El cónclave de la unión del centro
El promotor del cónclave que dio vida a la denominada Coalición Centro Esperanza, incluyendo a un actor decisivo como Alejandro Gaviria, cuenta la tras escena de la reunión del pasado 28 de noviembre, un encuentro que, tras varios aplazamientos, al fin se concretó y sentó las bases con miras a las elecciones de 2022.
Juan Fernando Cristo*
Nos citamos a las 9 a.m. en una hermosa casona en La Candelaria, en pleno centro de Bogotá. La convocatoria fue exitosa. Los dirigentes de la centro izquierda aceptaron una invitación que esperaba la mayoría de colombianos que se resisten a repetir la segunda vuelta electoral de 2018. Salí a tiempo para llegar puntual esa soleada mañana del pasado 28 de noviembre. Pero fui el último. Pasadas las 8:30 a.m., todos ya habían llegado e incumplido el primer compromiso de no hablar a los medios que esperaban desde muy temprano noticias sobre lo que sería un nuevo intento por unificar el centro. “Arrancamos bien”, pensé con ironía, pero también con la convicción de que una coalición que ofrecía al país concertación debía ser capaz de lograrla en su interior.
En el corto trayecto que caminé para llegar al sitio de encuentro, reflexioné sobre los riesgos asumidos al convocar el denominado cónclave. Dos semanas atrás, un lunes festivo de pausa en las giras de campaña, sin consultar a los compañeros de la coalición, decidí enviarles una carta pública, porque ya era necesario pasar de los trinos y declaraciones a la acción concreta. Las primeras reacciones fueron agridulces. Algunos se mostraron dispuestos de inmediato. Otros se sintieron presionados y sorprendidos, pero Íngrid Betancourt y Humberto de la Calle, a quienes propuse como líderes de la conversación, asumieron con entusiasmo su tarea.
Tras atender a los medios y expresar optimismo por los resultados de la jornada, crucé la puerta y me dirigí hacia el segundo piso, en donde se desarrollaría la reunión. El saludo inicial, bastante informal, fue en el salón de la chimenea. Apenas se organizaba la mesa en la que nos sentaríamos a dialogar. En una esquina me detuve a hablar con Alejandro Gaviria, quien al aceptar la invitación había desatado la conocida crisis con el jefe del Partido Liberal, episodio que, sin duda, facilitó las discusiones en el cónclave. Tomamos café confiados en que Humberto e Íngrid habían trabajado con antelación la agenda del día.
Primera regla: chao celulares. Antes de ingresar al segundo salón de reunión, dejamos en una canasta nuestros móviles, para evitar cualquier distracción. Cafés, tés, jugos, panadería dulce y salada al alcance de la mano. Y arrancamos con las dos primeras horas de conversación. En ese tiempo, fijamos posiciones amables, pero francas y directas. Dos eran las diferencias de fondo: en la coalición considerábamos importante el ingreso de Gaviria, mientras que él creía en un acuerdo que solo implicaba definir las reglas de juego para escoger candidato presidencial en una consulta en marzo.
El segundo asunto giró en torno a la necesidad de llegar a unos mínimos acuerdos programáticos y una agenda común. También se discutió la eventual participación de partidos ajenos a la coalición en la consulta. De la Calle, con experiencia en esta clase de negociaciones, sugirió que trabajáramos primero en lo programático bajo el conocido principio de “nada está acordado hasta que todo esté acordado”. Un decálogo con definiciones programáticas, reglas para la consulta y respaldo de los precandidatos presidenciales a las listas a Congreso fueron las primeras decisiones.
Llegó la hora del receso. Un almuerzo bogotano, ajiaco santafereño, acompañado de un brindis con viche —bebida tradicional del Pacífico colombiano, traído por Jhon Arley Murillo—, facilitaron un encuentro ameno en el amplio patio del primer piso. Por fortuna, las lluvias muy comunes por aquellos días no aparecieron. El pronóstico climático parecía alentador. Las conversaciones informales contribuyeron a encontrar salidas porque, hay que decirlo, a las 2:00 de la tarde aún no sabíamos si tendríamos acuerdo definitivo. Es más, algunos no descartamos la idea de terminar el día sin decisiones y continuar el lunes.
Al regresar a las discusiones, Robledo insistió en la agenda programática y en que no podíamos hacer un acuerdo a las carreras que no fuera sostenible en el tiempo solo para complacer a la “galería”. Una posición que compartíamos los compañeros de Coalición, pero al tiempo comprendíamos la importancia de tener buenas noticias al final del día. Acercamos posiciones con un documento programático concreto y las reglas del juego claras para la consulta. Hicimos otro receso sobre las 4 de la tarde y, al volver, el ambiente ya era de consenso. Comenzamos a discutir detalles de los textos preparados, conscientes de que Gaviria había tomado la decisión correcta al apartarse del liberalismo y que su ingreso a la coalición debía quedar reflejado en los acuerdos públicos.
Así, pasamos al salón de la chimenea de la vieja casona, en donde sostuvimos una última discusión sobre el cambio de nombre de la Coalición de la Esperanza. Esa era una línea roja para nosotros. Eliminar la palabra “esperanza” no era negociable. Al final, tras escuchar varias opciones planteadas por Gaviria y sus asesores, llegamos a la solución: Coalición Centro Esperanza. Para la Coalición, implicó el punto final de la discusión y ya estábamos listos para salir a los medios de comunicación. El afán era salir antes de los noticieros de las 7 de la noche, al punto de que con Humberto nos apresuramos a llegar a la parte de atrás de la casona, donde todos los medios de comunicación nos esperaban.
Íngrid fue designada vocera y la gran satisfacción con los aplausos de cierre, incluso de algunos periodistas. En la mañana, al iniciar el encuentro había recordado que con De la Calle ya habíamos participado en dos cónclaves anteriores: el del cierre del Acuerdo con las Farc y el de la renegociación del mismo acuerdo con los promotores del no tras la derrota en el plebiscito. Uno exitoso y el otro no. Con este quedamos 2-1 con saldo positivo. Nació así la Coalición Centro Esperanza, veinte meses después del encuentro de febrero del 2020 en el que nos reunimos por primera vez por invitación del senador Iván Marulanda. Sin caudillos, con liderazgo colectivo, demostramos que sí es posible recuperar el valor de la palabra consenso. Eso haremos en el gobierno de la Coalición Centro Esperanza a partir del 7 de agosto del 2022: archivar los insultos y recuperar de la cesta de la basura la palabra “acuerdos”. Los necesitamos.
* Precandidato presidencial de la Coalición Centro Esperanza.
Nos citamos a las 9 a.m. en una hermosa casona en La Candelaria, en pleno centro de Bogotá. La convocatoria fue exitosa. Los dirigentes de la centro izquierda aceptaron una invitación que esperaba la mayoría de colombianos que se resisten a repetir la segunda vuelta electoral de 2018. Salí a tiempo para llegar puntual esa soleada mañana del pasado 28 de noviembre. Pero fui el último. Pasadas las 8:30 a.m., todos ya habían llegado e incumplido el primer compromiso de no hablar a los medios que esperaban desde muy temprano noticias sobre lo que sería un nuevo intento por unificar el centro. “Arrancamos bien”, pensé con ironía, pero también con la convicción de que una coalición que ofrecía al país concertación debía ser capaz de lograrla en su interior.
En el corto trayecto que caminé para llegar al sitio de encuentro, reflexioné sobre los riesgos asumidos al convocar el denominado cónclave. Dos semanas atrás, un lunes festivo de pausa en las giras de campaña, sin consultar a los compañeros de la coalición, decidí enviarles una carta pública, porque ya era necesario pasar de los trinos y declaraciones a la acción concreta. Las primeras reacciones fueron agridulces. Algunos se mostraron dispuestos de inmediato. Otros se sintieron presionados y sorprendidos, pero Íngrid Betancourt y Humberto de la Calle, a quienes propuse como líderes de la conversación, asumieron con entusiasmo su tarea.
Tras atender a los medios y expresar optimismo por los resultados de la jornada, crucé la puerta y me dirigí hacia el segundo piso, en donde se desarrollaría la reunión. El saludo inicial, bastante informal, fue en el salón de la chimenea. Apenas se organizaba la mesa en la que nos sentaríamos a dialogar. En una esquina me detuve a hablar con Alejandro Gaviria, quien al aceptar la invitación había desatado la conocida crisis con el jefe del Partido Liberal, episodio que, sin duda, facilitó las discusiones en el cónclave. Tomamos café confiados en que Humberto e Íngrid habían trabajado con antelación la agenda del día.
Primera regla: chao celulares. Antes de ingresar al segundo salón de reunión, dejamos en una canasta nuestros móviles, para evitar cualquier distracción. Cafés, tés, jugos, panadería dulce y salada al alcance de la mano. Y arrancamos con las dos primeras horas de conversación. En ese tiempo, fijamos posiciones amables, pero francas y directas. Dos eran las diferencias de fondo: en la coalición considerábamos importante el ingreso de Gaviria, mientras que él creía en un acuerdo que solo implicaba definir las reglas de juego para escoger candidato presidencial en una consulta en marzo.
El segundo asunto giró en torno a la necesidad de llegar a unos mínimos acuerdos programáticos y una agenda común. También se discutió la eventual participación de partidos ajenos a la coalición en la consulta. De la Calle, con experiencia en esta clase de negociaciones, sugirió que trabajáramos primero en lo programático bajo el conocido principio de “nada está acordado hasta que todo esté acordado”. Un decálogo con definiciones programáticas, reglas para la consulta y respaldo de los precandidatos presidenciales a las listas a Congreso fueron las primeras decisiones.
Llegó la hora del receso. Un almuerzo bogotano, ajiaco santafereño, acompañado de un brindis con viche —bebida tradicional del Pacífico colombiano, traído por Jhon Arley Murillo—, facilitaron un encuentro ameno en el amplio patio del primer piso. Por fortuna, las lluvias muy comunes por aquellos días no aparecieron. El pronóstico climático parecía alentador. Las conversaciones informales contribuyeron a encontrar salidas porque, hay que decirlo, a las 2:00 de la tarde aún no sabíamos si tendríamos acuerdo definitivo. Es más, algunos no descartamos la idea de terminar el día sin decisiones y continuar el lunes.
Al regresar a las discusiones, Robledo insistió en la agenda programática y en que no podíamos hacer un acuerdo a las carreras que no fuera sostenible en el tiempo solo para complacer a la “galería”. Una posición que compartíamos los compañeros de Coalición, pero al tiempo comprendíamos la importancia de tener buenas noticias al final del día. Acercamos posiciones con un documento programático concreto y las reglas del juego claras para la consulta. Hicimos otro receso sobre las 4 de la tarde y, al volver, el ambiente ya era de consenso. Comenzamos a discutir detalles de los textos preparados, conscientes de que Gaviria había tomado la decisión correcta al apartarse del liberalismo y que su ingreso a la coalición debía quedar reflejado en los acuerdos públicos.
Así, pasamos al salón de la chimenea de la vieja casona, en donde sostuvimos una última discusión sobre el cambio de nombre de la Coalición de la Esperanza. Esa era una línea roja para nosotros. Eliminar la palabra “esperanza” no era negociable. Al final, tras escuchar varias opciones planteadas por Gaviria y sus asesores, llegamos a la solución: Coalición Centro Esperanza. Para la Coalición, implicó el punto final de la discusión y ya estábamos listos para salir a los medios de comunicación. El afán era salir antes de los noticieros de las 7 de la noche, al punto de que con Humberto nos apresuramos a llegar a la parte de atrás de la casona, donde todos los medios de comunicación nos esperaban.
Íngrid fue designada vocera y la gran satisfacción con los aplausos de cierre, incluso de algunos periodistas. En la mañana, al iniciar el encuentro había recordado que con De la Calle ya habíamos participado en dos cónclaves anteriores: el del cierre del Acuerdo con las Farc y el de la renegociación del mismo acuerdo con los promotores del no tras la derrota en el plebiscito. Uno exitoso y el otro no. Con este quedamos 2-1 con saldo positivo. Nació así la Coalición Centro Esperanza, veinte meses después del encuentro de febrero del 2020 en el que nos reunimos por primera vez por invitación del senador Iván Marulanda. Sin caudillos, con liderazgo colectivo, demostramos que sí es posible recuperar el valor de la palabra consenso. Eso haremos en el gobierno de la Coalición Centro Esperanza a partir del 7 de agosto del 2022: archivar los insultos y recuperar de la cesta de la basura la palabra “acuerdos”. Los necesitamos.
* Precandidato presidencial de la Coalición Centro Esperanza.