Esmeralda Arboleda, la gran pionera de los derechos políticos de las mujeres
El 7 de enero de 1921, en Palmira (Valle), nació una de las pioneras del sufragismo en Colombia. Recordamos sus luchas y su herencia en su centenario de natalicio.
Fue una mujer de “primeras veces”, pero en vez de ufanarse de serlo, asumió ese rol en nombre de todas las que la rodeaban, las que creían y las que no tanto. En especial por las futuras, las que hoy están aquí, asegurándoles que las llamaran ciudadanas y conquistando la lucha por elegir y ser elegidas en un sistema democrático. Esmeralda Arboleda Cadavid es un nombre al que se llega por interés en la historia política feminista de Colombia, del que hay un archivo de más de 4.800 documentos en la Biblioteca Luis Ángel Arango y del que se tiene una deuda por enseñar más, por hablar más, por homenajear más y por agradecer más. “Nunca tantas les debieron tanto a tan pocas”, dijo su único hijo, Sergio Uribe Arboleda.
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Fue una mujer de “primeras veces”, pero en vez de ufanarse de serlo, asumió ese rol en nombre de todas las que la rodeaban, las que creían y las que no tanto. En especial por las futuras, las que hoy están aquí, asegurándoles que las llamaran ciudadanas y conquistando la lucha por elegir y ser elegidas en un sistema democrático. Esmeralda Arboleda Cadavid es un nombre al que se llega por interés en la historia política feminista de Colombia, del que hay un archivo de más de 4.800 documentos en la Biblioteca Luis Ángel Arango y del que se tiene una deuda por enseñar más, por hablar más, por homenajear más y por agradecer más. “Nunca tantas les debieron tanto a tan pocas”, dijo su único hijo, Sergio Uribe Arboleda.
Entenderla a ella —primera mujer aceptada y graduada en derecho de la Universidad del Cauca, una de las principales sufragistas del país, primera senadora electa y una de las primeras ministras y embajadoras— requiere ir a las raíces de su familia, de su papá Fernando y su mamá Rosita, especialmente de esta última, que antes de que les dieran a las mujeres el derecho de estudiar y adelantar carreras universitarias, en 1933, sabía que la educación era la mejor herencia que les podía dejar a sus seis hijas. Tal era su convicción, que fue excomulgada por la Iglesia por su insistencia para que un colegio estatal masculino aceptara a Pubenza Arboleda, como lo recordó Camila Uribe, nieta de Esmeralda, en un artículo de la revista Cromos.
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Y también la educación de Esmeralda no fue fácil. Hizo la primaria en Pereira, donde la única aspiración para las mujeres era el comercio. Por eso se trasladó a Bogotá, para obtener su título de bachiller y formarse conforme a su deseo de llegar a la universidad para estudiar derecho. “Esa niña tan alegadora y discutidora no puede ser más que abogada”, decía su mamá. En Popayán, tuvo que irse a vivir a un convento porque estar rodeada de sus primos en la casa de su tía era mal comentado. Sus compañeros la trataban con condescendencia a la vez que ella iba cultivando un nombre en las esferas políticas, el Partido Liberal, al que ingresó desde muy temprano, y en las organizaciones feministas.
“Se trataba del drama de tener que estudiar leyes en una nación que con total desvergüenza legitimaba la discriminación y la supuesta inferioridad femenina”, dijo en una entrevista. En 1944, Esmeralda recibió su diploma como abogada cuando todavía la mujer colombiana no se le consideraba como ciudadana. Ese mismo año, junto con otras 70 mujeres, crearon la Unión Femenina Colombiana, y desde entonces militó en el feminismo que para ella era una postura política en defensa de los derechos de la mujer.
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Su trabajo como abogada, que empezó defendiendo a los obreros del Ferrocarril del Pacífico en Cali, fue rápidamente absorbido por su pasión por la política, que la entendía, siempre, al servicio de las mujeres, la igualdad y las libertades. Recorrió Colombia llamando a sus contemporáneas a unirse en la voz de exigencia por sus derechos. Y lo logró. Tocó a niñas, jóvenes y adultas en torno a su sueño y su lucha. María Teresa Arizabaleta la admiró desde que apenas tenía 8 años, cuando la vio frente a su colegio en Palmira. Entonces, la siguió como su aprendiz y luego como su amiga. “Mi papá, ella y la directora de donde estudiaba me pagaron los viajes para acompañarla, escuchaba sus conversaciones con Alberto Lleras y Lucila Rubio, hablando sobre el papel de la mujer en la política, por qué nos tenían que dar el derecho a votar. A mí todo eso se me quedó”, narró Arizabaleta, quien es considerada también una de las pocas en la brega sufragista.
Hasta 1954, la historiadora Lola Luna contabilizó 11 intentos legislativos por otorgarle la ciudadanía y el voto a las mujeres, y solo fue posible en la Asamblea Nacional Constituyente (ANAC) que instaló el general Gustavo Rojas Pinilla, quien llegó al poder el 13 de junio de 1953 en una toma militar en medio de un país caldeado por la violencia bipartidista, tras el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. En diciembre de ese año se instaló una Comisión de Estudios Constitucionales y las feministas aprovecharon la ocasión para presentar más de 3.000 firmas exigiendo sus derechos políticos y recordándole al Gobierno los compromisos internacionales suscritos que comulgaban hacia esa línea. La cuota femenina en la ANAC la lideraron Esmeralda Arboleda, por el Partido Liberal, y Josefina Valencia de Hubach, por el Partido Conservador.
Los argumentos les sobraban. Sabían los prejuicios a los que se enfrentaban, pero más allá entendían el contexto que las favorecía. En principio, por los mencionados compromisos internacionales con la Organización de Estados Americanos y su Comisión Interamericana de Mujeres, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Carta para la Paz, entre otros. Esto se complementaba con la situación a nivel regional: de 19 países, 16 ya le habían cumplido a la población femenina. Y, por último, el general Rojas sabía que en las elecciones democráticas a las que se fuera a someter debía contar con el mayor respaldo, y eso incluía a las mujeres. Usaron esto a su favor para que el militar las apoyara.
El 27 de agosto de 1954, la ANAC aprobó el voto femenino a través del Acto Legislativo N° 3. Con esto no terminó el trabajo por las mujeres que lideró Arboleda. En 1955 fue destituida de la Asamblea por orden del general Rojas Pinilla, pues nunca se calló ante los atropellos de la dictadura y reclamó porque efectivamente las mujeres pudieran ejercer su derecho al sufragio, que llegó solo hasta diciembre de 1957.
Entrado ese año, Esmeralda Arboleda y su hijo se exiliaron en Estados Unidos con ayuda de Lleras Camargo, luego de ser víctima de un atentado en la floristería de su mamá en Palmira, con el que se pretendía mancharle su buen nombre. Años después supo que fue por orden del régimen militar.
Volvió a Colombia luego del acuerdo del Frente Nacional, que hicieron liberales y conservadores para la pacificación del país tras la salida del general Rojas Pinilla. Le hizo campaña al plebiscito que refrendaría ese pacto bipartidista que también incluía la reforma con la que se le reconoció el voto a la mujer. Recorrió de nuevo las regiones, llamando a las mujeres a las urnas por primera vez, y que fueron el 42 % de los votantes en esa jornada que marcó la historia del país. Al año siguiente, en 1958, se eligió como la primera y única senadora por el departamento del Valle, y el Congreso se convirtió en su vitrina por demandar por igualdad de derechos para las mujeres.
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Su carrera pública y política continuó como ministra de Comunicaciones, embajadora ante Yugoslavia, Austria y Naciones Unidas, y senadora nuevamente en 1966. También se le reconoció su militancia en el feminismo a escalas nacional, regional y mundial, haciéndose espacio como una de las principales feministas de América. Se recuerda su actividad en las conferencias y congresos de la mujeres, sus trabajos como relatora especial de la ONU para el estudio de la mujer en los medios y vicepresidenta de The International Council of Women.
“Fue una mujer feminista que luchaba por la justicia para las mujeres, entendiendo por justicia la igualdad de oportunidades para trabajar y tener su independencia económica, no depender del varón, oportunidad para decidir su propio derrotero, su propio destino. Fue una mujer luchadora de los derechos políticos de la mujer, convencida que para lograr grandes transformaciones del país se necesitaba del concurso de hombres y mujeres dispuestos a una sociedad más justa”, fueron las palabras de Yomaira Sarmiento, directora de la Organización Nacional de Mujeres Liberales, para recordar a Esmeralda Arboleda en su centenario de natalicio.
Su voz se apagó el 4 de abril de 1997, tras sufrir una enfermedad renal, le faltaron más años para ver posesionada a la primera vicepresidenta de Colombia y celebrar uno de los principios por los que entregó su vida, que más mujeres participen en política, con la reciente aprobación de la paridad en el Código Electoral. La “mujer provinciana y liberal”, como se describía a sí misma, le fue fiel a sus luchas, más que al amor. No dejó de querer a su Partido Liberal y sus raíces, continuó cultivando la palabra y el conocimiento, y nunca se dejó de preocupar por las mujeres que la rodeaban. Su nieta, Camila, dijo hace unos años que el gran pendiente que dejó fue no ver a una primera mandataria en la Casa de Nariño, sin embargo, el pendiente es de las que están aquí, de agradecer y homenajear esa vida entregada por y para todas.