“La estabilidad democrática me preocupa”: Cecilia Orozco Tascón
Ganadora esta semana del Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar a Vida y Obra, la directora de Noticias Uno y columnista de El Espectador habla en esta entrevista de los peligros que enfrentan su profesión y la sociedad colombiana.
Nelson Fredy Padilla
¿Qué significa recibir un premio a vida y obra “por ejercer un periodismo fiscalizador que fortalece la democracia, por hacer de la libertad de pensamiento una práctica cotidiana, por luchar para defender la independencia editorial que le permite revelar lo que el poder quiere silenciar y por su persistencia ejemplar para no callarse ni censurarse, siempre desde la intención de un periodismo ético y riguroso”?
Significa mucho, yo creo que para la mayoría, no sé los reporteros más jóvenes, pero sí para la mayoría de quienes hemos trabajado muchísimos años en periodismo, siempre pensando en que lo hacemos de manera absolutamente ética, profesional e independiente. Los Premios Simón Bolívar se han convertido en una meta. Es una prueba de que la profesión se ejerció de manera correcta. Es como una especie de doctorado en moral. (Recomendamos: Videoentrevista de Nelson Fredy Padilla al jurista Rodrigo Uprimny sobre su enfrentamiento con Álvaro Uribe).
El discurso de aceptación fue muy fuerte por la advertencia de la crisis de credibilidad que enfrenta el periodismo. ¿Cómo afrontar ese reto en un momento en el que priman las noticias falsas, el sensacionalismo y el afán de informar sin profundidad?
Ahora tenemos unas influencias que hasta hace poco no eran tan fuertes, entre otras el nuevo mundo de la era digital, pero adicionalmente la inteligencia artificial que está marcando muchas pautas, más allá de la forma en el fondo. Eso me preocupa mucho porque no está interviniendo el raciocinio humano, a lo que estábamos acostumbrados, que era el debate interno en los medios de comunicación, y estamos dejándonos llevar casi que automáticamente por lo que dicta la IA, el algoritmo; debe usar estas palabras, debe usar el titular de tal manera, debe eliminar tales detalles, no se extienda. No le dicen vuélvase amarillista, pero el efecto es que cuanto más amarillista sea más audiencias hay y más usuarios únicos, que es lo que están buscando los medios. Me preocupa mucho porque estamos abandonado el fondo y, sobre todo, estamos abandonando los principios, los rigores del periodismo en materia de equilibrio, investigación, seriedad, contrastes. Por eso pienso que estamos en una crisis bien profunda.
¿Cómo evitar llegar a esa irracionalidad que puede imponer la IA?
Desde luego hay que acostumbrarse a vivir con ella, ni más faltaba. Además, la inteligencia artificial también nos trae muchos beneficios, muchas facilidades que antes no teníamos. Hay tareas de las que no tenemos que ocuparnos porque son mecánicas, pero hay otras cosas que no podemos abandonar. O sea, las máquinas, los cerebros computarizados no pueden ordenarnos cómo entender a una sociedad ni la parte filosófica de la vida, principios como la verdad, la imparcialidad, la independencia no van a aparecer por obra de la IA, nos toca intervenir. Entonces lo que yo digo es: asumamos la IA con sus beneficios, pero repensemos lo que nos está imponiendo porque está afectando la calidad del periodismo.
Otro factor del discurso fue la pérdida de la confianza de los ciudadanos en los medios de comunicación. La encuesta Edelman 2023 sobre credibilidad en las instituciones del país, muestra que apenas el 34% de los periodistas y el 38% de los medios cuentan con la confianza de sus audiencias. En la encuesta Invamer, el 53% no cree que seamos fuentes confiables de información. ¿Qué hacer?
Nunca nos había pasado eso. Llevo varias décadas en el ejercicio profesional y siempre los medios de comunicación eran referente para medir a la sociedad en materia de libertad de información e, incluso, en la toma de decisiones. Había medios como El Espectador que influían en las decisiones políticas y sociales de Colombia. Hoy no. Estamos en la parte de abajo del esquema de credibilidad y prestigio. La credibilidad curiosamente se está desplazando hacia los nuevos medios, pequeños, y mucha de esa credibilidad hacia las redes sociales, que son portadoras en muchos casos de noticias falsas. Fíjate, Nelson, el problema en que está la sociedad. No sabe a quién creerle y le está creyendo a quien no debería.
Creo que el mayor patrimonio de un periodista es su buen nombre, como nos enseñó en la Fundación Gabo el maestro argentino Tomás Eloy Martínez, y eso significa nunca fallarles a los ciudadanos que esperan ser bien informados. Eso se construye con muchos años de ejercicio profesional, que es lo que tú representas. ¿Cómo trabajas eso con tus periodistas, para que no piensen en la fama inmediata, en la popularidad efímera de las redes sociales, sino en el respeto que se construye con el ejercicio perseverante del periodismo?
Es que nos ha atacado otro mal. Claro que siempre ha existido y ahora es superlativo: la creencia de que los periodistas somos estrellas, que debemos ser estrellas en el firmamento de los medios y la publicidad. Nosotros no somos estrellas, somos mensajeros. No quiero hacer peyorativo el término “mensajero”, pero sí quiero decir que nosotros reportamos —de ahí viene la palabra “reportero”— lo que está ocurriendo, llamamos la atención sobre lo que está mal, aplaudimos lo que está bien. Somos controladores del poder y eso se está perdiendo en las redes. Entonces a mis periodistas les digo que el primer principio para mantener el buen nombre, del que tú hablas, es dudar de todas las fuentes incluyendo a las más confiables, dudar de su interés en que nosotros publiquemos algo. Arrancamos por dudas, empezamos a reinvestigar lo que nos contaron y, hasta no estar seguros, tener calma. A veces me hacen el reclamo de que nos chiviaron —como decimos en nuestro medio— una noticia que teníamos y sale primero en otro medio, pero prefiero eso a perder el buen nombre y la credibilidad.
Aparte de cuestionar, algo vital en tu carrera ha sido denunciar. ¿Cómo mantener esa filosofía profesional durante tanto tiempo sin agobiarse?
Sí me agobio, ja ja ja, pero como es la función esencial de los periodistas, pues me mantengo a pesar de que me ha costado soledad, perder amigos, en muchos casos perder fuentes, simplemente porque no digo lo que ellas quieren que diga. Mis gerentes no me quieren mucho porque les hago perder, a veces, publicidad, pero hoy, viendo hacia atrás, no me arrepiento, me siento bien porque creo que hice lo correcto.
¿Por qué hablas de soledad?
Soledad en el sentido de que no hay muchos defensores del oficio como yo lo ejerzo, en el sentido de que me aprecia la gente, me quiere, pero prefiere mantenerse lejos para no contaminarse conmigo. A mis fuentes, por ejemplo, no les gusta que los vean junto a mí. Entonces me toca buscar sitios reservados, porque temen que estar conmigo de alguna manera los va a acusar de que fueron ellos los que me dijeron. Es duro, pero también tengo que decir que tiene recompensas, como el premio.
Eso empezó cuando eras una reportera judicial que empezaba turno en la madrugada. ¿Ahí formaste ese rigor profesional, refundido en el periodismo de hoy de muchos otros comunicadores?
Así es. Fue duro. Yo estaba muy pequeñita en la vida, era practicante y quise meterme al oficio rápido. Yo venía de la Universidad Javeriana y era de las primeras mujeres graduadas en periodismo. Todavía hay problemas con eso, pero hoy está mal visto hacer diferenciación de género. En aquel momento me tocaba batirme como un guerrero y mi primer jefe, para probarme, me puso a hacer turno desde las cuatro de la mañana. Me mandaba a las estaciones de Policía, al anfiteatro y a lo peor para ver si yo resistía. Yo me aguanté, llegaba a mi casa a llorar, muy angustiada de mi profesión, pero hoy pienso que fue un buen comienzo, me fortaleció y me dio la certeza de que lo que yo quería ser era periodista y punto.
Así se adquiere templanza, pero es mucho más complejo entender qué es la independencia editorial de un periodista y mantenerla vigente toda tu vida. ¿Cómo lograste eso?
Es verdad. También porque el prestigio se va ganando poco a poco y el nombre que va adquiriendo un periodista y un medio va fortaleciendo ciertas posiciones. En el caso de Noticias Uno, donde fui nombrada directora por un año y ya voy en doce, es un medio relativamente pequeño, pero es muy conocido en el país y el mayor tesoro que tiene, y que lo sostiene de manera muy difícil, por su independencia precisamente, es la credibilidad, así como la de El Espectador. Eso no es de la noche a la mañana, es un proceso muy largo y uno tiene que probarlo continuamente. Yo no podría hacer otro tipo de periodismo, que no fuera de manera independiente y honesta. Pueda que me equivoque, en cuyo caso estoy dispuesta a rectificar, pero no estoy dispuesta a cambiar mi estilo de hacer periodismo.
¿Por qué te especializaste en temas políticos?
Me gustaba porque era una forma de control del poder. Entonces estudié Ciencia Política, también en la Javeriana y, una vez encontré esa veta, me di cuenta de que los políticos tienen mucho que investigarles. Así que me gustó mucho y al mismo tiempo fui virando hacia las investigaciones judiciales con las cortes, los jueces y la rama judicial, que era un poco intocable.
Revisé muchas de tus columnas y en los últimos diez años en El Espectador la mayoría han sido sobre la corrupción de la justicia con nombres propios, sean procuradores, fiscales o magistrados. ¿Cómo surgió esta otra especialidad?
Fue más por un caso que me encontré por casualidad sobre un magistrado que estaba visitando en la cárcel a un militar a punto de ser condenado y le estaba ofreciendo beneficios penales a cambio de beneficios para él. Por fortuna, pude probarlo porque conseguí un par de audios y cuando publiqué eso el magistrado terminó fuera de la rama y desde entonces me empezaron a llegar muchas informaciones sobre corrupción judicial en todos los niveles, así que me fui involucrando con el tema y, por ejemplo, fui de las periodistas que más seguimiento le hizo al caso del magistrado Pretelt, al caso del magistrado Bustos y al llamado “cartel de la toga”. Espero que eso se esté corrigiendo, pero nosotros siempre estamos vigilantes.
También te reconocen como entrevistadora dominical de El Espectador (por eso nos conocemos desde hace más de diez años), porque haces a los poderosos las preguntas que la gente quisiera hacerles. ¿Esa disciplina pudo empezar con aquella entrevista que le hiciste al director de este diario, don Guillermo Cano, un día antes de ser asesinado por orden de narcotraficantes?
Esa entrevista definitivamente me marcó. Entonces fui contratada por el CPB con motivo de su premio de periodismo y uno de los íconos era don Guillermo y lo entrevisté para un programa que se emitía durante la premiación. Él no era fácil de entrevistar porque era introvertido, tímido más bien, aunque muy fuerte en sus posiciones. No era de los que les gustaba estar haciéndose publicidad, así que yo le rogué unos 20 días para que me recibiera hasta que al fin aceptó. Me recibió como a las siete de la noche, hicimos la entrevista, me dijo una frase tremenda: “Yo salgo de aquí y no sé lo que me pueda pasar”. Salió conmigo esa noche, cada uno en su carro, dimos al tiempo la vuelta frente a las instalaciones de El Espectador en la avenida 68 y al otro día a la misma hora, en el mismo giro, lo mataron. Eso para mí fue tremendo. Yo ya tenía una cierta experiencia, pero me marcó porque él se convirtió en un norte para mí. Si él murió por defender sus ideas uno por qué va a traicionarlo.
Defines a esas personas poderosas y peligrosas de Colombia como “los intocables” y ellos te han amenazado. ¿Sigues amenazada?
Pues siempre tengo que estar protegida, lastimosamente, porque los esquemas de seguridad limitan mucho la vida de uno. Tengo que decir que el Estado me ha protegido, incluyendo gobiernos que no me quieren mucho, pero sí he tenido unos tres o cuatro enviones cuyo origen nunca he conocido porque, a pesar de que ha habido las investigaciones, pues nunca llegan al fondo. La última vez hubo un seguimiento a las diez de la noche un lunes festivo y a esa hora la ciudad está muy sola. Durante unas 20 o 30 cuadras nos siguió un carro mortuorio de una funeraria. Alcancé a llamar a la Policía, llegaron, lo detuvieron y le preguntaron al conductor por qué nos estaba siguiendo y el personaje dijo: “A mí me dijeron que siguiera el carro para ir a recoger un muerto”. Y venía con ataúd y todo. Eso me puso los pelos de punta. Yo trato de no ponerle tanta atención a las amenazas, me cuido, soy prudente, pero no me dejo atemorizar tampoco porque no podría ejercer mi profesión. Pero es inquietante.
Una vez me contaste que en la época de los grandes carteles del narcotráfico, uno de los capos del de Cali te llamó a amenazarte. ¿Cómo fue?
Me hicieron una llamada al noticiero donde yo trabajaba, mi secretaria me dijo que era uno de los Rodríguez Orejuela, no quiero mencionar cuál, pero en ese momento estaban en plena actividad, tenían un control tremendo de Cali y yo soy de Cali y mi familia es caleña. Pensé que era uno de mis amigos haciéndome un chiste en plena guerra del narcotráfico, pasé al teléfono y reconocí de inmediato la voz del tipo. Me dijo yo soy fulano Rodríguez Orejuela, la estoy llamando porque quiero decirle que si usted en su noticiero vuelve a mencionar a mi familia —en aquel momento esa familia estaba siendo involucrada en investigaciones—, yo me voy a meter con la suya que está en Cali. Fue aterrador.
Y también has sufrido persecución judicial. ¿En este momento tienes demandas de poderosos que no quieren que digas verdades?
He logrado sortear con éxito esas demandas y denuncias, aunque me han hecho varias muy fuertes. Eso me desgasta mucho y me quita mucho tiempo, porque hay que ponerles atención. El objetivo es quitarle a uno tiempo, paciencia y serenidad porque te angustias mucho. He logrado salir de todas menos de una que está pendiente, es una persona muy poderosa y me tiene una denuncia penal en la Fiscalía, una Fiscalía dirigida por una persona que no podría ser imparcial conmigo. No ha avanzado, pero de vez en cuando me hacen un tironcito, como recordándome que eso está pendiente. Vamos a ver.
Dijiste en el discurso que el Gobierno Nacional de ahora ha significado un cambio en todo sentido, lo que es un nuevo reto para que el periodismo ejerza su poder fiscalizador. Explica esa opinión.
Parte de la crisis del periodismo es que estamos enfrentando las críticas en este caso al Gobierno presente, sin que se trate de que un periodista o un medio lo califique de bueno, regular o malo; no se trata de eso porque la independencia implica poder criticar a los gobiernos, pero no lo estamos haciendo por las pasiones que despierta este Gobierno, que es distinto y no quiero calificarlo como bueno o malo. Es diferente a los anteriores porque las personas que están en el poder Ejecutivo son diferentes del poder tradicional, porque va en contravía de muchas de las directrices de lo tradicional e institucional. Este es un Gobierno que está proponiendo cambios que no sé si sean realizables, pero por lo pronto sí nos sacude como sociedad. A ti te sacude que te cambien el sistema de salud, el pensional, el educativo. Entonces, están moviendo ciertas estructuras que eran inamovibles y nosotros como periodistas tenemos el reto de interpretar lo que está pasando, porque es novedoso, sin odiarlo ni amarlo. No estamos interpretando los cambios para que la gente entienda, estamos es diciendo guerrillero, terrorista o superhéroe. Son calificativos sin fondo. A eso me refiero con la crisis, porque estamos abandonado la investigación seria, la argumentación que te lleva a una conclusión y estamos es dedicándonos a insultar o a amar u odiar, y la gente nos va siguiendo y ama u odia pero no analiza.
Entiendo que no debemos dejarnos atrapar por ese ambiente de polarización y de intolerancia terrible. Venimos de gobiernos del uribismo, ahora es el petrismo. ¿Este país va rumbo a más violencia o aparecerá una opción de centro?
Estamos en un momento tan crítico y los medios no estamos ayudando, la oposición tampoco, porque no está haciendo unos debates elevados, está en el mismo plan con unos personajes que francamente no tienen mucha instrucción ni cultura política, y en vez de hacer una crítica sólida en un debate en el Congreso salen y queman un muñeco. Polarización y más polarización. Yo tengo temor de que terminemos en una crisis política o en una crisis institucional, porque todos estamos como conduciendo el carro hacia allá. Me preocupa mucho y no estoy segura de lo que vaya a pasar en los próximos dos años. La estabilidad democrática me preocupa.
Uno de tus libros se titula “¿Y ahora qué? Futuro de la guerra y la paz en Colombia”. ¿Qué nuevo libro te imaginas escribiendo?
El futuro de la guerra y la paz también, ja ja ja. Estamos en lo mismo. El libro que citas lo escribí cuando iba a empezar el primer gobierno de Álvaro Uribe, o sea 2002. En ese momento pude hablar con todos los personajes de los extremos más extremos. Yo pensé que de esa polarización entre extrema derecha y extrema izquierda iba a salir algo bueno, pero no hemos avanzado mucho. Hay otros personajes, algunos actores siguen siendo los mismos y siento que estamos como en un círculo vicioso de odios. No estamos siendo grandes, grandes en generosidad. Cada vez estamos reconcentrando los odios. No veo a una Colombia inteligente.
Estén los extremos que estén en el gobierno, lo importante es que los ciudadanos sean defendidos por un periodismo ejemplar. ¿Cierto?
De acuerdo. Yo creo que el periodismo puede ser un faro que, de alguna manera, sea moderador entre las tendencias porque pueda ser crítico tanto con un sector de la sociedad como con el otro. Que no sea tolerante con ciertas actitudes, que ante la violencia no tolere así sea mi amigo o mi enemigo. Si el periodismo se pone en su raya podría reconducir un poco las cosas.
¿Qué significa recibir un premio a vida y obra “por ejercer un periodismo fiscalizador que fortalece la democracia, por hacer de la libertad de pensamiento una práctica cotidiana, por luchar para defender la independencia editorial que le permite revelar lo que el poder quiere silenciar y por su persistencia ejemplar para no callarse ni censurarse, siempre desde la intención de un periodismo ético y riguroso”?
Significa mucho, yo creo que para la mayoría, no sé los reporteros más jóvenes, pero sí para la mayoría de quienes hemos trabajado muchísimos años en periodismo, siempre pensando en que lo hacemos de manera absolutamente ética, profesional e independiente. Los Premios Simón Bolívar se han convertido en una meta. Es una prueba de que la profesión se ejerció de manera correcta. Es como una especie de doctorado en moral. (Recomendamos: Videoentrevista de Nelson Fredy Padilla al jurista Rodrigo Uprimny sobre su enfrentamiento con Álvaro Uribe).
El discurso de aceptación fue muy fuerte por la advertencia de la crisis de credibilidad que enfrenta el periodismo. ¿Cómo afrontar ese reto en un momento en el que priman las noticias falsas, el sensacionalismo y el afán de informar sin profundidad?
Ahora tenemos unas influencias que hasta hace poco no eran tan fuertes, entre otras el nuevo mundo de la era digital, pero adicionalmente la inteligencia artificial que está marcando muchas pautas, más allá de la forma en el fondo. Eso me preocupa mucho porque no está interviniendo el raciocinio humano, a lo que estábamos acostumbrados, que era el debate interno en los medios de comunicación, y estamos dejándonos llevar casi que automáticamente por lo que dicta la IA, el algoritmo; debe usar estas palabras, debe usar el titular de tal manera, debe eliminar tales detalles, no se extienda. No le dicen vuélvase amarillista, pero el efecto es que cuanto más amarillista sea más audiencias hay y más usuarios únicos, que es lo que están buscando los medios. Me preocupa mucho porque estamos abandonado el fondo y, sobre todo, estamos abandonando los principios, los rigores del periodismo en materia de equilibrio, investigación, seriedad, contrastes. Por eso pienso que estamos en una crisis bien profunda.
¿Cómo evitar llegar a esa irracionalidad que puede imponer la IA?
Desde luego hay que acostumbrarse a vivir con ella, ni más faltaba. Además, la inteligencia artificial también nos trae muchos beneficios, muchas facilidades que antes no teníamos. Hay tareas de las que no tenemos que ocuparnos porque son mecánicas, pero hay otras cosas que no podemos abandonar. O sea, las máquinas, los cerebros computarizados no pueden ordenarnos cómo entender a una sociedad ni la parte filosófica de la vida, principios como la verdad, la imparcialidad, la independencia no van a aparecer por obra de la IA, nos toca intervenir. Entonces lo que yo digo es: asumamos la IA con sus beneficios, pero repensemos lo que nos está imponiendo porque está afectando la calidad del periodismo.
Otro factor del discurso fue la pérdida de la confianza de los ciudadanos en los medios de comunicación. La encuesta Edelman 2023 sobre credibilidad en las instituciones del país, muestra que apenas el 34% de los periodistas y el 38% de los medios cuentan con la confianza de sus audiencias. En la encuesta Invamer, el 53% no cree que seamos fuentes confiables de información. ¿Qué hacer?
Nunca nos había pasado eso. Llevo varias décadas en el ejercicio profesional y siempre los medios de comunicación eran referente para medir a la sociedad en materia de libertad de información e, incluso, en la toma de decisiones. Había medios como El Espectador que influían en las decisiones políticas y sociales de Colombia. Hoy no. Estamos en la parte de abajo del esquema de credibilidad y prestigio. La credibilidad curiosamente se está desplazando hacia los nuevos medios, pequeños, y mucha de esa credibilidad hacia las redes sociales, que son portadoras en muchos casos de noticias falsas. Fíjate, Nelson, el problema en que está la sociedad. No sabe a quién creerle y le está creyendo a quien no debería.
Creo que el mayor patrimonio de un periodista es su buen nombre, como nos enseñó en la Fundación Gabo el maestro argentino Tomás Eloy Martínez, y eso significa nunca fallarles a los ciudadanos que esperan ser bien informados. Eso se construye con muchos años de ejercicio profesional, que es lo que tú representas. ¿Cómo trabajas eso con tus periodistas, para que no piensen en la fama inmediata, en la popularidad efímera de las redes sociales, sino en el respeto que se construye con el ejercicio perseverante del periodismo?
Es que nos ha atacado otro mal. Claro que siempre ha existido y ahora es superlativo: la creencia de que los periodistas somos estrellas, que debemos ser estrellas en el firmamento de los medios y la publicidad. Nosotros no somos estrellas, somos mensajeros. No quiero hacer peyorativo el término “mensajero”, pero sí quiero decir que nosotros reportamos —de ahí viene la palabra “reportero”— lo que está ocurriendo, llamamos la atención sobre lo que está mal, aplaudimos lo que está bien. Somos controladores del poder y eso se está perdiendo en las redes. Entonces a mis periodistas les digo que el primer principio para mantener el buen nombre, del que tú hablas, es dudar de todas las fuentes incluyendo a las más confiables, dudar de su interés en que nosotros publiquemos algo. Arrancamos por dudas, empezamos a reinvestigar lo que nos contaron y, hasta no estar seguros, tener calma. A veces me hacen el reclamo de que nos chiviaron —como decimos en nuestro medio— una noticia que teníamos y sale primero en otro medio, pero prefiero eso a perder el buen nombre y la credibilidad.
Aparte de cuestionar, algo vital en tu carrera ha sido denunciar. ¿Cómo mantener esa filosofía profesional durante tanto tiempo sin agobiarse?
Sí me agobio, ja ja ja, pero como es la función esencial de los periodistas, pues me mantengo a pesar de que me ha costado soledad, perder amigos, en muchos casos perder fuentes, simplemente porque no digo lo que ellas quieren que diga. Mis gerentes no me quieren mucho porque les hago perder, a veces, publicidad, pero hoy, viendo hacia atrás, no me arrepiento, me siento bien porque creo que hice lo correcto.
¿Por qué hablas de soledad?
Soledad en el sentido de que no hay muchos defensores del oficio como yo lo ejerzo, en el sentido de que me aprecia la gente, me quiere, pero prefiere mantenerse lejos para no contaminarse conmigo. A mis fuentes, por ejemplo, no les gusta que los vean junto a mí. Entonces me toca buscar sitios reservados, porque temen que estar conmigo de alguna manera los va a acusar de que fueron ellos los que me dijeron. Es duro, pero también tengo que decir que tiene recompensas, como el premio.
Eso empezó cuando eras una reportera judicial que empezaba turno en la madrugada. ¿Ahí formaste ese rigor profesional, refundido en el periodismo de hoy de muchos otros comunicadores?
Así es. Fue duro. Yo estaba muy pequeñita en la vida, era practicante y quise meterme al oficio rápido. Yo venía de la Universidad Javeriana y era de las primeras mujeres graduadas en periodismo. Todavía hay problemas con eso, pero hoy está mal visto hacer diferenciación de género. En aquel momento me tocaba batirme como un guerrero y mi primer jefe, para probarme, me puso a hacer turno desde las cuatro de la mañana. Me mandaba a las estaciones de Policía, al anfiteatro y a lo peor para ver si yo resistía. Yo me aguanté, llegaba a mi casa a llorar, muy angustiada de mi profesión, pero hoy pienso que fue un buen comienzo, me fortaleció y me dio la certeza de que lo que yo quería ser era periodista y punto.
Así se adquiere templanza, pero es mucho más complejo entender qué es la independencia editorial de un periodista y mantenerla vigente toda tu vida. ¿Cómo lograste eso?
Es verdad. También porque el prestigio se va ganando poco a poco y el nombre que va adquiriendo un periodista y un medio va fortaleciendo ciertas posiciones. En el caso de Noticias Uno, donde fui nombrada directora por un año y ya voy en doce, es un medio relativamente pequeño, pero es muy conocido en el país y el mayor tesoro que tiene, y que lo sostiene de manera muy difícil, por su independencia precisamente, es la credibilidad, así como la de El Espectador. Eso no es de la noche a la mañana, es un proceso muy largo y uno tiene que probarlo continuamente. Yo no podría hacer otro tipo de periodismo, que no fuera de manera independiente y honesta. Pueda que me equivoque, en cuyo caso estoy dispuesta a rectificar, pero no estoy dispuesta a cambiar mi estilo de hacer periodismo.
¿Por qué te especializaste en temas políticos?
Me gustaba porque era una forma de control del poder. Entonces estudié Ciencia Política, también en la Javeriana y, una vez encontré esa veta, me di cuenta de que los políticos tienen mucho que investigarles. Así que me gustó mucho y al mismo tiempo fui virando hacia las investigaciones judiciales con las cortes, los jueces y la rama judicial, que era un poco intocable.
Revisé muchas de tus columnas y en los últimos diez años en El Espectador la mayoría han sido sobre la corrupción de la justicia con nombres propios, sean procuradores, fiscales o magistrados. ¿Cómo surgió esta otra especialidad?
Fue más por un caso que me encontré por casualidad sobre un magistrado que estaba visitando en la cárcel a un militar a punto de ser condenado y le estaba ofreciendo beneficios penales a cambio de beneficios para él. Por fortuna, pude probarlo porque conseguí un par de audios y cuando publiqué eso el magistrado terminó fuera de la rama y desde entonces me empezaron a llegar muchas informaciones sobre corrupción judicial en todos los niveles, así que me fui involucrando con el tema y, por ejemplo, fui de las periodistas que más seguimiento le hizo al caso del magistrado Pretelt, al caso del magistrado Bustos y al llamado “cartel de la toga”. Espero que eso se esté corrigiendo, pero nosotros siempre estamos vigilantes.
También te reconocen como entrevistadora dominical de El Espectador (por eso nos conocemos desde hace más de diez años), porque haces a los poderosos las preguntas que la gente quisiera hacerles. ¿Esa disciplina pudo empezar con aquella entrevista que le hiciste al director de este diario, don Guillermo Cano, un día antes de ser asesinado por orden de narcotraficantes?
Esa entrevista definitivamente me marcó. Entonces fui contratada por el CPB con motivo de su premio de periodismo y uno de los íconos era don Guillermo y lo entrevisté para un programa que se emitía durante la premiación. Él no era fácil de entrevistar porque era introvertido, tímido más bien, aunque muy fuerte en sus posiciones. No era de los que les gustaba estar haciéndose publicidad, así que yo le rogué unos 20 días para que me recibiera hasta que al fin aceptó. Me recibió como a las siete de la noche, hicimos la entrevista, me dijo una frase tremenda: “Yo salgo de aquí y no sé lo que me pueda pasar”. Salió conmigo esa noche, cada uno en su carro, dimos al tiempo la vuelta frente a las instalaciones de El Espectador en la avenida 68 y al otro día a la misma hora, en el mismo giro, lo mataron. Eso para mí fue tremendo. Yo ya tenía una cierta experiencia, pero me marcó porque él se convirtió en un norte para mí. Si él murió por defender sus ideas uno por qué va a traicionarlo.
Defines a esas personas poderosas y peligrosas de Colombia como “los intocables” y ellos te han amenazado. ¿Sigues amenazada?
Pues siempre tengo que estar protegida, lastimosamente, porque los esquemas de seguridad limitan mucho la vida de uno. Tengo que decir que el Estado me ha protegido, incluyendo gobiernos que no me quieren mucho, pero sí he tenido unos tres o cuatro enviones cuyo origen nunca he conocido porque, a pesar de que ha habido las investigaciones, pues nunca llegan al fondo. La última vez hubo un seguimiento a las diez de la noche un lunes festivo y a esa hora la ciudad está muy sola. Durante unas 20 o 30 cuadras nos siguió un carro mortuorio de una funeraria. Alcancé a llamar a la Policía, llegaron, lo detuvieron y le preguntaron al conductor por qué nos estaba siguiendo y el personaje dijo: “A mí me dijeron que siguiera el carro para ir a recoger un muerto”. Y venía con ataúd y todo. Eso me puso los pelos de punta. Yo trato de no ponerle tanta atención a las amenazas, me cuido, soy prudente, pero no me dejo atemorizar tampoco porque no podría ejercer mi profesión. Pero es inquietante.
Una vez me contaste que en la época de los grandes carteles del narcotráfico, uno de los capos del de Cali te llamó a amenazarte. ¿Cómo fue?
Me hicieron una llamada al noticiero donde yo trabajaba, mi secretaria me dijo que era uno de los Rodríguez Orejuela, no quiero mencionar cuál, pero en ese momento estaban en plena actividad, tenían un control tremendo de Cali y yo soy de Cali y mi familia es caleña. Pensé que era uno de mis amigos haciéndome un chiste en plena guerra del narcotráfico, pasé al teléfono y reconocí de inmediato la voz del tipo. Me dijo yo soy fulano Rodríguez Orejuela, la estoy llamando porque quiero decirle que si usted en su noticiero vuelve a mencionar a mi familia —en aquel momento esa familia estaba siendo involucrada en investigaciones—, yo me voy a meter con la suya que está en Cali. Fue aterrador.
Y también has sufrido persecución judicial. ¿En este momento tienes demandas de poderosos que no quieren que digas verdades?
He logrado sortear con éxito esas demandas y denuncias, aunque me han hecho varias muy fuertes. Eso me desgasta mucho y me quita mucho tiempo, porque hay que ponerles atención. El objetivo es quitarle a uno tiempo, paciencia y serenidad porque te angustias mucho. He logrado salir de todas menos de una que está pendiente, es una persona muy poderosa y me tiene una denuncia penal en la Fiscalía, una Fiscalía dirigida por una persona que no podría ser imparcial conmigo. No ha avanzado, pero de vez en cuando me hacen un tironcito, como recordándome que eso está pendiente. Vamos a ver.
Dijiste en el discurso que el Gobierno Nacional de ahora ha significado un cambio en todo sentido, lo que es un nuevo reto para que el periodismo ejerza su poder fiscalizador. Explica esa opinión.
Parte de la crisis del periodismo es que estamos enfrentando las críticas en este caso al Gobierno presente, sin que se trate de que un periodista o un medio lo califique de bueno, regular o malo; no se trata de eso porque la independencia implica poder criticar a los gobiernos, pero no lo estamos haciendo por las pasiones que despierta este Gobierno, que es distinto y no quiero calificarlo como bueno o malo. Es diferente a los anteriores porque las personas que están en el poder Ejecutivo son diferentes del poder tradicional, porque va en contravía de muchas de las directrices de lo tradicional e institucional. Este es un Gobierno que está proponiendo cambios que no sé si sean realizables, pero por lo pronto sí nos sacude como sociedad. A ti te sacude que te cambien el sistema de salud, el pensional, el educativo. Entonces, están moviendo ciertas estructuras que eran inamovibles y nosotros como periodistas tenemos el reto de interpretar lo que está pasando, porque es novedoso, sin odiarlo ni amarlo. No estamos interpretando los cambios para que la gente entienda, estamos es diciendo guerrillero, terrorista o superhéroe. Son calificativos sin fondo. A eso me refiero con la crisis, porque estamos abandonado la investigación seria, la argumentación que te lleva a una conclusión y estamos es dedicándonos a insultar o a amar u odiar, y la gente nos va siguiendo y ama u odia pero no analiza.
Entiendo que no debemos dejarnos atrapar por ese ambiente de polarización y de intolerancia terrible. Venimos de gobiernos del uribismo, ahora es el petrismo. ¿Este país va rumbo a más violencia o aparecerá una opción de centro?
Estamos en un momento tan crítico y los medios no estamos ayudando, la oposición tampoco, porque no está haciendo unos debates elevados, está en el mismo plan con unos personajes que francamente no tienen mucha instrucción ni cultura política, y en vez de hacer una crítica sólida en un debate en el Congreso salen y queman un muñeco. Polarización y más polarización. Yo tengo temor de que terminemos en una crisis política o en una crisis institucional, porque todos estamos como conduciendo el carro hacia allá. Me preocupa mucho y no estoy segura de lo que vaya a pasar en los próximos dos años. La estabilidad democrática me preocupa.
Uno de tus libros se titula “¿Y ahora qué? Futuro de la guerra y la paz en Colombia”. ¿Qué nuevo libro te imaginas escribiendo?
El futuro de la guerra y la paz también, ja ja ja. Estamos en lo mismo. El libro que citas lo escribí cuando iba a empezar el primer gobierno de Álvaro Uribe, o sea 2002. En ese momento pude hablar con todos los personajes de los extremos más extremos. Yo pensé que de esa polarización entre extrema derecha y extrema izquierda iba a salir algo bueno, pero no hemos avanzado mucho. Hay otros personajes, algunos actores siguen siendo los mismos y siento que estamos como en un círculo vicioso de odios. No estamos siendo grandes, grandes en generosidad. Cada vez estamos reconcentrando los odios. No veo a una Colombia inteligente.
Estén los extremos que estén en el gobierno, lo importante es que los ciudadanos sean defendidos por un periodismo ejemplar. ¿Cierto?
De acuerdo. Yo creo que el periodismo puede ser un faro que, de alguna manera, sea moderador entre las tendencias porque pueda ser crítico tanto con un sector de la sociedad como con el otro. Que no sea tolerante con ciertas actitudes, que ante la violencia no tolere así sea mi amigo o mi enemigo. Si el periodismo se pone en su raya podría reconducir un poco las cosas.