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                                                                                                                                Ensayo sobre una noticia falsa: Cien años de un engaño

                                                                                                                                El centenario de la llamada Carta de Zinoviev, difundida en Gran Bretaña con fines electorales, demanda una reflexión acerca de la desinformación como estrategia política, tan vigente en el mundo de hoy.

                                                                                                                                Juan Gabriel Gómez Albarello * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Esta es la llamada Carta de Zinoviev, publicada el 25 de octubre de 1924 en el periódico sensacionalista "Daily Mail" con el fin de desprestigiar al Partido Laborista, cuatro días antes de las elecciones al Parlamento británico. Los laboristas iban a salir del gobierno por una moción de censura, pero nunca se imaginaron que iba a haber una campaña de desprestigio tan fuerte contra ellos. Los periódicos sensacionalistas de la época silenciaron las versiones que decían que esa era una noticia falsa y crearon un ambiente de pánico moral. / Archivo del Modern Records Center de la Biblioteca de la Universidad de Warwick
                                                                                                                                Foto: Archivo Particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Antecedentes

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                                                                                                                                Lo primero a tener en cuenta en el caso de la llamada “Carta de Zinoviev” es que un nuevo partido obrero, el Partido Laborista, se había convertido en una amenaza para los Conservadores y los Liberales. Fundado formalmente en 1907, este partido logró triplicar su proporción de votos gracias a una reforma electoral que universalizó el sufragio masculino y extendió el derecho al voto a las mujeres mayores de 30 años. En la elección de diciembre de 1923, los laboristas obtuvieron un poco menos de la tercera parte de los votos.

                                                                                                                                Gracias a la anuencia de los Liberales, los laboristas pudieron ser gobierno por primera vez. Esa anuencia no tuvo nada de propiciatoria ni de benigna. Los Liberales, los más afectados por el surgimiento de este nuevo partido, esperaban que los laboristas revelaran que no tenían capacidad para gobernar. El sector más reaccionario del establecimiento británico consideraba que estos cambios eran funestos para el país y abiertamente abogaba por una solución antidemocrática, como la del recientemente triunfante fascismo italiano de Mussolini.

                                                                                                                                Los temores del establecimiento británico deben verse a la luz del triunfo de los bolcheviques en Rusia en 1917, y del intento de los partidos comunistas de tomarse el poder en Alemania y Hungría en 1919. Los bolcheviques se adherían al postulado de la “revolución mundial” de acuerdo con el cual el comunismo sólo podría consolidarse, si el triunfo en un país lograba extenderse rápidamente a las potencias capitalistas. La intervención de los Aliados en Rusia con el fin de aplastar a los bolcheviques no hizo sino consolidar esta creencia.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                En 1924, luego de la muerte de Lenin, Stalin empezó a concentrar todo el poder y a establecer la política de “socialismo en un solo país”, la cual iba en contra de la ortodoxia marxista. Por esta razón, Stalin recibió críticas de líderes como David Riazanov, el fundador del Instituto Marx-Engels y editor de sus obras, quien le dijo, “Ya párela Koba [apodo de Stalin]; deje de quedar como un tonto. Todo el mundo sabe que la teoría no es exactamente lo suyo.”

                                                                                                                                Stalin, sin embargo, continuó el acercamiento con el Reino Unido motivado por la llegada al poder de los laboristas. El credo de estos no era revolucionario sino reformista. En 1918, los laboristas incluyeron en su programa la nacionalización de los medios de producción. La diferencia con los bolcheviques es que su propuesta era gradual y pacífica, a tono con el espíritu de compromiso que caracterizaba la política británica.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El gobierno laborista de Ramsay MacDonald negoció con los soviéticos un tratado de libre comercio que les daría una compensación a los británicos afectados por las expropiaciones de los bolcheviques, le aplicaría a la Unión Soviética la cláusula de “nación más favorecida”, y convertiría al gobierno británico en garante de los préstamos soviéticos de bancos ingleses. Para los anticomunistas rusos y británicos, ese tratado era anatema pues le daba a la Unión Soviética el respiro que buscaba para consolidarse.

                                                                                                                                Muy a su pesar, ese tratado tenía chance de ser aprobado por el Parlamento; en su favor, había muchos interesados. No obstante, ocurrió un hecho que descarriló todo el proceso. A finales de julio de 1924, John R. Campbell, editor del periódico del Partido Comunista de la Gran Bretaña, imprimió un artículo que llamaba a los miembros de las fuerzas armadas a desobedecer las órdenes de reprimir a los trabajadores y a unirse a ellos en la lucha contra “los explotadores y capitalistas”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El Fiscal General, que en el Reino Unido es un miembro del gobierno, decidió acusar a Campbell. Varios laboristas en el Parlamento cuestionaron su decisión con el argumento de que el artículo en cuestión no era un llamado a una insurrección sino a la abstención del uso de la fuerza en los conflictos laborales. MacDonald decidió retirar la acusación, pero esto encendió la ira de Liberales y Conservadores, que aprobaron una moción de censura en su contra. MacDonald se vio entonces forzado a convocar a elecciones.

                                                                                                                                La difusión del engaño

                                                                                                                                Todos los reaccionarios del mundo son incapaces de distinguir entre reformistas y revolucionarios; entre socialdemócratas y socialistas, por un lado, y comunistas, por el otro. Todos son simplemente “rojos”, enemigos del capitalismo. Esa incapacidad, cuya fuente es el temor, pero también el odio, está en la base de la estrategia que fue puesta en marcha para derribar al gobierno de MacDonald.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                A comienzos de octubre, un parlamentario conservador acusó al gobierno de haber recibido joyas rusas empacadas en cajas de chocolates y de haber sido objeto del chantaje de los soviéticos de que revelarían los nombres de los supuestos beneficiarios de semejante regalo, a menos que firmaran la versión del tratado que más les convenía. El Viceministro de Relaciones Exteriores, Arthur Ponsonby, descartó la acusación y refirió su cuestionable origen: la especie difundida por un periódico de anticomunistas rusos en Francia, Le Temps du Soir. Un parlamentario laborista, Jack Jones, le dio la estocada final a la acusación con una moción de orden, adobada con una fina expresión de humor: Order, Chocolate Soldier (Orden, Soldado de Chocolate).

                                                                                                                                Con la supuesta “Carta de Zinoviev”, las cosas ya no fueron chistosas. El titular del Daily Mail, de Londres, decía: “Plan de Guerra Civil de los Jefes de los Socialistas”. El tono de alarma fue replicado por otros periódicos. ¿Quién fabricó esta noticia falsa? ¿Por qué fue considerada creíble? ¿Quién la filtró a la prensa?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Un aspecto crucial de la supuesta carta es que está redactada con todos los giros y expresiones usuales de los bolcheviques. Quien la redactó era alguien muy familiarizado con el lenguaje de los soviéticos. Por esta razón, lo más probable es que haya sido un ruso “blanco”, esto es, un enemigo jurado de la Unión Soviética.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Aunque hay varias teorías acerca de su identidad, esto es quizá lo menos importante de todo el caso. La supuesta carta no habría tenido ningún impacto en la política del Reino Unido, si los agentes del servicio secreto británico no le hubiesen puesto su sello de autenticidad, a sabiendas de que era falsa, y si no se hubiesen coaligado con políticos conservadores y, a través de ellos, con un gran magnate de la prensa, Harold Harmsworth (conocido por su título nobiliario de Lord Rothermere), para desacreditar al gobierno laborista.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La supuesta “Carta de Zinoviev” llegó a las oficinas del servicio secreto británico el 9 de octubre. Desmond Morton, el encargado de analizarla, la envió al Ministerio de Relaciones Exteriores. El Subsecretario permanente, Eyre Crowe, un funcionario de carrera y reputación intachable, le pidió a Morton que confirmara la autenticidad del documento. Morton llamó entonces a uno de sus informantes en el Partido Comunista Británico para que le diera un reporte de novedades. De acuerdo con la investigación de la historiadora del Ministerio de Relaciones Exteriores, Gill Bennett, autora de un libro sobre la “Carta de Zinoviev”, Morton deliberadamente manipuló lo que dijo su informante para reafirmar la autenticidad de la carta.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El Primer Ministro MacDonald se encontraba en Gales haciendo campaña, pero estaba al tanto del asunto de la carta gracias a Crowe. Luego de recibir la “confirmación” de su autenticidad, dio instrucciones de preparar una nota de protesta a la delegación soviética en Londres. No obstante, no autorizó que esa nota fuera emitida ni publicada sin antes revisarla. MacDonald pensaba, muy razonablemente, que el asunto era bastante delicado y demandaba la mayor prudencia. Crowe recibió la versión revisada de MacDonald, pero sin sus iniciales, que era la forma en la cual el Primer Ministro comunicaba su intención de hacer ajustes finales, si fueran necesarios. Crowe, sin embargo, se apresuró a enviarla a la delegación soviética y a entregarla a la prensa de lo cual luego se arrepintió.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En el entretanto, ocurrieron varios hechos decisivos, que son los que dan lugar a la teoría conspirativa acerca de todo este incidente. Morton compartió la supuesta carta con Joseph Ball, del MI5, la agencia dedicada a los servicios de inteligencia en el plano interno. Como Morton, Ball era un conservador anti-bolchevique y también anti-laborista. En 1927, dejó su trabajo en el servicio de inteligencia para encargarse de la oficina de propaganda del Partido Conservador y, después, para infiltrar al Partido Laborista. De acuerdo con Sir Warren Fisher, director del Servicio Civil británico, el MI5 había compartido la supuesta carta de Zinoviev con un grupo de generales y almirantes. A este grupo pertenecía Reginald Hall, quien como jefe de la inteligencia naval había estado al frente del equipo que había descifrado el Telegrama Zimmermann, el mensaje enviado en 1917 por el imperio alemán a México para que entrara en la guerra atacando a Estados Unidos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En 1919, el almirante ‘Blinker’ Hall había aceptado la invitación del Partido Conservador para convertirse en parlamentario. Además, ese mismo año, con un grupo de empresarios, fundó la organización conocida como Propaganda Nacional y luego como Liga Económica cuyo propósito era contrarrestar las ideas y acciones contra la libre empresa. En el Diccionario Oxford de Biografías Nacionales, el periodista y escritor Hamilton Fyfe identifica a Hall como la fuente que le entregó a Thomas H. Marlowe, editor del Daily Mail, una copia de la supuesta carta.

                                                                                                                                Hasta el día de su muerte, Marlowe juró y rejuró que esa carta era auténtica. No le importó mucho que la protesta posterior de los soviéticos, la investigación de los laboristas e incluso la de los propios servicios de inteligencia demostraran su falsedad. Marlowe no es, sin embargo, la figura central en todo esto sino su jefe, el dueño del Daily Mail: Lord Rothermere.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Este ‘lord’ no solamente autorizó la publicación de la carta; también se encargó de silenciar la voz de todos aquellos que pusieron en cuestión su autenticidad y de dejar en el ambiente la sospecha de que el gobierno laborista era un cómplice de los soviéticos y que, si no lo fuera, era probadamente incompetente. En esta empresa, Rothermere tuvo el apoyo de otro ‘lord’ de la prensa, de cuño igualmente reaccionario: Max Aitken, Barón de Beaverbrook, quien después de hacer dinero en la industria del cemento en Canadá, se fue a vivir a Inglaterra y se hizo dueño de periódicos como el Daily Express y el Evening Standard.

                                                                                                                                Finalmente, todo el proceso de la Carta de Zinoviev fue criticado preguntándose ¿Quién fabricó esta noticia falsa? ¿Por qué fue considerada creíble? ¿Quién la filtró a la prensa?
                                                                                                                                Foto: Archivo Particular

                                                                                                                                Las consecuencias inmediatas del engaño

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Uno de los problemas fundamentales de la competencia electoral es convencer a la gente de apoyar una candidatura; otro, igual o incluso más importante, es motivarla para que salga a votar. En las elecciones del 29 de octubre de 1924, los conservadores sí que salieron. Animados por un sentido de urgencia, si no de catástrofe, lo hicieron en un número mucho mayor que los laboristas, que lograron atraer a su causa a un millón y medio más de votantes que en la elección anterior. Es probable, además, que una buena proporción de liberales haya votado por los conservadores pues la elección fue presentada por los periódicos sensacionalistas como una escogencia entre la libre empresa y la democracia, por un lado, y el bolchevismo, por el otro.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Tal es lo que indican los resultados electorales. Los laboristas perdieron cuarenta curules; los liberales, casi ciento veinte; los conservadores, en cambio, ganaron un poco más de ciento cincuenta. No hay duda alguna de que la publicación de la “Carta de Zinoviev” se convirtió en el asunto que dominó la discusión política justo antes de las elecciones. Los conservadores la utilizaron para enardecer a sus votantes. Hicieron lo que nuestros políticos, que suelen expresarse de una forma más pedestre, llaman “enverracar” a la gente. En efecto, basta recordar lo que dijo Juan Carlos Vélez Uribe, el gerente de la campaña del “No” en el Plebiscito sobre los acuerdos de paz con las Farc. Lo importante era ganar, incluso si eso se hacía con mentiras.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En la mitología del Partido Laborista, la “Carta de Zinoviev” fue la causa de su derrota política. Muchos historiadores británicos concurren en señalar que la suerte de los laboristas quedó sellada, cuando los liberales les quitaron su apoyo y votaron por la moción de censura; algunos señalan que el propio MacDonald sabía que no iba a volver al poder luego de las elecciones. Hay, sin embargo, algo errado e incompleto en esta apreciación. Los laboristas nunca se imaginaron que iban a ser el objeto de una campaña tan empecinada y artera de desprestigio. Mucho menos que los conservadores, una vez en el poder, iban a sepultar el asunto, a pesar de que este engaño deliberado había distorsionado completamente la competencia electoral.

                                                                                                                                Cien años después

                                                                                                                                La derrota del nazismo y del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, así como la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, llenaron al mundo occidental de complacencia. Comparada con la del totalitarismo, la historia que las democracias occidentales contaban de sí mismas era tan buena que podían darse el lujo de soslayar la ocurrencia de eventos como la “Carta de Zinoviev”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El engreimiento y la petulancia de Occidente ya no es tan pronunciado. El triunfo del Brexit, la victoria del No en el Plebiscito en Colombia y la elección de Donald Trump en Estados Unidos han demostrado que los regímenes basados en elecciones competitivas no son inmunes a la demagogia y a la mentira. Al repasar la historia, muchos han caído en cuenta que Hitler llegó al poder por un camino estrictamente legal, apoyándose -eso sí- en una sarta de mentiras y en numerosos actos de violencia.

                                                                                                                                No obstante, persiste el mito de que las conspiraciones y los engaños son un fenómeno propio del totalitarismo, no de las democracias. De acuerdo con este mismo mito, Goebbels no tendría éxito en una sociedad democrática, pluralista e interconectada pues la misma gente se encargaría de poner al descubierto todos sus infundios. Además, sería peligroso que el Estado, con e mayúscula, interviniera en los debates políticos y decidiera qué es mentira y qué es verdad.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                A tono con este análisis, hay defensores de la libertad de expresión que razonan como si ésta fuese un derecho absoluto cuya garantía demanda asumir el costo del ruido y la confusión de quienes descaradamente procuran engañar a la opinión pública. Algunos de estos defensores han puesto sus argumentos al servicio de los propietarios de las redes sociales más que de sus usuarios. En efecto, gente como Zuckerberg y Musk se beneficia de un intenso tráfico de discusiones acerca de afirmaciones incendiarias, reportes sesgados y noticias patentemente falsas; la ciudadanía, no. Antes bien, la distorsión de los hechos y el avivamiento de los enfrentamientos degradan el debate político, hacen más difícil llegar a acuerdos y motivan a grupos radicalizados a oponerse a cumplirlos. Basta con mencionar un ejemplo: las mentiras acerca del Covid-19, del uso de los tapabocas y de la eficacia de las vacunas hicieron mucho más difícil contener esa epidemia.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                No hay ningún derecho absoluto. El alcance del derecho a la libre expresión tiene que ser ponderado a la luz de otros derechos, como el derecho a la información. Este es el punto clave. La democracia solamente puede funcionar, cuando la gente puede expresarse libremente y, al mismo tiempo, está bien informada. Esto último significa, entre otras cosas, que deben existir instituciones en la sociedad que puedan ponerle coto a la mentira y preserven de ese modo el debate público de la potencia destructiva del engaño.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En un lúcido ensayo sobre la verdad y la política, Hannah Arendt identificó a los medios, la judicatura y la academia como las barreras protectoras del proceso político. El cuidado ejercido por los equipos editoriales en el cotejo de las fuentes y el escrutinio de las afirmaciones, el celo de los fiscales y jueces en las investigaciones penales, así como la voluntad de verdad de los académicos – su compromiso de poner la verdad por encima de cualquier consideración partidista, es lo que impide la degradación de los debates políticos. En su ausencia, ya nadie querrá contar cabezas sino aplastarlas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Desafortunadamente, estamos viviendo en una época oscura en la que se ha puesto de moda la sospecha contra la objetividad y la imparcialidad. Las instituciones que deberían encarnar estos valores no inspiran confianza en la mayoría de la sociedad; muchas son las personas en roles periodísticos, judiciales y académicos que ceden a la ambición, la codicia o el faccionalismo. La gravedad de nuestro predicamento ha marcado el propósito de este escrito: servir de alerta contra la actitud complaciente o indiferente hacia el engaño en la esfera política.

                                                                                                                                * Juan Gabriel Gómez Albarello es profesor Asociado del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia. jggomeza@unal.edu.co http://blogs.elespectador.com/cosmopolita/autor/ @profe_politikon

                                                                                                                                Esta es la llamada Carta de Zinoviev, publicada el 25 de octubre de 1924 en el periódico sensacionalista "Daily Mail" con el fin de desprestigiar al Partido Laborista, cuatro días antes de las elecciones al Parlamento británico. Los laboristas iban a salir del gobierno por una moción de censura, pero nunca se imaginaron que iba a haber una campaña de desprestigio tan fuerte contra ellos. Los periódicos sensacionalistas de la época silenciaron las versiones que decían que esa era una noticia falsa y crearon un ambiente de pánico moral. / Archivo del Modern Records Center de la Biblioteca de la Universidad de Warwick
                                                                                                                                Foto: Archivo Particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Antecedentes

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Lo primero a tener en cuenta en el caso de la llamada “Carta de Zinoviev” es que un nuevo partido obrero, el Partido Laborista, se había convertido en una amenaza para los Conservadores y los Liberales. Fundado formalmente en 1907, este partido logró triplicar su proporción de votos gracias a una reforma electoral que universalizó el sufragio masculino y extendió el derecho al voto a las mujeres mayores de 30 años. En la elección de diciembre de 1923, los laboristas obtuvieron un poco menos de la tercera parte de los votos.

                                                                                                                                Gracias a la anuencia de los Liberales, los laboristas pudieron ser gobierno por primera vez. Esa anuencia no tuvo nada de propiciatoria ni de benigna. Los Liberales, los más afectados por el surgimiento de este nuevo partido, esperaban que los laboristas revelaran que no tenían capacidad para gobernar. El sector más reaccionario del establecimiento británico consideraba que estos cambios eran funestos para el país y abiertamente abogaba por una solución antidemocrática, como la del recientemente triunfante fascismo italiano de Mussolini.

                                                                                                                                Los temores del establecimiento británico deben verse a la luz del triunfo de los bolcheviques en Rusia en 1917, y del intento de los partidos comunistas de tomarse el poder en Alemania y Hungría en 1919. Los bolcheviques se adherían al postulado de la “revolución mundial” de acuerdo con el cual el comunismo sólo podría consolidarse, si el triunfo en un país lograba extenderse rápidamente a las potencias capitalistas. La intervención de los Aliados en Rusia con el fin de aplastar a los bolcheviques no hizo sino consolidar esta creencia.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                En 1924, luego de la muerte de Lenin, Stalin empezó a concentrar todo el poder y a establecer la política de “socialismo en un solo país”, la cual iba en contra de la ortodoxia marxista. Por esta razón, Stalin recibió críticas de líderes como David Riazanov, el fundador del Instituto Marx-Engels y editor de sus obras, quien le dijo, “Ya párela Koba [apodo de Stalin]; deje de quedar como un tonto. Todo el mundo sabe que la teoría no es exactamente lo suyo.”

                                                                                                                                Stalin, sin embargo, continuó el acercamiento con el Reino Unido motivado por la llegada al poder de los laboristas. El credo de estos no era revolucionario sino reformista. En 1918, los laboristas incluyeron en su programa la nacionalización de los medios de producción. La diferencia con los bolcheviques es que su propuesta era gradual y pacífica, a tono con el espíritu de compromiso que caracterizaba la política británica.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El gobierno laborista de Ramsay MacDonald negoció con los soviéticos un tratado de libre comercio que les daría una compensación a los británicos afectados por las expropiaciones de los bolcheviques, le aplicaría a la Unión Soviética la cláusula de “nación más favorecida”, y convertiría al gobierno británico en garante de los préstamos soviéticos de bancos ingleses. Para los anticomunistas rusos y británicos, ese tratado era anatema pues le daba a la Unión Soviética el respiro que buscaba para consolidarse.

                                                                                                                                Muy a su pesar, ese tratado tenía chance de ser aprobado por el Parlamento; en su favor, había muchos interesados. No obstante, ocurrió un hecho que descarriló todo el proceso. A finales de julio de 1924, John R. Campbell, editor del periódico del Partido Comunista de la Gran Bretaña, imprimió un artículo que llamaba a los miembros de las fuerzas armadas a desobedecer las órdenes de reprimir a los trabajadores y a unirse a ellos en la lucha contra “los explotadores y capitalistas”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El Fiscal General, que en el Reino Unido es un miembro del gobierno, decidió acusar a Campbell. Varios laboristas en el Parlamento cuestionaron su decisión con el argumento de que el artículo en cuestión no era un llamado a una insurrección sino a la abstención del uso de la fuerza en los conflictos laborales. MacDonald decidió retirar la acusación, pero esto encendió la ira de Liberales y Conservadores, que aprobaron una moción de censura en su contra. MacDonald se vio entonces forzado a convocar a elecciones.

                                                                                                                                La difusión del engaño

                                                                                                                                Todos los reaccionarios del mundo son incapaces de distinguir entre reformistas y revolucionarios; entre socialdemócratas y socialistas, por un lado, y comunistas, por el otro. Todos son simplemente “rojos”, enemigos del capitalismo. Esa incapacidad, cuya fuente es el temor, pero también el odio, está en la base de la estrategia que fue puesta en marcha para derribar al gobierno de MacDonald.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                A comienzos de octubre, un parlamentario conservador acusó al gobierno de haber recibido joyas rusas empacadas en cajas de chocolates y de haber sido objeto del chantaje de los soviéticos de que revelarían los nombres de los supuestos beneficiarios de semejante regalo, a menos que firmaran la versión del tratado que más les convenía. El Viceministro de Relaciones Exteriores, Arthur Ponsonby, descartó la acusación y refirió su cuestionable origen: la especie difundida por un periódico de anticomunistas rusos en Francia, Le Temps du Soir. Un parlamentario laborista, Jack Jones, le dio la estocada final a la acusación con una moción de orden, adobada con una fina expresión de humor: Order, Chocolate Soldier (Orden, Soldado de Chocolate).

                                                                                                                                Con la supuesta “Carta de Zinoviev”, las cosas ya no fueron chistosas. El titular del Daily Mail, de Londres, decía: “Plan de Guerra Civil de los Jefes de los Socialistas”. El tono de alarma fue replicado por otros periódicos. ¿Quién fabricó esta noticia falsa? ¿Por qué fue considerada creíble? ¿Quién la filtró a la prensa?

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Un aspecto crucial de la supuesta carta es que está redactada con todos los giros y expresiones usuales de los bolcheviques. Quien la redactó era alguien muy familiarizado con el lenguaje de los soviéticos. Por esta razón, lo más probable es que haya sido un ruso “blanco”, esto es, un enemigo jurado de la Unión Soviética.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Aunque hay varias teorías acerca de su identidad, esto es quizá lo menos importante de todo el caso. La supuesta carta no habría tenido ningún impacto en la política del Reino Unido, si los agentes del servicio secreto británico no le hubiesen puesto su sello de autenticidad, a sabiendas de que era falsa, y si no se hubiesen coaligado con políticos conservadores y, a través de ellos, con un gran magnate de la prensa, Harold Harmsworth (conocido por su título nobiliario de Lord Rothermere), para desacreditar al gobierno laborista.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                La supuesta “Carta de Zinoviev” llegó a las oficinas del servicio secreto británico el 9 de octubre. Desmond Morton, el encargado de analizarla, la envió al Ministerio de Relaciones Exteriores. El Subsecretario permanente, Eyre Crowe, un funcionario de carrera y reputación intachable, le pidió a Morton que confirmara la autenticidad del documento. Morton llamó entonces a uno de sus informantes en el Partido Comunista Británico para que le diera un reporte de novedades. De acuerdo con la investigación de la historiadora del Ministerio de Relaciones Exteriores, Gill Bennett, autora de un libro sobre la “Carta de Zinoviev”, Morton deliberadamente manipuló lo que dijo su informante para reafirmar la autenticidad de la carta.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El Primer Ministro MacDonald se encontraba en Gales haciendo campaña, pero estaba al tanto del asunto de la carta gracias a Crowe. Luego de recibir la “confirmación” de su autenticidad, dio instrucciones de preparar una nota de protesta a la delegación soviética en Londres. No obstante, no autorizó que esa nota fuera emitida ni publicada sin antes revisarla. MacDonald pensaba, muy razonablemente, que el asunto era bastante delicado y demandaba la mayor prudencia. Crowe recibió la versión revisada de MacDonald, pero sin sus iniciales, que era la forma en la cual el Primer Ministro comunicaba su intención de hacer ajustes finales, si fueran necesarios. Crowe, sin embargo, se apresuró a enviarla a la delegación soviética y a entregarla a la prensa de lo cual luego se arrepintió.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En el entretanto, ocurrieron varios hechos decisivos, que son los que dan lugar a la teoría conspirativa acerca de todo este incidente. Morton compartió la supuesta carta con Joseph Ball, del MI5, la agencia dedicada a los servicios de inteligencia en el plano interno. Como Morton, Ball era un conservador anti-bolchevique y también anti-laborista. En 1927, dejó su trabajo en el servicio de inteligencia para encargarse de la oficina de propaganda del Partido Conservador y, después, para infiltrar al Partido Laborista. De acuerdo con Sir Warren Fisher, director del Servicio Civil británico, el MI5 había compartido la supuesta carta de Zinoviev con un grupo de generales y almirantes. A este grupo pertenecía Reginald Hall, quien como jefe de la inteligencia naval había estado al frente del equipo que había descifrado el Telegrama Zimmermann, el mensaje enviado en 1917 por el imperio alemán a México para que entrara en la guerra atacando a Estados Unidos.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En 1919, el almirante ‘Blinker’ Hall había aceptado la invitación del Partido Conservador para convertirse en parlamentario. Además, ese mismo año, con un grupo de empresarios, fundó la organización conocida como Propaganda Nacional y luego como Liga Económica cuyo propósito era contrarrestar las ideas y acciones contra la libre empresa. En el Diccionario Oxford de Biografías Nacionales, el periodista y escritor Hamilton Fyfe identifica a Hall como la fuente que le entregó a Thomas H. Marlowe, editor del Daily Mail, una copia de la supuesta carta.

                                                                                                                                Hasta el día de su muerte, Marlowe juró y rejuró que esa carta era auténtica. No le importó mucho que la protesta posterior de los soviéticos, la investigación de los laboristas e incluso la de los propios servicios de inteligencia demostraran su falsedad. Marlowe no es, sin embargo, la figura central en todo esto sino su jefe, el dueño del Daily Mail: Lord Rothermere.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Este ‘lord’ no solamente autorizó la publicación de la carta; también se encargó de silenciar la voz de todos aquellos que pusieron en cuestión su autenticidad y de dejar en el ambiente la sospecha de que el gobierno laborista era un cómplice de los soviéticos y que, si no lo fuera, era probadamente incompetente. En esta empresa, Rothermere tuvo el apoyo de otro ‘lord’ de la prensa, de cuño igualmente reaccionario: Max Aitken, Barón de Beaverbrook, quien después de hacer dinero en la industria del cemento en Canadá, se fue a vivir a Inglaterra y se hizo dueño de periódicos como el Daily Express y el Evening Standard.

                                                                                                                                Finalmente, todo el proceso de la Carta de Zinoviev fue criticado preguntándose ¿Quién fabricó esta noticia falsa? ¿Por qué fue considerada creíble? ¿Quién la filtró a la prensa?
                                                                                                                                Foto: Archivo Particular

                                                                                                                                Las consecuencias inmediatas del engaño

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Uno de los problemas fundamentales de la competencia electoral es convencer a la gente de apoyar una candidatura; otro, igual o incluso más importante, es motivarla para que salga a votar. En las elecciones del 29 de octubre de 1924, los conservadores sí que salieron. Animados por un sentido de urgencia, si no de catástrofe, lo hicieron en un número mucho mayor que los laboristas, que lograron atraer a su causa a un millón y medio más de votantes que en la elección anterior. Es probable, además, que una buena proporción de liberales haya votado por los conservadores pues la elección fue presentada por los periódicos sensacionalistas como una escogencia entre la libre empresa y la democracia, por un lado, y el bolchevismo, por el otro.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Tal es lo que indican los resultados electorales. Los laboristas perdieron cuarenta curules; los liberales, casi ciento veinte; los conservadores, en cambio, ganaron un poco más de ciento cincuenta. No hay duda alguna de que la publicación de la “Carta de Zinoviev” se convirtió en el asunto que dominó la discusión política justo antes de las elecciones. Los conservadores la utilizaron para enardecer a sus votantes. Hicieron lo que nuestros políticos, que suelen expresarse de una forma más pedestre, llaman “enverracar” a la gente. En efecto, basta recordar lo que dijo Juan Carlos Vélez Uribe, el gerente de la campaña del “No” en el Plebiscito sobre los acuerdos de paz con las Farc. Lo importante era ganar, incluso si eso se hacía con mentiras.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En la mitología del Partido Laborista, la “Carta de Zinoviev” fue la causa de su derrota política. Muchos historiadores británicos concurren en señalar que la suerte de los laboristas quedó sellada, cuando los liberales les quitaron su apoyo y votaron por la moción de censura; algunos señalan que el propio MacDonald sabía que no iba a volver al poder luego de las elecciones. Hay, sin embargo, algo errado e incompleto en esta apreciación. Los laboristas nunca se imaginaron que iban a ser el objeto de una campaña tan empecinada y artera de desprestigio. Mucho menos que los conservadores, una vez en el poder, iban a sepultar el asunto, a pesar de que este engaño deliberado había distorsionado completamente la competencia electoral.

                                                                                                                                Cien años después

                                                                                                                                La derrota del nazismo y del fascismo en la Segunda Guerra Mundial, así como la caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, llenaron al mundo occidental de complacencia. Comparada con la del totalitarismo, la historia que las democracias occidentales contaban de sí mismas era tan buena que podían darse el lujo de soslayar la ocurrencia de eventos como la “Carta de Zinoviev”.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                El engreimiento y la petulancia de Occidente ya no es tan pronunciado. El triunfo del Brexit, la victoria del No en el Plebiscito en Colombia y la elección de Donald Trump en Estados Unidos han demostrado que los regímenes basados en elecciones competitivas no son inmunes a la demagogia y a la mentira. Al repasar la historia, muchos han caído en cuenta que Hitler llegó al poder por un camino estrictamente legal, apoyándose -eso sí- en una sarta de mentiras y en numerosos actos de violencia.

                                                                                                                                No obstante, persiste el mito de que las conspiraciones y los engaños son un fenómeno propio del totalitarismo, no de las democracias. De acuerdo con este mismo mito, Goebbels no tendría éxito en una sociedad democrática, pluralista e interconectada pues la misma gente se encargaría de poner al descubierto todos sus infundios. Además, sería peligroso que el Estado, con e mayúscula, interviniera en los debates políticos y decidiera qué es mentira y qué es verdad.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                A tono con este análisis, hay defensores de la libertad de expresión que razonan como si ésta fuese un derecho absoluto cuya garantía demanda asumir el costo del ruido y la confusión de quienes descaradamente procuran engañar a la opinión pública. Algunos de estos defensores han puesto sus argumentos al servicio de los propietarios de las redes sociales más que de sus usuarios. En efecto, gente como Zuckerberg y Musk se beneficia de un intenso tráfico de discusiones acerca de afirmaciones incendiarias, reportes sesgados y noticias patentemente falsas; la ciudadanía, no. Antes bien, la distorsión de los hechos y el avivamiento de los enfrentamientos degradan el debate político, hacen más difícil llegar a acuerdos y motivan a grupos radicalizados a oponerse a cumplirlos. Basta con mencionar un ejemplo: las mentiras acerca del Covid-19, del uso de los tapabocas y de la eficacia de las vacunas hicieron mucho más difícil contener esa epidemia.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                No hay ningún derecho absoluto. El alcance del derecho a la libre expresión tiene que ser ponderado a la luz de otros derechos, como el derecho a la información. Este es el punto clave. La democracia solamente puede funcionar, cuando la gente puede expresarse libremente y, al mismo tiempo, está bien informada. Esto último significa, entre otras cosas, que deben existir instituciones en la sociedad que puedan ponerle coto a la mentira y preserven de ese modo el debate público de la potencia destructiva del engaño.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                En un lúcido ensayo sobre la verdad y la política, Hannah Arendt identificó a los medios, la judicatura y la academia como las barreras protectoras del proceso político. El cuidado ejercido por los equipos editoriales en el cotejo de las fuentes y el escrutinio de las afirmaciones, el celo de los fiscales y jueces en las investigaciones penales, así como la voluntad de verdad de los académicos – su compromiso de poner la verdad por encima de cualquier consideración partidista, es lo que impide la degradación de los debates políticos. En su ausencia, ya nadie querrá contar cabezas sino aplastarlas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Desafortunadamente, estamos viviendo en una época oscura en la que se ha puesto de moda la sospecha contra la objetividad y la imparcialidad. Las instituciones que deberían encarnar estos valores no inspiran confianza en la mayoría de la sociedad; muchas son las personas en roles periodísticos, judiciales y académicos que ceden a la ambición, la codicia o el faccionalismo. La gravedad de nuestro predicamento ha marcado el propósito de este escrito: servir de alerta contra la actitud complaciente o indiferente hacia el engaño en la esfera política.

                                                                                                                                * Juan Gabriel Gómez Albarello es profesor Asociado del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia. jggomeza@unal.edu.co http://blogs.elespectador.com/cosmopolita/autor/ @profe_politikon

                                                                                                                                Por Juan Gabriel Gómez Albarello * / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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