La inocencia interrumpida que fue iluminada por una estrella
En el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, esta es la historia de Luz Marina Bejarano, lideresa de Fumnemag, asociación que reivindica los derechos de las mujeres negras del Magdalena Medio.
César A. Marín*/Especial para El Espectador
“Un día cualquiera, por mi rebeldía, por terquedad, me le escapé por una ventana a mi mamá y me fui a bañar al río La Colorada, cerca del corregimiento El Centro (Barrancabermeja). Tenía ocho años y, por lo niña que era, desconocía que había una ‘orden’ de que nadie se podía bañar allá. Fui víctima de violencia sexual por parte de tres paramilitares. Ese día no llegué a la casa. A mí me encontró una señora que pasaba de casualidad y me llevó con mis papás. Creían que estaba muerta porque estaba como dormida y llena de sangre. Al verme, mi mamá empezó a gritar y entró en shock”.
Así relata parte de su tragedia Luz Marina Bejarano, una santandereana nacida en 1981 a orillas del río Opón, en la vereda La Caimana de Barrancabermeja. Sus papás, oriundos de Chocó, habían llegado a la región a buscarse la vida. Sus primeros años fueron felices. “Mi mamá decía que era rebelde y que me gustaba llevar la contraria en todo. Me la pasaba jugando a la orilla del río, cogiendo mangos y naranjas, molestando en los potreros. Incluso un día casi me ahogo en un caño por estar cruzándolo de lado a lado con unas papayas que me había cogido de una finca. Pero lo que más recuerdo es ir de pesca con anzuelos a la orilla del río, era una tradición y una felicidad cuando uno lograba pescar algo”.
En los 80 llegaron a la zona grupos armados ilegales, y con ellos un problema más para los campesinos. Al que tenía tierras buenas le tocaba o trabajar para los grupos armados o perder la tierra y la familia, explica Luz Marina. Por entonces su padre comenzó a militar en la Unión Patriótica (UP) y con ello empezaron las amenazas. Un día, a las 6:00 de la tarde, un conocido le dijo: “Vienen por usted, es mejor que se vayan”. Salieron sin dudarlo, caminando por trochas para evitar la carretera. “Debimos llegar a Puerto Nuevo y esperar a que pasara el carro que venía de Puerto Berrío hasta Barrancabermeja”, recuerda.
En el casco urbano, su madre consiguió empleo planchando y lavando en casas de familia. Después un señor le encargó a su papá cuidar una finca en el Campo 23, cerca del corregimiento El Centro, en la que le permitía sembrar y dividir a la mitad lo producido.
El horror en la infancia
Fue en aquella época cuando el horror les tocó por primera vez, cuando la violación cometida por tres paramilitares junto al río truncó la infancia de Luz Marina. Incluso el policía que se encargaba de ayudarles con medicamentos -que complementaban la medicina ancestral y tradicional que empleaba su madre- les dijo que era mejor que se fueran. “Si llevan a la niña al médico, le van a hacer preguntas y si cuentan lo que pasó, pues los matan”, relata. Dos años después Luz Marina se topó por casualidad con uno de los atacantes y comenzó a recordar el calvario. Sus papás decidieron abandonar la finca y volver a Barrancabermeja. Al día siguiente de haber salido asesinaron al propietario. La familia regresó al puerto petrolero con la vida rota y los sueños desbaratados.
La Unión Sindical Obrera (USO) les tendió la mano y les ofreció comida y albergue en sus instalaciones, a donde también llegaban otras familias desplazadas de la región, víctimas de la violencia. Al cabo de un tiempo se fueron a vivir al barrio Primero de Mayo con una antigua conocida, que también ayudó a su madre a conseguir trabajo lavando y desengrasando los pantalones de los empleados y contratistas de Ecopetrol.
Aunque no le gustaba la escuela, Luz Marina completó sus estudios de primaria. “A pesar de ser indisciplinada y arrogante, me sostenían porque siempre obtenía el primer o segundo lugar en las calificaciones”. Pero la desgracia no cesó: su padre se vio obligado a abandonar el país durante un tiempo por culpa de las amenazas que recibía como militante de la UP, y solo cuando él regresó, ella culminó el bachillerato y se metió a estudiar una carrera técnica: comunicación social.
Vino un golpe más: el 28 de febrero de 1999, un grupo de paramilitares entró en el barrio Provivienda disparando indiscriminadamente. Mataron al padrino de su hermano y al marido de su hermana, a un taxista, a dos comerciantes y a un vendedor de lotería. De un joven y un taxista que fueron secuestrados no se volvió a saber nada.
La juventud en sociedad
Una vez graduada como técnica en comunicación social, Luz Marina empezó a trabajar en varias emisoras, se volvió más activa en asuntos sociales y se unió a organizaciones como Credhos, la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra y la Asociación de Víctimas de Crímenes de Estado. Posteriormente se vinculó al PCN, una organización de comunidades negras con una fuerte formación política. “Conocí miles de historias que eran más crueles que la mía. Yo decía: ‘Me arruinaron la vida, ya eso no lo puedo cambiar’, pero había historias como la de una señora que decía ‘me mataron a mis dos hijos, me violaron a mi hija, me violaron a mí’. Y yo la veía allí, de pie. Así que me cuestionaba: si ella está ahí, yo también debo seguir adelante”.
En ese entonces se graduó también como trabajadora social de la Universidad de la Paz en Barrancabermeja y llegó al colectivo de mujeres negras La Comadre, donde acompañó a víctimas de violencia sexual de todas las edades.
La recuperación emocional
Cuando decidió asistir a las sesiones de apoyo psicosocial con la Unidad para las Víctimas para su recuperación emocional, acordó con la psicóloga Alix Aguilar hacer el proceso de manera concertada. “Fue exitoso, porque se logró sacar mucho dolor de las diez mujeres que asistimos. Alix es muy buena profesional y durante los encuentros que se hicieron en lugares cerrados para privacidad y comodidad mezclamos la parte ancestral con el trabajo psicosocial de la Unidad, y fue ideal”, agrega.
La parte ancestral de la que habla ya la había ella aplicado en su trabajo con víctimas de violencia sexual. Se trata de sanar las heridas “desde adentro, a través del acompañamiento colectivo y, desde la historia de todas, comenzamos a mirar que lo que le duele a la una le duele a la otra. Comenzamos a perdonar, pero a nosotras mismas también, por habernos culpado de algo sobre lo cual no teníamos la culpa. Es empezar a sanar desde adentro y empezar a mirar la vida de otra forma y dejar de culpar a Dios y a la vida por lo que nos pasó. El responsable es el victimario que lo hizo, seguramente porque se quiso sentir superior, porque creyó que con eso ganaba. Son procesos que comenzamos a hacer entre nosotras mismas”.
El liderazgo
Además de su trabajo social, Luz Marina se destaca por su papel de lideresa. Fue elegida integrante de la Mesa Distrital de Participación de Víctimas de Barrancabermeja para el período 2019-2021. A pesar de que piensa que el liderazgo se construye, cree que eso también lo lleva en la sangre, porque su padre siempre fue líder comunitario. “Fue algo bueno, porque la mayoría de la Mesa eran mujeres que ya conocía y con las cuales compartía en varios espacios. Hicimos un trabajo bueno y creo que la experiencia fue muy importante, porque uno es el vocero de las víctimas y allí lo que se hace es ‘mandar obedeciendo’, como decimos nosotros los negros”.
La llegada de Íker
Con 35 años, Luz Marina quería descendencia, pero pensaba que no podía tener hijos. Esta vez la vida le regaló alegrías. Hoy es madre de un bebé llamado Íker Santiago. “Íker significa portador de buenas noticias. Le puse así porque, primero, supuestamente no podía tener hijos; luego, fue un embarazo de alto riesgo y además se adelantó su llegada. Es el niño que siempre quise, llegó en el momento preciso”. Así lo refleja el tatuaje de su brazo izquierdo compuesto por una luna, una estrella y la palabra Íker. “Él es esa estrella que llegó a mí”, dice.
La indemnización
Al principio Luz Marina no tenía intención de reclamar el monto de la indemnización que entrega la Unidad para las Víctimas a las personas afectadas por el conflicto armado. Una amiga la convenció para que lo hiciese. “Me sentía mal al coger ese dinero, porque me traía los recuerdos de mi violentada infancia. Al final lo reclamé y se lo di todo a mi mamá. Compró algunos electrodomésticos y también le construyó una habitación más a la casa, que solo tenía dos, y le pagó varios meses de arriendo a mi hermana, que entonces estaba mal económicamente”, asegura.
Hoy, después de levantarse tantas veces en la vida, Luz Marina divide el tiempo entre sus tareas en Fumnemag, una asociación que reivindica los derechos de las mujeres negras del Magdalena Medio, su labor de apoyo a la gestión en el Centro Regional de Atención a Víctimas de Barrancabermeja y la crianza de Íker, la estrella inesperada que llegó para iluminar su vida. Luz Marina, a pesar de las dificultades, sigue adelante.
* Periodista de la Unidad para las Víctimas.
“Un día cualquiera, por mi rebeldía, por terquedad, me le escapé por una ventana a mi mamá y me fui a bañar al río La Colorada, cerca del corregimiento El Centro (Barrancabermeja). Tenía ocho años y, por lo niña que era, desconocía que había una ‘orden’ de que nadie se podía bañar allá. Fui víctima de violencia sexual por parte de tres paramilitares. Ese día no llegué a la casa. A mí me encontró una señora que pasaba de casualidad y me llevó con mis papás. Creían que estaba muerta porque estaba como dormida y llena de sangre. Al verme, mi mamá empezó a gritar y entró en shock”.
Así relata parte de su tragedia Luz Marina Bejarano, una santandereana nacida en 1981 a orillas del río Opón, en la vereda La Caimana de Barrancabermeja. Sus papás, oriundos de Chocó, habían llegado a la región a buscarse la vida. Sus primeros años fueron felices. “Mi mamá decía que era rebelde y que me gustaba llevar la contraria en todo. Me la pasaba jugando a la orilla del río, cogiendo mangos y naranjas, molestando en los potreros. Incluso un día casi me ahogo en un caño por estar cruzándolo de lado a lado con unas papayas que me había cogido de una finca. Pero lo que más recuerdo es ir de pesca con anzuelos a la orilla del río, era una tradición y una felicidad cuando uno lograba pescar algo”.
En los 80 llegaron a la zona grupos armados ilegales, y con ellos un problema más para los campesinos. Al que tenía tierras buenas le tocaba o trabajar para los grupos armados o perder la tierra y la familia, explica Luz Marina. Por entonces su padre comenzó a militar en la Unión Patriótica (UP) y con ello empezaron las amenazas. Un día, a las 6:00 de la tarde, un conocido le dijo: “Vienen por usted, es mejor que se vayan”. Salieron sin dudarlo, caminando por trochas para evitar la carretera. “Debimos llegar a Puerto Nuevo y esperar a que pasara el carro que venía de Puerto Berrío hasta Barrancabermeja”, recuerda.
En el casco urbano, su madre consiguió empleo planchando y lavando en casas de familia. Después un señor le encargó a su papá cuidar una finca en el Campo 23, cerca del corregimiento El Centro, en la que le permitía sembrar y dividir a la mitad lo producido.
El horror en la infancia
Fue en aquella época cuando el horror les tocó por primera vez, cuando la violación cometida por tres paramilitares junto al río truncó la infancia de Luz Marina. Incluso el policía que se encargaba de ayudarles con medicamentos -que complementaban la medicina ancestral y tradicional que empleaba su madre- les dijo que era mejor que se fueran. “Si llevan a la niña al médico, le van a hacer preguntas y si cuentan lo que pasó, pues los matan”, relata. Dos años después Luz Marina se topó por casualidad con uno de los atacantes y comenzó a recordar el calvario. Sus papás decidieron abandonar la finca y volver a Barrancabermeja. Al día siguiente de haber salido asesinaron al propietario. La familia regresó al puerto petrolero con la vida rota y los sueños desbaratados.
La Unión Sindical Obrera (USO) les tendió la mano y les ofreció comida y albergue en sus instalaciones, a donde también llegaban otras familias desplazadas de la región, víctimas de la violencia. Al cabo de un tiempo se fueron a vivir al barrio Primero de Mayo con una antigua conocida, que también ayudó a su madre a conseguir trabajo lavando y desengrasando los pantalones de los empleados y contratistas de Ecopetrol.
Aunque no le gustaba la escuela, Luz Marina completó sus estudios de primaria. “A pesar de ser indisciplinada y arrogante, me sostenían porque siempre obtenía el primer o segundo lugar en las calificaciones”. Pero la desgracia no cesó: su padre se vio obligado a abandonar el país durante un tiempo por culpa de las amenazas que recibía como militante de la UP, y solo cuando él regresó, ella culminó el bachillerato y se metió a estudiar una carrera técnica: comunicación social.
Vino un golpe más: el 28 de febrero de 1999, un grupo de paramilitares entró en el barrio Provivienda disparando indiscriminadamente. Mataron al padrino de su hermano y al marido de su hermana, a un taxista, a dos comerciantes y a un vendedor de lotería. De un joven y un taxista que fueron secuestrados no se volvió a saber nada.
La juventud en sociedad
Una vez graduada como técnica en comunicación social, Luz Marina empezó a trabajar en varias emisoras, se volvió más activa en asuntos sociales y se unió a organizaciones como Credhos, la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra y la Asociación de Víctimas de Crímenes de Estado. Posteriormente se vinculó al PCN, una organización de comunidades negras con una fuerte formación política. “Conocí miles de historias que eran más crueles que la mía. Yo decía: ‘Me arruinaron la vida, ya eso no lo puedo cambiar’, pero había historias como la de una señora que decía ‘me mataron a mis dos hijos, me violaron a mi hija, me violaron a mí’. Y yo la veía allí, de pie. Así que me cuestionaba: si ella está ahí, yo también debo seguir adelante”.
En ese entonces se graduó también como trabajadora social de la Universidad de la Paz en Barrancabermeja y llegó al colectivo de mujeres negras La Comadre, donde acompañó a víctimas de violencia sexual de todas las edades.
La recuperación emocional
Cuando decidió asistir a las sesiones de apoyo psicosocial con la Unidad para las Víctimas para su recuperación emocional, acordó con la psicóloga Alix Aguilar hacer el proceso de manera concertada. “Fue exitoso, porque se logró sacar mucho dolor de las diez mujeres que asistimos. Alix es muy buena profesional y durante los encuentros que se hicieron en lugares cerrados para privacidad y comodidad mezclamos la parte ancestral con el trabajo psicosocial de la Unidad, y fue ideal”, agrega.
La parte ancestral de la que habla ya la había ella aplicado en su trabajo con víctimas de violencia sexual. Se trata de sanar las heridas “desde adentro, a través del acompañamiento colectivo y, desde la historia de todas, comenzamos a mirar que lo que le duele a la una le duele a la otra. Comenzamos a perdonar, pero a nosotras mismas también, por habernos culpado de algo sobre lo cual no teníamos la culpa. Es empezar a sanar desde adentro y empezar a mirar la vida de otra forma y dejar de culpar a Dios y a la vida por lo que nos pasó. El responsable es el victimario que lo hizo, seguramente porque se quiso sentir superior, porque creyó que con eso ganaba. Son procesos que comenzamos a hacer entre nosotras mismas”.
El liderazgo
Además de su trabajo social, Luz Marina se destaca por su papel de lideresa. Fue elegida integrante de la Mesa Distrital de Participación de Víctimas de Barrancabermeja para el período 2019-2021. A pesar de que piensa que el liderazgo se construye, cree que eso también lo lleva en la sangre, porque su padre siempre fue líder comunitario. “Fue algo bueno, porque la mayoría de la Mesa eran mujeres que ya conocía y con las cuales compartía en varios espacios. Hicimos un trabajo bueno y creo que la experiencia fue muy importante, porque uno es el vocero de las víctimas y allí lo que se hace es ‘mandar obedeciendo’, como decimos nosotros los negros”.
La llegada de Íker
Con 35 años, Luz Marina quería descendencia, pero pensaba que no podía tener hijos. Esta vez la vida le regaló alegrías. Hoy es madre de un bebé llamado Íker Santiago. “Íker significa portador de buenas noticias. Le puse así porque, primero, supuestamente no podía tener hijos; luego, fue un embarazo de alto riesgo y además se adelantó su llegada. Es el niño que siempre quise, llegó en el momento preciso”. Así lo refleja el tatuaje de su brazo izquierdo compuesto por una luna, una estrella y la palabra Íker. “Él es esa estrella que llegó a mí”, dice.
La indemnización
Al principio Luz Marina no tenía intención de reclamar el monto de la indemnización que entrega la Unidad para las Víctimas a las personas afectadas por el conflicto armado. Una amiga la convenció para que lo hiciese. “Me sentía mal al coger ese dinero, porque me traía los recuerdos de mi violentada infancia. Al final lo reclamé y se lo di todo a mi mamá. Compró algunos electrodomésticos y también le construyó una habitación más a la casa, que solo tenía dos, y le pagó varios meses de arriendo a mi hermana, que entonces estaba mal económicamente”, asegura.
Hoy, después de levantarse tantas veces en la vida, Luz Marina divide el tiempo entre sus tareas en Fumnemag, una asociación que reivindica los derechos de las mujeres negras del Magdalena Medio, su labor de apoyo a la gestión en el Centro Regional de Atención a Víctimas de Barrancabermeja y la crianza de Íker, la estrella inesperada que llegó para iluminar su vida. Luz Marina, a pesar de las dificultades, sigue adelante.
* Periodista de la Unidad para las Víctimas.