ELN, ¿qué viene?: análisis de Rodrigo Pardo
Los negociadores deberán tener en cuenta que la opinión pública es escéptica frente al proceso de paz que se reanudará en La Habana (Cuba).
Rodrigo Pardo*
El lanzamiento de un nuevo diálogo entre el Gobierno y el ELN no ha generado gran entusiasmo ni alimentado grandes expectativas. Más bien, ha sido recibido con escepticismo. Al fin y al cabo, los intentos de diálogo con ese grupo no han avanzado y, por el contrario, se han quedado atrás. En la opinión pública no se perciben grandes esperanzas ni ilusiones. Los diálogos con este grupo no han avanzado en el pasado, y más bien han generado dudas sobre sus verdaderas intenciones y su capacidad de asumir una posición que vincule a todos los frentes y segmentos, en favor de reemplazar la lucha armada por mecanismos políticos. Y plantear, claro, una alternativa en la política sin armas.
(Lea también: La mala hora, análisis de Rodrigo Pardo)
No es fácil mirar con optimismo el escenario. Y no es que no haya elementos nuevos que podrían ser favorables para las expectativas de una negociación, como la presencia de un mandatario de izquierda, Gustavo Petro, por primera vez en la historia del país, cuya presencia en la casa de Nariño envía el mensaje de que la izquierda puede gobernar y ganar elecciones.
Solo que el propio ELN se ha dedicado a debilitar —o destruir— las esperanzas de paz. El secuestro de la sargento Ghislaine Karina Ramírez y sus dos hijos menores de edad, justo cuando lo que se esperaba era el inicio de un período de reducción de combates —previsto e implementado desde el miércoles 5 de julio—, fue un golpe más a la credibilidad del proceso (fueron liberados el viernes). Un acto inaceptable y muy difícil de explicar. ¿Fortalecer la posición en los diálogos que se vienen? ¿Falta de comunicación? ¿Mero cinismo?
Lo cierto es que si el proceso de diálogo era visto con más escepticismo que esperanza, este comienzo no va a ayudar. Y tampoco son útiles las declaraciones de Pablo Beltrán anunciando que se mantendrán por ahora los secuestros “a pesar del cese al fuego” y dejando dudas sobre sus intenciones de parar con las extorsiones, justo cuando se iniciaba el cese al fuego pactado por 180 días con el gobierno Petro. Parecería que faltan realismo y un buen entendimiento de la realidad.
Se podría decir que los elenos han actuado así siempre que se aproxima un nuevo diálogo, que no hay nada nuevo. Pero precisamente lo que se espera de una negociación como la que Danilo Rueda, comisionado de Paz, está a punto de comenzar es que se demuestre seriedad y convicción en lo que están haciendo. El gobierno Petro ya está llegando al primero de sus cuatro años: ¡el tiempo corre!
(Lea: ¿Para dónde vamos en Suramérica?)
Entre otras cosas, la forma como ha actuado el ELN es un aporte cierto al pesimismo sobre el proceso que recién se inicia. Y si en algo deben colaborar las partes es en lo contrario: en generar un ambiente propicio para unas conversaciones de paz, generar credibilidad. Las encuestas demuestran que el optimismo de la gente está cayendo, lo mismo que la imagen del presidente Petro, que en la última encuesta de Invamer subió a un 57 % de desaprobación. Los ciudadanos también están cada vez más preocupados por la inseguridad.
El momento, en fin, se caracteriza por una actitud pesimista que no es conveniente como trasfondo para los diálogos que se inician. Sería conveniente, de hecho, que la mesa trate propuestas para reconstruir esperanza —y, por consiguiente, apoyo— hacia el diálogo que se inicia. Y falta ver qué pasa con las últimas noticias sobre Iván Márquez, todavía sin definición a la hora de escritura del presente análisis, que en todo caso reiteran que la paz es mejor alternativa que el conflicto.
(Le puede interesar: Análisis de Rodrigo Pardo, El primer año de Petro)
Mejor habría sido mantener y consolidar el proceso de paz que Márquez manejó —y en el que parecía creer— que no siempre será una alternativa disponible. Por una vez, podría ser cierto que esta es la última oportunidad. Porque no va a ser fácil, sobre todo en un período corto, recuperar la esperanza y el apoyo de la opinión pública (y al gobierno Petro solo le quedan tres años).
Los 180 días que se vienen de diálogo entre el ELN y los enviados del Gobierno no serán fáciles. No parece haber grandes expectativas en la opinión pública, sobre todo después de un comienzo tan azaroso. Pero puede ser una última oportunidad y eso es algo que merece ser tenido en cuenta.
El lanzamiento de un nuevo diálogo entre el Gobierno y el ELN no ha generado gran entusiasmo ni alimentado grandes expectativas. Más bien, ha sido recibido con escepticismo. Al fin y al cabo, los intentos de diálogo con ese grupo no han avanzado y, por el contrario, se han quedado atrás. En la opinión pública no se perciben grandes esperanzas ni ilusiones. Los diálogos con este grupo no han avanzado en el pasado, y más bien han generado dudas sobre sus verdaderas intenciones y su capacidad de asumir una posición que vincule a todos los frentes y segmentos, en favor de reemplazar la lucha armada por mecanismos políticos. Y plantear, claro, una alternativa en la política sin armas.
(Lea también: La mala hora, análisis de Rodrigo Pardo)
No es fácil mirar con optimismo el escenario. Y no es que no haya elementos nuevos que podrían ser favorables para las expectativas de una negociación, como la presencia de un mandatario de izquierda, Gustavo Petro, por primera vez en la historia del país, cuya presencia en la casa de Nariño envía el mensaje de que la izquierda puede gobernar y ganar elecciones.
Solo que el propio ELN se ha dedicado a debilitar —o destruir— las esperanzas de paz. El secuestro de la sargento Ghislaine Karina Ramírez y sus dos hijos menores de edad, justo cuando lo que se esperaba era el inicio de un período de reducción de combates —previsto e implementado desde el miércoles 5 de julio—, fue un golpe más a la credibilidad del proceso (fueron liberados el viernes). Un acto inaceptable y muy difícil de explicar. ¿Fortalecer la posición en los diálogos que se vienen? ¿Falta de comunicación? ¿Mero cinismo?
Lo cierto es que si el proceso de diálogo era visto con más escepticismo que esperanza, este comienzo no va a ayudar. Y tampoco son útiles las declaraciones de Pablo Beltrán anunciando que se mantendrán por ahora los secuestros “a pesar del cese al fuego” y dejando dudas sobre sus intenciones de parar con las extorsiones, justo cuando se iniciaba el cese al fuego pactado por 180 días con el gobierno Petro. Parecería que faltan realismo y un buen entendimiento de la realidad.
Se podría decir que los elenos han actuado así siempre que se aproxima un nuevo diálogo, que no hay nada nuevo. Pero precisamente lo que se espera de una negociación como la que Danilo Rueda, comisionado de Paz, está a punto de comenzar es que se demuestre seriedad y convicción en lo que están haciendo. El gobierno Petro ya está llegando al primero de sus cuatro años: ¡el tiempo corre!
(Lea: ¿Para dónde vamos en Suramérica?)
Entre otras cosas, la forma como ha actuado el ELN es un aporte cierto al pesimismo sobre el proceso que recién se inicia. Y si en algo deben colaborar las partes es en lo contrario: en generar un ambiente propicio para unas conversaciones de paz, generar credibilidad. Las encuestas demuestran que el optimismo de la gente está cayendo, lo mismo que la imagen del presidente Petro, que en la última encuesta de Invamer subió a un 57 % de desaprobación. Los ciudadanos también están cada vez más preocupados por la inseguridad.
El momento, en fin, se caracteriza por una actitud pesimista que no es conveniente como trasfondo para los diálogos que se inician. Sería conveniente, de hecho, que la mesa trate propuestas para reconstruir esperanza —y, por consiguiente, apoyo— hacia el diálogo que se inicia. Y falta ver qué pasa con las últimas noticias sobre Iván Márquez, todavía sin definición a la hora de escritura del presente análisis, que en todo caso reiteran que la paz es mejor alternativa que el conflicto.
(Le puede interesar: Análisis de Rodrigo Pardo, El primer año de Petro)
Mejor habría sido mantener y consolidar el proceso de paz que Márquez manejó —y en el que parecía creer— que no siempre será una alternativa disponible. Por una vez, podría ser cierto que esta es la última oportunidad. Porque no va a ser fácil, sobre todo en un período corto, recuperar la esperanza y el apoyo de la opinión pública (y al gobierno Petro solo le quedan tres años).
Los 180 días que se vienen de diálogo entre el ELN y los enviados del Gobierno no serán fáciles. No parece haber grandes expectativas en la opinión pública, sobre todo después de un comienzo tan azaroso. Pero puede ser una última oportunidad y eso es algo que merece ser tenido en cuenta.