Publicidad

Elecciones 2022: lo que parece saberse y lo que no se sabe

A pocos meses de las elecciones, todavía no es claro cómo se moverán los partidos y candidatos el próximo año. ¿Qué podría cambiar y qué seguirá igual? Análisis de Razón Pública.

Andrés Dávila L.* /Razón Pública
11 de noviembre de 2021 - 02:55 p. m.
Según el analista, la fragmentación y el sinnúmero de candidatos son la marca del momento, tal vez con un panorama agravado por reglas inciertas y dolencias democráticas.
Según el analista, la fragmentación y el sinnúmero de candidatos son la marca del momento, tal vez con un panorama agravado por reglas inciertas y dolencias democráticas.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Profetas y jeremías

Las elecciones de 2022 están ya en la mira de todos los analistas y de todos los que quieren elegirse o reelegirse.

Los medios, la opinión, las redes y las propias campañas están agitadas: se oyen voces que pretenden tener la verdad sobre lo que va a suceder, digamos, el expolitólogo Ariel Ávila.

También se oyen lamentos provincianos sobre lo que habría que hacer: Humberto De la Calle, Andrés Hoyos, José Fernando Isaza, entre otros.

En contraste, este artículo busca, hasta donde es posible, describir lo que está pasando en un complejo escenario pospandémico que, pese a todo, parece no alterar los tiempos de nuestra democracia.

La elección de congresistas

Una primera cuestión es preguntarse por los factores estructurales que, para bien o para mal, tendrán un peso significativo en estas elecciones legislativas.

Entre estos factores cabe destacar la inercia de lo electoral que, impajaritablemente, se vuelve a confirmar cada cuatro años. Pese a la pandemia y a los demás cambios, habrá elecciones legislativas en marzo y presidenciales entre finales de mayo y mediados de junio.

Aunque parezca obvio, en 2022 se cumplirá una vez más este proceso de reproducción del sistema político, seguramente en condiciones de alguna alteración del orden público, pero lejos de los traumatismos que se vivieron durante la última década del siglo XX. A esto se añadirán los efectos, no conocidos aún, de la pandemia y la crisis socioeconómica.

De forma similar a lo que sucedió en 2010, las elecciones legislativas serán una ardua competencia entre varios partidos que configuran el adolescente sistema multipartidista colombiano. Aún no hay mayor claridad sobre quiénes ganarán más curules, quiénes perderán y cuál será el partido o movimiento que se destaque por su desempeño electoral. Lo más probable es que se tendrá un Congreso con fuerzas de tamaño relativamente semejante al que tenemos hoy en día.

No se ve la posibilidad de una fuerza que obtenga una mayoría significativa y que domine la escena política colombiana. En ese terreno, habrá que observar tres asuntos con cuidado:

  • El comportamiento electoral de los candidatos, movimientos y sectores cercanos a Gustavo Petro, que podría dar una señal de consolidación, estancamiento o frustración de la izquierda.
  • La capacidad de los partidos para mantener una votación y un número de curules útil para negociar apoyos, cuotas, contratos con el gobierno, sin la participación de grandes personajes: no estarán Uribe, Mockus, Vargas Lleras ni Roy Barreras. ¿Mantendrán los partidos al menos la votación de 2018?
  • La fuerza relativa de los resucitados: Nuevo Liberalismo, Salvación Nacional, Verde Oxígeno y algún otro que se anime a revivir de aquí a las elecciones.

En el conjunto, será interesante establecer la nueva fragmentación del sistema político y si, en realidad, los jóvenes y vulnerables cambiarán en algo el sistema de centro derecha que impera. También será interesante ver si la abstención disminuye, así sea un punto porcentual.

No se ve ninguna posibilidad de que Comunes consiga ni un congresista por voto popular. Tampoco se sabe cómo las curules de la paz alterarán o mantendrán los rasgos vigentes del Congreso. ¿Tendrán los operadores políticos la capacidad, el tiempo y los recursos para sacar partido de esta alternativa? ¿Llegarán, en serio, sectores afectados por el conflicto que no han tenido juego hasta hoy?

Pero, sobre todo, el nuevo código electoral y las decisiones semilegales y caprichosas del registrador ¿afectarán el preciado activo de resultados expeditos y creíbles de la democracia colombiana?

Puede leer: Elecciones 2022: Gustavo Petro

La hora de las coaliciones

Una vez elegido el nuevo Congreso, con algún grado de renovación y algún nuevo gran elector, el país verá venir la campaña presidencial.

Seguramente, en una misma fecha se medirán las fuerzas de las coaliciones que prefigurarán lo que puede suceder en primera y segunda vuelta. Marzo, abril y las primeras semanas de mayo estarán marcadas por negociaciones, alianzas, desayunos, cafés y cervezas de todo tipo.

Para entonces será claro e interesante comparar las cifras de firmas falsas que aportarán varios impolutos y no tan impolutos. Vargas Lleras dejó una marca tan significativa que ni un salto triple de Caterine Ibarguen la superará fácilmente. Algo novedoso será la ausencia de mundial de fútbol para acompasar la contienda política.

No es nada nuevo indicar que, muy seguramente, se tendrán tres coaliciones significativas: la de la derecha, la del centro y la de la izquierda. La de la derecha tendrá que resolver las metafísicas cuestiones de sobrevivir en cuerpo ajeno con un Álvaro Uribe impedido, más la carga de cuatro años de mal gobierno. Algunos de por allí podrían acercarse al centro, cuando sus movidas se hayan decantado.

La de la izquierda enfrentará dos grandes retos: sobrevivir al ego de Gustavo Petro y pasar el techo electoral, así sea sobre las espaldas de cristianos, “roys”, “benedettis” y quién sabe qué otros especímenes. En su caso, la gran cuestión es si el sistema político colombiano, que es conservador y derechoso, está dispuesto a acoger a un candidato de “izquierda” por primera vez en su larga y estable historia electoral.

Y queda por examinar lo que pasará en el centro del espectro. Como indican las encuestas, los colombianos están, en su gran mayoría, en el centro y, más precisamente, en la centroderecha. Pero eso no significa que el centro tenga ventaja. En 2018, el centro fue derrotado en medio de la tibieza fajardiana y delacallesca. Finalmente, el pragmatismo de César Gaviria y la derrota de Vargas Lleras hicieron que el electorado se decantara por la versión más presentable de Iván Duque.

Hoy se teme que pase lo mismo, pero dentro de un panorama que no va a ser igual al de hace cuatro años. De entrada, la fragmentación y el sinnúmero de candidatos son la marca del momento, tal vez con un panorama agravado por reglas inciertas y dolencias democráticas (no solo en Colombia).

Hasta el momento, la cuestión se ha jugado entre la excluyente y moralizante Coalición de la Esperanza y los nuevos sectores y candidatos que se acercan y se alejan. Los verdes no han podido decidirse por un candidato: la politiquería de Claudia López y Angélica Lozano prácticamente los rompió y, mal divididos, se sumarán unos a Fajardo y otros a Petro. Juanita Goebertus como buena politiquera, ya traicionó y optó por su propio candidato.

Las “nuevas opciones”

Y están las “nuevas opciones” en donde, por ahora, caben Alejandro Gaviria, Juan Manuel Galán y Rodrigo Lara. Por la historia de este último, se sabe que cualquier cosa puede suceder: Lara podría sumarse a la derecha o a la izquierda o podría terminar en un pugilato con el vigilante de la Registraduría.

Galán y Alejandro Gaviria tendrán que moverse entre una imagen de independencia y formas distintas de hacer política (la gran farsa cuatrianual). Además, deberán sumar los votos de los partidos que los quieran apoyar: el Liberal, Cambio Radical, la U y alguno que otro verde. Como lo hizo Ingrid Betancourt en los noventa, se mostrarán como estadistas, impolutos y moralmente inquebrantables, mientras tejen un discurso sinuoso que les permita contar con los apoyos y votos de los partidos.

Pero hay una gran diferencia entre Galán y Gaviria. El primero se ha hecho elegir y ha hecho política durante casi dos décadas. El exrector, en cambio, no ha ganado ni las elecciones para la junta del edificio donde vive. Sin embargo, Gaviria cuenta con los voticos del Partido Liberal, ese anciano benemérito que todavía existe (y pone votos).

Le recomendamos: Los extremos del centro: hacia una alianza electoral en 2022

Curiosamente, las minorías bienpensantes condenan cualquier alianza con los liberales y, en especial, con César Gaviria. Esta condena que suena muy interesante si uno se devuelve treinta años y se encuentra que César Gaviria era visto como el estadista que derrotaría el clientelismo de Samper y Serpa.

Y la pregunta está ahí: ¿le alcanzará a Gaviria (Alejandro) para ser un contendiente en la justa presidencial o tendrá solo la fuerza para derrotar a Mauricio Cárdenas y Juan Carlos Echeverry en la pugna por la decanatura de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes?

*Politólogo, maestro y doctor en ciencias sociales de la FLACSO, México, profesor titular de la Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana.

Por Andrés Dávila L.* /Razón Pública

Temas recomendados:

 

Angelita(gcg38)12 de noviembre de 2021 - 04:50 p. m.
Hay tiempo para infundir miedo, pero los ciudadanos estan saliendo de ser bobos. Están reclamando el derecho a participar en el gobierno y no aceptan que, quienes lo han usufructado por más de 200 años, sigan mofándose y excluyendolos.
luamo(itkq6)11 de noviembre de 2021 - 05:09 p. m.
Se debe tener en cuenta es que cuando un terrorista sube al poder, arregla todo con dictadura y armas. Nada de diplomacia porque no la conoce. Ejemplos: Nicaragua, con Ortega, Cuba con Castro, en menor grado, Venezuela con Chávez y Maduro. La democracia nunca ha existido entre los terroristas y alzados en armas. Es algo que Colombia, debe tener en cuenta, para no ser Nicaragua o Venezuela.
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.
Aceptar