La deshonestidad en Colombia, según Guillermo Cano Isaza
Hoy se cumple el natalicio 99 del insigne director de “El Espectador”, por lo que rescatamos una de sus columnas sobre la corrupción en el país, más vigente que cuando la escribió.
Guillermo Cano Isaza / Especial para El Espectador
Siembra y cosecha
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Siembra y cosecha
(Publicada originalmente en “El Espectador” el 17 de octubre de 1982)
Durante un largo período de tiempo, como quien no quiere la cosa, se fue sembrando la semilla de la deshonestidad a lo largo y a lo ancho, en los cuatro puntos cardinales del territorio de Colombia.
Las pequeñas plantaciones de la deshonestidad fructificaron en el terreno abonado de la indiferencia nacional, de la opinión pública adormecida, y de una autoridad complaciente cuando no cómplice. Y lo que en un principio eran aislados sembradíos de inmoralidad tolerada fueron arrojando nuevas y más refinadas semillas de deshonestidad. Y cuando algún celoso y responsable jardinero quiso cortar con la hoz de la justicia un tallo vigoroso en pleno crecimiento de la mala yerba de la deshonestidad, fue abrupta e injustamente relevado de su alta condición de vigilante insospechable del jardín moral de Colombia.
De entonces a nuestros días hizo cambio la corruptora realidad de que sembrar deshonestidad era negocio altamente reproductivo y que trabajar en la siembra de la honradez era un desastre nacional.
Fue entonces cuando se comenzaron a llenar los cargos públicos con los más deshonestos a cambio de los más honestos, y de los más vivos y no los más capaces, a tal extremo que, como lo estamos viendo hoy, donde se pone el dedo supura la herida, para males de nuestra Colombia amada.
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La gran cosecha de la deshonestidad, la bonanza de la deshonestidad, obviamente la recolectaron, en largos meses de cuidadosas maniobras indelicadas, los cultivadores deshonestos.
Todo mientras el jefe supremo de la autoridad nacional se iba de baile a los compases de «El Polvorete» a lo largo y a lo ancho, por los cuatro puntos cardinales del territorio de la República, para demostrarles, según nos viene a contar ahora, a los viejos decrépitos y a los envidiosos, que él era un consumado bailarín, émulo de Terpsicore.
Entre tanto uno, o unos o varios de sus ministros, inmediatos colaboradores suyos, con conocimiento de causa o con imperdonable desconocimiento de la misma, firmaban contratos y más contratos que hipotecaban la riqueza y el patrimonio nacionales, en términos desventajosísimos para la Patria, sus riquezas naturales, sus derechos inobjetables al ejercicio de su soberanía.
Carbones, cables de televisión, microondas, frecuencias moduladas pasaban por los despachos públicos, al lado de otros muchos compromisos económicos que antes que beneficiar al Estado lo desposeían sin tocar ni manchar a nadie como por entre un tubo, beneficiando enormemente, en cuanto mayor fuera la lesión enorme al tesoro público y a los derechos de la República, a terceras personas, depositarias y usufructuarias milagrosas de la gran bonanza de la deshonestidad cosechada.
Para el gran danzarín presidente nada podrido había en Colombia. O cuando se le demostraba que un grano podrido era fruto evidente de la deshonestidad, no exigía que se sancionara al cultivador deshonesto sino que exigía la renuncia al jardinero que detectó el plantío corrupto y corruptor.
O delegaba en subalternos suyos, de su absoluta confianza, el tratamiento para fumigar la maleza con oportunidad para evitar las malas contaminaciones. Pero el resultado, ciertamente increíble, fue que en vez de fumigar a tiempo y con fungicidas eficaces, la plantación de deshonestidad detectada no solo permanecía sino que se fortalecía. Así ocurrió en la historia de los últimos tres años en el país. Hasta que ocurrió el gran cambio que puso a temblar a los pillos, y los pillos comenzaron a dar, con sus huesos y sus billeteras, a la cárcel. No todos, pero ahí van poco a poco, superpoblando las celdas privilegiadas del DAS, los deshonestos cultivadores de la deshonestidad.
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Pero, a pesar del remezón del segundo semestre de 1982, que está volteando la arepa para que de nuevo sea buen negocio ser honrado y sea mal negocio ser deshonesto, lo cierto es que la enredada maraña de las raíces de la deshonestidad, que produjeron la gran bonanza de los tres últimos años para los más deshonestos y los más vivos, mantiene todavía ocultas muchas de sus más profundas ramificaciones de la plaga.
Hay muchos eslabones perdidos por encontrar antes que se pueda declarar que la deshonestidad ha sido desterrada hasta donde es humanamente posible. Porque es cierto de toda verdad que la inmoralidad, la indelicadeza, el abuso de confianza, la estafa, el aprovechamiento punible de los dineros ajenos, es mala hierba que no muere, como dicen nuestros campesinos. Pero es cierto también, de toda verdad, que a esa plaga nauseabunda se la puede mantener a raya, dominada, delimitada a su expresión más baja, si existe un propósito nacional de erradicarla y no, como sucedió, para pesar de los colombianos, el de abonarla, porque entonces, como ocurrió, ¡nos lleva al diablo…!
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Será tarea, posiblemente superior a la fuerza y a la voluntad humana, desentrañar, desenterrar las raíces todas de la inmoralidad. ¿Qué encontró en su despacho, se preguntan los colombianos, el nuevo superintendente bancario? Ahí, dentro de esas cuatro paredes debe haber mucha tela de dónde cortar. Y que si no se corta hasta su más extrema posibilidad podría, en un futuro, brotar de nuevo de esas raíces el tallo capaz de crecer fuerte, sólido, amenazador y dar frutos de deshonestidad en el medio ambiente adecuado de complacencia y de complicidad.
¿Y qué encontró el nuevo procurador en su despacho? Ahí también, entre esas cuatro paredes, deben reposar historias escalofriantes de la indiferencia de una Procuraduría complaciente y cómplice. ¿Y qué encontró el nuevo presidente de la Comisión de Valores? ¿Y qué encontró el nuevo ministro de Comunicaciones, a más del contrato del cable por televisión, y las adjudicaciones de frecuencias?
¿Y qué encontró el nuevo ministro de Minas, a más de los contratos del carbón? ¿Y qué en la televisión? ¿Y qué en las gobernaciones y en las loterías, en las empresas públicas municipales? ¿Y qué encontraron las nuevas directivas del Senado y de la Cámara? ¿Qué, en fin, encontró la nueva administración decidida a arrasar los cultivos de la deshonestidad? ¿Cuántas cosechas más dejaron sembradas y cuáles estaban ya recolectadas y cuántas por recolectar?
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No nos digamos mentiras. Las plantaciones inmensas de marihuana, de que hablan un día sí y otro también, son «chichiguas» comparadas con los cultivos de la deshonestidad que se sembraron y cosecharon en el inmenso jardín de la administración pública y privada de Colombia, mientras el gran administrador bailaba y bailaba y bailaba estupendamente bien en la larga «pachanga», al cabo de la cual solo queda el gran «guayabo» incurable de no haber hecho nada realmente trascendental e importante, pero, sobre todo, de haber dejado en manos de los deshonestos la labor de plantar la deshonestidad por toda Colombia.
Lo que nos ha venido a dar razón, malhaya la hora, cuando dijimos que él no era, no podía ser, no sería nuestro candidato. Semilla que quisimos sembrar, cultivar y cosechar con patriótico convencimiento y en hora oportuna, pero que cayó en terreno estéril, todo lo contrario de lo que vendría a suceder con las semillas de la deshonestidad que encontraron campo abonado y fértil. ¡Para infortunio de Colombia!