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El mito de las maquinarias electorales

Aunque las maquinarias pueden inclinar el resultado de las elecciones en ciertas zonas del país, en realidad son bastante más frágiles de lo que suele creerse. Análisis de Razón Pública.

Yann Basett* / Razón Pública
11 de febrero de 2022 - 10:10 p. m.
El tema de las llamadas "maquinarias" ha estado en el centro del actual debate electoral de 2022, sobre todo de los precandidatos presidenciales.
El tema de las llamadas "maquinarias" ha estado en el centro del actual debate electoral de 2022, sobre todo de los precandidatos presidenciales.
Foto: EFE - Ricardo Maldonado Rozo

¿Qué son las maquinarias?

En una entrevista con Noticias RCN, la candidata presidencial Íngrid Betancourt afirmó que no haría alianzas con otros candidatos que “tengan maquinarias que los apoyen”. A partir de esa afirmación, es pertinente analizar con más detenimiento lo que significa “tener maquinarias”.

En realidad, las maquinarias son uno de los mitos que usamos para leer los fenómenos políticos en Colombia, mitos como el del “voto de opinión”, el “bolígrafo” o la más reciente “mermelada”. Como todos los mitos, parte de fenómenos reales, pero los simplifica, deforma, reinterpreta y, finalmente, les otorga propiedades casi mágicas.

Las maquinarias son lo que los politólogos llaman una red clientelista que los políticos usan para conseguir votos. Este mecanismo no tiene nada de original y se presenta hasta en las democracias más avanzadas, donde se las confunde con el aparato local de los partidos.

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En Colombia creemos que las maquinarias han prosperado gracias a la informalidad y que por eso se han vuelto todopoderosas, han degradado la política hasta convertirla en una simple transacción de bienes o servicios a cambio del voto y han corrompido todo el sistema político. Veamos qué hay de cierto en estas ideas.

Manual de uso de las maquinarias

No hay duda de que las maquinarias inciden sobre el resultado de las elecciones. Lo contrario sería sorprendente en un país donde la mayoría de los ciudadanos tiene muchas necesidades básicas insatisfechas y vive en un contexto de informalidad que los hace depender de redes de apoyo diversas para resolver los problemas de la vida cotidiana.

Las maquinarias empiezan ahí, en el nivel más bajo, con algún líder social que acude a sus relaciones políticas para ayudar a gestionar un subsidio, legalizar un barrio, conectar una cuadra a los servicios públicos, obtener material para la construcción del acueducto veredal, conseguir un cupo en la escuela, una subvención para el club de futbol, etc. El líder habrá tenido que pasar por un edil o un concejal, que podrá haber movido su propia influencia en la administración, o acudir a otro político más poderoso.

En el momento de las elecciones, el político llamará a “su gente” para recordarles el servicio prestado y pedir apoyo en las urnas. Probablemente también prometerá más ayudas. A su vez, los líderes tratarán de convencer a todas las personas que ayudaron para que se comprometan a votar por el político que hizo tanto para la comunidad.

Cuando un líder ha adquirido cierto nivel de conocimiento y es reputado “dueño” de muchos votos, puede aspirar a que su patrón lo nombre en algún puesto en la administración, hasta eventualmente lanzarse él mismo como candidato en una elección local. Finalmente, los que se ubican en un nivel más alto podrán pedir contratos a cambio de su apoyo.

Las maquinarias son una pirámide o un ascensor que sirve para subir de nivel, aunque la competencia suele ser muy dura. Cada actor se vincula con el patrón del nivel superior y desarrolla vínculos de confianza personales, relativamente estables, con sus “clientes”, lo cual implica que las maquinarias no se limiten al simple intercambio de bienes materiales.

Los actores de las maquinarias las conciben como una red de solidaridad duradera y revalidada por el intercambio de bienes y servicios. En caso de un problema, el cliente piensa que puede acudir al patrón y éste confía en la lealtad de aquel.

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Así, los bienes que se intercambian en el momento de la elección, que pueden consistir en una suma de dinero o en cosas más sutiles —el pasaje gratis hacia el puesto de votación con el almuerzo incluido, una invitación a una fiesta o un concierto en el marco de la campaña, etc.—, son apenas una forma de reafirmar unas relaciones más profundas.

Los que se lanzan a comprar votos a la topa tolondra con plata en efectivo el mismo día de las elecciones son, en general, políticos desesperados que se dan cuenta de que las maquinarias les está fallando.

¿Qué tan poderosas son las maquinarias?

En lugares aislados, donde existen pocas oportunidades económicas, las maquinarias pueden llegar a ser el mejor, quizás el único canal de ascenso social. Por eso adquieren un gran peso y se vuelven una actividad casi profesional.

Su impacto sobre los resultados en estos contextos es importante, particularmente en las elecciones locales y legislativas. No están ausentes de las elecciones presidenciales, pero ahí juegan un papel secundario, porque los beneficios para los participantes son más difusos y porque el peso relativo de sus votos no es tan decisivo.

Dada la descripción anterior, se entenderá que es casi imposible medir el número de votos que aporta una maquinaria. En la motivación de los electores, los favores se mezclan con la confianza en el político, la conciencia en defender los intereses del territorio, y también los valores o las orientaciones ideológicas que no tienen por qué ser incompatibles con el intercambio de apoyos. Por eso es tan difícil distinguir claramente entre “voto de las maquinarias” y “voto de opinión”, pues rara vez se encuentra una de las dos en su “estado puro”.

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La fragilidad de las maquinarias

Muy a pesar de su nombre, que evoca los engranajes implacables de una fábrica, las maquinarias son bastante frágiles. Esto ocurre por tres razones:

  • Las maquinarias son un sistema opaco. Cada actor tiende a presentarse ante su patrón como “dueño” de más votos de los que en realidad puede movilizar para obtener mayor recompensa. Además, nunca pueden estar seguros de la lealtad de todos, por más que traten de “controlar” su clientela llenando planillas de actos de campaña, inscribiendo electores en puestos de votación particulares, o tratando de burlar los mecanismos que protegen el secreto del voto.
  • Las maquinarias se basan en una confianza que es frágil, sobre todo en contextos de penuria. La gente piense que merece más de lo que tiene y se compara con otros, percibiendo que aquellos logran más con menor esfuerzo. De modo que las maquinarias alimentan un descontento latente, lo cual implica que cada actor está tentando de pasar a otro patrón en cualquier lugar de la pirámide.
  • Las maquinarias satisfacen mejor a sus miembros si están en el equipo de los ganadores; los actores de las maquinarias perdedoras siempre pueden negociar sus apoyos después de las elecciones, pero pasarán después de los que estaban desde el principio. Es decir, las maquinarias ayudan a definir el resultado de una elección, pero no como una locomotora, sino como un mecanismo para subirse en el vagón de la victoria.

No son pocos los casos de políticos que fracasaron por apostarle todo a las maquinarias, sobre todo cuando se enfrentan a un rival que logra entusiasmar a las personas por sus calidades o propuestas y pone a tambalear la cadena de lealtad de toda la red.

En realidad, los políticos saben que las maquinarias son altamente ineficientes cuando se alarga la cadena de lealtades. Se cuentan anécdotas muy antiguas de cómo los políticos trataron de regular los “precios” del voto en ciertas zonas poniéndose de acuerdo sobre qué se podía entregar y en qué momento, para limitar la competencia. Por supuesto, estos acuerdos nunca se respetaban.

De modo que la idea de que un político es “dueño” de una maquinaria y que “tiene” cierto número de votos “amarrados” mediante ella es profundamente equivocada y no da cuenta del funcionamiento real de estas redes.

¿Maquinaria es igual a corrupción?

Las maquinarias pueden inducir comportamientos corruptos en el marco de la competencia dura que mantiene con otras maquinarias, desde delitos electorales para controlar la clientela (trasteo de votos, corrupción al sufragante, etc.), hasta coimas en los contratos que el político electo entrega a sus clientes para recuperar la plata que tuvo que invertir en su campaña.

Pero la ilegalidad no es inherente a las maquinarias. En realidad, lo que la define mejor es la ambigüedad de sus prácticas. Las maquinarias son comparables con la economía informal, más que con la economía ilegal. Subvierten la institución formal de la elección que supone un cierto sentido cívico y un compromiso hacia lo público, sin necesariamente caer en prácticas que puedan ser tipificadas como delitos.

Incluso cuando se comete un delito, los participantes no siempre tienen conciencia del hecho o lo justifican con la idea (no tan cierta) de que todos lo han hecho así, y porque no ven razones para actuar de otro modo. En este sentido, las maquinarias viven también de la debilidad de la capacidad de los políticos alternativos para atraer adhesiones con propuestas, o de su falta de credibilidad.

Tampoco es claro que las maquinarias coarten totalmente la voluntad de los electores. Más bien, les hacen sentir cierta obligación social de reciprocidad, real o anticipada, que los induce a votar por un candidato, que los clientes no tienen por qué vivir como un dilema moral.

A veces, la competencia lleva a algunas maquinarias a acudir a métodos bastante coercitivos para tratar de asegurar la lealtad de sus clientes, pero a menudo son ineficaces o llevan a las maquinarias a transformarse en otra cosa, como en la parapolítica. En ciertas zonas del país, la coacción de los paramilitares transformó las redes clientelares en un fenómeno bastante distinto y mucho más inquietante.

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En todo caso, es claro que las maquinarias representan un problema para el correcto funcionamiento de las instituciones. Es decir, no son necesariamente corrupción en sentido legal, pero lo son sin duda en un sentido más filosófico. Por ejemplo, las maquinarias implican que el político electo tiene que retribuir a su clientela nombrando funcionarios que no son los mejor preparados o repartiendo contratos entre sus financiadores. Éste es su mayor daño.

Muchos políticos alternativos que atacaron las maquinarias mostraron que se puede gobernar sin incurrir en estas prácticas. Pero pocos han propuesto mecanismos efectivos para proteger la administración pública de los males que causan las maquinarias.

* Director del Grupo de Estudios de la Democracia (DEMOS UR) de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario.

Por Yann Basett* / Razón Pública

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