Gustavo Petro: La metamorfosis del poder
De ideales fuertes, el presidente de la República ha demostrado, sobre todo, su lado más pragmático. Bajarle a la polarización y jugar a la política tradicional, mientras saca adelante sus reformas, son claves del arranque del primer gobierno progresista de Colombia.
Desde el día de su posesión hasta hoy, pasados algo más de 100 días de mandato, el presidente Gustavo Petro ha dado golpes de opinión cargados de simbolismo y peso político. El primero, sin duda, sucedió el 7 de agosto, mientras pronunciaba su discurso. Hizo un pare y solicitó a la casa militar que trajera la espada de Bolívar: “Llegar aquí, junto a esta espada para mí es toda una vida. Esta espada representa mucho para nosotros y quiero que nunca más esté enterrada, quiero que nunca más esté retenida. Que solo se envaine, como dijo su propietario, el Libertador, cuando haya justicia en el país. Es la espada del pueblo y por eso la queríamos aquí, en este momento y en este lugar”. El objeto fue aclamado no solo por su valor durante la guerra de guerrillas, cuando el M-19 —del que hizo parte Petro— lo robó, sino que también adquirió una nueva connotación: estar en medio de la puja que se daba ante los ojos de los ciudadanos, en horario prime, entre el presidente saliente, Iván Duque, y el entrante, y ser, de alguna manera, el trofeo del nuevo mandatario cuyas órdenes fueron obedecidas por los militares.
Otro fue el regreso de la Paloma de la Paz a la Casa de Nariño. La escultura, de 70 centímetros, de autoría del maestro Fernando Botero fue enviada al Museo Nacional por el expresidente Duque hasta el pasado 1.° de septiembre, cuando Petro pidió su retorno al Salón Gobelinos. “La paz hay que ponerla en el corazón de cada colombiano”, dijo. O su primera intervención (de las cuatro oportunidades que tendrá) ante la Asamblea General de la ONU. Aunque los discursos que allí se expresan no causan cambios inmediatos ni próximos en la política internacional, sí generan impactos mediáticos.
En el evento diplomático más importante que celebran los Estados miembros, Petro marcó un tono directo y sin ambigüedades sobre lo que piensa de la guerra contra las drogas, la protección de la selva amazónica y la responsabilidad de los países más ricos del mundo. “La selva se quema, señores, mientras ustedes hacen la guerra y juegan con ella. La selva, el pilar climático del mundo, desaparece con toda su vida. La gran esponja que absorbe el CO2 planetario se evapora. La selva salvadora es vista en mi país como el enemigo a derrotar, como la maleza a extinguir. El espacio de la coca y de los campesinos que la cultivan, porque no tienen nada más que cultivar, es demonizado. A ustedes mi país no les interesa sino para arrojarles venenos a sus selvas”, recitó siguiendo las palabras en el papel, como poco lo hace.
O tomar decisiones con verdadero impacto político, como dar la orden de reanudar los diálogos de paz con el Eln, un proceso suspendido en enero de 2019 tras el atentado de esa guerrilla contra la Escuela de Cadetes de la Policía General Francisco de Paula Santander, que dejó 22 muertos y 68 heridos. O reabrir la frontera con Venezuela y restablecer relaciones diplomáticas con el régimen de Nicolás Maduro, entre muchas otras. Petro ha sido fiel a varias ideas que pregonó en campaña y ha defendido ahora desde el centro del poder. Pero, más allá de ese talante, en este arranque de gobierno ha sido, ante todo, un presidente pragmático para sacar adelante sus primeras reformas, casi que el desafío más sustancial para el primer mandato progresista, de izquierda, que se impone después de 20 años de uribismo.
Sabe que para los tiempos del Congreso, el primer año del cuatrienio es del presidente y ese reloj ya empezó a correr. Por eso en su gabinete no se rodeó exclusivamente de los aliados políticos que durante años han permanecido en las lides de izquierda, sino que construyó un “frente amplio” y multicolor, que cuenta hasta con las banderas tradicionales de los partidos Liberal y Conservador, claves en las cuentas que se hacen en Senado y Cámara para aprobar las iniciativas. Gracias a eso, Petro triunfó en su reforma tributaria y sacó adelante la ley de paz total que le da piso al diálogo con el Eln y otros grupos armados de distinta denominación.
La ratificación del Acuerdo de Escazú también fue aprobada en el Legislativo, algo que en el cuatrienio pasado fue imposible. Nada de eso hubiera pasado si el Ejecutivo no hubiera abierto los puentes de comunicación con partidos por fuera de su espectro ideológico. No obstante, jugar el juego de la política tradicional también le ha traído críticas. Entre ellas cabe recordar las inconformidades por nombrar a un ministro de Transporte como cuota del conservadurismo, con graves denuncias de plagio, o una directora del ICBF sin experiencia en derechos humanos ni trabajo con menores de edad. Entre los cuestionamientos más visibles se encuentra la forma en la que ha utilizado las embajadas y los consulados para situar a aliados políticos que no tienen recorrido en la diplomacia, algo que antes de ser jefe de Estado condenaba, o la falta de coordinación en su estrategia de comunicación al difundir mensajes contradictorios o haber decidido conscientemente que su gobierno no se pronunciaría en la OEA por la violación de derechos humanos en el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua.
El proceso de Gustavo Petro, de candidato a presidente, ha sido uno de metamorfosis: mientras lidera cambios y reformas, ahora como primer mandatario va haciendo ajustes a ciertos temas. Como la eliminación de las EPS y gravar las altas pensiones, algo que en campaña sonaba como una movida fija y esperada en su mandato, pero que ahora desde el despacho presidencial ha decidido manejar con más mesura. “Ni en pensiones ni en salud vas a tener cambios abruptos, eso no se puede hacer. No me voy a meter con la medicina prepagada”, expresó en su más reciente entrevista con Noticias RCN.
Con todos sus aciertos y desaciertos, Gustavo Petro ha intentado soplar vientos de calma en algunos temas, cosa que se ve reflejada en su intención de bajarle a la polarización política por medio de reuniones con el expresidente Álvaro Uribe. Estos aires, sin embargo, también demuestran que en algunos otros asuntos no será tan fácil ceder. Prueba de ello son los golpes mediáticos mencionados, pero también el más reciente anuncio de que pedirá la libertad de los jóvenes capturados en las protestas del paro nacional, algo que le compete a la rama Judicial.
Desde el día de su posesión hasta hoy, pasados algo más de 100 días de mandato, el presidente Gustavo Petro ha dado golpes de opinión cargados de simbolismo y peso político. El primero, sin duda, sucedió el 7 de agosto, mientras pronunciaba su discurso. Hizo un pare y solicitó a la casa militar que trajera la espada de Bolívar: “Llegar aquí, junto a esta espada para mí es toda una vida. Esta espada representa mucho para nosotros y quiero que nunca más esté enterrada, quiero que nunca más esté retenida. Que solo se envaine, como dijo su propietario, el Libertador, cuando haya justicia en el país. Es la espada del pueblo y por eso la queríamos aquí, en este momento y en este lugar”. El objeto fue aclamado no solo por su valor durante la guerra de guerrillas, cuando el M-19 —del que hizo parte Petro— lo robó, sino que también adquirió una nueva connotación: estar en medio de la puja que se daba ante los ojos de los ciudadanos, en horario prime, entre el presidente saliente, Iván Duque, y el entrante, y ser, de alguna manera, el trofeo del nuevo mandatario cuyas órdenes fueron obedecidas por los militares.
Otro fue el regreso de la Paloma de la Paz a la Casa de Nariño. La escultura, de 70 centímetros, de autoría del maestro Fernando Botero fue enviada al Museo Nacional por el expresidente Duque hasta el pasado 1.° de septiembre, cuando Petro pidió su retorno al Salón Gobelinos. “La paz hay que ponerla en el corazón de cada colombiano”, dijo. O su primera intervención (de las cuatro oportunidades que tendrá) ante la Asamblea General de la ONU. Aunque los discursos que allí se expresan no causan cambios inmediatos ni próximos en la política internacional, sí generan impactos mediáticos.
En el evento diplomático más importante que celebran los Estados miembros, Petro marcó un tono directo y sin ambigüedades sobre lo que piensa de la guerra contra las drogas, la protección de la selva amazónica y la responsabilidad de los países más ricos del mundo. “La selva se quema, señores, mientras ustedes hacen la guerra y juegan con ella. La selva, el pilar climático del mundo, desaparece con toda su vida. La gran esponja que absorbe el CO2 planetario se evapora. La selva salvadora es vista en mi país como el enemigo a derrotar, como la maleza a extinguir. El espacio de la coca y de los campesinos que la cultivan, porque no tienen nada más que cultivar, es demonizado. A ustedes mi país no les interesa sino para arrojarles venenos a sus selvas”, recitó siguiendo las palabras en el papel, como poco lo hace.
O tomar decisiones con verdadero impacto político, como dar la orden de reanudar los diálogos de paz con el Eln, un proceso suspendido en enero de 2019 tras el atentado de esa guerrilla contra la Escuela de Cadetes de la Policía General Francisco de Paula Santander, que dejó 22 muertos y 68 heridos. O reabrir la frontera con Venezuela y restablecer relaciones diplomáticas con el régimen de Nicolás Maduro, entre muchas otras. Petro ha sido fiel a varias ideas que pregonó en campaña y ha defendido ahora desde el centro del poder. Pero, más allá de ese talante, en este arranque de gobierno ha sido, ante todo, un presidente pragmático para sacar adelante sus primeras reformas, casi que el desafío más sustancial para el primer mandato progresista, de izquierda, que se impone después de 20 años de uribismo.
Sabe que para los tiempos del Congreso, el primer año del cuatrienio es del presidente y ese reloj ya empezó a correr. Por eso en su gabinete no se rodeó exclusivamente de los aliados políticos que durante años han permanecido en las lides de izquierda, sino que construyó un “frente amplio” y multicolor, que cuenta hasta con las banderas tradicionales de los partidos Liberal y Conservador, claves en las cuentas que se hacen en Senado y Cámara para aprobar las iniciativas. Gracias a eso, Petro triunfó en su reforma tributaria y sacó adelante la ley de paz total que le da piso al diálogo con el Eln y otros grupos armados de distinta denominación.
La ratificación del Acuerdo de Escazú también fue aprobada en el Legislativo, algo que en el cuatrienio pasado fue imposible. Nada de eso hubiera pasado si el Ejecutivo no hubiera abierto los puentes de comunicación con partidos por fuera de su espectro ideológico. No obstante, jugar el juego de la política tradicional también le ha traído críticas. Entre ellas cabe recordar las inconformidades por nombrar a un ministro de Transporte como cuota del conservadurismo, con graves denuncias de plagio, o una directora del ICBF sin experiencia en derechos humanos ni trabajo con menores de edad. Entre los cuestionamientos más visibles se encuentra la forma en la que ha utilizado las embajadas y los consulados para situar a aliados políticos que no tienen recorrido en la diplomacia, algo que antes de ser jefe de Estado condenaba, o la falta de coordinación en su estrategia de comunicación al difundir mensajes contradictorios o haber decidido conscientemente que su gobierno no se pronunciaría en la OEA por la violación de derechos humanos en el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua.
El proceso de Gustavo Petro, de candidato a presidente, ha sido uno de metamorfosis: mientras lidera cambios y reformas, ahora como primer mandatario va haciendo ajustes a ciertos temas. Como la eliminación de las EPS y gravar las altas pensiones, algo que en campaña sonaba como una movida fija y esperada en su mandato, pero que ahora desde el despacho presidencial ha decidido manejar con más mesura. “Ni en pensiones ni en salud vas a tener cambios abruptos, eso no se puede hacer. No me voy a meter con la medicina prepagada”, expresó en su más reciente entrevista con Noticias RCN.
Con todos sus aciertos y desaciertos, Gustavo Petro ha intentado soplar vientos de calma en algunos temas, cosa que se ve reflejada en su intención de bajarle a la polarización política por medio de reuniones con el expresidente Álvaro Uribe. Estos aires, sin embargo, también demuestran que en algunos otros asuntos no será tan fácil ceder. Prueba de ello son los golpes mediáticos mencionados, pero también el más reciente anuncio de que pedirá la libertad de los jóvenes capturados en las protestas del paro nacional, algo que le compete a la rama Judicial.