"La Séptima Papeleta fue un proceso quijotesco": Fernando Carrillo
El hoy procurador General se refiere a su participación en el movimiento estudiantil que justo hace tres décadas promovió el proyecto que terminó por consolidarse en la Constitución de 1991. ¿Cuál fue la clave del movimiento y cuál fue "la página negra" de la Asamblea Constituyente?
-Javier González Penagos / Twitter: @Currinche
En contexto: 30 años de la Séptima Papeleta: el punto de partida de la Constitución del 91
En diálogo con El Espectador, Carrillo rememora su participación en el proceso estudiantil y cómo intentaron que el fallecido nobel de literatura, Gabriel García Márquez, fuera la cabeza del movimiento con miras a la Asamblea. Da cuenta del ambiente de zozobra y miedo que se vivía en la época, pero reivindica la necesidad de cambio y transformación que vivía el país.
Se refiere además a lo que denomina “la página negra de la Asamblea Constituyente”, con la que el narcotráfico logró prohibir la extradición de la naciente carta. “Hubo presiones de toda naturaleza”, admite.
¿Cómo se gestó el movimiento estudiantil alrededor de la Séptima Papeleta y cómo terminó vinculado a toda esta gesta democrática?
Alguien decía que para nuestra generación el ejercicio de la política comenzó en los cementerios. Y aquí es literal, pues la primera manifestación de todo el movimiento fue precisamente la marcha del silencio al Cementerio Central, una semana después del magnicidio de Luis Carlos Galán, en agosto de 1989.
En ese entonces, yo era monitor en la Universidad Javeriana, profesor en el Rosario y tenía un seminario en Los Andes, y nos organizamos con los estudiantes de las tres instituciones. Eso se fue convirtiendo en una bola de nieve y salimos a marchar. Fue el momento del nacimiento del movimiento estudiantil, que venía con dos vertientes: la universidad privada (con el grupo “Todavía podemos salvar a Colombia”) y la pública.
¿Cómo era la percepción y confianza frente al Congreso, el llamado a promover algún tipo de reforma?
Con el asesinato de Galán, comienzan a sesionar unas mesas de trabajo, pero estaba marchando todavía alguna luz en el Congreso: un proyecto de reforma constitucional del presidente Virgilio Barco, que terminó naufragando cuando matan a Gonzalo Rodríguez Gacha, El mexicano, el 15 de diciembre de 1989. Ese día, en la Comisión Primera de Senado, parlamentarios lobistas del narcotráfico le meten un mico al proyecto, que era la consulta sobre la extradición para narcotraficantes. Quedamos en el limbo otra vez: sin reforma, sin ideales y sin sueños.
En medio de esa frustración, ¿cómo se les termina ocurriendo incluir una séptima papeleta en las elecciones?
A finales de enero de 1990, en una clase de constitucional, le planteé a algunos estudiantes del Rosario la posibilidad de que hubiera una consulta informal. Como teníamos taponado completamente el sistema político –porque la Constitución solo se reformaba vía Congreso–, yo dije por qué no pensamos en un mecanismo informal extracongreso, que simplemente sea un papelito que metan todos los ciudadanos en las urnas.
Ese 11 de marzo de 1990 se votaba con papeletas para seis escenarios: Senado, Cámara, Alcaldías, Asambleas, Concejos y consulta popular del Partido Liberal (la que ganó César Gaviria). Y entonces propuse meter un papelito nuevo. En principio parecía una cosa descabellada.
Tras plantearlo en clase, fui a la oficina de la decana, que era Marcela Monroy, que estaba casada con Roberto Posada García-Peña, uno de los columnistas políticos más leídos de la época y que escribía bajo el seudónimo de D'Artagnan en El Tiempo. Ella me llevó a contarle la idea y él me dijo: “Oiga chino, escríbase esa columna y yo se la publico”. Así fue y salió el 5 de febrero de 1990, el día en que comenzó a abrirse camino toda la idea de la Asamblea Nacional Constituyente.
Es decir, la campaña arrancó formalmente con una columna el 5 de febrero y el 11 de marzo ya estábamos votando por la Séptima Papeleta, para que el 27 de mayo, en las elecciones presidenciales, se consolidara oficialmente lo que iba a ser un papelito clandestino que había entrado a las urnas.
Después del magnicidio de Galán, si bien había indignación, también había un ambiente de zozobra y de medio. ¿Cómo le hicieron frente?
En ese momento estábamos tan hastiados de la violencia que ya nadie le temía a nada. Toda esta racha comienza con el asesinato, en diciembre de 1986, de don Guillermo Cano, director de El Espectador, que fue el primer impacto generacional sobre nosotros y todas las desgracias del 89 que fue, de lejos, el año más violento del último medio siglo en Colombia, porque cayeron tres candidatos presidenciales.
La clave del 91 fue la forma como todo el país se fue alineando con la Constituyente. Le pegamos a un objetivo que se convirtió, por decirlo de alguna manera, en la moda del momento, en la que todo el mundo llegó a decir que era el único camino.
¿Cómo fue el proceso logístico y de organización para invitar a la gente a las urnas?
Fue un proceso completamente mediático, porque todos los medios de comunicación nos apoyaron, algo además inédito. El Espectador, por ejemplo, sacó una página en blanco con el texto de la Séptima Papeleta. Acudíamos a medios y explicábamos: “Recorten un papelito de tantos centímetros. Pongan: voto por una Asamblea Constituyente. Dóblenlo y métanlo dentro del sobre”. Ese era todo el misterio y la gente lo hizo.
Si bien tomaron fuerza y se consolidaron como movimiento, ¿realmente esperaban tal resultado en las urnas?
Nunca lo pensamos. Fue un proceso completamente inédito y quijotesco, por supuesto. Contamos informalmente las papeletas, no había ningún recurso tecnológico como los de hoy. Solo en grandes capitales del país sumamos como dos millones de papeletas. Nunca pensamos que fuera a tener un éxito tan grande, pero es que este era un país sofocado, además, por la violencia que vio la luz al final del túnel en este proceso.
Recuerdo que, previamente, un expresidente de la República me dio un consejo. Me dijo: "Mire, para que esto tenga éxito, necesita parámetros de legalidad. Así que escríbale una carta al registrador y pregunte qué pasa si un papelito extraño entra en la urna, qué tienen que hacer los jurados electorales y si se anulan los otros seis votos”. Eso fue importantísimo, porque el registrador de la época, que era Jaime Serrano Rueda, respondió que se mantenían los votos y que los jurados debían hacer una anotación reportando esos papeles.
¿Y si la respuesta hubiera sido adversa? ¿Se habría frustrado el proyecto?
El país era una especie de olla exprés en ese momento. César Gaviria ganó las elecciones y llegó con un mandato clarísimo de reformar la Constitución. Se alinearon todos los astros, porque él llegaba en medio de la gran frustración por el asesinato de Galán, que iba a ser el gran reformador de Colombia, además que habían matado a dos candidatos más que iban en la misma dirección. En realidad todo el país pedía constituyente.
Conocidos los resultados, ¿cómo fue el día después para ustedes? Es decir, ¿eran conscientes de su responsabilidad histórica?
Fueron los 15 minutos de fama de todos los dirigentes del movimiento estudiantil. Luego, comenzó a estudiarse el qué viene y cómo lo vamos a hacer. Ahí todos tomamos diferentes caminos. El que yo elegí fue sentarme con Gaviria y ofrecer mi ayuda para toda la carpintería política y jurídica de la Asamblea Constituyente.
Desde entonces, comenzó a trabajarse en un gran acuerdo político con todas las fuerzas. Gaviria convocó una comisión de reforma constitucional antes de ser presidente y de ahí salieron las reglas de juego. Asumió como jefe de Estado y el 27 de agosto sacó un decreto de Estado de sitio. La gran paradoja es que la Constituyente entierra el Estado de sitio, pero nace como resultado de este.
Ese acuerdo fue a control constitucional, pues en ese momento no había Corte Constitucional y era la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia la que decidía. Esa fue la segunda gran victoria, pues logramos que la Corte determinara que se ajustaba a la Constitución, fundamentalmente porque era una herramienta para consolidar la paz en Colombia. Ahí arranca la campaña de la Constituyente a elecciones y el proceso de armar listas. Si bien era consejero de Gaviria en asuntos constitucionales, renuncié y me lancé por el movimiento estudiantil.
Todo el país estaba representado. Nunca en la historia de Colombia se ha presentado una Asamblea tan multicolor, en un país que se había acostumbrado a un congreso bipartidista, ahogado democráticamente y con una cantidad de sectores por fuera del sistema político.
Usted se lanzó por los estudiantes, pero entiendo que la idea era que el nobel Gabriel García Márquez fuera la cabeza de ese movimiento…
Comenzamos a discutir con todos los estudiantes del país cómo íbamos a hacer la lista y salió la idea de Gabo como cabeza. Él, a través de diversas personas, nos había mandado la señal de la emoción que le producía lo que habíamos logrado con la Séptima Papeleta.
Siendo yo asesor de Gaviria, le conté que iba para Cuba a un congreso de la Comisión de Justicia Criminal de las Naciones Unidas, realizado en La Habana en agosto de 1990. Le dije al presidente que si le parecía que yo buscara a Fidel Castro para que nos ayudara a convencer a Gabo. Una vez allí, me contacté con un asesor del presidente y le comenté la situación. Quedó en ayudarme, pero no fue sino hasta mi última noche en ese congreso –estando ya durmiendo en el hotel–, que sobre las 12:00 de la madrugada golpearon a mi puerta.
Pensé que me iban a capturar, pero el asesor me dijo: "No, camina, camina, ponte una camisa y vamos. El comandante te va a recibir". Entré al Palacio de la Revolución y estuve con Castro como hasta las 5:00 de la mañana hablando de la Constituyente. Es muy curioso que solo 30 años después, desclasificando unos archivos del fallecido presidente, salió a relucir un documento en el que alguien muy cercano a él –yo diría que su secretario privado–, cuenta esa historia detenidamente.
¿Y qué pasó? ¿Qué les respondió Gabo?
Hablé con Gabo cuatro o cinco veces y estábamos cuadrando todo, porque le gustó la idea. Pero vinieron los hechos de violencia y secuestro por parte del Cartel de Medellín contra los periodistas apenas comenzando el gobierno Gaviria, y ahí Gabo nos manifestó: "Mercedes nos frenó el carro. Hasta aquí llegué yo".
Con todo, Gaviria siempre nos dijo: “Que Gabo le dé la última corrección de estilo al texto final de la nueva Constitución”, y eso fue muy emotivo, porque él hizo propuestas de cómo debía ser el derecho a la paz. Eso muestra el gran compromiso de Gabo con la Constitución del 91.
A propósito del ambiente de violencia y narcotráfico que se vivía en la época, ¿qué responderles, pasados 30 años, a quienes dicen que esa Constituyente fue permeada por carteles de droga para evitar la extradición?
En eso he sido absolutamente claro. Hubo una página negra de la Asamblea Constituyente, que fue cuando se quiso incluir –y lo lograron– la extradición en el capítulo de justicia. Yo voté en contra eso, pero solo fuimos 13 de todos los constituyentes. Cuando vi que nos iban a derrotar, le pedí al presidente de la Comisión Primera que hiciéramos una comisión conjunta, a ver si lográbamos un escenario distinto y ahí nos derrotaron.
Por supuesto hubo presiones de toda naturaleza, porque ahí estaba el país metido. Pero creo que esa página, que fue la imperfección y el lunar que tuvo la Constituyente, después se enmendó con una reforma constitucional. Salvo esa página oscura, diría que lo único que hizo la Constitución del 91 fue fortalecer el Estado, sobre todo de cara a los derechos de la ciudadanía. Logramos la Constitución más garantista y en términos de derechos, la más progresista de América Latina, pero seguimos buscando mecanismos para garantizar el ejercicio de esos derechos.
Con todas las reformas que ha sufrido la Constitución, ¿cree que se ha perdido parte de ese espíritu?
Ha habido muchos intentos por vulnerarla, pero las partes esenciales de la Constitución del 91 –como la tutela y la Corte Constitucional– ahí se mantienen. ¿Cuál es el desafío? Cumplirla, nada menos que un reto así de grande, lo que pasa es que no la hemos cumplido.
jgonzalez@elespectador.com
En contexto: 30 años de la Séptima Papeleta: el punto de partida de la Constitución del 91
En diálogo con El Espectador, Carrillo rememora su participación en el proceso estudiantil y cómo intentaron que el fallecido nobel de literatura, Gabriel García Márquez, fuera la cabeza del movimiento con miras a la Asamblea. Da cuenta del ambiente de zozobra y miedo que se vivía en la época, pero reivindica la necesidad de cambio y transformación que vivía el país.
Se refiere además a lo que denomina “la página negra de la Asamblea Constituyente”, con la que el narcotráfico logró prohibir la extradición de la naciente carta. “Hubo presiones de toda naturaleza”, admite.
¿Cómo se gestó el movimiento estudiantil alrededor de la Séptima Papeleta y cómo terminó vinculado a toda esta gesta democrática?
Alguien decía que para nuestra generación el ejercicio de la política comenzó en los cementerios. Y aquí es literal, pues la primera manifestación de todo el movimiento fue precisamente la marcha del silencio al Cementerio Central, una semana después del magnicidio de Luis Carlos Galán, en agosto de 1989.
En ese entonces, yo era monitor en la Universidad Javeriana, profesor en el Rosario y tenía un seminario en Los Andes, y nos organizamos con los estudiantes de las tres instituciones. Eso se fue convirtiendo en una bola de nieve y salimos a marchar. Fue el momento del nacimiento del movimiento estudiantil, que venía con dos vertientes: la universidad privada (con el grupo “Todavía podemos salvar a Colombia”) y la pública.
¿Cómo era la percepción y confianza frente al Congreso, el llamado a promover algún tipo de reforma?
Con el asesinato de Galán, comienzan a sesionar unas mesas de trabajo, pero estaba marchando todavía alguna luz en el Congreso: un proyecto de reforma constitucional del presidente Virgilio Barco, que terminó naufragando cuando matan a Gonzalo Rodríguez Gacha, El mexicano, el 15 de diciembre de 1989. Ese día, en la Comisión Primera de Senado, parlamentarios lobistas del narcotráfico le meten un mico al proyecto, que era la consulta sobre la extradición para narcotraficantes. Quedamos en el limbo otra vez: sin reforma, sin ideales y sin sueños.
En medio de esa frustración, ¿cómo se les termina ocurriendo incluir una séptima papeleta en las elecciones?
A finales de enero de 1990, en una clase de constitucional, le planteé a algunos estudiantes del Rosario la posibilidad de que hubiera una consulta informal. Como teníamos taponado completamente el sistema político –porque la Constitución solo se reformaba vía Congreso–, yo dije por qué no pensamos en un mecanismo informal extracongreso, que simplemente sea un papelito que metan todos los ciudadanos en las urnas.
Ese 11 de marzo de 1990 se votaba con papeletas para seis escenarios: Senado, Cámara, Alcaldías, Asambleas, Concejos y consulta popular del Partido Liberal (la que ganó César Gaviria). Y entonces propuse meter un papelito nuevo. En principio parecía una cosa descabellada.
Tras plantearlo en clase, fui a la oficina de la decana, que era Marcela Monroy, que estaba casada con Roberto Posada García-Peña, uno de los columnistas políticos más leídos de la época y que escribía bajo el seudónimo de D'Artagnan en El Tiempo. Ella me llevó a contarle la idea y él me dijo: “Oiga chino, escríbase esa columna y yo se la publico”. Así fue y salió el 5 de febrero de 1990, el día en que comenzó a abrirse camino toda la idea de la Asamblea Nacional Constituyente.
Es decir, la campaña arrancó formalmente con una columna el 5 de febrero y el 11 de marzo ya estábamos votando por la Séptima Papeleta, para que el 27 de mayo, en las elecciones presidenciales, se consolidara oficialmente lo que iba a ser un papelito clandestino que había entrado a las urnas.
Después del magnicidio de Galán, si bien había indignación, también había un ambiente de zozobra y de medio. ¿Cómo le hicieron frente?
En ese momento estábamos tan hastiados de la violencia que ya nadie le temía a nada. Toda esta racha comienza con el asesinato, en diciembre de 1986, de don Guillermo Cano, director de El Espectador, que fue el primer impacto generacional sobre nosotros y todas las desgracias del 89 que fue, de lejos, el año más violento del último medio siglo en Colombia, porque cayeron tres candidatos presidenciales.
La clave del 91 fue la forma como todo el país se fue alineando con la Constituyente. Le pegamos a un objetivo que se convirtió, por decirlo de alguna manera, en la moda del momento, en la que todo el mundo llegó a decir que era el único camino.
¿Cómo fue el proceso logístico y de organización para invitar a la gente a las urnas?
Fue un proceso completamente mediático, porque todos los medios de comunicación nos apoyaron, algo además inédito. El Espectador, por ejemplo, sacó una página en blanco con el texto de la Séptima Papeleta. Acudíamos a medios y explicábamos: “Recorten un papelito de tantos centímetros. Pongan: voto por una Asamblea Constituyente. Dóblenlo y métanlo dentro del sobre”. Ese era todo el misterio y la gente lo hizo.
Si bien tomaron fuerza y se consolidaron como movimiento, ¿realmente esperaban tal resultado en las urnas?
Nunca lo pensamos. Fue un proceso completamente inédito y quijotesco, por supuesto. Contamos informalmente las papeletas, no había ningún recurso tecnológico como los de hoy. Solo en grandes capitales del país sumamos como dos millones de papeletas. Nunca pensamos que fuera a tener un éxito tan grande, pero es que este era un país sofocado, además, por la violencia que vio la luz al final del túnel en este proceso.
Recuerdo que, previamente, un expresidente de la República me dio un consejo. Me dijo: "Mire, para que esto tenga éxito, necesita parámetros de legalidad. Así que escríbale una carta al registrador y pregunte qué pasa si un papelito extraño entra en la urna, qué tienen que hacer los jurados electorales y si se anulan los otros seis votos”. Eso fue importantísimo, porque el registrador de la época, que era Jaime Serrano Rueda, respondió que se mantenían los votos y que los jurados debían hacer una anotación reportando esos papeles.
¿Y si la respuesta hubiera sido adversa? ¿Se habría frustrado el proyecto?
El país era una especie de olla exprés en ese momento. César Gaviria ganó las elecciones y llegó con un mandato clarísimo de reformar la Constitución. Se alinearon todos los astros, porque él llegaba en medio de la gran frustración por el asesinato de Galán, que iba a ser el gran reformador de Colombia, además que habían matado a dos candidatos más que iban en la misma dirección. En realidad todo el país pedía constituyente.
Conocidos los resultados, ¿cómo fue el día después para ustedes? Es decir, ¿eran conscientes de su responsabilidad histórica?
Fueron los 15 minutos de fama de todos los dirigentes del movimiento estudiantil. Luego, comenzó a estudiarse el qué viene y cómo lo vamos a hacer. Ahí todos tomamos diferentes caminos. El que yo elegí fue sentarme con Gaviria y ofrecer mi ayuda para toda la carpintería política y jurídica de la Asamblea Constituyente.
Desde entonces, comenzó a trabajarse en un gran acuerdo político con todas las fuerzas. Gaviria convocó una comisión de reforma constitucional antes de ser presidente y de ahí salieron las reglas de juego. Asumió como jefe de Estado y el 27 de agosto sacó un decreto de Estado de sitio. La gran paradoja es que la Constituyente entierra el Estado de sitio, pero nace como resultado de este.
Ese acuerdo fue a control constitucional, pues en ese momento no había Corte Constitucional y era la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia la que decidía. Esa fue la segunda gran victoria, pues logramos que la Corte determinara que se ajustaba a la Constitución, fundamentalmente porque era una herramienta para consolidar la paz en Colombia. Ahí arranca la campaña de la Constituyente a elecciones y el proceso de armar listas. Si bien era consejero de Gaviria en asuntos constitucionales, renuncié y me lancé por el movimiento estudiantil.
Todo el país estaba representado. Nunca en la historia de Colombia se ha presentado una Asamblea tan multicolor, en un país que se había acostumbrado a un congreso bipartidista, ahogado democráticamente y con una cantidad de sectores por fuera del sistema político.
Usted se lanzó por los estudiantes, pero entiendo que la idea era que el nobel Gabriel García Márquez fuera la cabeza de ese movimiento…
Comenzamos a discutir con todos los estudiantes del país cómo íbamos a hacer la lista y salió la idea de Gabo como cabeza. Él, a través de diversas personas, nos había mandado la señal de la emoción que le producía lo que habíamos logrado con la Séptima Papeleta.
Siendo yo asesor de Gaviria, le conté que iba para Cuba a un congreso de la Comisión de Justicia Criminal de las Naciones Unidas, realizado en La Habana en agosto de 1990. Le dije al presidente que si le parecía que yo buscara a Fidel Castro para que nos ayudara a convencer a Gabo. Una vez allí, me contacté con un asesor del presidente y le comenté la situación. Quedó en ayudarme, pero no fue sino hasta mi última noche en ese congreso –estando ya durmiendo en el hotel–, que sobre las 12:00 de la madrugada golpearon a mi puerta.
Pensé que me iban a capturar, pero el asesor me dijo: "No, camina, camina, ponte una camisa y vamos. El comandante te va a recibir". Entré al Palacio de la Revolución y estuve con Castro como hasta las 5:00 de la mañana hablando de la Constituyente. Es muy curioso que solo 30 años después, desclasificando unos archivos del fallecido presidente, salió a relucir un documento en el que alguien muy cercano a él –yo diría que su secretario privado–, cuenta esa historia detenidamente.
¿Y qué pasó? ¿Qué les respondió Gabo?
Hablé con Gabo cuatro o cinco veces y estábamos cuadrando todo, porque le gustó la idea. Pero vinieron los hechos de violencia y secuestro por parte del Cartel de Medellín contra los periodistas apenas comenzando el gobierno Gaviria, y ahí Gabo nos manifestó: "Mercedes nos frenó el carro. Hasta aquí llegué yo".
Con todo, Gaviria siempre nos dijo: “Que Gabo le dé la última corrección de estilo al texto final de la nueva Constitución”, y eso fue muy emotivo, porque él hizo propuestas de cómo debía ser el derecho a la paz. Eso muestra el gran compromiso de Gabo con la Constitución del 91.
A propósito del ambiente de violencia y narcotráfico que se vivía en la época, ¿qué responderles, pasados 30 años, a quienes dicen que esa Constituyente fue permeada por carteles de droga para evitar la extradición?
En eso he sido absolutamente claro. Hubo una página negra de la Asamblea Constituyente, que fue cuando se quiso incluir –y lo lograron– la extradición en el capítulo de justicia. Yo voté en contra eso, pero solo fuimos 13 de todos los constituyentes. Cuando vi que nos iban a derrotar, le pedí al presidente de la Comisión Primera que hiciéramos una comisión conjunta, a ver si lográbamos un escenario distinto y ahí nos derrotaron.
Por supuesto hubo presiones de toda naturaleza, porque ahí estaba el país metido. Pero creo que esa página, que fue la imperfección y el lunar que tuvo la Constituyente, después se enmendó con una reforma constitucional. Salvo esa página oscura, diría que lo único que hizo la Constitución del 91 fue fortalecer el Estado, sobre todo de cara a los derechos de la ciudadanía. Logramos la Constitución más garantista y en términos de derechos, la más progresista de América Latina, pero seguimos buscando mecanismos para garantizar el ejercicio de esos derechos.
Con todas las reformas que ha sufrido la Constitución, ¿cree que se ha perdido parte de ese espíritu?
Ha habido muchos intentos por vulnerarla, pero las partes esenciales de la Constitución del 91 –como la tutela y la Corte Constitucional– ahí se mantienen. ¿Cuál es el desafío? Cumplirla, nada menos que un reto así de grande, lo que pasa es que no la hemos cumplido.
jgonzalez@elespectador.com