Felipe González, 40 años de un triunfo que todavía resuena
Nunca hubo en España una victoria tan contundente como la del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que lideraba Felipe González Márquez, hoy hace 40 años.
Pedro Viveros, especial para El Espectador
Tiene 80 años. Un día como hoy, hace 40 años, ganó con amplia mayoría el poder con el primer partido de izquierda después de la dictadura franquista española. Evitó siempre llamar al periodo de cerca de cuatro décadas de Franco como una dictadura; prefirió decir que hubo una “ruptura democrática”: Era íntimo de su soledad. Amigo cercano de su automóvil que le acolitó recorrer miles de kilómetros para poder acercarse, en los años setenta, al socialismo en exilio. Generoso de palabra, pero austero de lisonja, fue la versión moderna del mayo de 68. Había una explosión de liberalidad en Europa y el mundo que él supo conjugar.
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Tiene 80 años. Un día como hoy, hace 40 años, ganó con amplia mayoría el poder con el primer partido de izquierda después de la dictadura franquista española. Evitó siempre llamar al periodo de cerca de cuatro décadas de Franco como una dictadura; prefirió decir que hubo una “ruptura democrática”: Era íntimo de su soledad. Amigo cercano de su automóvil que le acolitó recorrer miles de kilómetros para poder acercarse, en los años setenta, al socialismo en exilio. Generoso de palabra, pero austero de lisonja, fue la versión moderna del mayo de 68. Había una explosión de liberalidad en Europa y el mundo que él supo conjugar.
Era estilo y verbo. Popular y sofisticado. A tal punto que hoy hace 40 años esperó los resultados aislado de la logística electoral y de la cortina de poder que sirve de antesala a la victoria o la derrota. Se fue con su familia a la finca de un amigo cercano, separándose del vínculo explosivo que en ese momento se cuajaba en las urnas de los españoles ávidos de saldar la deuda con las libertades y el futuro. Ganó en toda la línea. Nunca hubo en España una victoria tan contundente como la del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) que lideraba Felipe González Márquez. Tenía 40 años.
En alguna oportunidad, en medio de una visita a Bonn, un periodista escribió un perfil para González y lo bautizó como “El morenito de Bonn”, en una serie de reportajes donde el comunicador quiso comparar líderes políticos del momento con toreros de profesión para perfilar la nueva clase dirigente española. Al referirse a González con el colorido de la política, quiso resaltar las formas novedosas del discurso, en fondo y forma, que este sevillano nacido en 1942 presentaba al momento de ser adoptado políticamente por un titán del socialismo europeo: Willy Brandt. Como dato curioso, el mismo narrador de este perfil, Francisco “Cuco” Cerecedo, quien compartía con el joven político la pasión por Latinoamérica, hubo de morir en sus brazos de un aneurisma cerebral mientras tomaban unas copas en un hotel de Bogotá. Sería el mismo Felipe González quien acompañaría a su amigo en esta fatal jornada. “Sintió, por primera vez, que quedaba solo en el plató, solo ante la historia. Solo ante la audiencia que no entendía las alusiones a sus penas” describe en su libro Un Tal González el escritor Sergio del Molino.
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La noche que el mundo conoció el fallecimiento de Francisco Franco había pocas personas que sabían perfectamente lo que seguía para el pueblo español. Felipe González era uno de ellos. Otro era el rey Juan Carlos de Borbón y el otro un joven director de la televisión española con origen franquista, pero “open mind”: Adolfo Suárez. Para concretar la democracia, la primera tarea posfranquista fue tener una constitución y establecer una dinámica económica diferente a la del régimen del “generalísimo”. Se conocieron como los Pactos de la Moncloa para pasar de la dictadura a la democracia. Esa especie de puente la hicieron los partidos, algunos legalizados, junto a los sindicatos, para, además de la apertura política, también tener unas bases para la paz social y superar la crisis económica, y todo homologable con los países europeos, ya que uno de los principales propósitos, por lo menos del PSOE, era ser europeísta. Felipe, Adolfo y el Rey fueron cómplices y socios fundantes y fundamentales de la España moderna y demócrata.
Con las bases tanto políticas y económicas había que organizar las elecciones para poder darle ejecución a la nueva España. Con la apertura partidista, incluido el Partido Comunista Español, y la aprobación plebiscitaria de la constitución, la dinámica política española comenzó a conocer la figura melenuda y taciturna de Felipe González. Primero como constructor clandestino de la anhelada libertad y no censura, hasta la de opositor del mismo Adolfo Suárez, con quien siempre tuvo una estrecha relación. Luego vino la amarga desilusión al ver la disminución de la votación del PSOE y su prematuro retiro como líder del partido. Durante seis meses se retiró a su “cuartel de invierno” preferido: América Latina. Llegó a Panamá, donde Omar Torrijos, su amigo personal, lo recibió. En una de las selváticas veladas panameñas, el general le espetó la frase que lo hizo regresar a la batalla por el poder. “Felipe, llegó la hora del regreso, porque el que se aflige se afloja”. Esas palabras lo aterrizaron y lo hicieron regresar con más convicción, propulsándolo para el épico triunfo del 28 de octubre de 1982.
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Ese día el PSOE obtendría 9.800.000 votos, lo que les dio la mayor representación parlamentaria en la historia democrática española: 201 escaños. El sucesor de Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, no logró silla parlamentaria y tuvo que entregarle el poder a Felipe González. A partir de ese día todo fue diferente en la península ibérica. La apertura mediática, cultural, social, política y económica llenó el panorama de un país pacato y oscurantista que se había asilado. La lucha por un mejor bienestar, por abrir el país, mejor sistema educativo, consolidar una nación como parte de Europa y la visión de hacer parte de la resolución de conflictos, lo convirtió en faro de la socialdemocracia mundial. Desde que accedió al poder tuvo como objetivo convertir a la democracia no solo en la regla, sino el valor ampliado de su sociedad y del mundo.
Felipe González, mi paisano luego de que el expresidente Juan Manuel Santos le entregara la ciudadanía colombiana, es un hombre con la cabeza en el mundo y sus avances, Nunca ha dejado de aportar o denunciar a regímenes donde se laceran las libertades. No contempla que países como la Nicaragua de Ortega o la Venezuela de Maduro traten de confundir permanentemente el socialismo con el despotismo.
40 años después de ese emblemático triunfo, debería servir como ejemplo para potenciar las ideas de una izquierda viable y aprender de una de sus muchas frases: “Querer romper España no es progresista”.
@pedroviverost
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