Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Tenemos que hablar de confianza institucional, porque, como lo conceptualiza Adolfo Eslava, decano de la Escuela de Humanidades de la Universidad Eafit, atraviesa dos conceptos que nos afectan como individuos que se organizan colectivamente: las vulnerabilidades y las responsabilidades. “La confianza es la decisión de dejar parte de nuestro bienestar en manos de otros; por ello, es una moneda de dos caras: vulnerabilidad y responsabilidad. En general, los gobernantes son responsables de gestionar vulnerabilidades”, dice el académico.
Por eso, cuando alguien que ostente poder y en sus manos se tramiten las vulnerabilidades de la gente se equivoca o afecta el bienestar general o individual, la confianza se ve minada y recuperarla es una tarea difícil. Desde Comfama, como empresa de caja de compensación, se ha despertado una preocupación por conversar sobre la confianza y proponer cómo cimentar desde la ciudadanía, las instituciones y las organizaciones. Desde allí, entienden el concepto como una tarea de artesanos. “Hay que construirla todos los días, lentamente, acción por acción, con coherencia (…) Cuando se cometen errores, es importante reconocerlos y rápidamente resarcirlos, para luego volver al trabajo artesanal”, dice David Escobar, presidente de Comfama.
En El Espectador quisimos traer una conversación epistémica sobre la confianza institucional con Santiago Silva, profesor de la Escuela de Gobierno y Ciencia Política de Eafit y gerente de Tenemos que Hablar Colombia, bajo la coyuntura de días pasados sobre la labor de la Registraduría, así como los fuegos que han prendido líderes políticos señalando algo que aún no es comprobado vía judicial. Silva hace un llamado a la mesura y a proteger el sistema que nos permite tomar decisiones en democracia: las elecciones.
¿Qué lectura hace de la situación de desconfianza que se despertó tras las elecciones a Congreso?
El problema de poner en duda el sistema electoral, independiente de las circunstancias y en cualquier democracia, es que abre la puerta a la posibilidad de que uno o varios de los competidores pongan en tela de juicio el resultado final, en este caso, el de las presidenciales. Normalmente este tipo de situaciones se presenta en una de las fuerzas en competencia que presenta información que pone en duda el proceso por el cual se toma una decisión electoral y eso suele generar que los mecanismos institucionales, un poco como venía ocurriendo en los últimos días en Colombia, se encarguen de abordar esas dudas. Ahí aparece la posibilidad del reconteo. El lío acá es que son varias fuerzas y, en particular, todas ellas en competencia dura de cara a las presidenciales. Esto nos podría abrir la puerta a que el resultado, si no es muy evidente; es decir, que no haya una distancia larga de votos, se ponga en duda, lo que generará un riesgo de legitimidad al próximo presidente, se compruebe o no fraude, porque está la duda.
¿Podemos hablar de que la confianza se perdió, por lo que se suscitó la orden del reconteo?
Perder es una palabra muy fuerte, pero sí se ve muy golpeada por una razón y es que los colombianos tienen una relación compleja con las elecciones. La Encuesta Mundial de Valores y el Latinobarómetro muestran que la ciudadanía tiene una percepción con incidencia del clientelismo y la compra de votos. Esos son factores para desconfiar en el resultado electoral, pero no trascendían en el escenario nacional, por lo que, relativamente, se considera que las elecciones en Colombia son transparentes. Hay que esperar las mediciones futuras para ver cómo varía la percepción de confianza en el sistema con lo ocurrido con la Registraduría, que creo que sí se verá afectada por la cadena de fallas en el diseño del tarjetón, la capacitación de jurados y otros elementos identificables, así como que las fuerzas políticas se pusieron de acuerdo en poner en duda el resultado.
¿Qué cree que es lo más efectivo para restablecer esa confianza? ¿La renuncia del registrador?
No podría sugerir eso último, pero ¿qué creo fundamental? Lo primero es que en un escenario donde hay dudas es muy complejo que la gente no se concentre en estas, entonces se han planteado propuestas como la posibilidad de hacer un cambio completo de jurados. Sin embargo, en estos momentos se necesita algún tipo de ruptura frente a las expectativas previas que generaron desconfianza. En el fondo, la confianza institucional se basa en transparencia y responsabilidad. La transparencia se ha vuelto una palabra muy manoseada y la gente dice que es transparente porque cuenta cosas o cuelga información de libre acceso, y eso no es. La transparencia está basada, sobre todo, en el hecho de escuchar a las personas y tomar decisiones respecto a eso, que ahí entraría la responsabilidad. En este tipo de escenarios, la única posibilidad de restablecer un poco la confianza es ponerles atención a las preocupaciones de las personas y tomar decisiones acordes a esas preocupaciones. Si eso no se hace, si simplemente se responde tratando de persuadir de que nada ocurrió, así sea cierto, no será suficiente. La gente necesita hechos muy llamativos y, a veces, traumáticos para poder reaccionar un poco a esa situación de desconfianza.
Habla de escuchar y muchos piden la renuncia de Vega. ¿Es una decisión llamativa y traumática?
Evidentemente, la atención está puesta en la cabeza de las personas. Ahora, sin duda, la confianza en la Registraduría y en el proceso electoral va a quedar afectada durante mucho tiempo por lo de los pasados días. Lo que sí hay que evitar a como dé lugar es que en la elección presidencial haya un escenario donde las personas sigan con serias dudas en el resultado. Eso sería gravísimo. Es probable que a la Registraduría le vaya mucho mejor en términos logísticos y eso reduzca la bulla de lo que generaron los comicios del 13 de marzo. Sin embargo, aquí hay otro factor y es que tenemos líderes políticos montando formularios E-14 en Twitter y ahí estamos jugando a otra cosa. Ahí ya se vuelve un poco complejo.
¿Cómo así?
El tipo de decisiones traumáticas y llamativas que puede tomar la Registraduría solo alcanzan a llegar hasta cierto nivel. También debe de haber una respuesta corresponsable de parte de los líderes políticos, quienes deberían abordar esto de forma razonable, por una cosa que es fundamental: si tú pones dudas en el sistema por el cual se toman decisiones colectivas, en este caso democráticas, esa duda puede afectar a cualquiera de los ganadores. Yo creo que están en un juego muy peligroso, en el que están inyectando desconfianza social y esta es destructora. Es como el jugo de remolacha, que todo lo toca, lo unta y lo pone de color morado. Y luego es muy difícil recoger eso. Se puede tener un escenario en el que alguien le mete gasolina a la desconfianza y cuando el resultado final lo beneficia, puede ocurrir que las dudas que introdujo lo terminan afectando. Creo que es una apuesta electoral que están haciendo algunas fuerzas políticas que afectará su legitimidad si eventualmente se convierten en gobierno.
O sea, aquí no solo se tiene que medir la Registraduría y actuar para restablecer la confianza, sino los actores políticos que están reclamando ‘x’ o ‘y’ cosa...
Las reclamaciones han implicado dos cosas. Por un lado, algunas han sido más bullosas que sustentadas en evidencias claras, y, por otro lado, las que incluso están sustentadas en evidencia deberían ser tramitadas a través de los mecanismos que están constituidos para eso. Convertirlo en discusión de Twitter y en bandera de discusión política en un momento en el que todos están queriendo llamar la atención puede ser, en el mediano y, sobre todo, en el largo plazo, muy poco estratégico para cualquier fuerza política que quiera convertirse en gobierno.
¿Cómo se compagina esa desconfianza con la situación de polarización que vive el país?
Los seres humanos estamos diseñados para crear grupos y defenderlos. El lío es cuando hay grupos con agendas chocantes. Eso se alborota y a eso llamamos polarización. Es decir, dos lugares en una discusión no encuentran forma de establecer puentes de encuentro. En el caso de Colombia, venimos de un escenario de polarización largo, muy evidenciado durante la votación por el plebiscito y en las votaciones presidenciales y locales recientes. El problema con la polarización y con esa idea del autorreconocimiento e identificación grupal es que, al eliminar los puentes de encuentro, elimina la posibilidad de que el contrario tenga algún tipo de razón. Las elecciones son una manera elegante de resolver disputas sobre quién gobierna durante cierto tiempo y está resolviendo una cosa evidentemente tensionante y es quién tiene ese poder durante ese tiempo. Y en esa resolución, la posibilidad de pensar que esa decisión va a ser justa, que va a ser una representación de la realidad, es fundamental para poder evitar que la polarización empiece a sugerir asuntos como violencia, que no queremos que ocurran.
En el caso particular, la polarización no ayuda a una cosa que es muy valiosa en el caso de que tuviéramos desconfianza en el sistema o haya un hecho como este y es que las fuerzas o los extremos políticos pudieran conversar. Y decidir maneras en las cuales abordar un problema como el que nos afecta a todos. Si de todos los lados desconfían del proceso, al final nadie va a ganar. El que gane después de destruir la desconfianza institucional igual va a perder, porque tendrá cuatro años en el que las otras fuerzas van a dudar y activamente van a intentar socavar su legitimidad en el poder. Eso es en gran medida una herencia de la polarización. Lo que uno podría señalar como un ejemplo, que es lo ideal, pero no debería serlo, es que a todos les debería interesar que no se presenten dudas en el conteo de votos de cualquiera, no importa la ideología. Eso es algo que parece muy Dinamarca, pero es lo razonable. No ocurre porque la polarización evita concederle nada al contrario. Ahí encontramos un problema democrático complejo.