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                                                                                                                                La sevicia del DAS

                                                                                                                                Al terminar de leer la última página del muy documentado libro ChuzaDAS: ocho años de espionaje y barbarie, del acucioso periodista Julián F. Martínez, en el ambiente queda la pregunta de cómo fue posible que en los albores del tercer milenio, cuando la humanidad ha intentado superar todos los horrores y arbitrariedades de los déspotas, pudieran ocurrir en Colombia tantas cosas sucias, siniestras y criminales, como de las que fueron capaces los agentes del gobierno de la “seguridad democrática” presidido por Álvaro Uribe Vélez.

                                                                                                                                Ramiro Bejarano Guzmán

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Para satisfacer a Uribe Vélez, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), esa agencia civil de inteligencia dependiente del presidente cuya razón de ser en el espectro institucional era la de proteger al gobernante de conspiraciones y complots, se transformó en una peligrosa máquina de espionaje y de muerte. No hubo vida privada de alguien “sensible” para el régimen que no despertara el interés de los detectives ni la atención de la inteligencia técnica. Pero, ahora, gracias al libro de Julián F. Martínez, nos enteramos de que el DAS no estuvo solo en esa empresa deshonesta, pues contó con el apoyo —ingenuo o calculado, pero en todo caso apoyo— de organizaciones tan ajenas a los avatares de la guerra y de la política misma como Datacrédito y la Central de Información Financiera (Cifin) y, quién lo creyera, hasta del mismo Banco de la República, sucesos todos que han pasado inadvertidos no obstante su suprema gravedad. Por ese camino lo que revela este libro es que la agencia de inteligencia tuvo acceso a secretos bancarios de personas y compañías que gratuitamente graduó de enemigos sin serlo. Naturalmente, suscita pánico saber que entes de tanto prestigio y credibilidad se hubiesen sumado a esa orgía de ultrajar la vida privada de quienes señalaba el régimen.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Y en esa locura desenfrenada de espiar a todos por las razones más nimias, el DAS se atrevió a cruzar las fronteras para hacer inteligencia en países amigos, como en España y Bélgica, asuntos que también hoy siguen pendientes de ser juzgados en esas latitudes. Para no ir muy lejos, Uribe Vélez enfrenta una querella penal por causa de esta “Operación Europa”, que como en las mejores épocas del stalinismo soviético que persiguió a sus críticos en los confines del universo, se desató desde la sede del poder en Colombia.

                                                                                                                                El trabajo juicioso de Martínez no ahorró esfuerzo a la hora de ocuparse de descubrir la estrategia de la difamación como elemento para debilitar y vencer al contradictor. El complot para desprestigiar a Iván Velásquez, el magistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia que investigaba la parapolítica tan cercana al grupo político que se sentó en la Casa de Nariño por ocho años, quedará escrito como una de las peores lecciones de inmoralidad política. Lo mismo puede decirse del impresionante relato que trae este libro de cómo el DAS primero intentó aniquilar moralmente al muy distinguido profesor Alfredo Correa de Andreis, a quien con calumnias y falsos testigos hizo prisionero de una justicia venal, pero cuando el ilustre académico derrumbó las falacias, lo ejecutaron en las calles de Barranquilla. Y todo eso en nombre de la “seguridad democrática”. Con la misma sevicia, comunicadores que no estuvieron arrodillados durante este oscuro periplo institucional, como el caso de Daniel Coronell, es comentada con precisión sustentada en este importante libro que estaba haciendo falta en las librerías y en las mesas de los estudiosos.

                                                                                                                                Las más descaradas e impensables alianzas del gobierno con organizaciones paramilitares, como la de la operación “Ciclón”, son también tratadas con acierto y contundencia en este magnífico trabajo que no deja nada sin saberse del “buen muchacho” Jorge Noguera, el primer director del DAS de un gobierno que, como el de Uribe Vélez, se dio el lujo de que todos y cada uno de quienes dirigieron esa agencia civil de inteligencia durante los ocho años de nefasto gobierno, de una u otra manera están involucrados en severas investigaciones judiciales, cuando no condenados, como en el caso de la tristemente célebre primera mujer en acceder a ese cargo, la señora María del Pilar Hurtado.

                                                                                                                                Hay una revelación que trae Julián F. Martínez que, he de confesar, me estremeció, como seguramente les ocurrirá a los muchos lectores que tiene asegurados su libro. En efecto, según informe de uno de los implicados en esta época gris y sangrienta, “las interceptaciones ilegales del DAS se ejecutaron con la colaboración permanente de empresas de telefonía celular”, pues el funcionario que rindió este informe se ufanaba de que durante su gestión se fortalecieron “las relaciones institucionales con Movistar y la entonces Comcel (hoy Claro)”.

                                                                                                                                Es una lástima que los directivos de esas poderosas multinacionales, en vez de explicar en qué consistieron esas relaciones con el DAS, hubieran remitido a Julián F. Martínez a la Asociación de la Industria Móvil de Colombia (Asomóvil), ente gremial de los operadores celulares que tampoco atendió las peticiones del autor de este libro y optó por el silencio. La justicia tiene la palabra y los colombianos el derecho a la verdad.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Para satisfacer a Uribe Vélez, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), esa agencia civil de inteligencia dependiente del presidente cuya razón de ser en el espectro institucional era la de proteger al gobernante de conspiraciones y complots, se transformó en una peligrosa máquina de espionaje y de muerte. No hubo vida privada de alguien “sensible” para el régimen que no despertara el interés de los detectives ni la atención de la inteligencia técnica. Pero, ahora, gracias al libro de Julián F. Martínez, nos enteramos de que el DAS no estuvo solo en esa empresa deshonesta, pues contó con el apoyo —ingenuo o calculado, pero en todo caso apoyo— de organizaciones tan ajenas a los avatares de la guerra y de la política misma como Datacrédito y la Central de Información Financiera (Cifin) y, quién lo creyera, hasta del mismo Banco de la República, sucesos todos que han pasado inadvertidos no obstante su suprema gravedad. Por ese camino lo que revela este libro es que la agencia de inteligencia tuvo acceso a secretos bancarios de personas y compañías que gratuitamente graduó de enemigos sin serlo. Naturalmente, suscita pánico saber que entes de tanto prestigio y credibilidad se hubiesen sumado a esa orgía de ultrajar la vida privada de quienes señalaba el régimen.

                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Y en esa locura desenfrenada de espiar a todos por las razones más nimias, el DAS se atrevió a cruzar las fronteras para hacer inteligencia en países amigos, como en España y Bélgica, asuntos que también hoy siguen pendientes de ser juzgados en esas latitudes. Para no ir muy lejos, Uribe Vélez enfrenta una querella penal por causa de esta “Operación Europa”, que como en las mejores épocas del stalinismo soviético que persiguió a sus críticos en los confines del universo, se desató desde la sede del poder en Colombia.

                                                                                                                                El trabajo juicioso de Martínez no ahorró esfuerzo a la hora de ocuparse de descubrir la estrategia de la difamación como elemento para debilitar y vencer al contradictor. El complot para desprestigiar a Iván Velásquez, el magistrado auxiliar de la Corte Suprema de Justicia que investigaba la parapolítica tan cercana al grupo político que se sentó en la Casa de Nariño por ocho años, quedará escrito como una de las peores lecciones de inmoralidad política. Lo mismo puede decirse del impresionante relato que trae este libro de cómo el DAS primero intentó aniquilar moralmente al muy distinguido profesor Alfredo Correa de Andreis, a quien con calumnias y falsos testigos hizo prisionero de una justicia venal, pero cuando el ilustre académico derrumbó las falacias, lo ejecutaron en las calles de Barranquilla. Y todo eso en nombre de la “seguridad democrática”. Con la misma sevicia, comunicadores que no estuvieron arrodillados durante este oscuro periplo institucional, como el caso de Daniel Coronell, es comentada con precisión sustentada en este importante libro que estaba haciendo falta en las librerías y en las mesas de los estudiosos.

                                                                                                                                Las más descaradas e impensables alianzas del gobierno con organizaciones paramilitares, como la de la operación “Ciclón”, son también tratadas con acierto y contundencia en este magnífico trabajo que no deja nada sin saberse del “buen muchacho” Jorge Noguera, el primer director del DAS de un gobierno que, como el de Uribe Vélez, se dio el lujo de que todos y cada uno de quienes dirigieron esa agencia civil de inteligencia durante los ocho años de nefasto gobierno, de una u otra manera están involucrados en severas investigaciones judiciales, cuando no condenados, como en el caso de la tristemente célebre primera mujer en acceder a ese cargo, la señora María del Pilar Hurtado.

                                                                                                                                Hay una revelación que trae Julián F. Martínez que, he de confesar, me estremeció, como seguramente les ocurrirá a los muchos lectores que tiene asegurados su libro. En efecto, según informe de uno de los implicados en esta época gris y sangrienta, “las interceptaciones ilegales del DAS se ejecutaron con la colaboración permanente de empresas de telefonía celular”, pues el funcionario que rindió este informe se ufanaba de que durante su gestión se fortalecieron “las relaciones institucionales con Movistar y la entonces Comcel (hoy Claro)”.

                                                                                                                                Es una lástima que los directivos de esas poderosas multinacionales, en vez de explicar en qué consistieron esas relaciones con el DAS, hubieran remitido a Julián F. Martínez a la Asociación de la Industria Móvil de Colombia (Asomóvil), ente gremial de los operadores celulares que tampoco atendió las peticiones del autor de este libro y optó por el silencio. La justicia tiene la palabra y los colombianos el derecho a la verdad.

                                                                                                                                Por Ramiro Bejarano Guzmán

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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