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Esperanza y desencanto
Gustavo Petro acaba de cumplir dieciocho meses en la presidencia. Han sido meses de sobresaltos y obstáculos para partidarios y defensores. Meses de reformas destructoras y de inacción para los opositores. Para todos, ha sido una montaña rusa.
Después de un comienzo de altas expectativas y emotividad esperanzada, lo que ha seguido han sido frustraciones, tanto para el gobierno como para seguidores y opositores. El gobierno parece incapaz de administrar y de movilizar su agenda. Múltiples voces que antes lo apoyaban parecen desencantadas por lo visto hasta ahora.
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Pero esto no es noticia. Los indicadores de favorabilidad permanecen por debajo del 30 %, reflejando el deterioro de su imagen y el desgaste de su capital político desde etapas muy tempranas de su gobierno. Pero, ¿por qué se ha desgastado tan rápido el capital político de Petro? Estas parecen ser las principales razones.
Un liderazgo errático y desenfocado
El presidente lograba inspirar, mover masas con discursos elocuentes y posicionar temas en la agenda como congresista o como candidato. Ahora no parece tener las habilidades gerenciales ni el liderazgo para empujar sus propuestas y coordinar su gobierno.
Lejos de definir estrategias, señalar el camino, Petro parece desconectado del país y de sus necesidades urgentes, pero especialmente de su propio gobierno. No forma la agenda, sino que la desorganiza. No hace seguimiento de su gabinete ni de sus labores, sino que los confunde.
Sus intervenciones hacen pensar que le interesa más mirar hacia afuera que hacia adentro del país. Su discurso, antes que unir, sumar fuerzas y construir liderazgo colectivo, divide, levanta ampollas y arma peleas innecesarias. Al defenderse, cae en estrategias populistas que, si bien son consistentes con la forma como fue elegido, reducen su capacidad de liderazgo y lo alejan más del resto del país.
Una agenda volátil e indefinida
Su agenda de políticas es incierta, ambigua, ciertamente ambiciosa y en muchos casos marcada por el síndrome de Adán, con un afán casi excéntrico por pasar a la historia como el refundador del país. En esa confusión, el presidente da líneas inconexas e inconsistentes a un equipo desorientado y desarticulado.
Desde el comienzo del gobierno ha centrado su energía en defender sus soluciones más que en entender los problemas de fondo. El desdén por la técnica, por ejemplo, en su desatención al Plan de Desarrollo o al presupuesto nacional, son un reflejo de la confusión de lo que significa gobernar bien. El presidente, al contrario de lo que se recomienda en políticas públicas, se enamora perdidamente de las soluciones de su libreto antes que definir los problemas.
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No es que otros gobernantes no lo hayan hecho, sino que ese romance no va acompañado de una base técnica que sustente sus ideas y de un equipo que, basado en evidencia, formule, ejecute y les haga seguimiento. Aunque sus reformas puedan ser interesantes o respondan fielmente a sus bases electorales, se estrellan contra el suelo y afectan su gobernabilidad, porque no cuenta con un equipo técnico-gerencial experto, ni menos con alfiles políticos sólidos que las defiendan técnica y políticamente más allá de su base de leales activistas.
Peleas innecesarias
El debate de las reformas parece haber agotado rápidamente la gasolina gubernamental. El capital político del presidente se desgastó muy rápido por varias peleas innecesarias.
Por un lado, los nombramientos dudosos del gabinete, las equivocaciones y peleas de sus ministros y coequiperos, los choques y desplantes con gobernantes locales y sus proyectos prioritarios, las renuncias de voces técnicas o disonantes en el gobierno y un estilo de administración basado en debates tuiteros golpearon la imagen del presidente.
Gobernar es más que reformar
El gobierno ha transmitido una imagen de desorden e incapacidad en su gestión y en la competencia entre los miembros de su equipo, especialmente en el más cercano. En esto se nos han ido dieciocho meses donde no hemos visto avances, mientras que los problemas persisten o se agravan.
No solo hay terquedad en defender argumentos muy poco convincentes, sino que el presidente y su equipo parecen desconectados de los problemas de la administración pública que deben resolver. Gobernar es el arte de gestionar a los distintos sectores y las restricciones económicas, políticas e institucionales.
La obsesión reformista y el enamoramiento de Petro con su “refundación de la nación”, hacen que presente cualquier viento en contra como prueba de que el mundo está contra él y su gobierno. Su visión victimizada de “no me dejan gobernar”, indica que el presidente prefiere hacer pataleta y crear tensiones en las redes sociales, antes que asumir que gobernar es precisamente ponerse al frente, coordinar, gestionar y capotear las fuerzas contrarias, todo sin salirse de los marcos institucionales.
Su desesperación ha sido tan evidente que por momentos parece ignorar las reglas de juego. En un marco de gobernanza democrática los gobiernos están lejos de ser omnipotentes para ordenar para que los cambios sucedan. Para eso existe la gestión pública, para hacer que los cambios pasen en un marco democrático.
Cualquier gerente público debe tener claro que los gobiernos operan en una densa red de reglas, intereses y poderes formales e informales que limitan la discrecionalidad gubernamental y evitan abusos de poder como parte del ejercicio democrático. Además, establecen derechos y procesos.
El problema es que mientras el presidente parece desconocer la frase china de “siembra vientos y cosecharás tempestades” el equipo que debe gestionar parece fragmentado, desenfocado paralizado y, en muchos casos, sin el equipaje correcto para responder con gerencia y técnica a tanta turbulencia.
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Les repito siempre a mis alumnos que es más fácil hacerse elegir que gobernar y ser elegido ya es tremendamente difícil. Pero eso no es suficiente para ser un buen gobernante. Entre otras cosas, se necesitan inspiración, visión, estrategia, gestión, capacidad, coordinación y liderazgo colectivo, atributos que la sociedad percibe ausentes en este gobierno.
Algunos podrían argumentar que el presidente sabe lo que hace y todo es parte del juego que plantea, pero los resultados no parecen confirmar esta hipótesis. Petro es un político sagaz, pero parece ajeno a su propia función administrativa y de líder. El periodo presidencial pasa muy rápido, de modo que tal vez ha llegado el momento de revisar el rumbo y establecer las victorias factibles y necesarias.
En políticas públicas, como advertían tanto Charles Lindblom como Herbert Simon, los cambios graduales y escalonados son más factibles que las transformaciones heroicas. Los primeros son menos espectaculares, pero ciertamente son más certeros y factibles y pueden hacer historia.
El tiempo y la inercia son implacables en la administración pública. Si Petro y su gobierno no corrigen el rumbo, su legado pasará a la historia con más penas que glorias reformadoras, con todo lo que ello puede implicar para el futuro de Colombia.
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*Profesor asociado y coordinador de programas de posgrado en la Escuela de Administración Pública de Florida Atlantic University e investigador afiliado en la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, Colombia.
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