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                                                                                                                                El crudo relato del sepulturero de Bojayá

                                                                                                                                Domingo Chalá, víctima de desplazamiento y cantante frustrado de vallenatos, cuenta cómo el 2 de mayor de 2002, hace 16 años, tuvo que enterrar los cadáveres bojayaseños como “perros porque nadie los rezaba”.

                                                                                                                                César A. Marín y Felipe Suárez*

                                                                                                                                Domingo Chalá fue el sepulturero de la masacre de Bojayá, ocurrida hace 16 años. / Archivo Particular
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                                                                                                                                El 2 de mayo del 2002, por cuenta de una pipeta de gas lanzada por las Farc, el apodo de Domingo se reafirmó, pues ese día prefirió recoger cuerpos enteros y desbaratados que marcharse para Quibdó como lo hizo buena parte de los bojayaseños. “Con una pala me tocó recoger los restos de niños y adultos, y meterlos en unas bolsas para que los fueran llevando a las canoas para ser llevados a la fosa común que estaba por los lados del río Bojayá”.  

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La gente –cuenta Domingo– no pudo sacar nada de sus viviendas, ni dinero ni implementos para cocinar; fueron otros los que se sintieron acreedores de esas pertenencias. “En Vigía del Fuerte veíamos a paramilitares y guerrilleros de civil, vestidos con la ropa que sacaron de las casas de la gente de Bojayá, aprovechando que estaban solas las viviendas”.

                                                                                                                                No solamente murieron ese día los civiles que estaban en la iglesia, sino que también hubo varios combatientes tanto de la guerrilla como de los paramilitares que resultaron heridos y que fueron a morir en la parte de atrás del pueblo, por la montaña.

                                                                                                                                Cuando le tocó recoger los muertos, la fetidez que desprendía la ropa de Domingo lo convertía en una especie de miembro de la casta de los intocables de la India: nadie se atrevía a acercársele en Vigía del Fuerte, menos a tocarlo, porque según cuenta “el olor del cuerpo humano era muy penetrante”. Quizá él olor era una especie de eco de la muerte que habían dejado atrás. Pero esto no lo perturbaba. Lo que lo preocupaba en ese momento era que la gente pudiera despedir con decoro a sus familiares y amigos.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                La labor y preocupación de Domingo hace recordar la película japonesa Violines en el cielo (Departures, Yojiro Takita), en la que el protagonista trabaja, como si fuera un artesano, arreglando los cuerpos de los muertos de la mejor forma posible para que sus familiares los despidan con la mayor dignidad.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Untarse de tierra y muerte le significó el respeto no solo de sus paisanos: “lo que yo hice en la iglesia con los muertos de la masacre hasta la guerrilla lo valoró; incluso cuando estaban por acá, en los alrededores de Bellavista, y yo me los topaba, ellos me respetaban porque me conocían por mi trabajo, porque vieron con buenos ojos la labor de recoger los muertos, ya que no querían que ni el Ejército ni los medios de comunicación vieran como habían quedado los cuerpos luego de la explosión de la pipeta”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Por lo hecho en el 2002, Domingo tiene en su haber varias entrevistas, incluso con medios internacionales. Sabe leer, pero escasamente escribe su nombre; su capacidad para componer vallenatos surge casi que por intuición. Él y sus paisanos no quieren más violencia. “Pero me preocupa que por acá hay Eln y paramilitares. Por los lados del río Bojayá la gente está trabajando, la gente tiene su tierrita, pero viven con ese temor, con esa zozobra. Acá en el casco urbano estamos tranquilos porque está el Ejército”, concluyó.

                                                                                                                                Domingo solo espera el día en que cada uno de los muertos del 2 de mayo sea identificado, los saquen de las bolsas en las que se encuentran sus restos, ocupen su respectiva bóveda, marcada con su nombre, para que descanse su corazón, y esa tristeza de 16 años sea lo único que debe quedar en la bolsa y enterrar para siempre.

                                                                                                                                *Periodistas de la Unidad para las Víctimas

                                                                                                                                Domingo Chalá fue el sepulturero de la masacre de Bojayá, ocurrida hace 16 años. / Archivo Particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                El 2 de mayo del 2002, por cuenta de una pipeta de gas lanzada por las Farc, el apodo de Domingo se reafirmó, pues ese día prefirió recoger cuerpos enteros y desbaratados que marcharse para Quibdó como lo hizo buena parte de los bojayaseños. “Con una pala me tocó recoger los restos de niños y adultos, y meterlos en unas bolsas para que los fueran llevando a las canoas para ser llevados a la fosa común que estaba por los lados del río Bojayá”.  

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                La gente –cuenta Domingo– no pudo sacar nada de sus viviendas, ni dinero ni implementos para cocinar; fueron otros los que se sintieron acreedores de esas pertenencias. “En Vigía del Fuerte veíamos a paramilitares y guerrilleros de civil, vestidos con la ropa que sacaron de las casas de la gente de Bojayá, aprovechando que estaban solas las viviendas”.

                                                                                                                                No solamente murieron ese día los civiles que estaban en la iglesia, sino que también hubo varios combatientes tanto de la guerrilla como de los paramilitares que resultaron heridos y que fueron a morir en la parte de atrás del pueblo, por la montaña.

                                                                                                                                Cuando le tocó recoger los muertos, la fetidez que desprendía la ropa de Domingo lo convertía en una especie de miembro de la casta de los intocables de la India: nadie se atrevía a acercársele en Vigía del Fuerte, menos a tocarlo, porque según cuenta “el olor del cuerpo humano era muy penetrante”. Quizá él olor era una especie de eco de la muerte que habían dejado atrás. Pero esto no lo perturbaba. Lo que lo preocupaba en ese momento era que la gente pudiera despedir con decoro a sus familiares y amigos.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                La labor y preocupación de Domingo hace recordar la película japonesa Violines en el cielo (Departures, Yojiro Takita), en la que el protagonista trabaja, como si fuera un artesano, arreglando los cuerpos de los muertos de la mejor forma posible para que sus familiares los despidan con la mayor dignidad.

                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                No ad for you

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                                                                                                                                Domingo solo espera el día en que cada uno de los muertos del 2 de mayo sea identificado, los saquen de las bolsas en las que se encuentran sus restos, ocupen su respectiva bóveda, marcada con su nombre, para que descanse su corazón, y esa tristeza de 16 años sea lo único que debe quedar en la bolsa y enterrar para siempre.

                                                                                                                                *Periodistas de la Unidad para las Víctimas

                                                                                                                                Por César A. Marín y Felipe Suárez*

                                                                                                                                Temas recomendados:

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