La tragedia como mercancía política: el atentado a policías en el discurso de los candidatos
La difusión de las imágenes de los policías muertos en el atentado en Barranquilla por parte de varios líderes políticos generó indignación. ¿Uso del miedo y la tragedia para la obtención de réditos electorales?
Germán Gómez Polo - Twitter: @TresEnMil
El país no había asimilado aún la noticia de la muerte de cinco policías en el atentado del pasado sábado en la estación San José, en Barranquilla, cuando Twitter recobró sus características de cloaca pública y las imágenes de los agentes muertos y heridos empezaron a recorrer la red. Hubo varias fotografías, pero en especial una tomada en picado, desde un edificio vecino, retrataba con crudeza la violencia del ataque. Mostraba a los policías muertos regados en medio de los restos de las paredes, algunos heridos con los gestos de dolor en sus caras, las manchas de sangre en el piso, el destrozado alambre de púas en el borde de un muro, un perro muerto y tres personas que se llevaban las manos sobre la cabeza, como no dando crédito a lo que tenían en frente.
Es inevitable que la gente comparta en las redes el horror. Por supuesto, es imposible, o cuando menos tremendamente complejo, contener el flujo de información en una plataforma en la que es fácil acceder. Pero lo que puede ser un acto espontáneo del usuario regular fue rechazado por miles de internautas cuando las fotos eran expuestas o republicadas desde las cuentas de notables líderes políticos del país. La lectura inicial fue la utilización de la muerte y el dolor como mercancía en la estrategia política. Si bien la crítica al Gobierno podía ser normal partiendo de la coyuntura del hecho violento, publicar las fotos de los muertos, para muchos de manera innecesaria, era el colmo.
Lea: Atentado en Barranquilla: todo apunta al Eln
No se salvó ninguno de los espectros políticos. Desde el senador Álvaro Uribe Vélez, el mayor elector que tiene hoy el país, pasando por el exvicepresidente Germán Vargas Lleras hasta el candidato presidencial Gustavo Petro. Sobre estos dos últimos se puede deducir que la presión de los tuiteros los llevó a rectificar y eliminar, respectivamente, las publicaciones en las que habían incluido las fotos de los policías muertos.
La copa la llenó la representante María Fernanda Cabal, hoy candidata al Senado por el Centro Democrático, cuando se comprometió a través de su cuenta de Twitter a publicar todas las fotos de policías y soldados que le enviaran “así desagrade a los mamertos que creen que tapar la verdad trae paz”. La indignación en contra de Cabal se expresó a través del hashtag #InsensibleMariaFernandaCabal, que se posicionó como una de las principales tendencias en Twitter el sábado en la noche.
No es nada nuevo. Los científicos sociales han intentado explicar ese tipo de discursos desde siempre. Thomas Hobbes, Hannah Arendt y Michael Foucault escribieron al respecto. Incluso desde los tiempos de Aristóteles, Montesquieu o Alexis de Tocqueville ya se hablaba del factor miedo como uno de los elementos relevantes en la vida social y política de un país, partiendo de lo que parece ser un postulado: el de que todo miedo es político porque su interés radica en la dominación.
Sin embargo, el debate se ha diversificado hasta intentar sentar conceptos académicos de lo que es la pseudopolítica, definida por varios autores como aquellos intentos por subordinar lo verdaderamente político a los intereses de una persona o grupo en particular. En el artículo “El miedo político bajo el prisma de Hannah Arendt”, escrito por Maximiliano Korstanje y publicado en la revista de la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP) en junio de 2014, se explica que “la pseudopolítica apela al miedo y a la inseguridad como formas de adoctrinamiento. En consecuencia, la pseudopolítica es inversamente proporcional al sentimiento de seguridad ciudadana”.
La autora Hannah Arendt había teorizado con mucha más profundidad sobre los juegos del prejuicio dentro de la política, y en su libro ¿Qué es la política? los explica como elementos que “se anticipan, van demasiado lejos, confunden con política aquello que acabaría con la política y presentan lo que sería una catástrofe como si perteneciera a la naturaleza del asunto y fuera, por lo tanto, inevitable”.
En el contexto colombiano, ¿en qué se basa el miedo y la muerte para ser efectiva en la coyuntura política actual? Los ejemplos sobran y desembocan en asuntos específicos y complejos que requieren marcos conceptuales más amplios y en donde tendrían lugar el montaje, la farsa y el odio como parte de los discursos políticos.
Lo cierto es que la muerte, dentro del momento histórico del país —en medio de la implementación de un acuerdo de paz, que sacado de contextos es asumido por muchos como el final de todos los tipos de violencia y no como la terminación del conflicto con un solo actor armado—, se convierte con facilidad en ese factor miedo que despierta emociones y consigue réditos políticos, cuando se difunde de manera masiva como parte de un discurso político. Todo teniendo en cuenta que las conductas estarían muy lejos de la “inhumanidad” y la falta de consideración por las víctimas, sino que serían producto de la espontaneidad de los políticos o candidatos, o piezas dentro de las estrategias electorales.
El país no había asimilado aún la noticia de la muerte de cinco policías en el atentado del pasado sábado en la estación San José, en Barranquilla, cuando Twitter recobró sus características de cloaca pública y las imágenes de los agentes muertos y heridos empezaron a recorrer la red. Hubo varias fotografías, pero en especial una tomada en picado, desde un edificio vecino, retrataba con crudeza la violencia del ataque. Mostraba a los policías muertos regados en medio de los restos de las paredes, algunos heridos con los gestos de dolor en sus caras, las manchas de sangre en el piso, el destrozado alambre de púas en el borde de un muro, un perro muerto y tres personas que se llevaban las manos sobre la cabeza, como no dando crédito a lo que tenían en frente.
Es inevitable que la gente comparta en las redes el horror. Por supuesto, es imposible, o cuando menos tremendamente complejo, contener el flujo de información en una plataforma en la que es fácil acceder. Pero lo que puede ser un acto espontáneo del usuario regular fue rechazado por miles de internautas cuando las fotos eran expuestas o republicadas desde las cuentas de notables líderes políticos del país. La lectura inicial fue la utilización de la muerte y el dolor como mercancía en la estrategia política. Si bien la crítica al Gobierno podía ser normal partiendo de la coyuntura del hecho violento, publicar las fotos de los muertos, para muchos de manera innecesaria, era el colmo.
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No se salvó ninguno de los espectros políticos. Desde el senador Álvaro Uribe Vélez, el mayor elector que tiene hoy el país, pasando por el exvicepresidente Germán Vargas Lleras hasta el candidato presidencial Gustavo Petro. Sobre estos dos últimos se puede deducir que la presión de los tuiteros los llevó a rectificar y eliminar, respectivamente, las publicaciones en las que habían incluido las fotos de los policías muertos.
La copa la llenó la representante María Fernanda Cabal, hoy candidata al Senado por el Centro Democrático, cuando se comprometió a través de su cuenta de Twitter a publicar todas las fotos de policías y soldados que le enviaran “así desagrade a los mamertos que creen que tapar la verdad trae paz”. La indignación en contra de Cabal se expresó a través del hashtag #InsensibleMariaFernandaCabal, que se posicionó como una de las principales tendencias en Twitter el sábado en la noche.
No es nada nuevo. Los científicos sociales han intentado explicar ese tipo de discursos desde siempre. Thomas Hobbes, Hannah Arendt y Michael Foucault escribieron al respecto. Incluso desde los tiempos de Aristóteles, Montesquieu o Alexis de Tocqueville ya se hablaba del factor miedo como uno de los elementos relevantes en la vida social y política de un país, partiendo de lo que parece ser un postulado: el de que todo miedo es político porque su interés radica en la dominación.
Sin embargo, el debate se ha diversificado hasta intentar sentar conceptos académicos de lo que es la pseudopolítica, definida por varios autores como aquellos intentos por subordinar lo verdaderamente político a los intereses de una persona o grupo en particular. En el artículo “El miedo político bajo el prisma de Hannah Arendt”, escrito por Maximiliano Korstanje y publicado en la revista de la Sociedad Argentina de Análisis Político (SAAP) en junio de 2014, se explica que “la pseudopolítica apela al miedo y a la inseguridad como formas de adoctrinamiento. En consecuencia, la pseudopolítica es inversamente proporcional al sentimiento de seguridad ciudadana”.
La autora Hannah Arendt había teorizado con mucha más profundidad sobre los juegos del prejuicio dentro de la política, y en su libro ¿Qué es la política? los explica como elementos que “se anticipan, van demasiado lejos, confunden con política aquello que acabaría con la política y presentan lo que sería una catástrofe como si perteneciera a la naturaleza del asunto y fuera, por lo tanto, inevitable”.
En el contexto colombiano, ¿en qué se basa el miedo y la muerte para ser efectiva en la coyuntura política actual? Los ejemplos sobran y desembocan en asuntos específicos y complejos que requieren marcos conceptuales más amplios y en donde tendrían lugar el montaje, la farsa y el odio como parte de los discursos políticos.
Lo cierto es que la muerte, dentro del momento histórico del país —en medio de la implementación de un acuerdo de paz, que sacado de contextos es asumido por muchos como el final de todos los tipos de violencia y no como la terminación del conflicto con un solo actor armado—, se convierte con facilidad en ese factor miedo que despierta emociones y consigue réditos políticos, cuando se difunde de manera masiva como parte de un discurso político. Todo teniendo en cuenta que las conductas estarían muy lejos de la “inhumanidad” y la falta de consideración por las víctimas, sino que serían producto de la espontaneidad de los políticos o candidatos, o piezas dentro de las estrategias electorales.