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“Las Farc deben dejar las armas”

El precandidato a la Presidencia Sergio Fajardo asegura que el “engaño” de esa guerrilla en el proceso de paz con Pastrana cambió la historia del país.

J. M. Martí Font / Especial de El País de España para El EspectadorBarcelona
11 de abril de 2009 - 10:00 p. m.

¿La decisión de presentarse a las elecciones a la Presidencia de Colombia ya está tomada?

Claro. Yo vengo insistiendo que con o sin (Álvaro) Uribe, nosotros hacemos política por convicción, no por cálculo. La política consiste en presentar unas propuestas, unos principios, y luchar por ellos. Se ha creado una incertidumbre respecto a la participación o no del presidente Uribe. Esa incertidumbre le da poder a él, porque todo el país gira en torno a lo que hace y lo que no hace, qué dijo o qué no dijo y a quién miró.

¿Dónde se sitúa usted en la división clásica derecha-izquierda?

Somos un movimiento cívico independiente que tiene tres componentes: un conjunto básico de principios, una propuesta para la sociedad y una forma de hacer la política. Es una propuesta que no cabe dentro de la división tradicional. Reconocemos que no es fácil de entender, porque la gente, a menudo, necesita disponer de un sistema de clasificación. De la misma manera que decimos que no somos ni uribistas ni antiuribistas, no nos definimos por negación, sino por construcción. Hay quienes nos han definido como un extremo centro y otros no saben cómo clasificarnos. Además, ya están ocupadas la casilla que se denominan izquierda y la que se denomina derecha, sólo queda una: el espacio del centro. Pero mi definición es que somos cívicos e independientes.

¿Y como los clasifica la clase política colombiana?

La clase política colombiana tiene distintas formas de dividirse. Una es entre uribistas y antiuribistas, y nosotros no somos ni una cosa ni otra. Las ideologías son una plantilla sobre la que se ve, se entiende y se actúa en el mundo. Creo que nuestro sistema tiene una analogía con lo que hacemos los matemáticos. Entendemos problemas, tenemos axiomas, resolvemos problemas de manera coherente con los axiomas. Lo que determinan las cosas son los principios. Los primeros problemas que debemos definir son las desigualdades sociales profundas, las deudas territoriales acumuladas y la violencia.

¿Cuál es su postura respecto a la guerrilla, a las Farc?

Uno de nuestros principios básicos es que no hay idea ni propósito que justifique el uso de la violencia. Las Farc están fuera de todo lo que consideramos legítimo. En segundo lugar, tenemos que aprender la historia, una historia que ha tenido capítulos de distinta naturaleza y uno que marca este conflicto: el del despeje del Caguán en 2002, durante el gobierno de Andrés Pastrana. En ese momento, la inmensa mayoría de colombianos, y yo me incluyo, esperaban que se firmara un acuerdo de paz. Se dieron unas condiciones extraordinarias para una negociación. Lo que pasó, cambia la historia del país. Es increíble, pero es Fidel Castro el que nos revela el secreto; explica que las Farc le contaron que no estaban por la negociación, sino para fortalecerse para llegar al poder. Es decir, que la oferta generosa del gobierno Pastrana fue respondida con un engaño rotundo por parte de las Farc, y ese engaño ha tenido unas consecuencias tremendas para la vida de Colombia. Ese capítulo cierra una página de la historia del país y significa que hoy la puerta a la negociación que cerraron las Farc sigue cerrada. Hay una condición que se tiene que cumplir para volver a negociar, y es que deben dejar las armas antes de sentarse a negociar. Si no lo hacen no será posible. El que ignore eso, ignora lo que le ha pasado al país.

¿Cuál es su lectura del caso de Íngrid Betancourt?

Lo primero es que lo que las Farc hicieron con Íngrid fue una tremenda injusticia. No tiene ningún tipo de justificación. Ella es una mujer valiosa que fue injustamente tratada, en grado máximo, sin paliativos. No podemos quitarle peso al acto de las Farc, que tienen una responsabilidad infinita. A Íngrid la estimo y la respeto. Estoy a favor de buscar un acuerdo humanitario, lo que no equivale a adoptar una postura de debilidad. Hay quienes piensan que buscar un acuerdo humanitario es ser débil con las Farc. Eso es un error muy grande. Hay que disfrutar de la alegría de encontrar a las personas, pero no olvidar que el origen de esta alegría es el dolor. Yo creo que es una lectura que menosprecia a los colombianos y en la forma como nos relacionamos; es una postura arrogante, que desconoce lo que nosotros vivimos y sufrimos. Perdonar, pero no olvidar.

¿Hay algún problema más importante que la guerrilla en Colombia? ¿El narcotráfico, tal vez?

Todos estos conflictos acaban juntándose. El narcotráfico termina siendo el motor del conflicto, se va transformando, le da vida a una guerrilla que políticamente ya no tendría capacidad para ser protagonista de nada, porque le proporciona potencia militar y fuerza económica en ciertos sectores del país. Y dentro del narcotráfico aparece el paramilitarismo, que no es la autodefensa de unos ciudadanos que asumen el papel del Estado porque éste no es capaz de hacerlo. Los paramilitares tienen todos una relación directa e íntima con el narcotráfico. El narcotráfico toca todos los espacios de nuestra sociedad.

¿Es partidario de la despenalización de las drogas?

Sí, estoy de acuerdo con la despenalización parcial, con la propuesta que han hecho los ex presidentes de México, Colombia y Brasil, Ernesto Zedillo, César Gaviria y Fernando Henrique Cardoso. Es razonable, se puede discutir y matizar; creo que es una buena aproximación a un problema complejísimo. Todos sabemos que si se legaliza la droga se resuelve al problema, pero también sabemos que políticamente esto no es viable. Suscribo su punto de partida de que se trata de un tema de salud pública, esencialmente en Estados Unidos. Hay que repensar el Plan Colombia, en el que participa Estados Unidos, y aumentar el componente social de la lucha contra el narcotráfico, sin dejar la parte militar, pero acompañándolo con intervenciones sociales. La fumigación no ha ido acompañada por la sustitución de cultivos. Creo que se está empezando a perfilar otra visión sobre este tema; se ha abierto una puerta y vamos a ver cómo entramos. Hay que ser cuidadosos. Hay que entender el contexto. Moverse, sí, pero siempre con sabiduría y conservando la magia de las formas. La postura de Cardoso, Zedillo y Gaviria es un avance muy importante.

Colombia es el único país de América Latina con un gobierno conservador amigo de EE.UU. Esto le ha supuesto conflictos con sus vecinos como Venezuela y Ecuador. ¿Cambiarán las cosas con la administración Obama?

Espero. Para mí, particularmente, la llegada de Obama es un alivio. Lo es también para la humanidad, para todos. Representa una forma distinta de relacionarse con el mundo. Ojalá que cumpla las expectativas gigantescas que hay sobre sus hombros, porque nunca ha sido tan evidente que los EE.UU. son la superpotencia mundial, guste o no guste, incluso cuando es para desencadenar la actual crisis. En mi opinión, sus políticas, la forma como llegó al poder, etc., van a determinar la forma como se va a relacionar con el mundo, aunque siempre Latinoamérica está rezagada. Obama aún no ha abierto la boca respecto a América Latina.

Hay quien dice que una de las escasas cosas positivas de la administración Bush es que, al estar metida en tantos conflictos, aflojó el control sobre América Latina y esto ha permitido que llegaran al poder gobiernos como los de Chávez, Morales y Correa o los de Lula y Bachelet.

Yo lo que creo es que ha crecido la autonomía latinoamericana. Los países, después de una época muy dramática, han pasado capítulo, hay una mayor autonomía y dos elementos claves: España, como relación, muy importante, significa nuestro encuentro con Europa. Para España, es un lugar natural, no es un patio trasero. Está el idioma, muchas cosas. España tiene una conexión natural muy rica con América Latina. El otro elemento es Brasil, que ha venido creciendo de manera sistemática y adquiriendo un papel que le va de la mano a su potencial. Eso es muy sano, porque lo han conducido con sabiduría, no se han precipitado políticamente, y en el tema de las relaciones exteriores nos dan muchas lecciones a todos nosotros, y en particular a Colombia, Perú, Ecuador y Venezuela, que han mantenido unas relaciones impetuosas, individualistas y no institucionales. Las relaciones de los países están por encima de las emociones de sus dirigentes. Y eso lo ha entendido Brasil y no el resto. Lula ha sido el ejemplo positivo y nosotros el negativo. Hay que pasar de las relaciones de los individuos en el poder a las instituciones. Esto tiene que ver con el subdesarrollo, donde las bases están en los individuos, mientras que en el desarrollo son las instituciones.

Oyéndolo hablar da la sensación de que ustedes se distancian de la práctica tradicional de los partidos y apuestan más bien por un modelo de democracia participativa, como la que propugnaba Ségolène Royal o la que ha llevado a Barack Obama al poder.

Es cierto. Estamos evolucionando. Cuando empezamos en Medellín éramos 50 y definíamos los mecanismos conforme los íbamos empleando. No estamos en la política tradicional, donde por supuesto hay personas valiosas. Pero esa estructura no responde a lo que es la comunidad hoy en el siglo XXI. En la política tradicional hay unas maquinarias que tienen una intermediación, que se movilizan para unas elecciones, que saben llegar a las personas. Para mí eso es obsoleto, es una relación viciada. Nosotros decidimos llegar directamente a las personas, sin intermediarios. A nosotros no nos vende alguien. Construimos la confianza, construimos redes sociales, contactos entre personas que funcionan por convicción, opuestas a maquinarias electorales que funcionan por dinero.

No entregamos un carné. Es un proceso que va avanzando, probablemente nos dirigimos hacia la creación de un partido, pero ahora estamos en otra etapa. Por ejemplo, mi candidatura presidencial se construye al mismo tiempo que se teje una organización de gente que hace todo tipo de tareas. Lo vamos sistematizando al tiempo que construimos la organización y afinamos la propuesta. Ahora estamos construyendo la candidatura con firmas, aprovechando una posibilidad que contempla la Constitución.

¿Es lo mismo que hicieron para la Alcaldía de Medellín?

No, en Medellín aprovechamos un movimiento que ya existía, que era la Alianza Social Indígena (ASI). De hecho, la ASI también nos ha ofrecido su aval en Colombia, pero queremos hacerlo con firmas de ciudadanos, porque consideramos que es parte de la consolidación de esas redes sociales. Porque no nos limitamos a obtener la firma, sino que cada firma que conseguimos es un contacto político con esa persona. No pagamos a nadie para conseguir firmas.

¿Qué posibilidades tienen?

El próximo gobierno de Colombia tiene que ser de coalición, de diferentes grupos, porque esta es una tarea pendiente en América Latina y en Colombia. Hay un modelo que es Chile, el modelo de la concertación. Chile y Brasil son los modelos.

¿Socialdemócratas?

Sea lo que sea la socialdemocracia, institucionalmente ellos son los que han dado las mejores respuestas. Ahora mismo no hay otros puntos de referencia. En Europa no hay nada políticamente atractivo, en el sentido de que proponga algo nuevo, a diferencia de otras épocas. Creo que el mundo va a empezar a mirar lo que está pasando en América Latina, donde va a estar buena parte de la creatividad.

Fajardo, según Ramón Folch

El escritor y columnista catalán Ramón Flosch hizo esta reseña de Fajardo para El Periódico de Cataluña: “En 1999, Sergio Fajardo dijo basta. Era un profesor de Matemáticas, hijo de arquitecto reputado, educado en los benedictinos y miembro, pues, de la crema social del departamento de Antioquia, a su vez uno de los entes territoriales más añejos y señoriales de la colonial Nueva Granada. Habría podido quedarse en su gueto acomodado, pero dijo basta. Reunió medio centenar de personas inquietas y desvinculadas del statu quo político colombiano e inició el movimiento Compromiso Ciudadano para la regeneración civil de Medellín. No querían quejarse, sino gobernar.

Lo lograron. Sin aparato de partido y contra todo pronóstico inicial, ganaron las elecciones municipales de 2003 y Sergio Fajardo alcanzó la Alcaldía. “Medellín, la más educada”: ese fue el lema de su mandato y es la actual divisa de la ciudad. Hicieron de la educación un instrumento urbano y urbanístico. En cuatro años convirtieron las viejas escuelas públicas y las nuevas bibliotecas jardín (espacios lúdico-culturales de su invención) en los nodos de una red que unieron con metros, teleféricos y viaductos. La desestructurada ciudad de 2,5 millones de habitantes adquirió coherencia urbana y cohesión social. Quien no lo crea, que vaya a verlo”.

Barcelona exaltó a Medellín

El ex alcalde de Medellín Sergio Fajardo fue noticia este mes en España porque recibió el importante galardón City to City Barcelona FAD (Foment de les Arts i el Disseny) Award, un premio que otorgan dicha entidad y el Ayuntamiento de la capital catalana a otra ciudad que se haya distinguido por sus actuaciones de mejora urbana. “No es un premio a la excelencia arquitectónica, sino a la excelencia cívica”, dicen los jurados. El reconocimiento fue exaltado por intelectuales como el norteamericano Noam Chomsky, quien intervino en la ceremonia por medio de una teleconferencia, y el gurú portugués de la sociología y las Ciencias Sociales, Boaventura de Sousa Santos.

Por J. M. Martí Font / Especial de El País de España para El EspectadorBarcelona

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