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El hotel constituyente

LA CONSTITUCIÓN DE 1991 está de cumpleaños. Esta crónica revive los hechos que tuvieron lugar hace dos décadas en el Hotel Tequendama, centro de operaciones de los delegatarios que le dieron vida.

ANGÉLICA MURCIA*
26 de junio de 2011 - 09:00 p. m.
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El 7 de noviembre de 1990, la presentación de los candidatos del Social Conservatismo en el Salón Rojo del hotel Tequendama, de Bogotá,  marcó para el simbólico lugar el inicio de su participación en la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Días después, el Partido Liberal homenajeó allí a su candidato a la Asamblea, Jaime Castro, y el expresidente Alfonso López Michelsen sustentó su renuncia a la candidatura de la Constituyente.

La Asamblea debería sesionar en el Capitolio Nacional, sede del Congreso. Al menos eso fue lo que se planteó hasta que los senadores anunciaron que varias de sus comisiones tenían que trabajar de manera extraordinaria durante el mismo periodo en que la ANC estuviera reunida, por lo cual se buscó un acuerdo político para hallar sitio de deliberación.

Después de estudiar varias posibilidades, se alquilaron las instalaciones del Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada y tres pisos del Hotel Tequendama para montar las oficinas de los delegatarios y el servicio de alimentación. El trato quedó sellado con un descuento especial que ofreció el hotel en el hospedaje para quienes decidieran quedarse.

La base de operaciones

La ANC fue instalada el 5 de febrero de 1991, presidida por Antonio Navarro Wolff, de la Alianza Democrática M-19; Álvaro Gómez Hurtado, del Movimiento de Salvación Nacional, y Horacio Serpa Uribe, del Partido Liberal.

A la sazón, se anunció que la ANC le costaría a la nación $9.300 millones incluida la financiación parcial de la campaña. Se destinaron $2.700 millones para alquiler, dotación y funcionamiento de los salones de sesiones en el Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, así como el sueldo de los delegatarios ($750.000), de sus consejeros (un asesor ganaba $450.000; el asistente, $250.000, y la secretaria, $150.000) y del personal administrativo. Ese presupuesto también cubría el arriendo durante esos meses de los últimos tres pisos del Hotel Tequendama, adecuados para que cada delegatario tuviera dos oficinas equipadas.

Desde el primer día de la Constituyente, el hotel ofreció desayunos, almuerzos  y cenas para los delegatarios, las bancadas y los políticos. Los periodistas tuvieron una sede en los pisos de los constituyentes y durmieron en los pasillos de las oficinas a la espera de noticias sobre la nueva Carta Política. Unos 500 policías tenían la misión de proteger a los asambleístas y los operativos de seguridad en el Centro Internacional trastornaban a vecinos y transeúntes. En el hotel, propiedad de las FF.MM. y administrado por un verdadero gerente “general” (de “cinco estrellas”), el despliegue de fuerza incluía tres oficiales, cuatro suboficiales y 65 agentes divididos en tres turnos.

Las oficinas de los 74 constituyentes estaban en los pisos 10, 11 y 12. Allí transcurrieron las largas horas de consulta de otras constituciones, deliberaciones y correcciones; se habló de divorcio, de ética, de derechos fundamentales y de todos los temas que finalmente quedaron consignados en la Carta Política de 1991. Claro, no todos los constituyentes usaron las oficinas. El expresidente Misael Pastrana Borrero, por ejemplo, canceló el contrato de arrendamiento de la suya. Eso sí, exigió la instalación de la Comisión de Ética de la Asamblea, la misma que cuestionaría el ir y venir de Francisco Maturana (de la lista del M-19) por mantener un contrato remunerado con otra entidad, situación que violaba las reglas de la Asamblea. La actuación del técnico de fútbol fue tan polémica que en mayo, la Contraloría le retuvo los cheques de dos meses de sueldo por inasistencia al trabajo ordinario.

Llegó por fin el segundo debate de la Asamblea, a finales de junio de 1991, en medio de una crisis porque los textos no estaban listos y sólo en el minuto previo al debate aparecieron las copias. Se discutió, incluso, prorrogar el periodo de sesiones, pero los tres presidentes de la Asamblea se opusieron y confirmaron el 4 de julio como fecha límite.

Se pensó entonces en un operativo de emergencia para entregar los artículos a consideración; la mayoría estuvo de acuerdo y en la suite Santander discutieron, aprobaron y corrigieron los textos que serían estudiados en el debate.

El diario El Tiempo describió los pisos 11 y 12 como una sala de parto en la que periodistas y constituyentes esperaban con ansiedad el alumbramiento de la Constitución. Para la ceremonia de promulgación no estuvo listo el texto final. Salvo un constituyente, Alberto Zalamea, todos asistieron al acto de celebración, el 4 de julio de 1991, en el Salón Elíptico del Capitolio y firmaron un texto en blanco. Algunos constituyentes se fueron a la Casa de Nariño a departir, otros regresaron a sus oficinas en el hotel para pulir el texto.

En la habitación 1135 se hizo la tarea más complicada. Para ubicar correctamente todas las palabras, incisos, puntos y comas en la Constitución se necesitaron 24 personas: tres asambleístas, cinco asesores, 10 secretarias y seis técnicos en computadores. Durante días y noches ‘cazaron errores y conciliaron textos’. El 7 de julio, a las 4 de la madrugada, se vio por primera vez el documento completo, sin ceremonia, ni cámaras de TV; en la habitación 1135, el secretario general de la ANC, Jacobo Pérez, terminó de autenticar los 380 artículos definitorios y los 59 transitorios.

A la firma de los folios le siguió un acta suscrita por delegatarios miembros de la Secretaría, tres periodistas que dormían sobre una alfombra del hotel —en un pasillo cercano a la habitación 1135— que esperaban la noticia de la Constitución, y un niño, hijo del relator de la Asamblea, Gustavo Orozco. Hubo celebración con aleluyas que retumbó en las paredes del hotel y brindis con vino deuna licorería cercana. En una bolsa se empacaron las 148 páginas de la Constitución y se depositaron en la caja fuerte del hotel para trasladarlas a la bóveda del Archivo Nacional. La Carta estaba acompañada de dos pistolas del desmovilizado Ejército Popular de Liberación (EPL) y del bastón de mando que los representantes de los indígenas regalaron a los presidentes de la Asamblea.

Mientras unos sufrían en esos primeros días de julio por terminar su tarea de entregar una nueva Constitución, el hotel intentaba volver a la normalidad, en pleno caos del trasteo de toneladas de papeles y libros. Por el único ascensor que daba a los tres pisos de los constituyentes bajaban cajas y cajas. Afuera, los carros hacían fila para la mudanza.

Carlos Lleras de la Fuente fue primer constituyente en irse; se llevó 18 cajas con propuestas de sus colegas, gacetas constitucionales y libros, propios y regalados. Al indígena Lorenzo Muelas le regalaron más de 2.000 libros, incluida una enciclopedia de la historia de Colombia y le enviaron 3.000 cartas. La correspondencia también fue archivada.

También por problemas de logística en el Capitolio, después de la Constituyente llegó al Tequendama el “Congresito”, comisión especial creada en el artículo transitorio sexto por la misma corporación para regular la transición constitucional. Lo presidían el exministro liberal Carlos Lemos; el exdelegatario Luis Guillermo Nieto, de Salvación Nacional; y el abogado Armando Novoa, por la AD M-19. Un esquema como el de la ANC, que representaba la mayoría de las fuerzas políticas. Sesionó en el Salón Boyacá y después en el piso 17, donde se adecuaron las salas de plenaria. El costo diario por cada oficina era de $28.000.

El “Congresito”, de 37 miembros, estuvo en el hotel de julio a noviembre de 1991 y estudió desde tratados internacionales hasta medidas para la descongestión de los despachos judiciales.

Después de este agitado año, el Tequendama volvió a la rutina de huéspedes y eventos sociales, políticos y académicos que comenzó en 1953. En su libro de huéspedes ilustres quedaban los hombres que le dieron a Colombia la Carta Magna liberal y democrática que lo rige desde 1991.

 * Cortesía de la revista ‘Directo Bogotá’, de la Facultad de Comunicación y Lenguaje de la Universidad Javeriana. http://issuu.com/directobogota/docs
 

Por ANGÉLICA MURCIA*

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