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¿Cómo se siente en este punto de la campaña, cuando se ha enfocado en ganar en primera vuelta?
Yo no estoy obsesionado con ganar en primera vuelta. Es una eventualidad, no es el objetivo de la campaña. El objetivo es ganar, sea en primera vuelta, sea en segunda. Ahora, no es lo mismo un triunfo de 50 % más uno, en primera vuelta, que 60 % en segunda, porque tiene unos efectos políticos diferentes. Por eso es que no me amarro a un fin específico sobre en qué vuelta ganar. En la campaña de 2018 teníamos mucha más ilusión popular por la paz. Hoy lo que tenemos en el país es una situación más peligrosa, con mucha indignación de la población, una sensación diferente a la de hace cuatro años. Anímicamente, eso me hace sentir menos cansado que hace cuatro años. En 2018, ya en esta etapa de la campaña, estaba en automático. La voz me ha aguantado más, el estado de ánimo bien. Alerta, obviamente. La familia ha entrado más que antes, la ciudadanía ha estado más vinculada a nosotros que antes.
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¿Por qué cree que la dupla entre Armando Benedetti y usted ha funcionado, a pesar de tener raíces y visiones políticas tan distintas?
Estamos rescatando a Benedetti [risas]. Eso es como en Rescatando al soldado Ryan. Se ha disciplinado el hombre.
A diferencia de la campaña de 2018, esta vez usted le ha abierto las puertas a políticos de otros tintes, algo que también le ha generado grandes críticas...
Esta apuesta política es arriesgada. Yo lo pensé porque era también la posibilidad de que la gente dijese: “Esto es más de lo mismo”, pero yo no quería encerrarme en una especie de secta purista, que es muy propia del mundo de la izquierda. Esto porque no creo que eso sea una salida para Colombia hoy. El país necesita mucho diálogo social: está en guerra, está polarizado, los puentes de comunicación están prácticamente destruidos. Entonces, el mensaje de establecer puentes, de permitir que gente diversa a nosotros llegara, me pareció que era preferible. Y creo que ha resultado bien.
Lo he visto en algunos políticos de la Comisión Primera del Senado que me han acompañado. Casi toda la bancada de la U de la Comisión se pasó a nosotros, entre ellos Benedetti, Roy Barreras y Roosvelt Rodríguez. También una parte de los liberales y de Cambio Radical. He escuchado a varios de ellos en manifestaciones, diciendo frases como: “Uy, ahora sí me siento vivo”. Eso expresa que, dentro de sus lógicas políticas, ese contacto con la manifestación multitudinaria y espontánea no existía. Cuando una persona entra en contacto con la efusividad popular tan espontánea y tan grande, hay afectaciones personales.
En una entrevista, usted relacionaba el efecto que tuvo su destitución como alcalde en su carrera política con la suspensión de Daniel Quintero, en Medellín. ¿Qué puede pasar en estos momentos?
El golpe tiránico provoca una reacción en Colombia favorable al “David”, haciendo una relación con el cuento entre David y Goliat. La gente se solidariza con el “David”. Funcionó en Bogotá. Si uno mira cualquiera de las encuestas actuales, el resultado bogotano me haría presidente. En Medellín puede ser diferente. El avance progresista en Medellín se da, sobre todo, en el norte de la ciudad, que es la parte más pobre y segregada. Fico no hizo inversiones ahí porque su gobierno fue elitista. Daniel Quintero logra un gran avance precisamente ahí y ahora. Cuando yo miro el resultado del Pacto Histórico —aun sin ser mayorías, porque todavía no lo somos—, nuestro avance estuvo en el norte de Medellín y Bello. Con el esfuerzo verde y demás, casi que alcanzamos cinco representantes progresistas por Antioquia, un hecho que nunca se había presentado.
Ese mundo de la comuna popular norte ha recibido inversión de Quintero, algo que es importante para cambiar la segregación social dentro de la ciudad. Ahora vamos a ver si eso le responde en su caso. Si responde, como me respondieron a mí el sur y occidente de Bogotá, entonces la procuradora cometió un enorme error.
¿No cree que es muy desorbitado que llame “golpe de Estado” a la suspensión de Quintero?
El error de la procuradora es jurídico porque quebró la Convención Americana de Derechos Humanos. Lo hace igual que hicieron con la Ley de Garantías: pensando que esa derrota vendrá después de elecciones. Lo que les interesa es controlar la ciudad para las elecciones. Lo llamo un golpe de Estado, calculado exclusivamente por un fin electoral. Pero si el mundo popular paisa reacciona, como reaccionó el bogotano, se acabaría la tradición conservadora de la ciudad. Viene un aire muy diferente en la política de Medellín y en las concepciones de su sociedad. Eso impulsaría a Daniel indudablemente hacia adelante y, en alguna medida, también a mí. Si Fico no logra sacarme una ventaja sustancial en Medellín, perdió.
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A pocas semanas de la primera vuelta le han dado golpes mediáticos sobre temas como el de su hermano en La Picota, Piedad Córdoba y las palabras de Isabel Zuleta contra Fajardo. ¿Ellos ponen en alto riesgo las posibilidades de ganar?
Todos los golpes no tienen que ver conmigo. Tratan de golpear el entorno, a veces con cierta certeza, otras con mucha falsedad. ¿Qué pasó con el canje que supuestamente proponía Piedad? ¿Qué pasó con Roy Barreras en el gobierno de Santos? Son cosas que poco tienen que ver conmigo. En la visita en la cárcel hay un familiar cercano, que es mi hermano, pero es una visita de la ONG de la Iglesia católica alemana y las evangélicas noruegas, a través de la Comisión Intereclesial. El intento uribista de llamar eso un “pacto criminal” se estrella con la seriedad de las organizaciones que hicieron presencia en la cárcel. Al final se siente que es un gran golpe por el boom mediático, pero cuando se ven las encuestas y mediciones de redes, uno se da cuenta de que no me afectó. Pero eso significa que vienen por mí. Ellos están construyendo un ataque personal hacia mí.
¿A qué se refiere?
No pueden hacer un ataque jurídico, porque esa opción se desplomó hace tiempo con los procesos que me iniciaron. Todo se agotó: en la Procuraduría no hay nada contra mí, en la Contraloría tampoco, en la Corte Suprema o en la Fiscalía sobreviven uno o dos procesos por mis denuncias. Lo único que quedó es la multa sobre mi sueldo. Como no pueden por vía jurídica o política, viene el ataque personal, lo que llaman la destrucción moral. Lo estamos esperando. No les quedaría sino el físico, que también lo estamos esperando y por el que cambiamos el sistema de seguridad. Hasta ahora estamos aquí hablando.
¿Cuál es el rol de su esposa, Verónica Alcocer, en su campaña?
Ella ha hecho su propia campaña. La ha construido y no lo ha hecho bajo los mismos rieles tradicionales que en general han hecho las primeras damas, que es acompañar a su marido a todas partes en una actitud un tanto silenciosa, muy de la familia tradicional, patriarcal. Verónica lo ha hecho más en el sentido de la familia igualitaria, que yo también he tratado de construir, pero lo que pasa es que todos somos hijos de una cultura, pero mis dos hijas, que actualmente están conmigo, hacen parte de la campaña, y Verónica también. Ella lo ha hecho desde su perspectiva, desde sus ventajas, y me parece que le ha funcionado bien. En caso de salir elegidos, la actividad de ella no va a ser la misma de las primeras damas.
¿Cree que las palabras de Francia Márquez y el “mensaje de odio” del que habla César Gaviria de su campaña fueron el detonante de la no adhesión del Partido Liberal?
No, para nada. La posición de César Gaviria no tiene que ver con Francia; tiene que ver con Odebrecht y él lo sabe. El Gobierno movió sus palancas alrededor del tema, en la Fiscalía, con cierta ayuda norteamericana, y se acabó César Gaviria como un dirigente liberal independiente.
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¿Le preocupa no tener la fuerza del Partido Liberal de su lado, después de tantos intentos de que así fuera?
No, para nada. Eso ha suscitado un proceso muy interesante que yo llamo la rebelión liberal, que la semana entrante va a tener un capítulo en la Convención Nacional Liberal progresista. Se está logrando fuerza, estructura nacional y, más la votación que vamos arrastrando, ahí se va a refundar el Partido Liberal.
Después de eso, ¿qué lectura hace de la figura de Francia Márquez?
La figura de Francia está creciendo. Ella tenía un acumulado de lucha social, pero no era visible para la sociedad. Ella ha venido creciendo desde 2018, año en el que también estuvimos juntos políticamente. Se había candidatizado para la Cámara y después ganó el premio Goldman.
Cuando entra a la consulta en esta carrera presidencial, domina el escenario: queda en el segundo lugar. La fórmula vicepresidencial es para lograr visibilización mayor. Cuanto más se visibilice Francia, más simpatías va acumulando. Es una figura en ascenso que debe pasar por un gobierno y las características de ese gobierno determinarán cosas hacia delante. Pero, una de las cosas que más me preocupaban era que no veía mi reemplazo en el liderazgo político nacional, en el contexto de una izquierda relativamente agotada y una juventud que apenas empieza y que le falta aún para lograr liderazgos personales. Por el contexto, han aparecido figuras que empiezan a adquirir un liderazgo fuerte en todo el país: uno es el alcalde de Medellín, otra es Francia Márquez, y podrían aparecer dos más. El recambio está asegurándose y ese temor que yo tenía ha desaparecido.
¿Qué les responde hoy a las feministas que han criticado sus declaraciones sobre el movimiento y que cuestionan cómo se ha dado la participación de mujeres en su campaña?
El feminismo es una vanguardia política. Es decir, va adelantado al tiempo de su propia sociedad. Es una lucha que viene desde antes y busca la igualdad de la mujer. Yo, como candidato, tengo que observar los dos mundos: el que está adelante, que es el feminismo que coincide conmigo en muchos temas, y el mundo de las mujeres de Colombia en general, que hoy por hoy no está, necesariamente, en el mismo compás de las feministas. Si voy a ser presidente, no puedo serlo de un grupo apenas como son las vanguardias, porque inmediatamente se cae el gobierno. Tengo que mirar la diversidad de las mujeres, también a las que se acercan más a las derechas, que quieren conservar su lógica familiar. Poder tender los puentes, disminuir el temor, fortalecer la familia, asegurar el futuro de los hijos; temas que no están propiamente en la agenda de las feministas, pero sí de todas las mujeres. Son temas que yo tengo que mirar, que cuidar, porque no son ilegítimos. Las feministas quisieran que yo tuviera el discurso de ellas, pero tengo que mirar la totalidad del país, sin dejar de pensar que tienen la razón, pero hay que acompasar a toda la sociedad.
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¿Qué les responde a los empresarios que sienten gran temor por su propuesta económica?
Ellos tienen una visión conservadora de la economía. El emprendedor y la emprendedora, la economía popular, mayoritariamente, están con nosotros, pero en el gran empresariado hay una visión muy conservadora, que me parece equivocada. Si alguien plantea una reforma laboral pensando en la estabilidad, como hacemos nosotros, ellos traducen eso como si fuera una guerra contra la empresa. Resulta que, económicamente, si el mundo laboral es más estable, la empresa es más productiva, gana más el empresariado. Aquí en Colombia, la élite económica y política, ese mundo de economistas en Planeación Nacional y en los gobiernos, hacen parte de una ideología: son muy conservadores y le han metido al empresariado una mentalidad de corto plazo que, ya se ve, hace agua por todos los poros, pero no le permite ver las eficacias y posibilidades de un discurso como el nuestro. Ahí va haber una labor de pedagogía, que no la veo tanto en campaña, sino más cuando seamos gobierno. Si un señor está pensando que lo vamos a expropiar y ve que siendo gobierno no los expropiamos, pues se acabó el temor. Buscamos conciliar con ellos para que haya un pacto.
Usted hablaba de los sucesos que lo trajeron a estar acá. ¿Cómo los describe?
Yo soy un revolucionario. Al cabo de varias décadas, la historia, los contextos, las tecnologías, han cambiado. El mundo ha cambiado, no en el sentido que yo hubiera querido, pero el principio de un revolucionario es leer dentro de la realidad del momento las tendencias que permiten cambios hacia adelante. Eso lo encontré en su momento en el M-19, con prácticas que se plantearon para Colombia, porque el fruto de esa lucha fue la Constitución de 1991, que sigue siendo un proyecto. Mi posibilidad de gobierno es para que se aplique la Constitución de 1991. He transitado del siglo XX al XXI y mi gracia es un poco poder leer, en la realidad misma del mundo, las tendencias que permiten su transformación.
Deme un ejemplo de esas tendencias...
Ahora es el tema del cambio climático. Fui el precursor de la discusión política del tema, por eso, siendo alcalde, me hundieron el Plan de Ordenamiento Territorial de Bogotá. El tema del cambio climático no lo entendieron las izquierdas ni las insurgencias. Alguna vez fui a La Habana a decirle a las Farc que en la negociación se discutiera el cambio climático como el eje central de la agenda, y quedé como hablando en chino.
Si usted no gana esta presidencia, ¿vendrán más intentos?
Si el uribismo logra permanecer en el poder, veo que el país entra en una sin salida muy fregada, de crisis. Yo no estaría ahí y tendría que surgir un nuevo liderazgo capaz, con más capacidad de la que he podido desenvolver, para solucionar esas crisis. Cuanto más se aplace el cambio en Colombia, más difícil es poder lograrlo y que esos cambios sean tranquilos. No es posible pensar qué pasará en cuatro años, como si nada pasara. Creo que la permanencia del uribismo llevaría a la sociedad a unas circunstancias poco predecibles, pero no tranquilas. Pienso también un poco en mi ciclo vital: se necesita energía para la transformación. Yo he puesto todo de mí. No es fácil mantenerse. No veo el tema de, si no gano en 2022, en cuatro años vuelvo. No, eso no va a pasar.