en 1998 con Andrés Pastrana. Sin embargo, ambos dirigentes, aunque de origen conservador, llegaron al poder por movimientos suprapartidistas, incluso con apoyo de disidentes liberales.
En esa misma evolución política, los movimientos alternos a los partidos tradicionales fueron ganando espacio a marchas forzadas. Aunque la Alianza Nacional Popular (Anapo) reclamó por el fraude electoral de 1970, cuatro años después no alcanzó a 100.000 votos con Julio César Pernía. En 1982, la novedad fue el Nuevo Liberalismo de Luis Carlos Galán, surgido como una disidencia del Partido Liberal, pero no le alcanzó para llegar a la Presidencia. El candidato del Frente Democrático Firmes fue Gerardo Molina, con apenas 82.858 votos. Aún así, la victoria de Belisario Betancur les dio la entrada a nuevos actores políticos.
Por eso, en 1986, apareció la Unión Patriótica, surgida de los acuerdos de paz entre el gobierno Betancur y las Farc, con 328.752 votos. Aunque Barco ganó, el segundo en votos fue Álvaro Gómez con el Movimiento de Participación Nacional. Cuatro años después, Gómez perdió con Gaviria y el avance de la tercería política lo representó Antonio Navarro desde el Movimiento Compromiso Colombia, con 754.740 votos. En 1994, la votación de Navarro cayó a 219.241, pero con un agregado clave: la incorporación de algunos grupos guerrilleros como el M-19 y el Epl a la vida política nacional.
En 1998, en medio de la pelea entre Andrés Pastrana y Horacio Serpa, la tercera fuerza la encarnó Noemí Sanín con el movimiento Opción Vida, con casi tres millones de votos. Cuatro años después, en 2002, el panorama político sufrió una transformación radical. Ganó las elecciones Álvaro Uribe con el movimiento Primero Colombia, saliéndose de la línea de sucesión del Partido Liberal, que se alineó en la oposición junto al Frente Social y Político, que representó inicialmente Luis Eduardo Garzón. La reelección de Uribe en 2006 y su intento de tercer mandato en 2010 revolcó el mapa político.
En esa perspectiva, el bloque de poder quedó enmarcado en el llamado Partido de la Unidad Nacional o de la U, creado para la reelección de Uribe. Con esa plataforma, en 2010 fue electo Juan Manuel Santos, formado en las toldas liberales. Esta colectividad como tal apenas ocupó la sexta posición con Rafael Pardo. La quinta fue para Noemí Sanín con el conservatismo. A falta de protagonismo de los partidos tradicionales, Antanas Mockus con el Partido Verde, Germán Vargas con Cambio Radical y Gustavo Petro con el Polo Democrático demostraron la configuración de un nuevo país político.
Hace cuatro años, esa perspectiva fue más clara. La U le permitió la reelección a Santos, pero la pelea fue con Óscar Iván Zuluaga, del Centro Democrático, colectividad creada en 2013 para recobrar el ideario político de Uribe. El tercer lugar fue para Marta Lucía Ramírez con el conservatismo y luego se ubicaron Clara López, del Polo, y Enrique Peñalosa, con la Alianza Verde. En este período se fue decantando la disputa política con un ingrediente nuevo en la democracia colombiana: el proceso de paz con las Farc, que se terminó de sellar en noviembre de 2016.
Con esta perspectiva, el debate electoral de 2018 se fue polarizando poco a poco. Arrancó como favorito Germán Vargas, con la novedad de que no se inscribió por su partido, Cambio Radical, sino por firmas, en una clara postura de representar un gobierno de unidad nacional, al estilo Santos. Luego alcanzó a despertar un breve entusiasmo la candidatura liberal de Humberto de la Calle, avalado por su condición de negociador de paz. Sin embargo, arrancando 2018, Sergio Fajardo con la Coalición Colombia tomó la punta de las encuestas, en una clara reacción de las tercerías.
Entretanto, se dieron dos evoluciones políticas. El candidato de la Colombia Humana, Gustavo Petro, fue tomando fuerza, al tiempo que se definió el aspirante del bloque conformado por el uribismo y un sector del conservatismo: el exsenador del Centro Democrático Iván Duque. Con la caída libre del candidato liberal y el estancamiento de la opción Vargas Lleras, la pelea quedó transada entre Duque y Petro, que al final le ganó el paso a la segunda vuelta al exgobernador de Antioquia Sergio Fajardo, por un apretado margen de votos. Este domingo, desde orillas contrarias, Duque y Petro se pelean la Presidencia.
La suerte está echada para ambos y aunque las encuestas parecen favorecer a Duque, nada es claro. La primera incógnita es el voto en blanco. Aunque el pasado 27 de mayo, día de la primera vuelta, parecía una opción creciente, con el paso de los días se desdibujó desde la perspectiva de tomar posición por uno de los contendientes. Más aún, porque representan modelos de Estado diferentes, aunque con puntos de vista en común que también los acercan. Ambos quieren reformas judiciales o pactos por la gobernabilidad, pero discrepan frente a la forma de encarar la implementación de la paz.
Ya está claro que el planteamiento de Duque no es hacer trizas el Acuerdo de Paz, como lo acuñó el exministro Fernando Londoño, pero sí apunta a hacer modificaciones, sobre todo en la participación en política y la aplicación de la justicia. En la perspectiva de Petro, y quienes lo acompañan, el propósito es afianzar la paz sin cambios a lo pactado. Respecto al tema de Venezuela, también crucial, se advierten matices distintos. Del lado Duque, un rechazo público al gobierno de Nicolás Maduro. Desde la visión de Petro, una crítica general, pero sin mayor confrontación.
Con la claridad de que la paz y Venezuela son los temas claves del próximo cuatrienio, lo que se advierte en las últimas semanas desde las orillas Duque y Petro es un giro hacia el centro. Ni Duque se muestra como detractor del proceso de paz ni Petro cercano al gobierno de Maduro. Los que no les creen se van por el voto en blanco o no acudirán a las urnas, sumándose a los tradicionales abstencionistas. Entre los que quieren apostar a alguno de los contendientes, se ha visto de todo. Desde víctimas de la guerra que creen en el modelo Duque o reservistas y cristianos que prefieren a Petro.
En el fondo, los dos representan formas diferentes de encarar el país por su procedencia política y su recorrido en la democracia, pero sujetos también a inamovibles de estos tiempos: una lucha frontal contra la corrupción y el narcotráfico, un manejo responsable de la economía, reformas necesarias en temas como la salud o la educación, modificaciones políticas de conformidad con la evolución de la paz, garantías ciudadanas en temas como discriminación, equidad de género o libertades públicas y, en general, la agenda cotidiana de los colombianos y los apremios propios de la desigualdad social.
A pesar de los costos que deja la política, sobre todo después de ocho años de gobierno, la administración Santos deja un legado que la historia se encargará de evaluar. Una paz firmada con las Farc y en desarrollo con el Eln, notables avances en materia de infraestructura, un manejo responsable de la economía con logros como la presencia de Colombia en la Ocde, una imagen fortalecida en materia internacional y conquistas importantes para la preservación de derechos individuales, entre otros aspectos. Escenarios por complementar o mejorar, en una nueva perspectiva ambientalista para el siglo XXI.
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En la otra esquina Gustavo Petro, quien desde muy joven incursionó en la política, fue guerrillero del M-19, firmó la paz en 1990 y se hizo congresista, brevemente pasó por la diplomacia, pero retornó al Congreso para convertirse en uno de los principales contradictores en los dos mandatos del presidente Álvaro Uribe y denunciante en escándalos como la parapolítica o el carrusel en la contratación en Bogotá. En 2010, buscó por primera vez la Presidencia, y un año después fue alcalde de la capital. Desde entonces busca llegar a la primera magistratura del Estado.
Dos opciones distintas, dos caminos alternos a los que el país habitualmente se vio instado a elegir. Ya no será la lucha entre rojos y azules que enarbolaban las banderas de liberales y conservadores, tampoco entre representantes de dinastías políticas ni habituales herederos del poder constituido. Son colombianos con sólida preparación académica e intelectual, con probado liderazgo, aunque de generaciones distintas y con buenas intenciones de acertar para el país. Pero uno solo de ellos será el gobernante y en las urnas serán los electores quienes decidan quién debe hacerlo.
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