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Paradójicamente, el hecho político que inclinó la contienda electoral de 1998 a favor de Andrés Pastrana, por encima del candidato liberal Horacio Serpa, fue el mismo que enlodó y trastocó todo su mandato presidencial: un proceso de paz con las Farc. Si bien la puerta del diálogo se abrió formalmente con la concesión de desmilitarizar una zona del país, este jueves se cumplen 22 años de una escena que sigue viva en la memoria de los colombianos y que fue un abrebocas de la fallida negociación: la silla vacía que dejó el comandante guerrillero Manuel Marulanda durante la apertura de los diálogos.
Era 7 de enero de 1999 y Pastrana –ante la mirada atónita de personalidades de orden nacional e internacional– inmortalizó una imagen de espera, impotencia y desazón cuando Manuel Marulanda Vélez no acudió al encuentro en San Vicente del Caguán. “Las que quedaron mal fueron las Farc porque las desenmascaramos”, dijo hace más de un año Pastrana a El Espectador sobre lo ocurrido.
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Previo a ese 7 de enero, casi siete meses antes, el entonces candidato Pastrana –en una jugada política audaz y determinante–, divulgaba fotografías de un encuentro que había sostenido con el propio Marulanda, acompañado de otros líderes de las Farc, como Víctor Rojas o “El Mono Jojoy”. Fue ese hecho, que no tardó en ser leído como una voluntad de diálogo, lo que selló su triunfo días después en la segunda vuelta presidencial.
“Como presidente de Colombia, me fui a hablar solo con Manuel Marulanda, que me hubiera podido secuestrar o asesinar. Le dije: ¿qué hay que hacer para lograr la paz con ustedes? Desafortunadamente no tuvieron voluntad”, agregó Pastrana en su diálogo con este diario.
Lo que antecedió a la mesa fueron una serie de ataques y derrotas militares que no solo pusieron en jaque al gobierno del liberal Ernesto Samper, sino que agudizaron las voces de quienes insistían en una salida negociada. Sumado al crecimiento del paramilitarismo desde mediados de la década de los 90, ya las Farc comenzaban a hacerse tristemente célebres por su estrategia de sumar prisioneros de guerra para presionar al Estado y dar muestras de su poderío.
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El 16 de abril de 1996 la guerrilla atacó un convoy militar en Puerres (Nariño), causando la muerte de 29 soldados y un suboficial, y seis meses después, el 30 de agosto, dos de sus frentes atacaron la base del Batallón de Selva número 49 del Ejército en Las Delicias (Putumayo), matando a 28 uniformados, dejando heridos a 16 y tomando 60 prisioneros de guerra. Serían esos retenidos los que las Farc catalogaría de canjeables por sus guerrilleros presos en las cárceles.
Esa circunstancia dio pie a una intensa negociación política marcada por el reclamo constante de las Farc para que les despejaran un territorio del país para desarrollar los diálogos. No obstante, la guerrilla continuó con sus arremetidas y el 16 de enero de 1997 atacaron a un grupo de infantes de Marina en Juradó (Chocó) y se llevaron cautivos a diez uniformados.
Por ello, sumado a la presión de las familias de los secuestrados, el 18 de mayo de 1997 el gobierno Samper accedió a despejar un área de 13.161 kilómetros cuadrados en Caquetá. Desde entonces se desarrolló un operativo de liberación y tras casi dos años de retención, el 15 de junio de 1997 los 70 militares recobraron la libertad.
Si bien el éxito de esas negociaciones despertó entusiasmo y abrió la puerta a un eventual proceso de paz, al punto que en agosto de 1997 Samper ofreció una zona de distención para tratar el tema, poco a poco la opción se fue diluyendo y la estocada final fue un plan promovido por el entonces precandidato Juan Manuel Santos, quien abogaba por una constituyente con participación de la guerrilla y de las Autodefensas, y que planteaba también la salida de Samper.
No obstante, en octubre de 1997 se sintió un nuevo impulso a una salida negociada cuando, en la elección de alcaldes y gobernadores, 5,1 millones de votantes aprobaron en las urnas el “Mandato por la paz, la vida y la libertad”. Se trató de una consulta popular que evidenció el anhelo de la gente en pro de un proceso de negociación.
En paralelo, las Farc siguieron con sus incursiones armadas insistiendo en una fórmula que recién les había dado éxito: sumar prisioneros de guerra para canjearlos por insurgentes presos.
El 21 de diciembre de 1997 la guerrilla atacó la base militar de Patascoy (Nariño), ocasionando la muerte de 22 militares y llevándose como prisioneros a 35 uniformados. Tres meses después, en marzo de 1998, un ataque en inmediaciones de la quebrada El Billar (Caquetá) dejó 70 militares muertos y casi un centenar de prisioneros de guerra.
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Incluso, días antes de que Pastrana asumiera como presidente, el 4 de agosto de 1998 las Farc atacaron la base antinarcóticos de Miraflores (Guaviare), dejando 69 muertos y 39 militares y policías prisioneros. Sin embargo, apenas cuatro días después de asumir como mandatario, Pastrana –con el guiño de una sociedad ansiosa de paz– accedió a una de las peticiones de la guerrilla y autorizó desmilitarizar 42.139 kilómetros cuadrados en cinco municipios del Meta y Caquetá.
Previamente, en un hecho que sorprendió también a la opinión pública, Marulanda le pedía al Congreso una ley para avalar el canje permanente de prisioneros de guerra por guerrilleros presos en las cárceles.
El Ejecutivo respondió y pidió a las Farc una lista de los subversivos. Al final, hubo un listado de 452 insurgentes. Luego, en octubre, el Gobierno reconoció el carácter político de las Farc y le otorgó reconocimiento a los líderes de la guerrilla como negociadores. Tres meses después sería la fallida instalación con la silla vacía y, pese a ello, Pastrana se mantuvo en su voluntad de diálogo.
Lo cierto es que, lejos de ser un escenario de paz, lo ocurrido en San Vicente del Caguán terminó por fortalecer a las Farc, que la usaban para cultivos de coca, esconder secuestrados y planear operaciones militares. Lo que ocurrió contribuyó a mermar la esperanza de paz del pueblo y abrió la entrada a una férrea salida militar.
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“Manuel Marulanda, yo le di mi palabra y la cumplí, siempre la cumplí, pero usted me ha asaltado en mi buena fe, y no solo a mí, sino a todos los colombianos. Desde el primer momento usted dejó vacía la silla del diálogo cuando yo estuve ahí, custodiado por sus propios hombres, listo para hablar. Decretamos una zona para sostener unas negociaciones, cumplimos con despejarla de la presencia de las Fuerzas Armadas, y usted la ha convertido en una guarida de secuestradores, en un laboratorio de drogas ilícitas, en un depósito de armas, dinamita y carros robados. Yo le ofrecí y le cumplí con el plazo de las 48 horas, pero usted, y su grupo, no han hecho otra cosa que burlarse del país”, dijo Pastrana en la alocución presidencial que, en febrero de 2002, dio fin al proceso.