La encrucijada uribista frente a las presidenciales de 2022
El desgaste del gobierno y los daños de la pandemia conforman un escenario político difícil para el uribismo. ¿Podrá recuperar la imagen de cambio siendo poder?
Rodrigo Pardo* /Especial para El Espectador
El Centro Democrático, partido del expresidente Álvaro Uribe, va a repetir en estas elecciones la fórmula con la que hace cuatro años llevó a Iván Duque a la presidencia. El actual mandatario no era entonces una figura conocida —gran parte de su carrera profesional se había desarrollado en el exterior—, pero el apoyo del expresidente Álvaro Uribe y de todos los sectores de la colectividad fueron suficientes para construir el triunfo. Todo indica que esa experiencia, para el uribismo, conduce a la conclusión de que no existe ningún esquema mejor al definir su mapa de ruta para la elección presidencial.
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Por eso, esta semana el Centro Democrático informó que su estrategia para la elección del año entrante será, básicamente, la misma que resultó exitosa hace cuatro años. Una campaña colectiva que tiene como columna vertebral una serie de foros en las regiones del país y unas encuestas que definen cuál de todos los aspirantes es el preferido de los ciudadanos como opción presidencial. Hace cuatro años lo hicieron por etapas, en las que se iban eliminando los aspirantes que ocupaban el último lugar. En esta ocasión está definido que recurrirán al mismo método, con pequeños ajustes para asegurar que sea un proceso interno del partido, con menos interferencias de otras fuerzas.
En otras palabras, que los electores estén depurados. En el listado de candidatos figuran Óscar Iván Zuluaga, Rafael Nieto, María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y Edward Rodríguez. Según la última encuesta de Invamer-Gallup, Zuluaga —quien ya hizo una campaña a la Presidencia— goza del favor del 41 % de los votantes y le siguen, con pequeñas diferencias, Rafael Nieto (12,5 %); María Fernanda Cabal (9,9 %) y Paloma Valencia (9,4 %).
Zuluaga, en consecuencia, es claramente el puntero. Lo beneficia el hecho de haber participado ya en elecciones nacionales —en la primera vuelta del 2014 derrotó a Juan Manuel Santos— y los fallos judiciales que lo exoneraron de los procesos que le había abierto la Fiscalía. Su mayor conocimiento por parte de los ciudadanos y su trayectoria electoral lo convierten en puntero y favorito. El período que resta antes de la escogencia formal del candidato —el 22 de noviembre— es muy corto. Lo más probable es que las tendencias actuales se mantengan.
Pero la campaña no va a ser fácil. Hay varios aspectos que imponen un cuadro más complejo para el Centro Democrático que el de hace cuatro años, cuando obtuvo el triunfo con Iván Duque. Para comenzar, el ambiente político nacional. Después de una pandemia penosa (o aún peor, en medio de ella), la opinión pública es exigente y pesimista, y típicamente bajo esas circunstancias de crisis pide cambio y no continuidad. A quien resulte abanderado del Centro Democrático le corresponderá la defensa del mandatario con peor registro en las encuestas que se recuerde. Un 67,6 % desaprueba la gestión del presidente Duque y solo un 29,3 % la aprueba. Según el mismo estudio, un enfrentamiento entre Gustavo Petro y Óscar Iván Zuluaga daría como triunfador al primero, por un margen de 65,6 a 29,2 %. Los votantes quieren cambio.
La otra dificultad que enfrentará el representante del uribismo en la campaña es que, después de los últimos años tumultuosos, la unidad va a ser más difícil de tejer. La competencia entre los precandidatos presidenciales se avecina dura y agria. En particular, con María Fernanda Cabal, a quien apoya un 9,9 % de los encuestados por Invamer, quien ha demostrado un talante combativo que, seguramente, para sus asesores ha resultado positivo. Pero que a la vez les ha generado resistencias dentro de su partido. Todo indica, en fin, que el debate de este año será más duro que el de hace cuatro años.
Y cualquiera que resulte elegido defenderá al jefe natural de la colectividad, Álvaro Uribe, en su momento más difícil. El expresidente ya no suma lo que agregaba antes, cuando ejercía como gran líder en todas las listas de popularidad. Incluso a un caudillo carismático como él, el desgaste de los años en el poder y en la lucha y las inclemencias de la pandemia lo han golpeado: en la última encuesta tiene 59,8 % de imagen desfavorable y 36,4 % de percepción favorable, algo nunca visto. En el momento del arranque de la campaña, en consecuencia, el panorama no luce fácil para nadie en las toldas del Centro Democrático.
De ahí que en el seno del uribismo se contempla una alianza con sectores afines. Vale decir, una coalición con sectores políticos como Cambio Radical, exalcaldes como Enrique Peñalosa y otros exfuncionarios y organizaciones que se identifican con el centro y la derecha. Si algo está claro es que las realidades políticas están alteradas por el efecto sobre la opinión pública de una pandemia sin antecedentes y, por consiguiente, desconocida y temida por los ciudadanos. Saber interpretar el sentimiento de los votantes, y llegarles con una propuesta para la crisis no va a ser fácil, pero va a ser la clave. Y un escenario así suele ser más favorable para quienes están identificados con el cambio que a quienes representan continuidad.
Y ese es, en fin, el gran desafío del Centro Democrático. Recuperar la confianza que siempre tuvo como vehículo de cambio. A la larga, los temas claves del debate no han cambiado. El desempleo, la inseguridad en las calles y la corrupción son hoy, como ayer, los asuntos que ocupan la preocupación ciudadana. La competencia es por la credibilidad como opción de gobierno para combatirlos. Al Centro Democrático, que es poder, le corresponde ganar credibilidad como factor de cambio, en momentos en que es poder.
*Periodista y exministro.
El Centro Democrático, partido del expresidente Álvaro Uribe, va a repetir en estas elecciones la fórmula con la que hace cuatro años llevó a Iván Duque a la presidencia. El actual mandatario no era entonces una figura conocida —gran parte de su carrera profesional se había desarrollado en el exterior—, pero el apoyo del expresidente Álvaro Uribe y de todos los sectores de la colectividad fueron suficientes para construir el triunfo. Todo indica que esa experiencia, para el uribismo, conduce a la conclusión de que no existe ningún esquema mejor al definir su mapa de ruta para la elección presidencial.
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Por eso, esta semana el Centro Democrático informó que su estrategia para la elección del año entrante será, básicamente, la misma que resultó exitosa hace cuatro años. Una campaña colectiva que tiene como columna vertebral una serie de foros en las regiones del país y unas encuestas que definen cuál de todos los aspirantes es el preferido de los ciudadanos como opción presidencial. Hace cuatro años lo hicieron por etapas, en las que se iban eliminando los aspirantes que ocupaban el último lugar. En esta ocasión está definido que recurrirán al mismo método, con pequeños ajustes para asegurar que sea un proceso interno del partido, con menos interferencias de otras fuerzas.
En otras palabras, que los electores estén depurados. En el listado de candidatos figuran Óscar Iván Zuluaga, Rafael Nieto, María Fernanda Cabal, Paloma Valencia y Edward Rodríguez. Según la última encuesta de Invamer-Gallup, Zuluaga —quien ya hizo una campaña a la Presidencia— goza del favor del 41 % de los votantes y le siguen, con pequeñas diferencias, Rafael Nieto (12,5 %); María Fernanda Cabal (9,9 %) y Paloma Valencia (9,4 %).
Zuluaga, en consecuencia, es claramente el puntero. Lo beneficia el hecho de haber participado ya en elecciones nacionales —en la primera vuelta del 2014 derrotó a Juan Manuel Santos— y los fallos judiciales que lo exoneraron de los procesos que le había abierto la Fiscalía. Su mayor conocimiento por parte de los ciudadanos y su trayectoria electoral lo convierten en puntero y favorito. El período que resta antes de la escogencia formal del candidato —el 22 de noviembre— es muy corto. Lo más probable es que las tendencias actuales se mantengan.
Pero la campaña no va a ser fácil. Hay varios aspectos que imponen un cuadro más complejo para el Centro Democrático que el de hace cuatro años, cuando obtuvo el triunfo con Iván Duque. Para comenzar, el ambiente político nacional. Después de una pandemia penosa (o aún peor, en medio de ella), la opinión pública es exigente y pesimista, y típicamente bajo esas circunstancias de crisis pide cambio y no continuidad. A quien resulte abanderado del Centro Democrático le corresponderá la defensa del mandatario con peor registro en las encuestas que se recuerde. Un 67,6 % desaprueba la gestión del presidente Duque y solo un 29,3 % la aprueba. Según el mismo estudio, un enfrentamiento entre Gustavo Petro y Óscar Iván Zuluaga daría como triunfador al primero, por un margen de 65,6 a 29,2 %. Los votantes quieren cambio.
La otra dificultad que enfrentará el representante del uribismo en la campaña es que, después de los últimos años tumultuosos, la unidad va a ser más difícil de tejer. La competencia entre los precandidatos presidenciales se avecina dura y agria. En particular, con María Fernanda Cabal, a quien apoya un 9,9 % de los encuestados por Invamer, quien ha demostrado un talante combativo que, seguramente, para sus asesores ha resultado positivo. Pero que a la vez les ha generado resistencias dentro de su partido. Todo indica, en fin, que el debate de este año será más duro que el de hace cuatro años.
Y cualquiera que resulte elegido defenderá al jefe natural de la colectividad, Álvaro Uribe, en su momento más difícil. El expresidente ya no suma lo que agregaba antes, cuando ejercía como gran líder en todas las listas de popularidad. Incluso a un caudillo carismático como él, el desgaste de los años en el poder y en la lucha y las inclemencias de la pandemia lo han golpeado: en la última encuesta tiene 59,8 % de imagen desfavorable y 36,4 % de percepción favorable, algo nunca visto. En el momento del arranque de la campaña, en consecuencia, el panorama no luce fácil para nadie en las toldas del Centro Democrático.
De ahí que en el seno del uribismo se contempla una alianza con sectores afines. Vale decir, una coalición con sectores políticos como Cambio Radical, exalcaldes como Enrique Peñalosa y otros exfuncionarios y organizaciones que se identifican con el centro y la derecha. Si algo está claro es que las realidades políticas están alteradas por el efecto sobre la opinión pública de una pandemia sin antecedentes y, por consiguiente, desconocida y temida por los ciudadanos. Saber interpretar el sentimiento de los votantes, y llegarles con una propuesta para la crisis no va a ser fácil, pero va a ser la clave. Y un escenario así suele ser más favorable para quienes están identificados con el cambio que a quienes representan continuidad.
Y ese es, en fin, el gran desafío del Centro Democrático. Recuperar la confianza que siempre tuvo como vehículo de cambio. A la larga, los temas claves del debate no han cambiado. El desempleo, la inseguridad en las calles y la corrupción son hoy, como ayer, los asuntos que ocupan la preocupación ciudadana. La competencia es por la credibilidad como opción de gobierno para combatirlos. Al Centro Democrático, que es poder, le corresponde ganar credibilidad como factor de cambio, en momentos en que es poder.
*Periodista y exministro.