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El domingo 5 de junio, a 14 días de la segunda vuelta electoral, el portal La Silla Vacía publicó una entrevista al historiador santandereano Armando Martínez Garnica titulada: “En Bogotá se aterran de Rodolfo, pero aquí darnos en la jeta es normal”. En ella, el entrevistado utilizó su prestigio académico para presentar una explicación histórica y cultural de la región de los Santanderes y sus gentes en la que apela a hechos imprecisos, prejuicios y preferencias personales para hacerlos pasar por conocimiento legítimo y así responder a las críticas que se le han hecho al candidato, también santandereano, Rodolfo Hernández, de ser violento, machista y desconocer el territorio nacional, así como el manejo del Estado.
La historia nunca es neutral: parte de las preocupaciones del presente y está atravesada por distintos intereses. No obstante, es importante discutir las afirmaciones hechas en la entrevista, pues carecen de rigor histórico y reproducen lecturas del pasado que perpetúan violencias y desigualdades sociales. En este sentido, como historiadorxs, nuestra intención es sumarnos al debate que han abierto colegas y estudiantes de la Universidad Industrial de Santander (UIS)[2], presentando cuatro problemas interconectados entre sí:
- La normalización de la violencia:
A lo largo de la entrevista se reitera la idea de que los santandereanos tienen, por naturaleza, un carácter violento, por lo cual apelan continua y cotidianamente a agresiones verbales y físicas. Si bien ciertos comportamientos se pueden manifestar en una sociedad, esto no quiere decir que tales actitudes sean generalizables, invariables en el tiempo y, sobre todo, que no puedan ser problematizadas y transformadas. Nos parece muy grave que, en el momento histórico actual, caracterizado por los procesos de construcción de paz y reconciliación, se legitime la violencia y el uso de armas como parte esencial de la cultura santandereana y, en general, de la colombiana.
2. La racialización de identidades y territorios
Martínez Garnica defiende la identidad santandereana a partir de una idea de blanqueamiento e hispanidad que borra por completo la existencia histórica de otros grupos sociales como indígenas y afrodescendientes. Desde la misma perspectiva, argumenta que la ética del trabajo de los santandereanos proviene de los blancos (españoles o alemanes), lo cual equivale a retomar el discurso de las elites del siglo XIX y aceptar su concepción racista de la diferencia territorial y regional. Por último, la separación que el entrevistado establece entre “el Reino” (entendido como el centro del país) y “la Gobernación” (entendida como las zonas de frontera) es imprecisa en términos históricos y geográficos, y contribuye a ratificar estereotipos y rivalidades regionalistas. Esta forma de mapear el territorio nacional es traída al presente de manera anacrónica para explicar forzadamente la lógica de las votaciones actuales.
3. Una perspectiva elitista de la historia
Desde la perspectiva de Martínez, la historia del país se reduce a la historia de las elites blancas. Por ello, insiste, sin pruebas, en el predominio de los próceres santandereanos en la independencia, al mismo tiempo que resalta la figura de Aquileo Parra para asociar al presidente-comerciante con el candidato-empresario Rodolfo Hernández. Esta concepción de la historia le permite también configurar una división del país entre rentistas y trabajadores, señalando de manera arbitraria que “la Gobernación” está conformada por rentistas como si en ella no hubieran existido históricamente todo tipo de trabajadores.
4. Los estereotipos de género
Junto con la legitimación de la violencia, en la entrevista también hay una justificación del machismo de Rodolfo Hernández. La supuesta agresividad innata de los santandereanos se concibe como resultado de su hombría exacerbada, la cual ridiculiza, infantiliza y feminiza otras formas de masculinidad y hace apto al candidato para dirigir al país con mano dura. Para completar el argumento cargado de sexismo, el entrevistado reproduce el estereotipo de la mujer administradora del hogar y de las empresas, desconociendo que tener mujeres liderando las casas o ciertos empleos no es un “matriarcado”, pues tales oficios no cuestionan los roles femeninos tradicionales y, antes bien, se ven como una extensión del rol de madres o esposas. Las palabras de Martínez representan el esencialismo sobre lo femenino, siempre asociado a valores como la devoción, el amor y el trabajo por entrega a la familia, disfrazándolo a través de la exaltación de la madre de la patria o, ahora, de la empresa.
En tanto ciudadanos, la opinión y posición política de cualquier historiador o historiadora es respetable. Sin embargo, apelar a la historia como saber experto, desde una posición de autoridad, pero utilizando los datos y la historiografía de una manera tendenciosa, carece de ética y de rigor. Aún más cuando nuestro rol como academicxs no es sólo dar cuenta de las concepciones y prácticas generalizadas que reproducen formas de violencia, desigualdad y exclusión, sino también cuestionarlas para contribuir a la construcción de una sociedad más justa.
Amada Carolina Pérez Benavides, Ima Esther Poveda Núñez, Leidy Jazmín Torres Cendales, Maite Yie Garzón, y Sebastián Vargas Álvarez, son investigadores en Historia.
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