“El legado del M-19 a Colombia es la paz”: Antonio Navarro Wolff
Navarro habla de los acontecimientos previos a la desmovilización y de lo que significó el desarme de una guerrilla que, como la describió César Gaviria, fue minoritaria en términos militares, pero la más audaz en términos políticos.
-Hugo García Segura / @hgarciasegura
Hace 30 años, el 9 de marzo de 1990, en la oficina del presidente Virgilio Barco, la guerrilla del M-19, en cabeza de su máximo comandante Carlos Pizarro Leongómez, selló la paz con el Estado colombiano. Además de los dos, firmaron el documento Rafael Pardo, consejero presidencial; Julio César Turbay, expresidente y director del Partido Liberal; Antonio Navarro, segundo comandante de la organización guerrillera; monseñor Álvaro Fandiño, en representación de la Iglesia católica, y Luis Ayala, delegado de la Internacional Socialista, como testigo.
Un día antes, en Santo Domingo, una pequeña vereda empotrada en las montañas del norte del Cauca, arriba de Tacueyó, en zona rural de Toribío, Pizarro había desenfundado su pistola nueve milímetros, le había sacado las balas, la había envuelto en un pañuelo de franjas amarillas, azules y rojas, y la había colocado sobre una mesa cubierta con la bandera de Colombia, junto al montón de fusiles que previamente había dejado la tropa. “Por la paz, por la dignidad de Colombia”, exclamó con voz enérgica. En ese momento, la desmovilización del M-19 significó un respiro para el país, sumido en una cruenta violencia, no solo por el conflicto armado sino por la lucha contra el narcotráfico.
Terminaban así 16 años de lucha guerrillera. El “eme”, como se le conocía, nació inspirado en el supuesto fraude en las elecciones del 19 de abril de 1970, que llevaron a la Presidencia a Misael Pastrana. De sus acciones de guerra harto ha hablado la historia: el robo de la espada de Bolívar en 1974, su primer golpe, algo así como su presentación en sociedad; el robo de armas del Cantón Norte en 1978; la toma de la Embajada de República Dominicana en Bogotá en 1980; el secuestro del dirigente conservador Álvaro Gómez en 1988, y la toma del Palacio de Justicia, el 6 y 7 de noviembre de 1985.
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Alguna vez, el expresidente César Gaviria lo describió como el grupo guerrillero más minoritario en términos militares, pero más audaz en términos políticos. “Siento nostalgia, pero tengo la certeza de estar haciendo lo justo para el país”, expresó Pizarro tras la dejación de las armas, refugiado en una caseta de madera, allá en Santo Domingo, con lágrimas en su rostro, recordando también, según dijo, “la vida de hombres y mujeres que murieron por conseguir un poco de democracia para Colombia”.
El M-19 comenzó entonces su trasegar por la lucha política, dentro de la legalidad, siendo protagonista de primer orden en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, que dio vida a la Carta Política que hoy nos rige. Treinta años después, su legado de paz sigue vigente y bien se puede decir que fue el grupo guerrillero que marcó el camino de la salida negociada al conflicto, aunque del movimiento político en que derivó —la Alianza Democrática M-19— solo quede la nostalgia y uno que otro afecto que se expresa en apoyos a Gustavo Petro y su movimiento Colombia Humana, y a Antonio Navarro, actual copresidente de la Alianza Verde. De esos momentos previos a la firma de la paz, de la dejación de armas, de Carlos Pizarro, de lo que ha pasado en estos 30 años y de ese legado, habla Navarro con El Espectador.
¿Cómo llegó el M-19 a convencerse de que la vía no eran las armas?
Entre 1984 y 1985 se había hecho un intento de diálogo con las guerrillas, en el que el M-19 y el Epl fueron juntos. Las Farc estaban por otro lado, en los llamados Acuerdos de La Uribe. Pero eso no salió bien. Fue la época de la famosa consigna: “Paz a la nación y guerra a la oligarquía”. Sin embargo, Pizarro se convenció de que la salida era negociada. Se dio cuenta de que el alzamiento armado no tenía punto de llegada, era un pantano sin salida. No se pierde, pero tampoco se gana. Y llega a la conclusión de que lo mejor es buscar un proceso de paz para hacer política sin armas. En ese entonces ya existía la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, y buscó a las Farc, al Epl, al Eln, al Quintín Lame, al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), a todos, para decirles: es hora de que negociemos la paz. Pero después del fracaso del 85 no había mucho ánimo. Le dijeron: no se puede, nos matan, mire lo que nos pasó antes. No pudo convencer a ninguno y me dijo: vamos a hacer esto solos. A principios de 1989 se contactó con el Gobierno y le dijo: hagamos una reunión para conversar sobre la posibilidad de paz. Se hizo en el sur del Tolima, con Rafael Pardo como su delegado.
Y se concretó la concentración de la tropa...
De ahí salió la decisión de concentrar a la gente del M-19 en el norte del Cauca, en la zona rural de Toribío, en Santo Domingo, y empezaron los diálogos. Nadie daba un centavo por ellos y nadie creía que progresaran. Pero empezamos a trabajar y la gente comenzó a entusiasmarse. Empezaron a llegar muchos ciudadanos de visita los fines de semana, iban gobernadores, alcaldes, sindicalistas, mucha gente. Yo estaba en el exterior, sin una pierna por el atentado que me habían hecho en el 85, y Pizarro me dijo: véngase que lo necesitamos acá para que ayude a la negociación. Me tocó entrar disfrazado, clandestino, por Panamá, sin autorización del Gobierno. Llegué allá y me incorporé al equipo.
¿Cuáles fueron los ejes de esa negociación?
Tuvo tres elementos principales: la posibilidad de hacer política, y para eso se nos daba un indulto. A cambio se daba el desarme del M-19 y, como un elemento adicional, una favorabilidad para tener unos puestos en el Congreso, que pudiéramos acceder a ellos con una cantidad pequeña de votos, dos o tres curules. Se necesitaba una reforma constitucional, que fue presentada por el Gobierno a finales de 1989, casi concluyendo las negociaciones. Pero cuando estaba haciendo trámite en el Capitolio vino la interferencia del cartel de Medellín, que intentó meter el tema de la extradición, lo cual hizo que el presidente Barco la retirara y se hundiera esa favorabilidad.
¿Y entonces?
Estaban el indulto y el desarme, no más, y el objetivo de nosotros era hacer política. Fue cuando le pedimos al Gobierno que nos permitiera a Pizarro y a mí salir a las ciudades, sin haber firmado el Acuerdo de Paz, para ver cómo estaba el ambiente frente a la opinión pública. Nos autorizaron y a finales de enero de 1990, creo que con decretos de Estado de Sitio, nos vinimos para Bogotá. Aquí empezamos a ver que había un gran apoyo a nuestra participación en política. Nos trajeron en avión, nos dieron un carro blindado, unos escoltas y listo. El 11 de marzo había elecciones a Congreso y de alcaldes, concejales y diputados. Dijimos: presentémonos como candidatos. Pizarro aspiró a la Alcaldía de Bogotá y yo a la de Cali, donde había vivido muchos años. Y cuando iba a llegar el día, el Gobierno nos dijo: ustedes no pueden ir a elecciones estando armados todavía. Por eso se tomó la decisión de apresurar el desarme y firmar la paz el 9 de marzo, dos días antes de las urnas. Las armas se dejaron en Santo Domingo, después hubo un acto con la población en Caloto y vino la firma en Bogotá. Pizarro sacó como 80 mil votos y yo entre 15 mil y 20 mil. Lejos de los que ganaron, pero fue una incorporación plena a la vida electoral y ya la gente nuestra salió desarmada a sus casas, a las ciudades, con sus familias.
Prácticamente nadie se oponía. De hecho, nadie creía que fuera posible que se hiciera un Acuerdo de Paz y que nos desarmáramos. Nadie se opuso y la muestra de ello fue que nos presentamos como candidatos. Después de las elecciones de marzo vino la elección presidencial y tomamos la decisión de que Pizarro se inscribiera como candidato. Nos invitaron a un acto en Valledupar, y la plaza Alfonso López se llenó más allá del palo e’ mango, como dicen allá. Vimos que había un gran entusiasmo en la Costa Caribe, un respaldo total a la paz. Nos devolvimos a Bogotá en un vuelo con escala en Barranquilla y, cuando llegamos ahí, en el aeropuerto nos abordó un montón de periodistas, mientras esperábamos el cambio de avión. Decidimos entonces volver una semana después para hacer campaña. Pizarro arrancó para Barranquilla y yo me quedé haciendo unas diligencias en Bogotá, viajaba en el siguiente vuelo. En esas, a mis escoltas les informaron que le habían disparado. Un sicario entró al baño del avión, sacó una subametralladora que estaba ahí escondida, salió y le disparó por la espalda, a través de la silla. A mí me avisaron que el avión se estaba devolviendo, que Pizarro estaba herido. Me dijeron que lo iban a llevar a una clínica donde hoy es el hospital de la Universidad Nacional, creo que la clínica de Cajanal. Entré por una puerta y en ese momento, por otra, estaban entrando a Pizarro. Respiraba todavía, pero tenía tres orificios de salida de bala: en el cuello, en el pómulo y en la frente. Era imposible que sobreviviera. Lo entraron a cirugía y a la media hora me avisaron que había fallecido.
¿Cómo lo tomó la gente?
Se empezaron a reunir personas frente al hospital y, cuando se hizo pública la noticia de su muerte, empezaron a tratar de voltear un carro. Bajé y dije: aquí vamos a enterrar a Pizarro en paz, yo estuve con él en este proceso y no vamos a hacer ningún desorden. En el entierro de Jaramillo había habido desórdenes, pedreas. Nosotros tomamos la decisión de enterrarlo en paz. Le solicitamos al Gobierno se nos permitiera llevarlo a la Plaza de Bolívar para hacerle una despedida, en cámara ardiente, para que el pueblo por el que él lucho se despidiera. Lo llevamos como a las 7:00 de la noche, a pie desde la clínica hasta la plaza. No hubo ningún desorden. Estuvo toda la noche, con músicos, serenateros, gente que le llevó flores, y al otro día, entre 11:00 y 12:00, hicimos la ceremonia religiosa en la Catedral Primada y después, a píe, lloviendo, lo llevamos a la Quinta de Bolívar, donde hicimos un acto público, y bajamos hasta el Cementerio Central. Miles de personas lo acompañaron.. Había pedido que me dieran un espacio de cinco minutos en televisión, el presidente lo autorizó y ahí me ratifiqué: vamos a enterrar a Carlos Pizarro en paz, él nos trajo aquí, fue el líder de este proceso y vamos a cumplir su palabra.
¿Cómo se decidió, a nivel de la comandancia del M-19, seguir con el Acuerdo de Paz?
Después del entierro nos reunimos y votamos por unanimidad: nos quedamos en el proceso de paz. Estábamos Otty Patiño, Vera Grave, Rosemberg Pabón y Libardo Parra. Heredé la candidatura presidencial e inmediatamente me empezaron a llegar sufragios. Me encerré en una casa y no volví a salir hasta las elecciones. Lo mismo tuvieron que hacer los demás candidatos de la época: César Gaviria, Álvaro Gómez y Rodrigo Lloreda. Quedé de tercero, sacamos 750 mil votos y empezó la etapa de vida política, ya plena, de lo que se llamó Alianza Democrática M-19.
¿Pizarro intuía que lo iban a matar, llegó a hablar de la muerte?
Había muchas amenazas, el riesgo era muy alto, pero teníamos que correrlo. Habíamos asistido al entierro de Bernardo Jaramillo en Manizales, estaban matando candidatos presidenciales y la situación era crítica. Era lo que vivía el país en ese momento pero, la verdad, nunca hablamos de la muerte.
Treinta años después, ¿qué replantearía de lo que fue ese proceso?
La dejación de armas era lo que había que hacer. La muerte de Pizarro y continuar adelante con el Acuerdo de Paz fue la decisión correcta, que después se expresó en la Asamblea Constituyente de 1991, producto de esa paz y del movimiento de la Séptima Papeleta. Nosotros tuvimos casi un tercio, un 28, de los constituyentes. Lo que sí pienso hoy es que a lo mejor debimos haber firmado la paz antes, ese era el camino, pero nos demoramos un poco entenderlo con claridad. De todas maneras, la historia ha demostrado que ese era el camino que había que seguir.
El M-19 era una guerrilla nacionalista y el discurso de Jaime Bateman, su máximo líder, era el del diálogo nacional…
La primera propuesta de paz de la Colombia contemporánea la hizo Jaime Bateman en 1980, después de la toma de la Embajada de República Dominicana, en una entrevista con Germán Castro Caycedo. Una propuesta de paz que se demoró 10 años en concretarse. Pero sí, éramos una guerrilla nacionalista, que creía en el diálogo y que fue la primera que intuyó por lo menos la necesidad de una paz negociada.
¿Qué ha pasado en estos 30 años con ese sueño del M-19?
Sigue vivo y evolucionando, como todo en el mundo. El país ha ido cambiado, pero diría que ese sueño se concretó, en parte, en la Constitución de 1991, que cambió la institucionalidad del país al producir el Estado Social de Derecho.
Hablando sobre la constituyente, ¿no cree que fue un error que los constituyentes, se hayan inhabilitado para aspirar al Congreso? Por cierto, Carlos Lleras de la fuente lo responsabiliza a usted…
Yo pensaba que nosotros no podríamos legislar en causa propia, que no era correcto que, como constituyentes, hubiésemos hecho una reforma para disolver el Congreso y luego participar en la elección del nuevo Congreso. Tal vez fue una equivocación, no estoy seguro, pero fue una decisión que tomamos pensando en no legislar en causa propia. Aunque cometimos otro error y fue el de permitir listas múltiples por partido. Yo se lo consulté a Álvaro Gómez en su momento, le dije que creáramos listas cerradas y una sola por partido, pero él me dijo: que ellos vayan desordenados y nosotros vamos ordenados. Y ganó el desorden.
Lo que pasa es que el haberse hecho inhabilitar dejó en el limbo parte de la misma implementación de la Constitución de 1991…
Pero fíjese que nosotros hicimos listas fuertes. La del M-19 la encabezó Vera Grave, la del Movimiento de Salvación Nacional, de Álvaro Gómez, la lideró su hermano Enrique Gómez. No era que no participáramos los partidos que habíamos estado en la constituyente sino sus miembros que habían tenido un asiento en ella. Lo que pasa es ganó la operación avispa, el clientelismo y hoy ni siquiera estoy seguro si eso habría cambiado, así nos hubiésemos presentado nosotros. En la elección de 1990, cuando se eligieron los constituyentes, la mayoría de los políticos tradicionales no participó, pensaron que no era necesario, que con haber sido elegidos en el Congreso era suficiente. Y eso le dio la opción a otra gente a llegar a la Asamblea, pero eso no quiere decir que se pudiera repetir nueve meses después con el mismo resultado. Ahí estuvo el lío y parte del problema (…) de todos modos pienso que la Constitución mantiene su espíritu básico, pese a las reformas que le han hecho. El espíritu central sigue vivo y el Estado de hoy es un Estado distinto al que era antes de 1991.
¿Qué tanto ha cambiado Colombia en estos 30 años?
Mucho. La tutela es hoy una realidad que defiende derechos de manera que nunca antes había pasado. Mucha gente hoy tiene servicios de salud, por ejemplo, que si no hubiese sido por la tutela, no tendría acceso. El país ha mejorado, no lo suficiente, pero ha mejorado. Sigue siendo muy desigual, y ese es el problema más grande, pero si es muy diferente a lo que era antes de 1991.
¿Qué pasó después de esa Constituyente, cuando en la elección del nuevo Congreso, en 1991, la Alianza Democrática M-19 logró una gran representación y tres años después casi desaparece?
En el 91 logramos 23 curules, nueve senadores y 14 representantes. Y en el 94 solo obtuvimos un escaño en la Cámara. Pienso que los compañeros que fueron congresistas se dejaron contagiar de la operación avispa y en vez de tener una lista cerrada decidieron presentar múltiples listas, cada una encabezada por un candidato supuestamente fuerte. Y en vez de haber elegido cinco senadores en una sola lista cerrada, no se eligió nadie. Es que esa operación avispa da resultados si está amarrada al clientelismo, pero a punta de votos de opinión y con todo el mundo disperso, como era lo del M-19, pasamos de 23 curules a una.
¿No será que usted se equivocó en la conformación de la lista en 1991, al hacer una mixtura y darle poco protagonismo a la gente del M-19? Porque si bien la encabezó Vera Grave, detrás estaban Pedro Bonet Locarno, Carlos Albornoz, Mario Laserna y Samuel Moreno, por ejemplo…
Creo que no, de hecho, ya habíamos hecho una mixtura para la elección de la Asamblea Nacional Constituyente y funcionó bastante bien: Carlos Ossa, Orlando Fals Borda, Angelino Garzón, Abel Rodríguez. Fue una lista bastante diversa, no solo con gente del M-19, porque la idea fundamental era que las listas propias no eran suficientes, que se necesitaba el “sancocho nacional” del que hablaba Jaime Bateman.
El lío es que el M-19 perdió protagonismo en ese período 94-98, tan turbulento políticamente, con sucesos como el proceso 8.000 o el nacimiento de las autodefensas…
Es verdad. El resultado del 94 fue muy complicado para nosotros. Estábamos aprendiendo a hacer política en elecciones, nadie nace aprendido. Pero aquí estamos. En 2005, Carlos Ramón González Merchán, un exmilitante del M-19, usó la personería jurídica de la Alianza Democrática M-19 para constituir el Partido Opción Centro, que después fue rebautizado como Partido Verde-Opción Centro, el que hoy se llama Alianza Verde.
Y usted es otra vez candidato presidencial…
En el 94. En el 98 apoyamos a Noemí Sanín.
¿No es como contradictorio respaldar a alguien del establecimiento?
En ese momento, frente a las alternativas que había que eran Andrés Pastrana y Horacio Serpa, de los partidos tradicionales, era una opción distinta. Por eso la apoyamos. Y en 2002 estuvimos con Lucho Garzón. Fuimos capaces de recuperarnos. Nadie nace aprendido, es lo único que puedo decir.
Ya en el 98 se vio a un Navarro solitario, ¿qué pasó con esa fuerza política que se tuvo en un comienzo?
Eran votos libres, que empezaron a apoyar otras fuerzas alternativas. Así es la política electoral.Fui alcalde de Pasto y en 1998 llegué a la Cámara de Representantes por Bogotá, en una lista en la que el segundo fue Gustavo Petro. Salimos elegidos con 120 mil votos, lo cual demuestra que no estábamos desaparecidos. Esos votos, además de los que me llevaron a la Alcaldía, fueron el legado de la historia que construimos, de la paz, de la Constituyente, de los resultados conseguidos. Las nuestras no eran estructuras con carné, sino de opinión.
Si hay un error político del que usted se arrepiente, ¿cuál sería?
Probablemente no haber tomado las mejores decisiones al final de la Constituyente en cuanto a participación política. A lo mejor si hubiéramos obligado a todos a listas únicas por partido hubiéramos tenido mejores resultados, y si nosotros hubiéramos tenido la oportunidad de presentarnos, quizás habrían ido mejor las cosas.
Aunque hoy Petro y usted andan por caminos diferentes…
Pero en el fondo estamos en lo mismo: buscando cambios para la sociedad colombiana.
¿Usted cree que el proyecto de Petro es personalista?
Es a su estilo, como es él. Con una corriente de opinión importante y unos resultados como los mejores que haya conseguido alguna fuerza alternativa en la historia contemporánea del país: pasar a segunda vuelta presidencial y conseguir más de ocho millones de votos no tiene antecedentes.
¿Qué pasa después de 2002?
Yo voy al Senado y él se queda en la Cámara. Después yo me voy a la Gobernación de Nariño y él pasa al Senado. Y yo vuelvo y lo ayudo un poquito en la Alcaldía de Bogotá, pero me hago a un lado porque veía una situación muy difícil en ese período, en las relaciones entre Petro y los organismos de control.
El M-19 nace a partir del presunto fraude del 19 de abril de 1970, 30 años después, qué piensa de un sistema político que sigue siendo corrupto…
Una cosa son los resultados electorales, en parte alterados por el clientelismo, y otra robarse unas elecciones de frente. Eso no ha vuelto a pasar en Colombia, al menos que se sepa. Hay que seguir luchando y creo que estamos con la posibilidad real de una opción de cambio en el Gobierno Nacional en 2022. Estamos luchando para que eso se concrete, se materialice.
¿Se puede hacer alguna comparación entre el proceso con el M-19 y el que se hizo con las Farc?
Son dos momentos históricos distintos, dos situaciones nacionales completamente diferentes, por lo que compararlos no es una buena idea. Obviamente, qué bueno hubiera sido que las Farc hubiesen firmado antes un acuerdo de paz, nos hubiéramos librado de todas las dificultades de los años 90 y 2000. Son procesos distintos y compararlos no tiene mucho sentido.
¿Cuál cree que fue el gran legado del M-19 al país?
Decirle que las armas eran un camino sin salida y que se tenía que abrir paso a la negociación, al diálogo y a la participación en política. Fue un mensaje que sirvió para el Epl, el PRT y las Farc. Queda el Eln. El legado del M-19 es la paz y hay otro legado del que somos copartícipes, que es la Constitución de 1991. Lo nuestro fue una negociación política que sobrevivió y cogió su propio camino.
¿Qué piensa hoy de esos exmiembros del M-19 que terminaron del lado del uribismo?
No voy a pelear con nadie. Todo el mundo tiene derecho a asumir la posición política que le parezca o que más lo convenza.
¿Dónde están quienes fueron sus compañeros?
Vera Grave está aquí en Bogotá, Rosemberg Pabón en Yumbo, Otty Patiño en Manizales. Todos cumpliendo. Este 9 de marzo vamos a tener un evento en la Plaza de Bolívar, a ver si por fin se hace un monumento con los lingotes de metal que quedaron tras la fusión de las armas del M-19. Yo mismo llevé esas armas a la Siderúrgica del Pacífico, allá las convirtieron en lingotes, que están en nuestro poder. Desde hace muchos años estamos con la idea de hacer un monumento a la paz en Bogotá, a ver si ahora sí se puede. Varios gobiernos se comprometieron y no lo han hecho.
¿El Estado le cumplió al M-19?
Tan poquito que ni siquiera la favorabilidad nos la dio. Pero nosotros conseguimos un respaldo importante en la etapa inicial. Ahora, Estado que cumpla todo a lo que se compromete no se ha inventado todavía. Y otra cosa: en 1992 hubo necesidad de un reindulto. Una magistrada encontró que la Ley de Indulto al M-19 no se podía aplicar y decidió iniciar procesos penales, que eran un incumplimiento total al Acuerdo de Paz. Entonces, en el Congreso se presentó una ley de reindulto, de la cual fue ponente el entonces senador Álvaro Uribe. Eso demuestra el consenso que existía en ese entonces a favor de la paz negociada en Colombia. Eso no tenía oposición.
¿No cree que al final quedó una deuda con las víctimas del M-19?
Usted lo que quiere es que el proceso de paz nunca termine. Eso fue lo que se hizo, así era el país en ese momento y punto. En esa época no se hablaba de los conceptos de verdad, justicia y reparación, eso es nuevo. No existía lo de la justicia transicional, nadie pensaba en eso. En ese entonces era indulto por dejación de armas. Así se había hecho la paz entre liberales y conservadores, así era como funcionaba el país. Si nos ponemos a ver las cosas de hoy y a volverlas en retrospectiva, empezamos a no entender nada. Mire usted: 300 mil muertos entre liberales y conservadores, simplemente una amnistía y listo. Era entrega de armas por indulto, que a su vez implicaba participación en política y no más.
Hace 30 años, el 9 de marzo de 1990, en la oficina del presidente Virgilio Barco, la guerrilla del M-19, en cabeza de su máximo comandante Carlos Pizarro Leongómez, selló la paz con el Estado colombiano. Además de los dos, firmaron el documento Rafael Pardo, consejero presidencial; Julio César Turbay, expresidente y director del Partido Liberal; Antonio Navarro, segundo comandante de la organización guerrillera; monseñor Álvaro Fandiño, en representación de la Iglesia católica, y Luis Ayala, delegado de la Internacional Socialista, como testigo.
Un día antes, en Santo Domingo, una pequeña vereda empotrada en las montañas del norte del Cauca, arriba de Tacueyó, en zona rural de Toribío, Pizarro había desenfundado su pistola nueve milímetros, le había sacado las balas, la había envuelto en un pañuelo de franjas amarillas, azules y rojas, y la había colocado sobre una mesa cubierta con la bandera de Colombia, junto al montón de fusiles que previamente había dejado la tropa. “Por la paz, por la dignidad de Colombia”, exclamó con voz enérgica. En ese momento, la desmovilización del M-19 significó un respiro para el país, sumido en una cruenta violencia, no solo por el conflicto armado sino por la lucha contra el narcotráfico.
Terminaban así 16 años de lucha guerrillera. El “eme”, como se le conocía, nació inspirado en el supuesto fraude en las elecciones del 19 de abril de 1970, que llevaron a la Presidencia a Misael Pastrana. De sus acciones de guerra harto ha hablado la historia: el robo de la espada de Bolívar en 1974, su primer golpe, algo así como su presentación en sociedad; el robo de armas del Cantón Norte en 1978; la toma de la Embajada de República Dominicana en Bogotá en 1980; el secuestro del dirigente conservador Álvaro Gómez en 1988, y la toma del Palacio de Justicia, el 6 y 7 de noviembre de 1985.
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Alguna vez, el expresidente César Gaviria lo describió como el grupo guerrillero más minoritario en términos militares, pero más audaz en términos políticos. “Siento nostalgia, pero tengo la certeza de estar haciendo lo justo para el país”, expresó Pizarro tras la dejación de las armas, refugiado en una caseta de madera, allá en Santo Domingo, con lágrimas en su rostro, recordando también, según dijo, “la vida de hombres y mujeres que murieron por conseguir un poco de democracia para Colombia”.
El M-19 comenzó entonces su trasegar por la lucha política, dentro de la legalidad, siendo protagonista de primer orden en la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, que dio vida a la Carta Política que hoy nos rige. Treinta años después, su legado de paz sigue vigente y bien se puede decir que fue el grupo guerrillero que marcó el camino de la salida negociada al conflicto, aunque del movimiento político en que derivó —la Alianza Democrática M-19— solo quede la nostalgia y uno que otro afecto que se expresa en apoyos a Gustavo Petro y su movimiento Colombia Humana, y a Antonio Navarro, actual copresidente de la Alianza Verde. De esos momentos previos a la firma de la paz, de la dejación de armas, de Carlos Pizarro, de lo que ha pasado en estos 30 años y de ese legado, habla Navarro con El Espectador.
¿Cómo llegó el M-19 a convencerse de que la vía no eran las armas?
Entre 1984 y 1985 se había hecho un intento de diálogo con las guerrillas, en el que el M-19 y el Epl fueron juntos. Las Farc estaban por otro lado, en los llamados Acuerdos de La Uribe. Pero eso no salió bien. Fue la época de la famosa consigna: “Paz a la nación y guerra a la oligarquía”. Sin embargo, Pizarro se convenció de que la salida era negociada. Se dio cuenta de que el alzamiento armado no tenía punto de llegada, era un pantano sin salida. No se pierde, pero tampoco se gana. Y llega a la conclusión de que lo mejor es buscar un proceso de paz para hacer política sin armas. En ese entonces ya existía la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, y buscó a las Farc, al Epl, al Eln, al Quintín Lame, al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), a todos, para decirles: es hora de que negociemos la paz. Pero después del fracaso del 85 no había mucho ánimo. Le dijeron: no se puede, nos matan, mire lo que nos pasó antes. No pudo convencer a ninguno y me dijo: vamos a hacer esto solos. A principios de 1989 se contactó con el Gobierno y le dijo: hagamos una reunión para conversar sobre la posibilidad de paz. Se hizo en el sur del Tolima, con Rafael Pardo como su delegado.
Y se concretó la concentración de la tropa...
De ahí salió la decisión de concentrar a la gente del M-19 en el norte del Cauca, en la zona rural de Toribío, en Santo Domingo, y empezaron los diálogos. Nadie daba un centavo por ellos y nadie creía que progresaran. Pero empezamos a trabajar y la gente comenzó a entusiasmarse. Empezaron a llegar muchos ciudadanos de visita los fines de semana, iban gobernadores, alcaldes, sindicalistas, mucha gente. Yo estaba en el exterior, sin una pierna por el atentado que me habían hecho en el 85, y Pizarro me dijo: véngase que lo necesitamos acá para que ayude a la negociación. Me tocó entrar disfrazado, clandestino, por Panamá, sin autorización del Gobierno. Llegué allá y me incorporé al equipo.
¿Cuáles fueron los ejes de esa negociación?
Tuvo tres elementos principales: la posibilidad de hacer política, y para eso se nos daba un indulto. A cambio se daba el desarme del M-19 y, como un elemento adicional, una favorabilidad para tener unos puestos en el Congreso, que pudiéramos acceder a ellos con una cantidad pequeña de votos, dos o tres curules. Se necesitaba una reforma constitucional, que fue presentada por el Gobierno a finales de 1989, casi concluyendo las negociaciones. Pero cuando estaba haciendo trámite en el Capitolio vino la interferencia del cartel de Medellín, que intentó meter el tema de la extradición, lo cual hizo que el presidente Barco la retirara y se hundiera esa favorabilidad.
¿Y entonces?
Estaban el indulto y el desarme, no más, y el objetivo de nosotros era hacer política. Fue cuando le pedimos al Gobierno que nos permitiera a Pizarro y a mí salir a las ciudades, sin haber firmado el Acuerdo de Paz, para ver cómo estaba el ambiente frente a la opinión pública. Nos autorizaron y a finales de enero de 1990, creo que con decretos de Estado de Sitio, nos vinimos para Bogotá. Aquí empezamos a ver que había un gran apoyo a nuestra participación en política. Nos trajeron en avión, nos dieron un carro blindado, unos escoltas y listo. El 11 de marzo había elecciones a Congreso y de alcaldes, concejales y diputados. Dijimos: presentémonos como candidatos. Pizarro aspiró a la Alcaldía de Bogotá y yo a la de Cali, donde había vivido muchos años. Y cuando iba a llegar el día, el Gobierno nos dijo: ustedes no pueden ir a elecciones estando armados todavía. Por eso se tomó la decisión de apresurar el desarme y firmar la paz el 9 de marzo, dos días antes de las urnas. Las armas se dejaron en Santo Domingo, después hubo un acto con la población en Caloto y vino la firma en Bogotá. Pizarro sacó como 80 mil votos y yo entre 15 mil y 20 mil. Lejos de los que ganaron, pero fue una incorporación plena a la vida electoral y ya la gente nuestra salió desarmada a sus casas, a las ciudades, con sus familias.
Prácticamente nadie se oponía. De hecho, nadie creía que fuera posible que se hiciera un Acuerdo de Paz y que nos desarmáramos. Nadie se opuso y la muestra de ello fue que nos presentamos como candidatos. Después de las elecciones de marzo vino la elección presidencial y tomamos la decisión de que Pizarro se inscribiera como candidato. Nos invitaron a un acto en Valledupar, y la plaza Alfonso López se llenó más allá del palo e’ mango, como dicen allá. Vimos que había un gran entusiasmo en la Costa Caribe, un respaldo total a la paz. Nos devolvimos a Bogotá en un vuelo con escala en Barranquilla y, cuando llegamos ahí, en el aeropuerto nos abordó un montón de periodistas, mientras esperábamos el cambio de avión. Decidimos entonces volver una semana después para hacer campaña. Pizarro arrancó para Barranquilla y yo me quedé haciendo unas diligencias en Bogotá, viajaba en el siguiente vuelo. En esas, a mis escoltas les informaron que le habían disparado. Un sicario entró al baño del avión, sacó una subametralladora que estaba ahí escondida, salió y le disparó por la espalda, a través de la silla. A mí me avisaron que el avión se estaba devolviendo, que Pizarro estaba herido. Me dijeron que lo iban a llevar a una clínica donde hoy es el hospital de la Universidad Nacional, creo que la clínica de Cajanal. Entré por una puerta y en ese momento, por otra, estaban entrando a Pizarro. Respiraba todavía, pero tenía tres orificios de salida de bala: en el cuello, en el pómulo y en la frente. Era imposible que sobreviviera. Lo entraron a cirugía y a la media hora me avisaron que había fallecido.
¿Cómo lo tomó la gente?
Se empezaron a reunir personas frente al hospital y, cuando se hizo pública la noticia de su muerte, empezaron a tratar de voltear un carro. Bajé y dije: aquí vamos a enterrar a Pizarro en paz, yo estuve con él en este proceso y no vamos a hacer ningún desorden. En el entierro de Jaramillo había habido desórdenes, pedreas. Nosotros tomamos la decisión de enterrarlo en paz. Le solicitamos al Gobierno se nos permitiera llevarlo a la Plaza de Bolívar para hacerle una despedida, en cámara ardiente, para que el pueblo por el que él lucho se despidiera. Lo llevamos como a las 7:00 de la noche, a pie desde la clínica hasta la plaza. No hubo ningún desorden. Estuvo toda la noche, con músicos, serenateros, gente que le llevó flores, y al otro día, entre 11:00 y 12:00, hicimos la ceremonia religiosa en la Catedral Primada y después, a píe, lloviendo, lo llevamos a la Quinta de Bolívar, donde hicimos un acto público, y bajamos hasta el Cementerio Central. Miles de personas lo acompañaron.. Había pedido que me dieran un espacio de cinco minutos en televisión, el presidente lo autorizó y ahí me ratifiqué: vamos a enterrar a Carlos Pizarro en paz, él nos trajo aquí, fue el líder de este proceso y vamos a cumplir su palabra.
¿Cómo se decidió, a nivel de la comandancia del M-19, seguir con el Acuerdo de Paz?
Después del entierro nos reunimos y votamos por unanimidad: nos quedamos en el proceso de paz. Estábamos Otty Patiño, Vera Grave, Rosemberg Pabón y Libardo Parra. Heredé la candidatura presidencial e inmediatamente me empezaron a llegar sufragios. Me encerré en una casa y no volví a salir hasta las elecciones. Lo mismo tuvieron que hacer los demás candidatos de la época: César Gaviria, Álvaro Gómez y Rodrigo Lloreda. Quedé de tercero, sacamos 750 mil votos y empezó la etapa de vida política, ya plena, de lo que se llamó Alianza Democrática M-19.
¿Pizarro intuía que lo iban a matar, llegó a hablar de la muerte?
Había muchas amenazas, el riesgo era muy alto, pero teníamos que correrlo. Habíamos asistido al entierro de Bernardo Jaramillo en Manizales, estaban matando candidatos presidenciales y la situación era crítica. Era lo que vivía el país en ese momento pero, la verdad, nunca hablamos de la muerte.
Treinta años después, ¿qué replantearía de lo que fue ese proceso?
La dejación de armas era lo que había que hacer. La muerte de Pizarro y continuar adelante con el Acuerdo de Paz fue la decisión correcta, que después se expresó en la Asamblea Constituyente de 1991, producto de esa paz y del movimiento de la Séptima Papeleta. Nosotros tuvimos casi un tercio, un 28, de los constituyentes. Lo que sí pienso hoy es que a lo mejor debimos haber firmado la paz antes, ese era el camino, pero nos demoramos un poco entenderlo con claridad. De todas maneras, la historia ha demostrado que ese era el camino que había que seguir.
El M-19 era una guerrilla nacionalista y el discurso de Jaime Bateman, su máximo líder, era el del diálogo nacional…
La primera propuesta de paz de la Colombia contemporánea la hizo Jaime Bateman en 1980, después de la toma de la Embajada de República Dominicana, en una entrevista con Germán Castro Caycedo. Una propuesta de paz que se demoró 10 años en concretarse. Pero sí, éramos una guerrilla nacionalista, que creía en el diálogo y que fue la primera que intuyó por lo menos la necesidad de una paz negociada.
¿Qué ha pasado en estos 30 años con ese sueño del M-19?
Sigue vivo y evolucionando, como todo en el mundo. El país ha ido cambiado, pero diría que ese sueño se concretó, en parte, en la Constitución de 1991, que cambió la institucionalidad del país al producir el Estado Social de Derecho.
Hablando sobre la constituyente, ¿no cree que fue un error que los constituyentes, se hayan inhabilitado para aspirar al Congreso? Por cierto, Carlos Lleras de la fuente lo responsabiliza a usted…
Yo pensaba que nosotros no podríamos legislar en causa propia, que no era correcto que, como constituyentes, hubiésemos hecho una reforma para disolver el Congreso y luego participar en la elección del nuevo Congreso. Tal vez fue una equivocación, no estoy seguro, pero fue una decisión que tomamos pensando en no legislar en causa propia. Aunque cometimos otro error y fue el de permitir listas múltiples por partido. Yo se lo consulté a Álvaro Gómez en su momento, le dije que creáramos listas cerradas y una sola por partido, pero él me dijo: que ellos vayan desordenados y nosotros vamos ordenados. Y ganó el desorden.
Lo que pasa es que el haberse hecho inhabilitar dejó en el limbo parte de la misma implementación de la Constitución de 1991…
Pero fíjese que nosotros hicimos listas fuertes. La del M-19 la encabezó Vera Grave, la del Movimiento de Salvación Nacional, de Álvaro Gómez, la lideró su hermano Enrique Gómez. No era que no participáramos los partidos que habíamos estado en la constituyente sino sus miembros que habían tenido un asiento en ella. Lo que pasa es ganó la operación avispa, el clientelismo y hoy ni siquiera estoy seguro si eso habría cambiado, así nos hubiésemos presentado nosotros. En la elección de 1990, cuando se eligieron los constituyentes, la mayoría de los políticos tradicionales no participó, pensaron que no era necesario, que con haber sido elegidos en el Congreso era suficiente. Y eso le dio la opción a otra gente a llegar a la Asamblea, pero eso no quiere decir que se pudiera repetir nueve meses después con el mismo resultado. Ahí estuvo el lío y parte del problema (…) de todos modos pienso que la Constitución mantiene su espíritu básico, pese a las reformas que le han hecho. El espíritu central sigue vivo y el Estado de hoy es un Estado distinto al que era antes de 1991.
¿Qué tanto ha cambiado Colombia en estos 30 años?
Mucho. La tutela es hoy una realidad que defiende derechos de manera que nunca antes había pasado. Mucha gente hoy tiene servicios de salud, por ejemplo, que si no hubiese sido por la tutela, no tendría acceso. El país ha mejorado, no lo suficiente, pero ha mejorado. Sigue siendo muy desigual, y ese es el problema más grande, pero si es muy diferente a lo que era antes de 1991.
¿Qué pasó después de esa Constituyente, cuando en la elección del nuevo Congreso, en 1991, la Alianza Democrática M-19 logró una gran representación y tres años después casi desaparece?
En el 91 logramos 23 curules, nueve senadores y 14 representantes. Y en el 94 solo obtuvimos un escaño en la Cámara. Pienso que los compañeros que fueron congresistas se dejaron contagiar de la operación avispa y en vez de tener una lista cerrada decidieron presentar múltiples listas, cada una encabezada por un candidato supuestamente fuerte. Y en vez de haber elegido cinco senadores en una sola lista cerrada, no se eligió nadie. Es que esa operación avispa da resultados si está amarrada al clientelismo, pero a punta de votos de opinión y con todo el mundo disperso, como era lo del M-19, pasamos de 23 curules a una.
¿No será que usted se equivocó en la conformación de la lista en 1991, al hacer una mixtura y darle poco protagonismo a la gente del M-19? Porque si bien la encabezó Vera Grave, detrás estaban Pedro Bonet Locarno, Carlos Albornoz, Mario Laserna y Samuel Moreno, por ejemplo…
Creo que no, de hecho, ya habíamos hecho una mixtura para la elección de la Asamblea Nacional Constituyente y funcionó bastante bien: Carlos Ossa, Orlando Fals Borda, Angelino Garzón, Abel Rodríguez. Fue una lista bastante diversa, no solo con gente del M-19, porque la idea fundamental era que las listas propias no eran suficientes, que se necesitaba el “sancocho nacional” del que hablaba Jaime Bateman.
El lío es que el M-19 perdió protagonismo en ese período 94-98, tan turbulento políticamente, con sucesos como el proceso 8.000 o el nacimiento de las autodefensas…
Es verdad. El resultado del 94 fue muy complicado para nosotros. Estábamos aprendiendo a hacer política en elecciones, nadie nace aprendido. Pero aquí estamos. En 2005, Carlos Ramón González Merchán, un exmilitante del M-19, usó la personería jurídica de la Alianza Democrática M-19 para constituir el Partido Opción Centro, que después fue rebautizado como Partido Verde-Opción Centro, el que hoy se llama Alianza Verde.
Y usted es otra vez candidato presidencial…
En el 94. En el 98 apoyamos a Noemí Sanín.
¿No es como contradictorio respaldar a alguien del establecimiento?
En ese momento, frente a las alternativas que había que eran Andrés Pastrana y Horacio Serpa, de los partidos tradicionales, era una opción distinta. Por eso la apoyamos. Y en 2002 estuvimos con Lucho Garzón. Fuimos capaces de recuperarnos. Nadie nace aprendido, es lo único que puedo decir.
Ya en el 98 se vio a un Navarro solitario, ¿qué pasó con esa fuerza política que se tuvo en un comienzo?
Eran votos libres, que empezaron a apoyar otras fuerzas alternativas. Así es la política electoral.Fui alcalde de Pasto y en 1998 llegué a la Cámara de Representantes por Bogotá, en una lista en la que el segundo fue Gustavo Petro. Salimos elegidos con 120 mil votos, lo cual demuestra que no estábamos desaparecidos. Esos votos, además de los que me llevaron a la Alcaldía, fueron el legado de la historia que construimos, de la paz, de la Constituyente, de los resultados conseguidos. Las nuestras no eran estructuras con carné, sino de opinión.
Si hay un error político del que usted se arrepiente, ¿cuál sería?
Probablemente no haber tomado las mejores decisiones al final de la Constituyente en cuanto a participación política. A lo mejor si hubiéramos obligado a todos a listas únicas por partido hubiéramos tenido mejores resultados, y si nosotros hubiéramos tenido la oportunidad de presentarnos, quizás habrían ido mejor las cosas.
Aunque hoy Petro y usted andan por caminos diferentes…
Pero en el fondo estamos en lo mismo: buscando cambios para la sociedad colombiana.
¿Usted cree que el proyecto de Petro es personalista?
Es a su estilo, como es él. Con una corriente de opinión importante y unos resultados como los mejores que haya conseguido alguna fuerza alternativa en la historia contemporánea del país: pasar a segunda vuelta presidencial y conseguir más de ocho millones de votos no tiene antecedentes.
¿Qué pasa después de 2002?
Yo voy al Senado y él se queda en la Cámara. Después yo me voy a la Gobernación de Nariño y él pasa al Senado. Y yo vuelvo y lo ayudo un poquito en la Alcaldía de Bogotá, pero me hago a un lado porque veía una situación muy difícil en ese período, en las relaciones entre Petro y los organismos de control.
El M-19 nace a partir del presunto fraude del 19 de abril de 1970, 30 años después, qué piensa de un sistema político que sigue siendo corrupto…
Una cosa son los resultados electorales, en parte alterados por el clientelismo, y otra robarse unas elecciones de frente. Eso no ha vuelto a pasar en Colombia, al menos que se sepa. Hay que seguir luchando y creo que estamos con la posibilidad real de una opción de cambio en el Gobierno Nacional en 2022. Estamos luchando para que eso se concrete, se materialice.
¿Se puede hacer alguna comparación entre el proceso con el M-19 y el que se hizo con las Farc?
Son dos momentos históricos distintos, dos situaciones nacionales completamente diferentes, por lo que compararlos no es una buena idea. Obviamente, qué bueno hubiera sido que las Farc hubiesen firmado antes un acuerdo de paz, nos hubiéramos librado de todas las dificultades de los años 90 y 2000. Son procesos distintos y compararlos no tiene mucho sentido.
¿Cuál cree que fue el gran legado del M-19 al país?
Decirle que las armas eran un camino sin salida y que se tenía que abrir paso a la negociación, al diálogo y a la participación en política. Fue un mensaje que sirvió para el Epl, el PRT y las Farc. Queda el Eln. El legado del M-19 es la paz y hay otro legado del que somos copartícipes, que es la Constitución de 1991. Lo nuestro fue una negociación política que sobrevivió y cogió su propio camino.
¿Qué piensa hoy de esos exmiembros del M-19 que terminaron del lado del uribismo?
No voy a pelear con nadie. Todo el mundo tiene derecho a asumir la posición política que le parezca o que más lo convenza.
¿Dónde están quienes fueron sus compañeros?
Vera Grave está aquí en Bogotá, Rosemberg Pabón en Yumbo, Otty Patiño en Manizales. Todos cumpliendo. Este 9 de marzo vamos a tener un evento en la Plaza de Bolívar, a ver si por fin se hace un monumento con los lingotes de metal que quedaron tras la fusión de las armas del M-19. Yo mismo llevé esas armas a la Siderúrgica del Pacífico, allá las convirtieron en lingotes, que están en nuestro poder. Desde hace muchos años estamos con la idea de hacer un monumento a la paz en Bogotá, a ver si ahora sí se puede. Varios gobiernos se comprometieron y no lo han hecho.
¿El Estado le cumplió al M-19?
Tan poquito que ni siquiera la favorabilidad nos la dio. Pero nosotros conseguimos un respaldo importante en la etapa inicial. Ahora, Estado que cumpla todo a lo que se compromete no se ha inventado todavía. Y otra cosa: en 1992 hubo necesidad de un reindulto. Una magistrada encontró que la Ley de Indulto al M-19 no se podía aplicar y decidió iniciar procesos penales, que eran un incumplimiento total al Acuerdo de Paz. Entonces, en el Congreso se presentó una ley de reindulto, de la cual fue ponente el entonces senador Álvaro Uribe. Eso demuestra el consenso que existía en ese entonces a favor de la paz negociada en Colombia. Eso no tenía oposición.
¿No cree que al final quedó una deuda con las víctimas del M-19?
Usted lo que quiere es que el proceso de paz nunca termine. Eso fue lo que se hizo, así era el país en ese momento y punto. En esa época no se hablaba de los conceptos de verdad, justicia y reparación, eso es nuevo. No existía lo de la justicia transicional, nadie pensaba en eso. En ese entonces era indulto por dejación de armas. Así se había hecho la paz entre liberales y conservadores, así era como funcionaba el país. Si nos ponemos a ver las cosas de hoy y a volverlas en retrospectiva, empezamos a no entender nada. Mire usted: 300 mil muertos entre liberales y conservadores, simplemente una amnistía y listo. Era entrega de armas por indulto, que a su vez implicaba participación en política y no más.