20 de octubre de 2018 - 09:00 p. m.

Iván Duque y la nanodemocracia

Una revisión de los talleres Construyendo País, según el autor, con avances en comparación con los consejos comunitarios de los gobiernos de Álvaro Uribe.

Leonardo Carvajal*

“El ejercicio por parte de Duque no se limita a esos talleres municipales sabatinos, sino que se extiende a casi todos sus demás actos entre semana”, dice el analista Carvajal. / AFP
Foto: AFP - JOAQUIN SARMIENTO
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Con los talleres Construyendo País de la administración Duque se retoma un estilo de gobierno que demostró su éxito durante el octenio Uribe y se emprende de nuevo el ejercicio de una suerte de nanodemocracia, dirigida a generar desarrollo desde la micropolítica municipal y la atención al detalle de las comunidades. El propósito es construir prosperidad armonizando las fuerzas centrípetas del micropoder local con las centrífugas del macropoder nacional, en un flujo en doble carril que va desde la periferia de la vereda hacia el centro de la capital y viceversa, del caserío a la urbe. De esta manera, el desarrollo se construye desde los cimientos de las demandas e inquietudes del individuo, esencia primigenia de la sociedad.

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Por nanodemocracia hacemos referencia a una aproximación que traspasa las gruesas telas de la macropolítica tradicional para observar las fibras de los intereses locales, adentrarse en las minúsculas estructuras de las comunidades municipales, conocer de primera mano las necesidades específicas de los ciudadanos y buscar la hechura de mejores políticas públicas desde y para los escenarios micro del país.

En estos talleres el país ha visto a Duque tomar a mano atenta nota y gobernar con cuaderno y Sharpie. Duque ordena acá, allá y acullá. Como en Girardot: “Ministro, por favor, no se vaya sin darse una pasadita por el hospital y escuchar a médicos y pacientes”. Allí le compró una guitarra eléctrica a un artesano cundinamarqués que expuso su emprendimiento en la feria paralela de economía naranja. El jefe de Estado les exige plazos de cumplimiento a los miembros del gabinete, bajo la premisa de que una fecha hace la diferencia entre un sueño y una realidad. En Amagá instruyó al ministro de Vivienda para que en marzo de 2019 se haga entrega del alcantarillado operativo del municipio. En Filandia se concertó la entrega de una ambulancia para el hospital, de un carro extintor de incendios para los bomberos voluntarios y la adecuación de la Casa de la Cultura para convertirla en un centro Sacúdete. En La Unión definió con la ministra de Transporte la construcción de vías terciarias para que agricultores y microempresarios puedan transportar y comercializar sus productos. En San Jacinto pidió al ministro de Ambiente trabajar en la declaración de María la Baja como el primer distrito para la gestión integral de los recursos naturales, se tomó una selfie con un delegado de las comunidades LGTBI del departamento de Bolívar y le recibió un botón arcoíris de su movimiento. En Villavicencio solicitó a Planeación Nacional que se estudie la factibilidad de un cable turístico y de transporte hasta San Juanito. En Uribia lanzó el proyecto Guajira Azul para llevar el servicio de agua en zonas urbanas de 9 a 16 horas diarias y pasar de una cobertura rural de agua potable del 4 % al 70 %.

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Los talleres Construyendo País se realizarán también allende las fronteras y el primero tuvo lugar en Nueva York el 23 de septiembre, con ocasión de la presencia del presidente Duque en esa ciudad para atender su primera Asamblea General de Naciones Unidas. Estos eventos, que buscan la práctica de la nanodemocracia también en escenarios exteriores, reconocen la importancia de las comunidades colombianas que habitan fuera del país. Más de medio millón de colombianos se encuentran registrados en los 117 consulados del país, si bien se calcula que el total de connacionales en el exterior ronda los siete millones de personas: el 15 % de nuestra población. Las remesas de la diáspora colombiana podrían superar los US$6.000 millones a finales del presente año, el 1,5 % del PIB.

El ejercicio de la nanodemocracia por parte de Duque no se limita a esos talleres municipales sabatinos, sino que se extiende a casi todos sus demás actos entre semana. El mandatario se reúne en un solo día con las cinco cortes para abordar la reforma a la justicia. Preside la mesa técnica para la lucha contra la corrupción, con una amplia y variopinta representación de partidos y movimientos que no se veía desde la Constituyente del 91. En su condición de comandante en jefe de las fuerzas militares, pasa revista a las guarniciones militares y de policía en todas las esquinas del territorio patrio que visita. Come perro caliente en las bombas de gasolina. Hace fila en un teatro público para entrar como cualquier parroquiano a cine con sus hijos. Quiso quedarse a vivir en su apartamento familiar, aunque al final primó el respeto por la tranquilidad de sus vecinos. Nanodemocracia de saco y corbata entre lunes y viernes, nanodemocracia de camisa remangada el fin de semana.

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La politóloga Cristina de la Torre calificó de “neopopulismo” el estilo de gobierno al detal y a domicilio que practicó Uribe durante sus dos gobiernos, y que, con su propia impronta, busca ahora retomar Duque como marca de su administración. Precisamente se afirma que la cercanía de Uribe con la población es no solo la causa que explica su alta popularidad (según Invamer 80 % al final de su segundo mandato, versus Gaviria: 57 %, Samper: 32 %, Pastrana: 20 % y Santos: 35 %), sino también la fuente del efecto teflón que se le atribuye. No obstante, la causalidad podría verse también al revés: el ejercicio de la nanodemocracia podría operar como un búmeran que se retorna y golpea la credibilidad presidencial cuando los plazos se ignoran y los proyectos se incumplen.

Contracara de la crítica del “neopopulismo” sería afirmar que es objetivo de ese estilo presidencial la promoción de una suerte de “neodemocracia” participativa del siglo XXI. Y es que si bien es cierto que los gobernantes más dinámicos e involucrados con los ciudadanos tienen por definición mejores índices de popularidad que los mandatarios más desconectados y alejados de las realidades del cuerpo político que dirigen, también lo es que el buen gobierno implica no solo parecer sino fundamentalmente ser y no solo prometer sino principalmente hacer.

Otra crítica que se hace a estos ejercicios de nanogobierno es que la presencia local del jefe de Estado implica el riesgo de fracturar y relevar a los poderes regionales. El antídoto contra ese peligro es que en los talleres municipales el poder presidencial no se traslape con las funciones de los gobernantes locales, sino que su principal función sea impulsar y empoderar a gobernadores y alcaldes. Que el jefe del Estado opere como socio que apoya y no como juez que señala e incrimina. En esta aproximación, el presidente actúa como un colega de los mandatarios locales en la cocción del desarrollo regional y no como un caníbal nacional y centralista que se engulle sus funciones departamentales y municipales.

Cierto es que no hay política pública perfecta, ni acción del Estado que no comporte algún riesgo; pero en este caso los beneficios que se observan parecen exceder con creces las eventuales contingencias en la práctica de la nanodemocracia. Durante las dos administraciones de Uribe se realizaron 305 consejos comunitarios. Al despuntar el Gobierno Duque, se han llevado a cabo diez talleres construyendo país y superarán los 200 al final de su cuatrienio, en 2022. Predica el adagio anglosajón que el diablo está en los detalles, para significar que en las estructuras micro de una problemática se encuentra la trampa de su no realización, al tiempo que en esos pequeños entramados, que a primera vista parecen irrelevantes, también está la clave de la ejecución de buenas y eficientes políticas públicas.

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En el caso de sus talleres locales, Duque busca combatir los demonios de la ineficiencia y la inercia burocrática presentes en los detalles de las políticas públicas municipales, a la vez de concertar e impulsar desde esas diminutas estructuras de la política de la comarca las soluciones a las más cotidianas preocupaciones de los colombianos que habitan en las periferias de los poderes centrales. Esos ciudadanos marginales que se han acostumbrado y resignado a ver que su futuro se define muchas veces a leguas de distancia, por parte de una tecnocracia paramuna que toma decisiones de cara al cerro de Monserrate y de espaldas a las comunidades locales que conforman ese agregado que llamamos país.

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La búsqueda y construcción de una nanodemocracia intensamente participativa es un objetivo que goza de buena salud en el Gobierno Duque y quizás sea parte del antídoto a ese peligro que Luis Fernando Londoño denomina “agorafobia”, entendida como el temor a la gente cuando se toman decisiones. En los primeros albores de su Gobierno, Duque parece ser un exponente del concepto contrario, la “agorafilia”, o amor por el concurso de los ciudadanos en la construcción del desarrollo y la felicidad de la nación.

*Politólogo, internacionalista. MSc en Políticas Públicas de la Universidad de Oxford.

 

“El ejercicio por parte de Duque no se limita a esos talleres municipales sabatinos, sino que se extiende a casi todos sus demás actos entre semana”, dice el analista Carvajal. / AFP
“El ejercicio por parte de Duque no se limita a esos talleres municipales sabatinos, sino que se extiende a casi todos sus demás actos entre semana”, dice el analista Carvajal. / AFP
Foto: AFP - JOAQUIN SARMIENTO
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Con los talleres Construyendo País de la administración Duque se retoma un estilo de gobierno que demostró su éxito durante el octenio Uribe y se emprende de nuevo el ejercicio de una suerte de nanodemocracia, dirigida a generar desarrollo desde la micropolítica municipal y la atención al detalle de las comunidades. El propósito es construir prosperidad armonizando las fuerzas centrípetas del micropoder local con las centrífugas del macropoder nacional, en un flujo en doble carril que va desde la periferia de la vereda hacia el centro de la capital y viceversa, del caserío a la urbe. De esta manera, el desarrollo se construye desde los cimientos de las demandas e inquietudes del individuo, esencia primigenia de la sociedad.

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En estos talleres el país ha visto a Duque tomar a mano atenta nota y gobernar con cuaderno y Sharpie. Duque ordena acá, allá y acullá. Como en Girardot: “Ministro, por favor, no se vaya sin darse una pasadita por el hospital y escuchar a médicos y pacientes”. Allí le compró una guitarra eléctrica a un artesano cundinamarqués que expuso su emprendimiento en la feria paralela de economía naranja. El jefe de Estado les exige plazos de cumplimiento a los miembros del gabinete, bajo la premisa de que una fecha hace la diferencia entre un sueño y una realidad. En Amagá instruyó al ministro de Vivienda para que en marzo de 2019 se haga entrega del alcantarillado operativo del municipio. En Filandia se concertó la entrega de una ambulancia para el hospital, de un carro extintor de incendios para los bomberos voluntarios y la adecuación de la Casa de la Cultura para convertirla en un centro Sacúdete. En La Unión definió con la ministra de Transporte la construcción de vías terciarias para que agricultores y microempresarios puedan transportar y comercializar sus productos. En San Jacinto pidió al ministro de Ambiente trabajar en la declaración de María la Baja como el primer distrito para la gestión integral de los recursos naturales, se tomó una selfie con un delegado de las comunidades LGTBI del departamento de Bolívar y le recibió un botón arcoíris de su movimiento. En Villavicencio solicitó a Planeación Nacional que se estudie la factibilidad de un cable turístico y de transporte hasta San Juanito. En Uribia lanzó el proyecto Guajira Azul para llevar el servicio de agua en zonas urbanas de 9 a 16 horas diarias y pasar de una cobertura rural de agua potable del 4 % al 70 %.

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El ejercicio de la nanodemocracia por parte de Duque no se limita a esos talleres municipales sabatinos, sino que se extiende a casi todos sus demás actos entre semana. El mandatario se reúne en un solo día con las cinco cortes para abordar la reforma a la justicia. Preside la mesa técnica para la lucha contra la corrupción, con una amplia y variopinta representación de partidos y movimientos que no se veía desde la Constituyente del 91. En su condición de comandante en jefe de las fuerzas militares, pasa revista a las guarniciones militares y de policía en todas las esquinas del territorio patrio que visita. Come perro caliente en las bombas de gasolina. Hace fila en un teatro público para entrar como cualquier parroquiano a cine con sus hijos. Quiso quedarse a vivir en su apartamento familiar, aunque al final primó el respeto por la tranquilidad de sus vecinos. Nanodemocracia de saco y corbata entre lunes y viernes, nanodemocracia de camisa remangada el fin de semana.

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Contracara de la crítica del “neopopulismo” sería afirmar que es objetivo de ese estilo presidencial la promoción de una suerte de “neodemocracia” participativa del siglo XXI. Y es que si bien es cierto que los gobernantes más dinámicos e involucrados con los ciudadanos tienen por definición mejores índices de popularidad que los mandatarios más desconectados y alejados de las realidades del cuerpo político que dirigen, también lo es que el buen gobierno implica no solo parecer sino fundamentalmente ser y no solo prometer sino principalmente hacer.

Otra crítica que se hace a estos ejercicios de nanogobierno es que la presencia local del jefe de Estado implica el riesgo de fracturar y relevar a los poderes regionales. El antídoto contra ese peligro es que en los talleres municipales el poder presidencial no se traslape con las funciones de los gobernantes locales, sino que su principal función sea impulsar y empoderar a gobernadores y alcaldes. Que el jefe del Estado opere como socio que apoya y no como juez que señala e incrimina. En esta aproximación, el presidente actúa como un colega de los mandatarios locales en la cocción del desarrollo regional y no como un caníbal nacional y centralista que se engulle sus funciones departamentales y municipales.

Cierto es que no hay política pública perfecta, ni acción del Estado que no comporte algún riesgo; pero en este caso los beneficios que se observan parecen exceder con creces las eventuales contingencias en la práctica de la nanodemocracia. Durante las dos administraciones de Uribe se realizaron 305 consejos comunitarios. Al despuntar el Gobierno Duque, se han llevado a cabo diez talleres construyendo país y superarán los 200 al final de su cuatrienio, en 2022. Predica el adagio anglosajón que el diablo está en los detalles, para significar que en las estructuras micro de una problemática se encuentra la trampa de su no realización, al tiempo que en esos pequeños entramados, que a primera vista parecen irrelevantes, también está la clave de la ejecución de buenas y eficientes políticas públicas.

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La búsqueda y construcción de una nanodemocracia intensamente participativa es un objetivo que goza de buena salud en el Gobierno Duque y quizás sea parte del antídoto a ese peligro que Luis Fernando Londoño denomina “agorafobia”, entendida como el temor a la gente cuando se toman decisiones. En los primeros albores de su Gobierno, Duque parece ser un exponente del concepto contrario, la “agorafilia”, o amor por el concurso de los ciudadanos en la construcción del desarrollo y la felicidad de la nación.

*Politólogo, internacionalista. MSc en Políticas Públicas de la Universidad de Oxford.

 

Por Leonardo Carvajal*

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