Germán Vargas Lleras, el gran constructor de una candidatura
El director de Noticias del Canal Caracol explica por qué el año que termina dejó al vicepresidente de la República como el dirigente político con mayor proyección en la carrera hacia la Presidencia en 2018.
Juan Roberto Vargas, Especial para El Espectador
El desplome de Germán Vargas Lleras del pasado 2 de diciembre en Floridablanca, Santander, en plena tarima y en pleno acto público, resume en buena medida la carrera frenética que ha llevado al vicepresidente de la República a ser, sin duda, uno de los personajes del año que está terminando.
Si acaso duerme tres horas, casi no come, fuma casi tres paquetes diarios de cigarrillos y en una jornada puede recorrer perfectamente cinco o seis municipios del país. Ese es el hombre que este 2015 ha dedicado su tiempo y sus energías a inaugurar obras, firmar contratos, abrir licitaciones y empujar (muchas veces regañar) para lograr que se haga un puente, una carretera, una casa o un acueducto. Ese acelere ha sido su mayor fortaleza y hoy por hoy lo tiene consolidado como el más firme de los aspirantes a las elecciones del 2018, en las que se escogerá al sucesor de Juan Manuel Santos en la Casa de Nariño.
Verlo trabajar demuestra que no tiene pausa y tiene claro que cada minuto vale oro para lograr la misión que se propuso desde que era ministro de Vivienda del primer gobierno Santos y ahora vicepresidente del segundo mandato. Mientras vamos en un avión rumbo al Urabá a firmar el contrato para construir la más importante vía que se haya hecho en esa región, la autopista al mar, Vargas Lleras no se cansa de hablar de obras, licitaciones, plazos, mapas, rutas, asociaciones público privadas, vías de segunda, de tercera, de cuarta generación. Es una verdadera “ametralladora” que dispara datos. Se los sabe de memoria y parece que no se le agotan. Cada vez que menciona un tramo de una vía, un lugar donde hay viviendas, recuerda que allí estuvo y que allí hay que volver a pasar revista sobre cómo van las obras.
Una conversación con el vicepresidente es una verdadera prueba de fuego para tratar de retener decenas de nombres de lugares que menciona sin parar. Siempre tiene una cifra de una obra, el dato de un contrato o la dimensión de un sitio. Dice en tono de broma que cuando deje la Vicepresidencia se puede dedicar a trabajar en el Instituto Agustín Codazzi ayudando a diseñar mapas.
Eso sí, cuando se le menciona la política, se espanta. Dice no querer saber nada del tema, pero es evidente que esa es su gran pasión, por supuesto, mucho más antigua que las obras, las casas y la infraestructura. Vargas Lleras es el gran animal político que ha construido paso a paso una carrera que empezó como concejal de Bojacá hace más de 30 años y que hoy lo tiene en primera fila en la carrera por la Presidencia.
Este ha sido un año redondo para él en esa materia. Su partido, Cambio Radical, prácticamente arrasó en las elecciones regionales. Logró quedarse con alcaldías y gobernaciones claves. Incluso en algunas regiones, con candidatos cuestionados pero con gran capital político. Por eso, su cara de satisfacción cuando se paró junto al presidente Santos, la noche de las elecciones, era demasiado evidente.
Se la jugó y se ganó la joya de la corona con Enrique Peñalosa en la Alcaldía de Bogotá. Aun apartándose de la santista Unidad Nacional que apoyó a Rafael Pardo. Lo mismo le ocurrió en Barranquilla con Álex Char o Maurice Armitage en Cali, donde el apoyo de Cambio Radical fue definitivo para la victoria.
Su partido logró imponerse hasta donde no parecía tener opción, como en Sucre, donde su candidato derrotó a la aparentemente imbatible esposa del cacique Yahir Acuña. Sin embargo, esa cadena de triunfos le ha salido cara en materia de controversias. Sus adversarios, como los liberales y la U, aseguran que esa tendencia tiene nombre propio: Germán Vargas Lleras. Lo acusan de participar en política y de disponer de los recursos del Estado para entregar obras a diestra y siniestra a cambio de consolidar su poder proselitista.
“Pregúnteles a estas personas pobres y desplazadas por la violencia, si tener casa propia es hacer política”, me dice Vargas Lleras en la entrega de la casa cien mil de su programa de viviendas gratis en El Salado, sur de Bolívar. “Yo estoy trabajando por la gente, para ayudarles a las regiones”, señala con una sonrisa que demuestra que es un viejo sabueso de la política y un hombre que sabe que esas controversias aumentarán con la proximidad de las elecciones presidenciales. No le extrañan ni le hacen daño, porque está muy curtido en esas lides.
No sólo protagonizó polémicas con congresistas y líderes de otros partidos. Con varios ministros se enfrentó por falta de financiación para sus obras. La más sonada y recordada fue la que tuvo con el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, a propósito, uno de sus potenciales rivales en la carrera hacia la Presidencia. “Es un hombre arrogante. Si no se hace lo que él dice, monta en cólera”, dijo sobre Vargas Lleras un ministro del gabinete consultado y que “rogó” reserva para su nombre. “Es impulsivo, pero ejecuta y esa ha sido su gran fortaleza política”, dijo otro alto funcionario de la Casa de Nariño, que también pidió el anonimato.
No hay términos medios entre quienes se refieren a Vargas Lleras. Eso suele pasar con personajes tan arrasadores como él. Todos coinciden en que es un gran estratega y que, aunque no lo reconozca, su trabajo al frente de la Vicepresidencia, recorriendo el país, es la gran “construcción” de su nombre como candidato presidencial. Un “edificio” que ha hecho ladrillo a ladrillo, así insista en que no hace política, pero es inevitable pensar en este hombre como candidato cuando se le ve inaugurando una obra en cualquier lugar del país. Por todo esto, Germán Vargas Lleras, el hombre que termina con la orden médica –y presidencial– de descansar, es el indiscutible personaje político del 2015.
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El desplome de Germán Vargas Lleras del pasado 2 de diciembre en Floridablanca, Santander, en plena tarima y en pleno acto público, resume en buena medida la carrera frenética que ha llevado al vicepresidente de la República a ser, sin duda, uno de los personajes del año que está terminando.
Si acaso duerme tres horas, casi no come, fuma casi tres paquetes diarios de cigarrillos y en una jornada puede recorrer perfectamente cinco o seis municipios del país. Ese es el hombre que este 2015 ha dedicado su tiempo y sus energías a inaugurar obras, firmar contratos, abrir licitaciones y empujar (muchas veces regañar) para lograr que se haga un puente, una carretera, una casa o un acueducto. Ese acelere ha sido su mayor fortaleza y hoy por hoy lo tiene consolidado como el más firme de los aspirantes a las elecciones del 2018, en las que se escogerá al sucesor de Juan Manuel Santos en la Casa de Nariño.
Verlo trabajar demuestra que no tiene pausa y tiene claro que cada minuto vale oro para lograr la misión que se propuso desde que era ministro de Vivienda del primer gobierno Santos y ahora vicepresidente del segundo mandato. Mientras vamos en un avión rumbo al Urabá a firmar el contrato para construir la más importante vía que se haya hecho en esa región, la autopista al mar, Vargas Lleras no se cansa de hablar de obras, licitaciones, plazos, mapas, rutas, asociaciones público privadas, vías de segunda, de tercera, de cuarta generación. Es una verdadera “ametralladora” que dispara datos. Se los sabe de memoria y parece que no se le agotan. Cada vez que menciona un tramo de una vía, un lugar donde hay viviendas, recuerda que allí estuvo y que allí hay que volver a pasar revista sobre cómo van las obras.
Una conversación con el vicepresidente es una verdadera prueba de fuego para tratar de retener decenas de nombres de lugares que menciona sin parar. Siempre tiene una cifra de una obra, el dato de un contrato o la dimensión de un sitio. Dice en tono de broma que cuando deje la Vicepresidencia se puede dedicar a trabajar en el Instituto Agustín Codazzi ayudando a diseñar mapas.
Eso sí, cuando se le menciona la política, se espanta. Dice no querer saber nada del tema, pero es evidente que esa es su gran pasión, por supuesto, mucho más antigua que las obras, las casas y la infraestructura. Vargas Lleras es el gran animal político que ha construido paso a paso una carrera que empezó como concejal de Bojacá hace más de 30 años y que hoy lo tiene en primera fila en la carrera por la Presidencia.
Este ha sido un año redondo para él en esa materia. Su partido, Cambio Radical, prácticamente arrasó en las elecciones regionales. Logró quedarse con alcaldías y gobernaciones claves. Incluso en algunas regiones, con candidatos cuestionados pero con gran capital político. Por eso, su cara de satisfacción cuando se paró junto al presidente Santos, la noche de las elecciones, era demasiado evidente.
Se la jugó y se ganó la joya de la corona con Enrique Peñalosa en la Alcaldía de Bogotá. Aun apartándose de la santista Unidad Nacional que apoyó a Rafael Pardo. Lo mismo le ocurrió en Barranquilla con Álex Char o Maurice Armitage en Cali, donde el apoyo de Cambio Radical fue definitivo para la victoria.
Su partido logró imponerse hasta donde no parecía tener opción, como en Sucre, donde su candidato derrotó a la aparentemente imbatible esposa del cacique Yahir Acuña. Sin embargo, esa cadena de triunfos le ha salido cara en materia de controversias. Sus adversarios, como los liberales y la U, aseguran que esa tendencia tiene nombre propio: Germán Vargas Lleras. Lo acusan de participar en política y de disponer de los recursos del Estado para entregar obras a diestra y siniestra a cambio de consolidar su poder proselitista.
“Pregúnteles a estas personas pobres y desplazadas por la violencia, si tener casa propia es hacer política”, me dice Vargas Lleras en la entrega de la casa cien mil de su programa de viviendas gratis en El Salado, sur de Bolívar. “Yo estoy trabajando por la gente, para ayudarles a las regiones”, señala con una sonrisa que demuestra que es un viejo sabueso de la política y un hombre que sabe que esas controversias aumentarán con la proximidad de las elecciones presidenciales. No le extrañan ni le hacen daño, porque está muy curtido en esas lides.
No sólo protagonizó polémicas con congresistas y líderes de otros partidos. Con varios ministros se enfrentó por falta de financiación para sus obras. La más sonada y recordada fue la que tuvo con el ministro de Hacienda, Mauricio Cárdenas, a propósito, uno de sus potenciales rivales en la carrera hacia la Presidencia. “Es un hombre arrogante. Si no se hace lo que él dice, monta en cólera”, dijo sobre Vargas Lleras un ministro del gabinete consultado y que “rogó” reserva para su nombre. “Es impulsivo, pero ejecuta y esa ha sido su gran fortaleza política”, dijo otro alto funcionario de la Casa de Nariño, que también pidió el anonimato.
No hay términos medios entre quienes se refieren a Vargas Lleras. Eso suele pasar con personajes tan arrasadores como él. Todos coinciden en que es un gran estratega y que, aunque no lo reconozca, su trabajo al frente de la Vicepresidencia, recorriendo el país, es la gran “construcción” de su nombre como candidato presidencial. Un “edificio” que ha hecho ladrillo a ladrillo, así insista en que no hace política, pero es inevitable pensar en este hombre como candidato cuando se le ve inaugurando una obra en cualquier lugar del país. Por todo esto, Germán Vargas Lleras, el hombre que termina con la orden médica –y presidencial– de descansar, es el indiscutible personaje político del 2015.
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