Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
“Si no es el presidente Uribe, seré yo”. Esa es la frase que hoy resume el presente político de Juan Manuel Santos. Hace 19 años se salió de la fila hacia la dirección del diario El Tiempo para asumir el Ministerio de Comercio Exterior en la administración de César Gaviria, y su asesor Germán Santamaría calificó lo sucedido con un certero comentario: “Él no va a volver al periódico, su carrera política está en un punto de no retorno”. Y Santos se ha encargado de demostrarlo a través de cinco gobiernos donde, sin dejarse contar en una elección, por diversas vías ha arañado el poder. Ahora parece más cerca que nunca, su suerte está ligada al referendo reeleccionista y en pocos días se sabrá si salta a la arena.
A sus 32 años, con estudios de economía y especializaciones en Kansas, Harvard y Londres, Juan Manuel Santos ya era subdirector de El Tiempo, pero empezó a alternar su destino de periodista con la representación de Colombia ante la Organización Internacional del Café. Estuvo en la negociación de tres pactos cafeteros y ejerció como delegado ante varios organismos multilaterales. De alguna manera sabía que tarde o temprano pasaría de lleno al sector público. Lo hizo en 1991 y le bastó poco tiempo para demostrar que también tenía habilidades políticas. Veintiún meses después de asumir el Ministerio de Comercio Exterior se convirtió en el último Designado Presidencial.
El 11 de agosto de 1993, en una junta liberal precedida por una agitada controversia con su contrincante, el entonces ministro de Comunicaciones, William Jaramillo Gómez, en la que participaron en la trasescena los medios de comunicación y los grupos económicos, de la noche a la mañana, Juan Manuel Santos se volvió presidenciable. Lo hizo conversando uno a uno con parlamentarios, ex presidentes, periodistas y uno que otro empresario, hasta lograr el guiño mayor del ex mandatario Alfonso López Michelsen. Victoria rotunda que lo dejó como cómodo espectador para la consulta liberal de 1994 y lo catapultó al sonajero presidencial de 1998.
Sin embargo, en 1995 se atravesó el escándalo del Proceso 8.000, que dividió al liberalismo y puso a Santos en otra dinámica política. Primero, animando al ex ministro Fernando Botero Zea a que rompiera su silencio y saliera a contar la verdad sobre el ingreso de dineros del narcotráfico a la campaña del presidente Ernesto Samper. Después, incluido en la lista de seis dirigentes que el vicepresidente Humberto de la Calle propuso en su reemplazo tras renunciar al cargo en septiembre del 95 y pedir un gobierno de unidad nacional posterior a la renuncia de Samper. Y, finalmente, en una extraña vuelta en 1997 que el samperismo calificó como un “complot” para derrocarlo.
Caía el telón de 1997 y el ex ministro Horacio Serpa se perfilaba como el sucesor de Samper. El tema esencial era la paz con las guerrillas e iba a ganar el que mejor plan pusiera sobre la mesa. Juan Manuel Santos había emprendido una precandidatura que nunca suscitó mayor entusiasmo ciudadano. Entonces, se inventó la que él mismo definió como “una fórmula constitucional para la paz”. El objetivo era que los grupos guerrilleros y sus archienemigos paramilitares aceptaran la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente para concretar la paz, previa renuncia del presidente Samper. Se habló de “conspiración” y aún hoy los contradictores de Juan Manuel Santos le cobran la “jugada” con que buscó acercarse al poder.
Lo cierto es que primero habló con el jefe de las Farc, Raúl Reyes, en Costa Rica. Luego, con el apoyo del dirigente conservador Álvaro Leyva y la compañía del zar de las esmeraldas Víctor Carranza, viajó hasta el campamento del jefe paramilitar Carlos Castaño para explicar su propuesta. Mientras Leyva hacía lo propio con la comandancia de las Farc, Santos lo hizo con los voceros del Eln y el Epl que estaban recluidos en la cárcel de Itagüí. La propuesta la conocieron dirigentes gremiales, jerarcas de la Iglesia, periodistas y hasta el Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Hasta que se enteró el gobierno Samper y fue Troya. Hoy Santos sigue diciendo que “con la miope reacción del gobierno de entonces, Colombia perdió la oportunidad de parar el baño de sangre”.
La justicia no se interesó por el escándalo y ante un liberalismo dividido, el único ganador terminó siendo el candidato conservador Andrés Pastrana, quien a los tres meses ordenó el despeje militar de 42.000 kilómetros cuadrados para negociar con las Farc. Esta controvertida fórmula polarizó al país y puso en aprietos políticos al Primer Mandatario. En julio de 2000, con el respaldo del liberalismo en pleno, Juan Manuel Santos volvió al Ejecutivo, esta vez como Ministro de Hacienda, en un momento en que el desempleo estaba en el 20,2%, la inflación en el 9,68% y el crecimiento en el 2,3%. Santos dice hoy que aceptó el Ministerio para “salvar” el gobierno de Pastrana. La historia refiere que por defender sus políticas terminó peleando con el candidato que habría de sucederlo: Álvaro Uribe Vélez.
Ya avanzaba el año 2002 y además de ser detractor del experimento del Caguán —del cual dicen Álvaro Leyva y Andrés Pastrana también participó Santos—, Uribe volvió lema de su campaña la eliminación de los auxilios parlamentarios. Incluso, llevó el tema hasta la Corte Constitucional. Por eso, en las primeras de cambio de Uribe, Santos le recordó que las mismas partidas de inversión social que él incluía en su Plan de Desarrollo, eran los presuntos auxilios que él autorizaba como Ministro de Hacienda. No arrancaron muy bien las relaciones entre Uribe y Santos. De hecho, al segundo no le sonó mucho la reelección del primero cuando el tema se puso sobre la mesa en 2004. Pero el camino hacia el poder es el juego predilecto de Juan Manuel Santos y la prueba es que en 2006 obró como jefe de debate de la campaña reeleccionista del Presidente.
Lo hizo casando peleas a diestra y siniestra. A Rafael Pardo lo acusó de estar fraguando alianzas con las Farc; a sus antiguos partidarios del liberalismo de suicidarse por estar oponiéndose a la seguridad democrática; al Polo Democrático de no definirse ante la subversión. Al frente del Partido de la U ganó las elecciones parlamentarias y triunfó con Uribe. El premio llegó de inmediato. El Presidente lo nombró Ministro de Defensa. Lo estrenaron con el escándalo de los falsos positivos, antes de un año intentaron promoverle una moción de censura, lo acusaron de ser el principal promotor de los problemas con Venezuela, pero el 2 de julio de 2008, la ‘Operación Jaque’ que permitió la libertad de Íngrid Betancourt y otros 14 secuestrados de las Farc, le dieron una victoria suficiente.
Diez meses después, en mayo de 2009, dejó el cargo, se fue al exterior por un tiempo y después regresó a lo suyo: moverse políticamente como un ajedrecista. Apenas desde hace dos semanas deja evidencia del movimiento de sus fichas. Antes prefería decir que no era candidato y sólo esperaba la reelección. Con las luces de febrero asumió las presidencia de la U y, fiel a su estilo, tiene a sus contendores encrispados. Al conservatismo amenaza con dividirlo, al liberalismo lo desprecia, al Polo lo rechaza, a Germán Vargas le coquetea. Le canta la tabla a los ex presidentes y se porta como candidato sin serlo. ¿Le alcanzará esta vez para llegar al poder mayor? ¿Tendrá el guiño de Uribe? Hay quienes dicen que a solas es quien más hace fuerza para que el referendo no pase.
“Pa las que sea”
“Con Uribe y Juan Manuel, pa las que sea”, decían algunas de las pancartas que candidatos al Congreso y seguidores del Partido de la U exhibían el miércoles pasado en el salón principal del hotel Sheraton de Bogotá, donde se llevó a cabo una cumbre de la colectividad para definir los lineamientos a seguir en la campaña de cara a las elecciones legislativas del próximo 14 de marzo.
Si de medir el nivel de apoyo al ex mindefensa se trata, no cabe duda de que en caso de una aspiración presidencial, Santos tendría el apoyo de los actuales congresistas de la U y de un partido que si bien es nuevo (fue creado apenas hace cinco años), cuenta con una poderosa infraestructura y buenos recursos. Al frente de la organización mediática en torno a Juan Manuel Santos y la U se encuentra, por ejemplo, el ex jefe de prensa de las campañas del presidente Uribe y de la Casa de Nariño, Ricardo Galán. Incluso, en algunos lanzamientos de candidatos, los hijos del Presidente, Tomás y Jerónimo Uribe, han sido entusiastas acompañantes.
La herencia del santismo
A sus 50 años, el 7 de agosto de 1938, asumió como presidente de la República Eduardo Santos Montejo, propietario del periódico El Tiempo desde 1913. Con Eduardo Santos, se abrió paso el denominado santismo, una corriente política del Partido Liberal que tuvo vigencia prácticamente hasta su fallecimiento en marzo de 1974.
Junto al ex presidente Eduardo Santos siempre estuvo su hermano Enrique, quien llegó a ser director de El Tiempo y, bajo el seudónimo de Calibán, escribió la columna de opinión más leída de la época: “La danza de las horas”. Sus dos hijos, Hernando y Enrique Santos Castillo heredaron años después la dirección del periódico y marcaron la época de su consolidación definitiva.
De la tercera generación, los Santos más notorios son Rafael y Francisco, hijos de Hernando, el segundo de ellos actual vicepresidente de Colombia. Y de los hijos de Enrique Santos Castillo, Enrique, hasta hace poco presidente de la SIP, y Juan Manuel, en la política. La familia Santos comparte hoy la propiedad de El Tiempo con el grupo empresarial español Planeta y aspira a ser el adjudicatario del tercer canal privado de televisión.