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                                                                                                                                Contenido Patrocinado
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                                                                                                                                Homenaje: Lecciones de liberalismo, según Rodrigo Pardo

                                                                                                                                Este periódico acogió con entusiasmo el periodismo libre y ponderado del periodista fallecido esta semana. Su hijo Daniel, publica, en estas páginas que Rodrigo consideró su casa periodística, una reflexión sobre principios.

                                                                                                                                Daniel Pardo @pardodaniel / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Rodrigo Pardo siempre fue un estudiante adelantado. / Archivo particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Rodrigo Pardo (1958-2024) y su hijo Daniel, autor de esta semblanza. / Archivo particular

                                                                                                                                “La libertad es libre”, decía mi papá, citando a su abuelo, cada que empezaban unas vacaciones: si cada uno hace todo lo que quiere, felices todos. Por eso, ese día, cada uno corrió por su lado, a su ritmo, con sus pensamientos o su música. Y ese día, es decir, la primera vez que corrí al tiempo que mi papá, fue la última vez que mi papá hizo lo que más le gustaba hacer: correr. El hombre que terminó 20 maratones, que superó durante décadas los 30 kilómetros semanales, que lo registró en esmerados diarios ilegibles, nunca pudo volver a correr.

                                                                                                                                Al día siguiente, el lunes 4 de marzo, mi papá le dijo “árbitro” al mesero en un restaurante. En la noche me llamó desde un hospital para contarme que le habían encontrado “una masa” en el cerebro. Poco después supimos que era un glioblastoma, un tumor fulminante e inoperable. Tenía seis meses de vida, pronosticaba la estadística. Pero vivió cinco años más, gracias a la resiliencia y la serenidad de un cuerpo cuyo principio vital fue el ejercicio físico y transcendental de la libertad.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                El tipo, para dar un ejemplo, fue embajador de Colombia en Venezuela a los 34 años. Su primer día de trabajo fue, a la fuerza, el 4 de febrero de 1992, fecha del primer golpe de Estado de Hugo Chávez. Dos años después fue canciller en un gobierno, el de Ernesto Samper, que se peleó con Estados Unidos, el mayor aliado histórico de Colombia, y lideró un movimiento mundial por la no alineación política. A mi papá luego lo procesaron —y absolvieron— por la financiación narco de la campaña de Samper. Salió asqueado de la política clientelista y antidemocrática colombiana.

                                                                                                                                Pardo y sus nietas. / Cortesía

                                                                                                                                Acto seguido: “Iguito de oro” volvió al periodismo en el que había empezado, como reportero de Economía, su carrera profesional. Y fue tremendo periodista: riguroso, elocuente e íntegro, atributos por los cuales —y no exagero— lo echaron de todos los medios donde trabajó. La independencia, es decir, esto del liberalismo bien entendido, incomodó: el periodismo colombiano, salvo contadas excepciones, no estuvo a su altura.

                                                                                                                                Y si de liberalismo se trata se puede decir que mi papá fue mucho más de lo mismo el resto de su vida. El libre pensar, hacer, coger, llorar. Un escuchador, un entendedor. Alérgico al protagonismo, a la grandilocuencia, a la ostentación. Que tu libertad de decir, cantar, bailar y comer a tu forma sea solo eso: tu forma. Él, para poner otro ejemplo, hacía culto a su derecho a que no le gustase la cebolla. Lo defendió hasta el último día.

                                                                                                                                Y por esto de la libertad el tipo amó a muchas personas. Colegas, amigos, novias. Amó a muchas mujeres. Siendo su esposa por 22 años, decía él, la más importante de su vida. Quiso amar a la gente sin reparos. Lo hizo. Ejerció libremente el favoritismo hacia mi hermana y logró que yo no me lo tomara personal. Los sentidos homenajes de estos días reportaron que nunca se le vio enojado. Yo lo vi en un solo escenario: cuando yo era malvado con ella. Y tenía toda la razón.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Mi papá probablemente amó bien y amó mal. Amó, en todo caso, libre. Era meloso, cursi y payaso en la intimidad. Hacía un personaje de gomelo con arete en la lengua, y otro de un niño indefenso que nadie lo quería, salvo Vladimir Putin. Su fama de serio era una fachada. O mejor: era un tipo serio que no se tomaba tan en serio. Ácido y políticamente incorrecto a medida que se hizo más viejo: cada vez más, un jodedor empedernido.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Iba, tengo la certeza, para viejo sabio: toda esa lectura del mundo, esta sabiduría para diagnosticar y pensar lo que nos pasa como colombianos, este análisis que quiso consolidar en noticieros y revistas y al final no lo dejaron: todo eso es mejor cuanto más viejo el analista; más curtido y desapasionado. Analizar, decía, no es lo mismo que opinar o informar: es contemplar el mundo bajo los estándares del sentido común y la razón que nos convocan en democracia. De lo que se trata, como vengo a sostener, el liberalismo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Quizá siempre fue un viejo sabio. Porque tuvo alma de viejo desde niño. Fue el mentor de sus menores, siempre, empezando por sus cinco hermanos menores, y siguiendo con periodistas, políticos, diplomáticos. Fue mentor, también, de sus mayores: de sus padres, sus jefes, sus gobernantes. Y mentor, por supuesto, mío. Nunca, de verdad, que yo recuerde me dijo o me exigió o siquiera me sugirió que me convirtiera en el liberal-gocetas-periodista-idealista-realista que soy. Y heme acá: elaborando en su nombre, sobre las lecciones de liberalismo que nos deja.

                                                                                                                                Rodrigo Pardo siempre fue un estudiante adelantado. / Archivo particular
                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Rodrigo Pardo (1958-2024) y su hijo Daniel, autor de esta semblanza. / Archivo particular

                                                                                                                                “La libertad es libre”, decía mi papá, citando a su abuelo, cada que empezaban unas vacaciones: si cada uno hace todo lo que quiere, felices todos. Por eso, ese día, cada uno corrió por su lado, a su ritmo, con sus pensamientos o su música. Y ese día, es decir, la primera vez que corrí al tiempo que mi papá, fue la última vez que mi papá hizo lo que más le gustaba hacer: correr. El hombre que terminó 20 maratones, que superó durante décadas los 30 kilómetros semanales, que lo registró en esmerados diarios ilegibles, nunca pudo volver a correr.

                                                                                                                                Al día siguiente, el lunes 4 de marzo, mi papá le dijo “árbitro” al mesero en un restaurante. En la noche me llamó desde un hospital para contarme que le habían encontrado “una masa” en el cerebro. Poco después supimos que era un glioblastoma, un tumor fulminante e inoperable. Tenía seis meses de vida, pronosticaba la estadística. Pero vivió cinco años más, gracias a la resiliencia y la serenidad de un cuerpo cuyo principio vital fue el ejercicio físico y transcendental de la libertad.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                El tipo, para dar un ejemplo, fue embajador de Colombia en Venezuela a los 34 años. Su primer día de trabajo fue, a la fuerza, el 4 de febrero de 1992, fecha del primer golpe de Estado de Hugo Chávez. Dos años después fue canciller en un gobierno, el de Ernesto Samper, que se peleó con Estados Unidos, el mayor aliado histórico de Colombia, y lideró un movimiento mundial por la no alineación política. A mi papá luego lo procesaron —y absolvieron— por la financiación narco de la campaña de Samper. Salió asqueado de la política clientelista y antidemocrática colombiana.

                                                                                                                                Pardo y sus nietas. / Cortesía

                                                                                                                                Acto seguido: “Iguito de oro” volvió al periodismo en el que había empezado, como reportero de Economía, su carrera profesional. Y fue tremendo periodista: riguroso, elocuente e íntegro, atributos por los cuales —y no exagero— lo echaron de todos los medios donde trabajó. La independencia, es decir, esto del liberalismo bien entendido, incomodó: el periodismo colombiano, salvo contadas excepciones, no estuvo a su altura.

                                                                                                                                Y si de liberalismo se trata se puede decir que mi papá fue mucho más de lo mismo el resto de su vida. El libre pensar, hacer, coger, llorar. Un escuchador, un entendedor. Alérgico al protagonismo, a la grandilocuencia, a la ostentación. Que tu libertad de decir, cantar, bailar y comer a tu forma sea solo eso: tu forma. Él, para poner otro ejemplo, hacía culto a su derecho a que no le gustase la cebolla. Lo defendió hasta el último día.

                                                                                                                                Y por esto de la libertad el tipo amó a muchas personas. Colegas, amigos, novias. Amó a muchas mujeres. Siendo su esposa por 22 años, decía él, la más importante de su vida. Quiso amar a la gente sin reparos. Lo hizo. Ejerció libremente el favoritismo hacia mi hermana y logró que yo no me lo tomara personal. Los sentidos homenajes de estos días reportaron que nunca se le vio enojado. Yo lo vi en un solo escenario: cuando yo era malvado con ella. Y tenía toda la razón.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Mi papá probablemente amó bien y amó mal. Amó, en todo caso, libre. Era meloso, cursi y payaso en la intimidad. Hacía un personaje de gomelo con arete en la lengua, y otro de un niño indefenso que nadie lo quería, salvo Vladimir Putin. Su fama de serio era una fachada. O mejor: era un tipo serio que no se tomaba tan en serio. Ácido y políticamente incorrecto a medida que se hizo más viejo: cada vez más, un jodedor empedernido.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Iba, tengo la certeza, para viejo sabio: toda esa lectura del mundo, esta sabiduría para diagnosticar y pensar lo que nos pasa como colombianos, este análisis que quiso consolidar en noticieros y revistas y al final no lo dejaron: todo eso es mejor cuanto más viejo el analista; más curtido y desapasionado. Analizar, decía, no es lo mismo que opinar o informar: es contemplar el mundo bajo los estándares del sentido común y la razón que nos convocan en democracia. De lo que se trata, como vengo a sostener, el liberalismo.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Quizá siempre fue un viejo sabio. Porque tuvo alma de viejo desde niño. Fue el mentor de sus menores, siempre, empezando por sus cinco hermanos menores, y siguiendo con periodistas, políticos, diplomáticos. Fue mentor, también, de sus mayores: de sus padres, sus jefes, sus gobernantes. Y mentor, por supuesto, mío. Nunca, de verdad, que yo recuerde me dijo o me exigió o siquiera me sugirió que me convirtiera en el liberal-gocetas-periodista-idealista-realista que soy. Y heme acá: elaborando en su nombre, sobre las lecciones de liberalismo que nos deja.

                                                                                                                                Por Daniel Pardo @pardodaniel / Especial para El Espectador

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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