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En la historia política de Colombia hay un anaquel privilegiado para el último mes antes de la elección presidencial. En estos días el país ebulle y la lucha por el poder deja rastros de alianzas, traiciones, sangre, volteretas o escándalos judiciales y periodísticos. Son horas intensas e inciertas que, por lo general, se extienden 15 días más, hasta la segunda vuelta, donde se atraviesa el Mundial de Fútbol. Es el clímax de los políticos durante el cual se juegan sus restos, dejando en la memoria épicas remontadas, nocauts de opinión, triunfos avasallantes y frustrantes candidaturas. Y la elección de este año, además de ser la primera tras el fin del conflicto armado con las Farc, es a la vez el cierre del ciclo de una generación de políticos, de los que han gobernado a Colombia desde distintos puestos en los últimos 30 años.
Una generación de fogosos jóvenes que a finales de los 80 y principios de los 90 impulsó la nueva Constitución y han ocupado los cargos más importantes del Estado: alcaldías, gobernaciones, ministerios y congresistas. Hoy llegan a su madurez y para la mayoría es su última elección antes de retirarse a sus cuarteles de invierno. El caso más evidente es el de Humberto de la Calle, exconstituyente, exnegociador de paz o exvicepresidente, que llega al fin de su carrera de la mano del expresidente César Gaviria, con quien empezó su vida política, por demás. Y ese último mes de la campaña presidencial de 1990 es uno de los más violentos que el país haya vivido. Eran los días de la guerra contra Pablo Escobar, quien ya había asesinado a Luis Carlos Galán. Gaviria recibió sus banderas y marchó triunfante hacia la victoria en un debate que versó sobre dos temas: la paz con las guerrillas y la Constituyente.
Gaviria se enfrentaba a Bernardo Jaramillo, candidato de la Unión Patriótica; Rodrigo Lloreada, del Partido Conservador; Álvaro Gómez Hurtado, del Movimiento de Salvación Nacional, y Carlos Pizarro, por la Alianza M-19. El 22 de marzo asesinaron a Jaramillo y el 26 de abril a Pizarro. En ese baño de sangre se abrió camino el movimiento de la Séptima Papeleta, que buscaba introducir en las urnas un tarjetón adicional para convocar a la Constituyente. El movimiento creció, el presidente Virgilio Barco lo respaldó, Gaviria se sumó, la Corte Suprema lo avaló y el día de las elecciones la noticia no era tanto el triunfo del candidato liberal, que había doblado en número de votos a Gómez Hurtado, sino la convocatoria a construir una nueva Carta Política.
Cuatro años después los candidatos a la Presidencia eran Andrés Pastrana, del Partido Conservador; Ernesto Samper, cuya fórmula vicepresidencial fue De la Calle, por el liberalismo; y Antonio Navarro, por el M-19. En estas elecciones se estrenó la segunda vuelta presidencial, que fue introducida por la Constitución de 1991. Para ese momento los debates televisados eran el centro de la campaña, y se hicieron más explosivos cuando Navarro llegó al set de televisión sin haber sido invitado y se robó el show. Las encuestas daban un empate técnico entre Samper y Pastrana. Al tiempo, el magistrado Carlos Gaviria ganó la batalla por la legalización de la dosis mínima, y convirtió el asunto en tema de campaña.
Desde esos días la pelea por los votos de la Costa Caribe es a fondo. Samper realizó su cierre de campaña en Barranquilla, mientras Pastrana en Cartagena. Así se fueron a primera vuelta. Pegó primero Samper, que alcanzó el 45,2 % de los votos, mientras Pastrana obtuvo el 44,9 %. La siguiente cita fue el domingo 19 de junio, justo un día después del debut de Colombia en el Mundial de Estados Unidos contra Rumania. Los últimos días de campaña fueron de acusaciones entre los dos, hasta el punto que, seis días antes de ir a las urnas, el candidato liberal denunció que su campaña estaba siendo espiada. Con una diferencia de dos puntos porcentuales ganó Samper, pero tres días después el candidato derrotado dio a conocer los “narcocasetes”, que terminaron por convertir en un infierno el “Gobierno de la gente”, como rezaba el eslogan de campaña.
Todo el gobierno Samper fue una gazapera, De la Calle renunció a la Vicepresidencia, Estados Unidos descertificó a Colombia y el presidente estuvo cerca de ser acusado por el Congreso. Llegó la campaña de 1998, la selección de fútbol clasificada al Mundial de Francia, los candidatos, que al principio eran 17, terminaron siendo Andrés Pastrana, con fórmula de Gustavo Bell —hoy jefe negociador del Gobierno con el Eln—; Horacio Serpa y María Emma Mejía —hoy embajadora de Colombia en la ONU—; y Noemí Sanín, con Antanas Mockus —hoy senador electo—. Por esos días el único proyecto que le quedaba en pie al gobierno Samper eran unos diálogos de paz con el Eln en Maguncia (Alemania) y la negociación política con las guerrillas era uno de los ejes del debate electoral. Y mientras se desarrollaba la campaña, la guerra crecía en intensidad. El 17 de abril asesinaron en La Calera a María Arango Fonnegra, una importante activista de izquierda, y un día después al defensor de derechos humanos Eduardo Umaña Mendoza.
Pasada la Semana Santa, el proceso electoral tomó vuelo. Las encuestas, que a final de año mostraban a Serpa en la cabeza, empezaron a registrar el repunte de Pastrana. El 20 de abril la tendencia se revirtió, el candidato conservador pasó a la punta con un 38 % de intención de voto y el candidato liberal marcó 32 %. Por esos días, el senador Álvaro Uribe apoyó tímidamente a Serpa, pero los caciques liberales se fueron deslizando hacia el pastranismo. En mayo, con el paramilitarismo desbordado, empezó un rosario de masacres. En Puerto Álvira, Meta, asesinaron a más de 18 personas. Las encuestas coincidían en un empate técnico, mientras Serpa y Pastrana se sacaban chispas en debates y discursos. El 16 de mayo, en Barrancabermeja, los “paras” dejaron otros 26 asesinados. También por esos días acribillaron al general y el exministro Fernando Landazábal Reyes. La opinión pública pedía un proceso de paz, y llegó el 1° de junio, día de elecciones.
Con diferencia de poco más de 35 mil votos, Serpa le ganó a Pastrana. La primera semana de junio, estalla el escándalo del “miti-miti”, que involucraba a dos ministros de Samper en una negociación de frecuencias de radio. En esas, el Mundial arrancó, Colombia debutó el 16 de junio contra Rumanía, y perdió. En los días siguientes unas fotografías cambiaron el rumbo de la campaña. Víctor G. Ricardo, miembro de la campaña de Andrés Pastrana, se reunió con el comandante de las Farc, Manuel Marulanda, Tirofijo, para hablar de paz. Ese día Ricardo les regaló un reloj de la campaña y se fotografiaron. Lo siguiente fue la foto con el candidato Pastrana, y el país que puso sus esperanzas en la paz y se selló el triunfo con el 50,45 % de los votos, contra el 46 % de Serpa.
El final del gobierno Pastrana fue el epílogo de una negociación frustrada. Colombia no clasificó al Mundial y nadie quería saber nada de la paz. La campaña la arrancó ganando, otra vez, el candidato liberal Horacio Serpa, pero para las encuestas de abril ya el exgobernador Álvaro Uribe encabezaba la intención de voto. En el tarjetón también aparecía Noemí Sanín y Luis Eduardo Garzón, pero todo le favoreció al candidato de la mano firme y el corazón grande. Por esos días la guerra azotaba a la Colombia rural, las Farc tenían docenas de militares y políticos secuestrados y ya asomaba a las goteras de Bogotá. El 2 de mayo ocurrió la masacre de Bojayá, en la que la guerrilla estalló un cilindro bomba en la iglesia donde se refugiaban los civiles. 80 muertos, la mayoría de ellos menos de edad. Las elecciones fueron el 27 de mayo y Uribe ganó en primera vuelta con más de seis millones de votos.
En 2006, con “articulito” cambiado en la Constitución, Uribe enfrentaba otra vez a Serpa, a Carlos Gaviria y a Álvaro Leyva. Ya había ocurrido la desmovilización paramilitar y la relación entre el jefe de Estado y las cortes no era la mejor. En los primeros días de abril, la Corte Constitucional tumbo la Ley de Justicia y Paz y dejó a los paramilitares sin participación política. Pasó la Semana Santa y el país regresó de vacaciones en medio del escándalo por las “chuzadas” del DAS a magistrados y opositores políticos. Pero a Uribe los escándalos poco lo ablandaron y volvió a ganar en primera vuelta con arrasadora votación: 62 %, contra el 22 % que obtuvo Carlos Gaviria. Con eso, Colombia se entregó de lleno al Mundial de Alemania, así la selección no hubiese clasificado.
Cuatro años después, y sin la posibilidad de reelegirse, Uribe buscaba su sucesor. El triunfo de Noemí Sanín contra Andrés Felipe Arias lo dejó sin su heredero perfecto y tuvo que ungir a Juan Manuel Santos para no perder el poder. Al candidato del Partido de la U lo acompañaron en el tarjetón Gustavo Petro, Antanas Mockus, Rafael Pardo y Germán Vargas Lleras. En abril, las encuestas mostraban una campaña apretada, Santos punteaba, pero con muy poca ventaja sobre la fórmula Mockus-Sergio Fajardo. Y Colombia nuevamente no iba al Mundial de Sudáfrica. Los debates fueron de acusaciones mutuas entre los aspirantes, en parte porque a la campaña Santos aterrizó como estratega político el conocido rey de la propaganda negra, J. J. Rendón.
Además, en Colombia se estrenaban las estrategias de redes como parte de las campañas políticas. En esas, cuando la llamada Ola Verde alzaba velas, la campaña de Santos filtró que Mockus sufría de Parkinson. A la sazón, se retumbaban los ecos de la “parapolítica”, la “yidispolítica”, Agro Ingreso Seguro, los espionajes a la Corte y hasta los falsos positivos. A mediados de mayo, las encuestas mostraban un empate técnico entre Santos y Mockus, con tendencia creciente de la Ola Verde. Pero la primera vuelta le dio tranquilidad al candidato de la Unidad Nacional, que dobló en votos a su contrincante. El remate de la campaña fue la adhesión de Rafael Pardo, César Gaviria y Germán Vargas, entre otros, a Santos. El 20 de junio de 2014, éste fue elegido presidente con el 69 % de los votos.
En 2014, ya con un Santos que había dejado de ser uribista y el proceso de paz en marcha, volvió la temporada de huracanes electorales. El expresidente Álvaro Uribe tuvo su representación en el tarjetón con Óscar Iván Zuluaga, rival de reelección de Santos. Ocupaban las otras casillas Clara López, Marta Lucía Ramírez y Enrique Peñalosa. El principal tema de campaña giraba en torno a la negociación de paz con las Farc en La Habana. La muerte de Gabriel García Márquez, ocurrida el 17 de abril, retrasó la campaña que empezó en forma después de Semana Santa. Pero no por eso sería menos sucia que la anterior. A comienzos de mayo estalló el escándalo de una oferta se sometimiento de los narcos al gobierno Santos. Las denuncias señalaron a J. J. Rendón, asesor de Santos, de ser el intermediario y haberse embolsillado US$12 millones.
Una semana después se destapó el caso del hacker Andrés Sepulveda, a quien se le acusaba de espiar la campaña Santos en busca de elementos para lanzar una pieza de propaganda negra. En ese momento Petro era alcalde de Bogotá y vivía el novelón de su destitución, y las encuestas mostraban a Zuluaga punteando en la intención de voto. Así, en la primera vuelta, se impuso el candidato del Centro Democrático con el 29 %. La abstención fue del 60%, y la campaña Santos hizo una reestructuración para enfrentar la segunda vuelta, que se desarrolló entre la propaganda negra y el Mundial de Brasil, al que Colombia regresaba luego de 12 años de sequía futbolística.
El presidente-candidato concentró sus fuerzas en defender el proceso de paz: prometió eliminar el servicio militar obligatorio, firmó el acuerdo de drogas con las Farc y, cinco días antes de las elecciones, dio a conocer los diálogos exploratorios con el Eln en Caracas. Con eso, y el apoyo de los caciques electorales de la Costa revirtió las encuestas y ganó con el 50,95 %, mientras Zuluaga obtuvo el 45 %. Ahora, cuatro años después , sin posibilidad de reelección, las principales figuras políticas de las últimas tres décadas se juegan sus restos, y a partir de hoy, empieza la recta final. Un tramo en que cualquier cosa puede pasar, porque en Colombia la lucha por el poder incluye el “todo vale”.