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Avanzan los procesos electorales en varios países del continente. Elecciones diferentes a las del pasado, por lo que significan el impacto de la pandemia del coronavirus en la mentalidad colectiva, el desencanto hacia la política y las nuevas tendencias en materia de comportamiento electoral. Para no hablar de los efectos de las malas condiciones de las economías que, aunque inician en este año una recuperación generalizada, han pasado por sus peores momentos desde que estalló la crisis sanitaria y se aplicaron las medidas gubernamentales para proteger la salud: encierros y prohibiciones que paralizaron las economías.
Millones de latinoamericanos, en todos los países, jamás habían vivido una crisis tan profunda. Y como puso de presente desde 1992 Bill Clinton en su primera candidatura, “es la economía, estúpido”, dijo, para explicar que los votantes no quieren más de lo mismo cuando la están pasando mal. Y que el estado de la economía pesa más que cualquier otro tema para definir el voto de la gente. El suyo era un recorderis de que bajo tales condiciones, a los electores no les importaría nada tanto como la situación económica.
Y ahora, en todas partes, bajo los años del coronavirus la han pasado peor que nunca… desaceleración con desempleo, incertidumbre y pesimismo. Sería ingenuo pensar que en esta serie de problemas la preocupación por la economía no fuese lo fundamental. El panorama en general -aunque hay elementos propios de cada país- es el de un proceso múltiple de elecciones en las que los votantes van a buscar nuevos rumbos y esperanzas renovadas, que nunca suelen resultar de un “más de lo mismo”, sino del famoso cambio. Son votantes en tiempos de crisis.
País por país, aunque con sus características locales propias, se estima que esta serie de elecciones en el continente tiene diferencias profundas con las del pasado. Para empezar, porque a diferencia de otros años no hay algunas características que se den en forma generalizada, sino existen diferencias notables que obligan también a hacer análisis de cada caso por separado.
En Chile se acaban de definir los candidatos a segunda vuelta: José Antonio Kast, ultraconservador, y Gabriel Boris, del Frente Amplio, más a la izquierda. Las encuestas los ponen muy cerca. Y el país espera no solo los resultados de esta competencia de características inusuales y sin muchos antecedentes, así como de la redacción de una nueva Constitución, luego de una histórica jornada de protestas hace dos años.
Una coyuntura de cambio
En Venezuela, en cambio, se llevaron a cabo elecciones locales sin muchas sorpresas y con la esperada victoria de las opciones cercanas a Nicolás Maduro. Lo que la prensa internacional más ha destacado es la alta abstención, que se interpreta como una falta de credibilidad entre un electorado que ha visto debilitado su espacio para librar la lucha política en el escenario electoral. Falta ver, ahora, cómo se comportarán los recién elegidos y bajo qué condiciones se realizarán las próximas elecciones. Porque, curiosamente, queda la sensación de que el proceso electoral dejó un notable fraccionamiento en la oposición, más que en el gobierno. La abstención fue muy alta, 42 %, y los bajos registros volvieron a permitir triunfos de las fuerzas progobierno: 20 de 24 gobernaciones, por ejemplo. No se vislumbran tiempos fáciles ni caminos claros para superar el conflicto entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó. Todo indica que la salida fácil y rápida es la primera que hay que descartar, al menos como hipótesis.
En Nicaragua, Daniel Ortega fue reelegido en un proceso altamente cuestionado. La mayoría de figuras de oposición están en la cárcel. La falta de garantías -varios de los opositores y competidores de la oposición están en la cárcel- y los resultados fueron tan lánguidos como poco creíbles. Las reacciones internacionales han sido muy duras: según la Unión Europea, las elecciones “completan la conversión de Nicaragua en un régimen autocrático”.
La ola electoral, en fin, corrobora que en momentos de turbulencia llevan las de perder los proyectos de rectificación y la pasan mal quienes prometen una rectificación. Es lógico. Pero cada país tiene sus características y, sobre todo, su cultura política: vale decir, distintas maneras de ser afectados por una crisis. Y esa es la gran pregunta en la recta final que se avecina para los procesos que se llevarán a cabo en el cambio de almanaque.
En el caso de Colombia, en principio, hay razones para argumentar que la gente, en este país, quiere cambio. En la última encuesta de Invamer hay varios ensayos en esa dirección: el 77 % de la gente dice que quiere un cambio de rumbo. Y, por esa razón, el país es pesimista y de manera clara quiere un nuevo camino, para encontrar uno que le devuelva la esperanza. Igual que la gran mayoría de las naciones del continente y acaso del mundo: son secuelas de la pandemia.
* Periodista.