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Gaviria, el defensor de las libertades

El exmagistrado y excandidato presidencial Carlos Gaviria, uno de los líderes de la izquierda que más lejos han llegado en la política colombiana, estaba internado desde el 14 de marzo en la clínica Santa Fe.

Elber Gutiérrez Roa
01 de abril de 2015 - 05:22 a. m.
La serenidad fue una de sus características, incluso en momentos de tensión.
La serenidad fue una de sus características, incluso en momentos de tensión.
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Celoso como era de su vida privada y ajeno al espectáculo en el que creía que muchos de sus colegas habían convertido la política, Carlos Gaviria Díaz no quería que se supiese mucho sobre los más recientes detalles de su salud. De hecho, no hubo mayores reportes desde el 14 de marzo, cuando fue hospitalizado de urgencia en la clínica Santa Fe, de Bogotá, como consecuencia de la afección pulmonar que ayer le puso punto final a su vida.

Esa fue la constante en su existencia y por eso quienes lo conocieron de cerca dicen que vivió como pensaba. O como hablaba. En ejercicio pleno de la libertad, con una preocupación especial por el respeto a las diferencias y a los derechos de los demás, al punto de medir en grado sumo la exactitud de cada una de sus acciones, expresiones y decisiones. De sus ponencias y proyectos de ley. De sus silencios, incluso.

A Carlos Gaviria, hijo de periodista y maestra de escuela nacido en Sopetrán, Antioquia, hace 77 años, se le vio desde muy joven dar lugar de privilegio a la actividad académica antes que a otras actividades que tampoco le fueron ajenas, como el ejercicio mismo de la política desde la arena electoral.

Abogado de la Universidad de Antioquia con maestría en Harvard, fue juez promiscuo municipal de Rionegro en 1961, pero el magnetismo que las aulas ejercían sobre él lo obligó a regresar a su alma máter, en donde llegó a ser decano en 1967. Muy pronto se encontró involucrado en el movimiento de defensa de los derechos humanos en Antioquia, y tras el asesinato de Héctor Abad Gómez se exilió en Argentina, de donde regresó en 1989 para asumir la vicerrectoría de la Universidad de Antioquia.

Dejó las aulas de nuevo en 1992, cuando fue elegido magistrado de la Corte Constitucional, cargo desde el cual lideró la defensa de los derechos sobre los que tanto había teorizado en las aulas.

Sus sentencias sobre la despenalización de la dosis personal o la constitucionalidad de la eutanasia lo convirtieron rápidamente en referente internacional sobre la materia, al tiempo que le granjearon contradicciones con sectores representativos de la Iglesia y de la derecha, a los que siempre controvirtió valiéndose de la argumentación jurídica y sin dejarse llevar por la falacia argumentativa que campea en los principales escenarios de la política nacional.

Así lo hizo también cuando, ya concluida su etapa como magistrado, incursionó en la política electoral, obtuvo la quinta mayor votación para Senado y empezó a nutrir los debates de la corporación con los detalles más precisos sobre derecho constitucional, legislación procesal y penal, teoría de los derechos humanos y tantos otros asuntos contemplados en los más de seis mil volúmenes de su biblioteca personal. Por eso no resulta equivocado señalar que los más avanzados ejemplos de progresismo en la protección de los derechos y libertades ciudadanos en Colombia llevan su impronta. Desde la academia, el máximo tribunal constitucional, su escaño en el Legislativo, su condición de candidato presidencial del Polo Democrático en 2006 o su período al frente de dicho colectivo político, siempre avivó el debate nacional convencido de que a través del ejercicio dialéctico se podía gestar un mejor país.

Ejerció una vehemente oposición al gobierno de Álvaro Uribe, su alumno en la universidad, cuya retórica no logró que Gaviria cayera en discusiones personales. Incluso se distanció de algunos de sus copartidarios de la izquierda por diferencias sobre estrategia política o por la posición frente a temas como la violencia de las Farc. Pero aunque navegasen en orillas políticas distintas a la de él, unos y otros siempre le reconocieron su papel como constructor de paz (también fue miembro de una comisión que buscó acercamientos con el Eln) desde el cargo más importante que ocupó en su vida: el de ciudadano. 

 

egutierrez@elespectador.com

Por Elber Gutiérrez Roa

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